domingo, 31 de agosto de 2008

El hijo del coronel: la verdad está en otra parte



Viste el río Micos y miraste tu cuerpo desnudo, el niño impúdico que con sus amigos se arrojaba al agua todas las tardes para refrescarse
David Ojeda.
[1]

Me di cuenta de que muchos de los que se remitían a su conciencia decían algo que descalificaba o dañaba a otros. Así vi que la conciencia no sólo estaba al servicio del bien, sino también al servicio del mal. Por tanto, empecé a sospechar del gran respeto que nuestra cultura manifiesta por la conciencia. Asimismo me pareció sospechoso que el esclarecimiento occidental no hubiera tocado en absoluto a la conciencia, y muchas ideas religiosas que antaño habían sembrado miedo y terror, ahora me parecían transferidas a la conciencia, donde seguían intocables como un tabú.
Bert Hellinger.
[2]



I. Detrás
Tal cual sucede en los mejores relatos de Rudyard Kipling, El hijo
del coronel nos lleva (como al conejo con la zanahoria cerca de la nariz) a
desentrañar una intriga, la más evidente (Marcelo, el ex boina verde, escindido
en dos componentes internos y dos espacios Texas y La Huasteca) y enredarse en
ella y después aparece el verdadero móvil (la escopeta del cazador) o el
famoso plan b (la transformación de Marcelo a Marcela, sin la vista gris del
realismo sucio de los últimos tiempos y Texas y la Ciudad de México). Ante
nuestros ojos aparece otra parte del enigma que se ha venido conformando sin que
demos demasiada atención, a pesar de que se nos ha dado desde el título y con
referencias constantes. Victoria completa la amplia gama que va de la feminidad
a la masculinidad. En el relato el desenlace suele ser fugaz, en la novela
requiere de mayor pulso y desarrollo, pues de cualquier manera se deben anudar
los hilos sueltos. Frente al fulminante relámpago del texto más breve se observa
un relampagueo que cobija nuestras expectativas creadas a lo largo de la
lectura.
En realidad Ojeda se detiene frente a Marcelo (90 páginas), frente a
Victoria muerta y vista por el médico legista (40) y frente a Marcelo/ Marcela y
Erubiel felices (70) y los tres bloques tienen independencia y dependencia con
respecto al todo, lo que nos recordaría a parte de su producción narrativa
anterior, aunque ahora más con la cara hacia la novela.
El primer bloque
pega primero y pega dos veces, nos envuelve y nos incita a tomar partido, a
olvidarnos de lo que se nos ha prometido. La voz que precisa el contorno de
Marcelo siempre entre dos posibilidades, imponiéndose la más “objetivamente”
perversa a partir de su entrada a la milicia y su crisis en los días anteriores
a la Navidad de 2007 que terminará con un accidente cerca de Ciudad Valles y con
la muerte de Victoria, momento en que ya no podrá escapar ni a la muerte de la
cónyuge ni al regreso de la otra parte interna: “borrar de tu mente al otro, el
yo que teme y se conduele, suplantarlo con el que se oculta y planea, arrinconar
la conciencia y dejar que fluye el instinto remodelado para imponerse en la
guerra”.[3] La voz explícita y la voz silenciosa pero allí permiten
una defensa de la parte inocente de ese niño desnudo que tuvo que sobrevivir de
acuerdo a la ley de la selva.
El segundo bloque opera como un descanso
dentro del vértigo narrativo y es puente distractor. Distractor porque enfría al
lector en torno a Marcelo, pero también porque centra todo en la relación
Marcelo-Victoria y el convidado de piedra, el médico que sólo podrá contemplar
enteramente desnuda a su vieja novia de pueblo en la plancha del servicio médico
forense. Pero también allí se conoce la única vacilación moral de Victoria y el
precio que se autocobró y cobró a los demás “Óyeme bien, Fernando Carrillo, no
quiero que me vuelvas a dirigir la palabra en la vida. Déjame en paz para
siempre. Olvídate de mí. ¿Acaso no te avergüenzas?”.[4] La hermosura de Victoria no merecía tal ultraje por parte
de ella misma. Es aquí donde opera la sabiduría de Bellinger, citado en el
epígrafe y el eterno “fin justifica los medios” que no tuvo sólo presencia en el
campo de la política pública. Los carabinieri estuvieron en todos partes.
Literariamente este hecho equilibra, balancea a los personajes.
En el
tercer bloque Marcelo ha despertado, ha tocado los límites terrestres en que se
encuentra y se entera de la muerte de Victoria y ha de avisar a su hijo del
deceso y sabrá por fin que el vástago ha cambiado de sexo y mantiene una
relación amorosa, plena con su pareja: “Y en ese momento sintió por primera vez
el roce de una mano tibia y firme, los dedos de Erubiel posándose sobre los de
ella”.[5]
Marcelo ha salido de La Huasteca, adolescente, ha
emigrado a Estados Unidos y ha sufrido la parca tutela de su padre y su
desafiliación al enrolarse en el Ejército de los Estados Unidos. En el
entrenamiento ha jugado su resto:

A partir de entonces, enfrentando
ese reto, llevaste tu vida por un rumbo del que poco te has querido
apartar: no tanto definido por técnicas de combate o armamentos, ni por
conceptos de batalla o de enemigo; tampoco por discursos de políticos, arengas y
órdenes de tus superiores; y mucho menos por colisiones entre países y fuerzas e
ideas. Porque para ti todo se redujo al hecho de haber recibido un
adiestramiento provechoso que te permitió al otro que eras y te convirtió en un
perfecto predador[6]

El punto de separación o de
acallamiento es la canción del bikini amarillo. Es en el momento de la
instrucción militar. De allí saldrá boina verde.hacia Vietnam y descubrirá sus
habilidades de inteligencia, por lo que podrá aprovechar éstas en instrucción de
fuerzas de otros países y contrabando de armas y otras hermosuras de ese tipo,
contando con un marco decente de padre de familia y esposo.
Al accidentarse
en la Navidad de 2007 Marcelo no podrá detener su regreso no sólo al origen sino
a una realidad que lo ha rebasado. Si bien es cierto que él ha estado del lado
de los poderosos, también es cierto que al mover las formas tradicionales de
delinquir y explotar también han movido las respuestas de la sociedad a los
diversos problemas. Tal es el caso de las alternativas sexuales y de las
prácticas heterodoxas.
Sólo de esta manera es que es posible asimilar ese
contorno de Marcela, quien ha asumido su sexualidad y ha dado los pasos
necesarios para estar bien consigo misma y ha contado con el apoyo de la mamá,
quien ha fraguado el viaje desde Texas para que Marcelo conozca la nueva
presencia de su hijo.de cualquier manera, lo sabremos, es la historia de un
barquito de papel.
Creo que una virtud del texto de Ojeda es el dejar ser a
los personajes, presentarlos desnudos, sobre todo al que pareciera el
responsable de todo, pero quien sabemos su pasado, los agravios recibidos, los
engaños, la violencia y que tiene que cargar sobre su doble apreciación del
mundo la muerte del amigo que insulta a la madre llamándola “Taquera”, palabra
que provocará la ira de Marcelo al salir del Restaurante y perseguir a los
jóvenes, sin saber que entre un autobús y un camión de redilas lo postrarán y
llevarán de nuevo a la posible reconciliación ubicada más allá de todo
maniqueísmo.

