jueves, 15 de noviembre de 2007

Lectura y escritura

La situación en la que nos encontramos actualmente parece, pues, que se caracteriza por fuertes síntomas de disolución del “orden de la lectura” propio de la cultura escrita occidental, tanto en lo concerniente al repertorio como en lo que se refiere a los hábitos de utilización y de conservación. A ello contribuye intensamente un sistema productivo que se comporta de un modo irracional, que tiende a recoger el máximo provecho en el mínimo tiempo, sin prestar atención a las perspectivas futuras; mientras que la coexistencia de los libros (y otros materiales editados) con los elementos audiovisuales margina a los primeros, que se debilitan por su sustancial incapacidad de adaptación a los nuevos tiempos y a los hábitos de utilización, y los métodos de aprendizaje cada vez tienden más a prescindir del escrito tradicional.
Armando Petrucci, Historia de la lectura en el mundo occidental, p. 547


1. Agradecimientos y filiaciones
Quisiera en primer término agradecer la generosidad del director de esta Escuela Normal “Manuel Ávila Camacho”, Maestro David Adolfo Aguilar Dávila, entrañable amigo, ambicioso lector y escritor de magna pluma, por considerar que alguna idea puedo aportar en torno a estas dos palabras tan inmersas en la polémica y tan cercanas a mi educación sentimental: lectura y escritura.
Puedo hoy contarles que hace 33 años, justo la edad de Cristo, una excelente profesora pensó que yo podía interesarme en la lectura y en la escritura y a la manera de los héroes de Charles Dickens acaso imaginó su destino en el mío y visualizó las cosas que soñaba para ella y juzgaba imposibles vistas las jugadas de dados que había echado en su vida.
Me refiero en concreto a la novela del autor inglés titulada Grandes esperanzas. En ella, el pequeño Pip se da cuenta a determinada altura de su vida de que no es lo que ha querido, sino el proyecto de otros, la voluntad de otros, lo que otros quisieron que fuera y entonces se enfrenta al dilema de ser él o un simple clavito en la pared o, lo que es peor (lo ha señalado el escritor zacatecano Juan Gerardo Sampedro), el clavito de una de las esquinas de su propio ataúd.
Pues bien, como Pip, me di cuenta no sólo de que mi maestra tenía esa proyección sin tomarme del todo mi parecer, sino que la empresa familiar había hecho en mi personalidad tales estropicios que era una especie de Frankestein en donde se cruzaban voluntades y carismas, caprichos y adefesios. Era tiempo de buscar por primera vez el sentido de aquel conjunto de significados y asumir la empresa individual con un cierto sentido. Había que ir en busca de mis huellas y reconstruirme bajo mi propio riesgo.
El proceso fue largo y venturoso, al menos eso creo. Decidí que realmente la literatura, mediante la escritura, era mi camino y descubrí una vocación que me ha acompañado a lo largo de los años y que me ha hecho fiel practicante de lectura y escritura y un bibliófilo empedernido. A tiempo estuve de contribuir a no hacer más el juego a la disonancia cognitiva, esto que se llama decir o pensar algo y hacer otro, lo que a la larga nos convierte de nueva cuenta en Frankestein. De allí que la labor de análisis y reconstrucción sea casi permanente.
Quizás el gran riesgo ha sido el que me haya convertido en una especie de hombre de papel, distante de la vida, viviendo en mundos librescos y universos imaginarios. Pero cuando he sentido que eso amenaza mi autocontrol regreso a la calle y a los acontecimientos cotidianos.
Aún así, hice la Licenciatura en Letras, la Maestría en Historia Regional con investigación en historia literaria regional y el doctorado en lingüística mediante análisis de narradores mexicanos y todo esto mientras escribía novelas, cuentos y ensayos literarios. De cualquier manera, cuando se me quiere fastidiar los académicos me tildan de creador y los creadores de académico, pero creo que este esquema es más manejable.
