jueves, 23 de febrero de 2012

Viaje y cacería



]Efemérides y saldos[


Viaje y cacería
Alejandro García


Estoy instalada en el piso 20. El edificio es de 27 pisos con piscina, sauna, lobby, restaurante, bar, salón de belleza, boutiques, en fin, de todo. Pero yo no he usado nada.
Enrique Symns



El legendario periodista, actor, editor (Peces & Cerdos) y autor de los libros El señor de los venenos, Big Bad City, La vida es un bar emprende la cacería de un asesino en Brasil y nos narra no sólo su regreso a escenarios conocidos (Buzios, a unos 150 kilómetros al este de Río de Janeiro, antiguo centro ceremonial de la cultura under, será su centro de operaciones), sino las huellas dejadas allí en las décadas de los 70 y los 80.
Conocí a Enrique Symns por el trabajo de Pablo Perantuono “El genio que perdió el camino”, publicado en Crónicas de otro Planeta. Las mejores historias de Gatopardo. Compiladas para Editorial Debate por Guillermo Osorno en 2009. En él da una imagen poliédrica de ese imprescindible de la vida cultural de Argentina de la última cuarta parte del siglo XX: A diferencia de lo que había ocurrido en Argentina, donde Symns era un fundamentalista del Ungerground cultural y un alquimista de los márgenes, en Santiago se convirtió en una celebridad del establishment, el hombre que había que conocer. Entró en el jet set, y a ese avión se subió todo aquello que lo había desterrado de Buenos Aires: la droga, el desquicio, la vida disipada, la literatura, la angustia en el lenguaje).
En busca del asesino (Buenos Aires, 2009, El cuenco de plata, 142 pp) de Enrique Symns combina la andanza autobiográfica, la realidad de sus compañeros de ruta a escasos años de fin de siglo y de milenio, con la búsqueda del verdadero responsable de la muerte de Adriana Elizabeth Collado, de 31 años de edad, trabajadora doméstica y fotocopista, asesinada en el Hotel Marina Palace de Leblón el 3 de noviembre de 1993. El guía de turistas argentino Rafael Adalberto Arrieta, de 41 años, pasó cerca de un año en la prisión, de donde salió por falta de pruebas. Gracias a un amigo de Symns, Pájaro, es posible que nuestro autor emprenda la cacería del criminal. Arrieta ha vendido los derechos de la noticia, lo que le permitirá vivir un tiempo, pero ahora se dispone a poner contra las cuerdas a la justicia brasileña.
Symns paraleliza el esfuerzo de Arrieta con una de sus crisis recurrentes. Se va de Argentina mientras el otro lo busca. Por fin Pájaro hace el milagro y Arrieta sostiene su inocencia de frente, una vez que Symns ha hecho a un lado los fantasmas que lo asedian o los mueve en el sentido de otra cacería. Al igual que la justicia mexicana, la brasileña primero arresta y después comprueba. Se olvida de derechos y de procedimientos. Eso provoca que los casos estén plagados de irregularidades que sirven de banquete a los abogados, mientras eso se arregla, el prisionero vive sometido a la vida salvaje tras las rejas.
Symns aprovecha para contar su llegada a Brasil en los 70, sus viajes placenteros en Buzios y otras playas, su regreso en los 80 y su incidente por una mujer que se lleva de la casa matrimonial Pájaro y es rescata con violencia por el esposo, la madre y un nazi puro, escena de la que Symns escapa saltando por la ventana y dejándose caer por una cañada. La vergüenza y la marca nunca desaparecerán entre él y Pájaro. Desde los 90 Symns o su narrador o alter ego confronta su realidad con la de Arrieta y con la de la mujer que nunca más viajará a Brasil.
La otra estampa corresponde al proceso de cambio y de disolución de aquellos viajeros de décadas pasadas, como si el nuevo siglo se refocilara en su derrota. De aquellos gozosos del LSD, amantes de la libertad y del amor, quedan despojos, bien en la vida ordenada, bien en la vida en ruinas, que viene a ser casi lo mismo.
Conocedor de las malas artes de la justicia brasileña, Symns examina el expediente, repasa los acontecimientos y las versiones, busca llenar los huecos. No hay mucho que indagar después de todo, los otros sospechosos están lejos, no fueron investigados y no presentan móvil.
Sólo queda la evidencia, la del cazador, la del depredador que huele la indefensión de la víctima, esa mujer que guarda escrupulosamente su dinero para darse un lujo del que finalmente no disfruta, sea por timidez, sea porque el asesino no le da tiempo. La soledad de Adriana es escalofriante. Su vida de relación es mínima, tanto que casi pasa desapercibida y la convierte en víctima propicia. El cazador no iba tras su vida, con algunos beneficios se confirmaría. Las cosas se salieron de control y tuvo que asfixiarla.







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