II. Los símbolos
La novela recrea los
pasajes de la memoria, pero maneja una serie de símbolos, unos de carácter
lingüístico, otros de carácter pictórico, que la enriquecen y le dan una mayor
densidad: La canción del bikini amarillo, el cuerpo desnudo, la adolescencia que
sale a jugar su rol, las palabras perdidas, el contrasentido de la libertad del
cuerpo tocado para adiestrar al cuerpo en situaciones límite: Taquera, acamayas,
puntos de torcedura del destino de Marcelo. Y la presencia de El temerario y La
muerte del Bautista en la vida actual de Marcelo. En primer lugar el cuadro de
William Turner en donde se ve al buque insignia de la armada británica
siendo llevado a retiro por el pequeño remolcador de vapor: el gran guerrero ha
caído y las nuevas energías lo someten como si fuera barquito de papel. Y en el
caso del Bautista está en el apellido de la madre y de la hija. Así se cierra la
pinza: la violencia, la inocencia y el producto, el hombre con energía de mujer
y el hoy abierto a pesar de todo.
Frente a la asfixia y la vida dedicada al
poder o al orden, los padres, se abre la alternativa de ser a pesar de todos,
incluso del tímido lector, que ah tuno, se deslinda por la vías de la forma de
las costuras de la moral convencional.

III. Los nexos
La
narrativa de Ojeda se planta de manera novedosa en la mejor prosa actual. Viene
a mi memoria la novela La última hora del último día de Jordi Soler que
transcurre en la zona cafetalera de Veracruz, con una comunidad de refugiados
españoles que sufren las penalidades del trasterramiento y del agravio de los
nativos y del sistema político de manera harto lejana del dulce mito de los
Republicanos españoles protegidos por México.
También en la novela de Ojeda
se plantea el problema de la doble nacionalidad, del refugio de la patria nueva
y de la pérdida de la identidad entre los engranajes de la ley de la selva
actual. La Ciudad de Oro ha devenido en la pérdida de identidad y la entrada a
las ruinas de la existencia. También en ella, en El hijo del coronel se mata el
mito de la protección y la recepción amorosa de la nueva patria.
Pero además,
en el caso de la novela de Ojeda se va a la ruptura temática. Si los dos
primeros bloques se asiste a un golpeteo sobre el lector tradicional y a sus
ardides, en el tercer bloque se muestra una nueva posibilidad, inesperada hasta
hoy en los moldes de la narrativa, que han transitado si acaso por los modelos
una herencia de catecismo penitenciaria o de un realismo sucio que se decapita
en una nueva sanción moral que se hunde en la tradición: la forma es
contenido.
He llegado a esta relación no de manera arbitraria, sino a partir
del Guernica de Picasso y de los epígrafes de la novela, todos éstos de
escritores españoles, lo que nos lleva a preguntarnos por su significado.
Me lo quedo de tarea.
Yo en este momento sólo diría que el vértigo narrativo,
que la construcción de dos asuntos que forman parte del mismo y distraen al
lector, el manejo de los símbolos y el tratamiento temático desafiante en su
parte final, ponen a David Ojeda en la punta de la novelística actual,
acercándose a zonas perfectamente delimitadas, pero que rebasan con mucho su
territorio y nos adentran en el misterio del hombre y en los grilletes con que
hasta ahora ha sido sancionado por parte de la intelectualidad. Quisiera
terminar estas líneas de nueva cuenta con Bert Hellinger:

Así entendí que los sentimientos de inocencia y de culpa únicamente son útiles en el
marco de determinados límites, y que inocencia y culpa no son lo mismo que bueno
y malo. También aquí empecé a mirar más detenidamente. Vi que existían muchas
formas de experimentar la culpa y la inocencia, y que ambas servían a diversos
fines, por ejemplo al vínculo y a la compensación entre dar y tomar. Estos fines
se complementan y también se contradicen, como es el caso entre la justicia y el
amor. Así, la inocencia en el lado de la justicia frecuentemente se convierte en
culpa en el lado del amor, y viceversa.[7]




[1] David Ojeda, El hijo del coronel, México, 2008, Tusquets, Andanzas, p. 22.
[2] Bert Hellinger, El centro se distingue por su levedad. Conferencias e historias terapéuticas. Barcelona, 2006, 3ª impresión, Herder, p. 13.
[3] David Ojeda, Idem, p. 19.
[4] Ibidem, p. 137.
[5] Ibidem, p. 157.
[6] Ibidem, pp. 19-20.
[7] Bert Hellinger, Idem, p. 14.