Entonces, no pretendo engañarlos, soy un profesional de lectura y escritura. He vivido de ellas digna y felizmente. Me han permitido acumular unos miles de libros en una modesta biblioteca, viajar, gozar de premios y becas, editar mis 9 libros y colaborar en revistas literarias y culturales. Lectura y escritura conforman un profesional propio, con actividades específicas y remuneración económica.

2. La lectura
Tenemos ya más de tres años con el enunciado problema de la lectura a nivel escolar en México y en Zacatecas, ahora que se usan los parámetros internacionales y las comparaciones entre entidades federativas. El problema es real, pero desde luego involucra a los sectores docentes y a los estudiosos del lenguaje y de la literatura. Creo que no es para sentirnos culpables. El problema es de planificación general. No hay una política clara de enseñanza en nuestro país, por lo menos en lo que a lenguaje y literatura se refiere. Se sigue planificando sobre las rodillas, contra reloj y a complacencia de amigos, enfoques de moda o en atención a agencias de mercadotecnia.
Y digo que no es para sentirnos culpables, porque de pronto parece que los políticos mandan la pelota al otro lado de la cancha e involucran responsabilidades que si bien compartidas no tienen el mismo grado de responsabilidad, porque no han estado en nosotros ni la toma de decisiones, ni las evaluaciones, ni los cambios.
Creo que los diversos sectores han realizado sus tareas en la medida de sus posibilidades y ha faltado una verdadera concertación nacional, regional, local, en donde el problema a resolver se torne cruzada y no en mera cantaleta que se convierte en cuestionamiento contra nuestra voluntad de cambiar las cosas, porque a tres años de los primeros focos rojos ya tendríamos que tener resultados que al menos detengan el problema o que nos dijeran de los intentos por revertirlo.
La lectura es una competencia y se trata de una competencia compleja. Cuando las sociedades se desarrollan aterrizan el lenguaje oral en la escritura y con esto no sólo se da un cambio de hábitos que tienen que ver con la memoria y la nemotécnica, sino que también nos proporciona la conservación de esa memoria más allá de la caja craneana. Vivimos un momento similar ahora cuando ya no memorizamos números de teléfono porque los tenemos en el directorio escrito o lo que es más expedito el directorio en el teléfono celular, que nos torna inútiles cuando se descarga, porque nuestro almacén ha sido sustituido. Ahora bien, la lectura presupone la escritura, sea en cualesquiera de sus manifestaciones (esto es escrita en palabras o en sus antecedente o en sus variables en otros lenguajes).
La lectura es pues la recuperación de lo escrito o de lo cifrado. Las palabras sustituyen a los objetos y se funden en el pensamiento. La abstracción impera y se puede llegar a los mundos imaginarios de la literatura.
Quisiera poner énfasis en las diversas formas de la lectura, porque a menudo se obvia o se ignora el que proporciona el sentido común. El hombre lee por naturaleza, interpreta, da a conocer las urgencias de las necesidades y los llamados de los sentidos. El hombre siempre lee, siempre interpreta. Busca las señales de confiabilidad o de extrañeza, de peligro o de confianza. Como diría un personaje de Kurt Vonnegut, si quieres saber si una mujer te quiere, mírala a los ojos, allí encontrarás sin duda la respuesta. La lectura de lo escrito sólo afina esto.
No es casual que las sociedades hayan evolucionado parcializando el conocimiento y el acceso a documentos. Ustedes saben que hay sectores que corresponden a la seguridad nacional y se ejercen por Razones de Estado. De tal manera que no es posible acceder al conocimiento de punta de la fisión nuclear y mucho menos a sus realizaciones materiales, pues esto puede provocar severos cambios en la geopolítica del poder.
Que nadie me venga a decir ahora que Estados Unidos quiere salvaguardar a la humanidad del fanatismo musulmán de los iraníes cuando los amenaza con invadirlos y despojarlos de la infraestructura nuclear. Está, además de prevenir cualquier sorpresa a su seguridad, el petróleo iraní. Ya supimos que las tales bombas de Irak no existían, pero sí su petróleo y el salirse de la alianza con el tío Sam por parte de Saddam Hussein, hoy bien difunto. Todo esto se puede armar como rompecabezas con base en la lectura y en la investigación másdivertida y al alcance de la mano como puede ser internet.
La lectura nos puede proporcionar satisfacción de necesidades materiales como en el momento de pedir un platillo en un restaurante, marcar en una lista cotidiana, desde mi oficina o trabajo de albañil, cuántas gorditas de lengua, de las de doña Julia, encargo, o señalar un modelo para armar, previa compra, en una página de internet. Aun cuando no deja de ser abstracto, algunos logos mercadotécnicos se empiezan a asociar a nuestra conducta como en su momento lo fue el limón, el asado de boda o el tequila con sal. Empezamos a sentir con las marcas.
Más allá de las necesidades materiales, el hombre utiliza la lectura para satisfacer necesidades espirituales. Buenas y malas o castas e impuras, según se quiera y se vea. Es a través de la lectura que accedemos al conocimiento. Es a través de la lectura que nos explicamos un problema o el armado de un aparato mecánico, eléctrico o electrónico. Es a través de la lectura que polemizamos y nos damos cuenta de que hay un caníbal en la ciudad de México que cocinaba partes del cuerpo de sus novias y víctimas o que la llanura tabasqueña llega a estar por debajo del nivel del mar y por ende es inundable, como lo fue en el pasado en que no había casas y habitantes y que no se han realizado las obras que descarguen el caudal de los ríos y encaucen el que baja de la sierra de Chiapas. En esa planicie corren los dos ríos más caudalosos de México.
Es a través de la lectura que puedo enterarme de becas, de apoyos, de ubicación de plazas y concursos dentro de lo que será mi profesión. Y es a través de la lectura que convivimos en clase, sea como alumno, sea como maestro. Cuántas de las veces hemos entrado aterrorizados al salón en espera de que se nos diga, a ver qué leíste.
Decía al principio que la lectura está en una especie de ojo de huracán. Saquemos ventaja de esto. Más que sentirnos culpables, debemos tener claro lo que hacemos por ella y la utilidad que al enseñar a leer o al provocar a que otros lean genera a los individuos y al grupo social.
En primer lugar, la lectura debe servir para leer el mundo inmediato, debe resolvernos problemas que nos ayuden a la mejora de nuestro nivel de vida. Comienza por la propia lectura de nuestra interioridad, por el ajuste o desajuste con el mundo, por el grado de felicidad o infelicidad que nuestra existencia y la convivencia nos genera. Conocer los obstáculos nos proporciona un primer acuerdo y una serie de metas.
En segundo lugar la lectura nos inserta en el mundo, nos informa de lo que sucede y nos proporciona el conocimiento histórico y actual. Qué sería de este mundo sin la divulgación científica, sin la difusión del arte y sin las instrucciones necesarias para vivir. Qué sería de este mundo sin el conocimiento de la obra de Aristóteles, de Hegel, de Marx, de Habermas, sin el conocimiento de Arquímedes, de Pascal, de Einstein.
Y desde luego, la lectura de obras literarias nos permite recrear la realidad, acercarnos al ser que somos, al mundo que vivimos e imaginamos el ser que podemos ser y el mundo que podremos habitar y legar a las generaciones posteriores. La lectura ha sacado del papel a personajes como Don Quijote, Hamlet, Luzbel, Fausto, Ana Karenina, Ulises, Pedro Páramo, Artemio Cruz. La lectura ha permitido el rescate de ladimensión humana de personajes históricos odiosos como Maximiliano y Carlota o Antonio López de Santa Anna.
En cualquiera de sus niveles la lectura contribuye al desarrollo del cerebro humano, a la claridad del pensamiento, a la mejora de la expresión lingüística. Una sociedad que lee, que incluye un mayor número de lectores, además de estar informada, contribuye a la mejora de la especie.
El problema de la lectura tiene que ser atacado por todos sus flancos. Desde luego que es necesario decirlo y aplicar técnicas que permitan que esa competencia se desarrolle y optimice. Con esto damosal individuo armas para sobrevivir y para aportar beneficios a la sociedad.
La presentación de escritores o de científicos es sólo la punta del iceberg, el más lucidor. Tenemos que darle la vuelta a la pobreza, causa importante de la falta de lectura al poner el libro a precios fuera de nuestro alcance. Hacen falta campañas masivas que pongan el objeto libro o revista o periódico o folleto o pasquín al alcance de la mano. Es notorio que en algunas casas no hay un solo libro más allá de los de texto gratuitos. El entorno benéfico a libro es primordial para su difusión y su aprecio.
Hacen falta sesiones colectivas de lectura en voz alta donde todos lean, donde todos opinen, donde todos den su interpretación y es necesario poner la literatura y la ciencia al alcance no sólo del consumo, sino como algo que nosotros mismos podemos producir y escribir.

3. La escritura
La escritura también tiene diversos niveles. Lo mismo se utiliza para enviar recados, para dejar instrucciones, para llamar la atención de alguien, que para enviar un mensaje sentido en una carta, una advertencia de peligro o un mensaje cariñoso en un correo electrónico o en un diario, para tomar apuntes o para recabar la información que viene de una entrevista o de un diario o de un conjunto de libros.
La escritura literaria es la más difícil, la más compleja, porque se trata de un lenguaje secundario. Esto es, sobre el lenguaje cotidiano se ha construido una nueva realidad que es lingüística pero que nosotros tendemos a hacerla nuestra. Han sido los escritores lo que han consolidado las lenguas que han mantenido los hablantes. El escritor hace de la lengua un sistema plástico, estético. Los aedos llevaron las hazañas de Aquiles y Odiseo por los pueblos de la antigua Grecia, pero fue Homero (o quienes se escondan detrás de este nombre) el que lo llevó a la escritura y al verso. Los juglares y trovadores cantaron y contaron las hazañas de Arturo y de Carlo Magno o el Cid, pero fueron Dante, Cervantes y Shakespeare los que llevaron el toscano, el castellano y el inglés a la altura del arte, como dijo nuestro poeta. La literatura es la mayor y mejor expresión de un pueblo y de una civilización. Es un camino de siglos.
A estas alturas del desarrollo humano nos encontramos con junto con lenguas de reciente incorporación al congreso de las naciones, las lenguas romances y las nacidas en el medievo, que ya vivieron su Siglo de Oro, encuentran un nuevo impulso en los pueblos que tomaron esos idiomas. Es el caso de la literatura latinoamericana que parece haber tomado la estafeta de Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope, Ruiz, Tirso, Calderón de la Barca, Garcilaso, Santa Teresa, Fray Luis de León y Fray Luis de Granada, en las plumas de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Guillermo Cabrera Infante, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Juan Rulfo, Fernando del Paso.
La enseñanza del siglo XX de activar las periferias y las zonas marginales se cumple en América y aún está por conocer las aportaciones de las regiones, tal como se ve en Europa con las inserciones de Rumania, Bulgaria, Albania, Bosnia, Lituania y con las aportaciones de regiones como la India o el sureste asiático.
El escritor debe ser un hombre culto, lector de todos los temas y de todos los discursos. La banalización del escritor como genio ha obscurecido su gran necesidad de formarse. Ante el escritor complaciente que sólo se lee a sí mismo o ni siquiera eso, se tiene que levantar la obligación inevitable de actualizarse, de conocer los antecedentes lingüísticos, los estilos, los temas, los interese del público. Es falso que la palabra se instaure como por arte de magia. Detrás de o junto a un escritor paradigmático está su generación, está la historia de su lengua y sus hablantes. Sólo de esta manera es posible que se lleven a cabo las grandes transformaciones, pero no es producto de la voluntad de un solo hombre.
Dado mi papel multifuncional de profesor de literatura y de lenguaje, de lector obligatorio y degustador y de escritor de ficciones y ensayos, puedo decir que la escritura es una construcción permanente, un reto. Tengo claro que la literatura es un sistema lingüístico y estructurado según reglas específicas de los géneros, pero también es un sistema social y ocupa un lugar o campo. La literatura genera grupos, generaciones, movimientos y todos tienen una historicidad.
Quienes alguna vez pensamos que el Premio Nobel o cualquier premio era un simple reconocimiento, puro y sin intereses, hemos tenido que aceptar que en todos lados se cuecen habas. Sea por coherencia o por afinidad o por simple deseo de poder, los escritores luchan por ocupar una posición. Es la posición del lenguaje y de las aportaciones estructurales la que a la larga se impone, pero muchos escritores gozan de una gloria efímera producto de sus relaciones o de sus dotes carismáticas inmediatas.
Lo anterior hace humano el fenómeno, lo iguala con otras áreas de la actividad. Sin embargo, la literatura, la escritura, siempre se torna crítica de su momento y de las grandes injusticias y dice argumentos de verdad aunque sus situaciones puedan ser imaginarias. Por ejemplo, un oscuro médico de pueblo, Mariano Azuela, supo decir ya en 1914 que la Revolución Mexicana era en realidad una bola donde los ideales estaban lejanos y el espíritu de transformación ausente y donde los intereses de cambio en parte se explicaban por la angustiosa situación y en parte por las ambiciones de los desplazados.
Ha sido necesario más de medio siglo para que el término Revolución Mexicana pierda el carácter de santidad y de movimiento diferente entre todos los que se produjeron en la tierra. Podríamos decir que esto se debió al culto a la personalidad de los triunfadores y más que nada de los usufructuarios del régimen posrevolucionario, pero lo que no podemos ignorar es la oportunidad e implacabilidad de la novela Los de abajo en un momento en que la lucha apenas entraba a los inicios del Constitucionalismo. La muerte de los caudillos, el arribismo de los intelectuales, la disputa por los botines, la inmediatez de los luchadores y sus carreras meteóricas sólo constatarán lo dicho en la novela de Mariano Azuela, sólo que fueron necesario muchos años para que la gran mentira decantara.
La literatura muerde en los renglones donde los sistemas olvidan al hombre. Buena parte del siglo pasado vivimos la resistencia de izquierda como una justificación de los medios por los fines. Con esto no niego los excesos de la derecha o del capitalismo que hoy más que nunca saltan a la vista, lo que afirmo es que buena parte de la intelectualidad mundial llegó a justificar la segregación, la muerte, la persecución por Razones de Estado -lo que por otra parte criticaban con brillantez en el otro bando- amparados en el edén socialista que se produciría al final de la historia, cuando el enemigo fuera aniquilado. Tal cosa no llegó. La polémica entre Jean-Paul Sartre y Albert Camus, ambos escépticos de la vida y de la libertad marcó la puta: ¿los campos de concentración soviéticos eran justificados en vista de las maniobras del enemigo? Sartre los justificaba en función de una vida futura. Para Camus era más importante la libertad.
Por fortuna lo que los escritores hacían condicionados por las circunstancias era rebasado en las obras literarias. Las obras de Kundera, de Solzhenitzin son dos ejemplos de cómo la literatura fue más allá de las disputas de escritorio o de periódico y siguió recreando las ruindades de la condición humana. El mismo Sartre nos llevó a las miserias de la posguerra, al toque de fondo después de la gran matanza y nos hizo ver que la solución estaba más allá –o a pesar- de los sistemas.
En México la escritura ha jugado ese papel ambiguo entre productor y mensaje. Juan Rulfo era una persona callada y parca para escribir –sólo dos libros-, pero supo ver el problema del campo y del hombre después de la Revolución y el grado de deshumanización y muerte que padecían. El mismo Carlos Fuentes, tan premiado, tan internacional, tan responsable de que la literatura latinoamericana se conozca en el mundo entero, tan coqueto con los regímenes, en sus novelas hace una despiadada crítica a lo que se llamó revolución mexicana.
Mi papel como escritor se inserta en esta búsqueda. Por una parte me considero heredero de esa gran tradición crítica, pero estoy sabido de que en primer lugar es necesario formarse como escritor, informarse, manejar el lenguaje primero con decoro y luego con estilo, dialogar con las formas literarias heredadas y después tratar de aportar algo a la literatura a través de la escritura. Por otro lado me sé heredero de un México que vivió ese baño de autenticidad llamado Revolución Mexicana, cuando se trataba más de un velo que de una originalidad.
En mis obras he tratado de acercarme a personajes marginales, a expresiones marginales y a situaciones no muy gratas al poder. He considerado, por ejemplo, que la vida de una costurera es digna de literaturizarse y he considerado que al escribir sobre ella doy un lugar en la literatura a personajes que de otra manera se perderían en la desmemoria.
La escritura es mi lectura de mí mismo y de la sociedad en que vivo. Me ha permitido alejarme del papel de Pip, alejarme también del bonapartismo, el héroe inmortal que todos llevamos dentro, y asumir que nuestra sociedad presenta problemas que tenemos que plantearnos, que tenemos que leer, pues sólo de esta manera podrán atenderse y resolverse. No es mi papel la solución de marginalidad o de abandono. Mi papel termina cuando un lector reconoce el problema como suyo o del grupo y está de acuerdo en que merece solucionarse y desde su posición incide en el cambio. Cuando se cumple esto, he hecho las cosas bien.

4. Las realizaciones y compromisos
La lectura y la escritura son parte de nuestra actividad cotidiana, tanto por ser alumnos o profesores o porque somos parte de un segmento de la población que vive de ellas. Todos los días hacemos uso de ellas sea en voz alta o en voz baja, sea en el papel, en el pizarrón o en la computadora.
Desde nuestra posición podemos formar lectores, escritores, estudiosos. En realidad el primer rasgo es la curiosidad y el afecto. Curiosidad porque vamos tras una presa que se nos escabulle, como se le escapa al detective el criminal. Curiosidad por saber, a partir de las novelas de Orhan Pamuk, Premio Nobel 2006, dónde queda Estambul, qué cosa es el Bósforo, qué sucede con Turquía. La simple noticia del otorgamiento de tal distinción a un turco suena rudo. Y allí voy, a saber que Estambul es lo que fue Constantinopla y que está dividido en dos y que una parte corresponde a Europa y otra a Asia. Y entonces me aclaro que para mí turco siempre ha sido sinónimo de violencia y de cierta arbitrariedad a la hora de aplicar las layes y más cuando hace cosa de 25 años vi una película que se llama “Expresso de medianoche” donde asistimos a la vida carcelaria turca o la no menos vieja “La pasión turca” donde el amante turco es misterioso y se mete con lo que se le ponga enfrente. Pero además el imperio turco siempre estuvo presente en Europa y lo mismo avanzaba hasta las goteras de Viena que se replegaba a sus posiciones, llevándose de por medio a todos los pueblos de los Balcanes. Estambul aparece aquí en Pamuk como una ciudad entrañable, con sus misterios y sus evidencias, con sus ruindades y grandezas, como cualquier ciudad nuestra.
Veamos ahora cómo Pamuk consigue que mi curiosidad se troque en afecto y admiración:
Por fin se cumplieron mis deseos y poco después volví al edificio Pamuk. Pero la idea de que en otra casa de Estambul vivía otro Orhan nunca me abandonó. Aquella fascinante idea siempre estuvo a punto para cualquier eventualidad en un rincón de mi mente fácilmente accesible durante toda mi infancia y mi primera juventud. Las noches de invierno, mientras caminaba por las calles de Estambul, se me pasaba de repente por la cabeza con un escalofrío que el otro Orhan vivía en alguna de las casas cuya luz anaranjada podía ver, en las que me imaginaba que una gente feliz y contenta llevaba una existencia tranquila, y cuyo interior intentaba vislumbrar. Según crecía, aquella idea se fue convirtiendo en una fantasía, y la fantasía en la escena de un sueño. En alguna de las pesadillas de las que me despertaba gritando me encontraba con aquel otro Orhan —siempre en otra casa— o los dos Orhan nos mirábamos en silencio con una sangre fía sorprendente y despiadada. Entonces, entre dormido y despierto, me abrazaba con más fuerza a mi almohada, a mi casa, a mi calle, al lugar en que vivía. Pero cuando me sentía desdichado, comenzaba a imaginar que iría a otra casa, a otra vida, al lugar donde vivía el otro Orhan y, de repente, empezaba a creerme un poco que yo era ese otro Orhan y me entretenía con los sueños de la felicidad. Esos sueños me hacían tan feliz que ya no sentía la necesidad de irme a otra casa.
Y llegamos a la cuestión fundamental. Desde el día en que nací, nunca he dejado las casas, las calles y los barrios en que he vivido. Sé que el hecho de que cincuenta años después siga viviendo en el edificio Pamuk (a pesar de haber resididio entretanto en otros lugares de Estambul), el mismo lugar en que mi madre me cogió en brazos y me mostró el mundo por primera vez y donde me hicieron las primeras fotos, tiene que ver con la idea del otro Orhan en otra parte de Estambul, con ese consuelo. Y también percibo que mi historia es la que me hace especial, y, por lo tanto, también a Estambul: el haber permanecido cincuenta años en el mismo lugar, incluso en la misma casa, en una época condicionada por la multitud de migraciones y por la creatividad de los emigrantes. “Sal un poco a la calle, ve a otro sitio, viaja”, me decía siempre mi madre, abatida.

Afecto que se manifiesta en el deseo por saber de los nuestros. Y entro a la página de internet de un periódico leonés, mi tierra es León, Guanajuato, y veo que la ciudad está alarmada por una enfermedad misteriosa que los aletarga y se habla de un muerto y el presidente municipal afirma simplón que no se trata de fantasmas, mientras que yo más bien pienso en esa enfermedad que se ha detectado en los hospitales leoneses donde los niños nacen con el cerebro fuera de la caja craneana y resulta que a la larga el problema es de dengue, enfermedad que yo considero de los trópicos y lugares calientes donde habita el mosquito y ojalá que mis seres queridos no sufran el piquete del mosquito y que el dengue no llegue a ser hemorrágico, porque ese si es mortal y bueno busco causas de la enfermedad, pero mejor ya no le sigo.
La tarea en torno a la lectura y la escritura deben partir de ese par donde la curiosidad, el placer y el afecto se mezclan. Seguramente podemos levantar nuestros trofeos y decir yo influí para que fulano de tal fuera escritor y ahora es premio nacional y publica libros, o zutana es ahora una científica de respeto y me recordó el otro día que odiaba la literatura, pero eso le confirmó su amor por la divulgación científica, o aquel personaje que me encontré una vez en un camión y me dijo usted me dio un premio por escribir un cuento, no he vuelto a escribir, pero el recuerdo todavía me resulta agradable. O en fin aquellos anónimos alumnos que no tienen que pedir que les lean una dirección en un pedazo de papel o solicitar angustiosa ayuda para que manejen por ellos el cajero automático.
Todo lo que se pueda hacer por lectura y escritura estará bien. Todo lo que se hace por lectura y escritura está bien. Creo que falta echar el último esfuerzo organizado y partir de un diagnóstico real y con un plan de metas.

5. Los peligros contra lectura y escritura
Se habla de pronto de la inminente desaparición del libro, de la entrada a nuevos métodos donde la tradición tendrá que buscarse su lugar en la mera historia. En realidad los medios electrónicos, los procesadores o computadoras, los nuevos lenguajes, lo único que hacen es recordarnos lo necesario que es leer. Es curioso, pero podemos hablar de un regreso a las cartas, intercambio casi perdido en décadas pasadas, a través del correo electrónico y el chateo. Es cierto que no se respeta la ortografía, que se inventan mil abreviaturas y caminos cortos, pero la expresión escrita está allí, a una velocidad insospechada.
Cuando afirmo lo anterior no pretendo tapar el sol con un dedo. Desde luego que la cultura audiovisual resulta atractiva y ha recibido un apoyo impresionante durante el siglo pasado, pero no podemos olvidar que además de que la lectura descansa en primer término en los sentidos y que estos proporcionan el primer contacto, hay informaciones que no pueden ser expresadas por la visión, sino que tienen que ser explicadas por el lenguaje, por las palabras. De la misma manera, la lectura no es una operación en donde el intelecto opera de manera independiente, puesto que está procesando con base en gusto, tacto, olfato, oído, visión. La literatura tiene esa ventaja, de proporcionarnos un universo que vamos visualizando como si fuera cine o como si fuera pantalla de televisión.
Ya pasaron los tiempos de los apocalípticos en que todo lo que pertenecía a la cultura de masas o lo no tradicional se convertían en mecanismos del poder o del diablo. Ahora estamos frente a una cultura, que como señala Armando Petrucci en el epígrafe ha sufrido modificaciones en sus medios y en sus percepciones, de tal manera que no es la mejor solución el regresar a lo tradicional, puesto que esto se empapa de lo reciente y si se presenta de manera dictatorial sólo genera el abandono y el odio. Lectura y escritura sobrevivirán, porque no son simples medios o satisfactores momentáneos, representan parte de la especie. Podría decir que buen aparte de la diferencia específica de la especie. Por otra parte, resulta paradójico hablar de crisis de los libros cuando vemos las librerías rebosantes de nuevos títulos de esoterismo, superación personal, literatura, divulgación científica y variantes que van desde libros para niños hasta tradicionales mamotretos. Después de asistir a las librerías lo único que queda es la profunda pena por la vaciedad de nuestros bolsillos, por el hecho de que un libro se compra con el salario de una semana de sueldo o de plano no alcanza a comprarse ni con los ahorros de la cooperativa.
Inalcanzables o no, lectura y escritura son instrumentos de esta comunidad que hoy me escucha y a la cual me sumo. Lectura y escritura son en apariencia inalcanzable o inabarcables en su totalidad, pero en ellas se encuentran buena parte de las soluciones a nuestros problemas y del acceso a una vida comprendida y asumida.

6. La predominancia del placer
En nuestra vida realizamos una serie de actos que no presentan utilidad, al menos en apariencia, pero que en realidad tienen la noble misión de darnos diversión, descanso, información, temor, satisfacción. Se trata del complejo mundo de nuestras necesidades espirituales. Allí incluimos desde la diversión en la casa de los espantos hasta a la asistencia a un programa musical, desde la asistencia a misa o a ceremonias religiosas hasta el masoquismo de asistir a una goliza en un partido de futbol, desde una revisión médica de rutina hasta una exposición de frascos de plásticos o productos de belleza.
Lectura y escritura solución necesidades de este tipo. Cuando tenemos un padecimiento y no queremos que se sepa, recurrimos a la lectura. Cuando tenemos algo que nos carga y nos lo explicamos nos asomamos a un texto de terror y sentimos como cuando salimos de la lucha libre. Cierta plenitud nos ha alcanzado. La escritura cumple también una función catártica, limpiadora, terapéutica. Pero más que nada, lectura y escritura representan una dimensión lúdica que nunca se debe perder. Rozamos nuestros límites allí, nos ponemos a prueba y es entonces que damos o no el salto.

La lectura: asomos a la vida

Y todos estos discursos están situados. No ocurren en la nada, en la ubicuidad o en la atemporalidad. Se dicen o escriben en un lugar y un momento determinados. Tienen a un autor, que vive y escribe y pertenece a una comunidad particular. Esta comunidad se ha desarrollado a lo largo de la historia, en un lugar concreto, y tiene una forma de ver el mundo que ninguna otra comunidad comparte. Forzosamente los discursos muestran siempre un punto de vista sesgado. No pueden representar a otras culturas, de otros lugares y épocas. Los discursos neutros, objetivos o desinteresados no existen.
Daniel Cassany, Tras las líneas, p. 55.


1. De agradecimientos y filiaciones
Quisiera empezar mi modesta intervención agradeciendo la amabilidad de las autoridades de esta institución, el Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica (CONALEP) al invitarme a participar en estos eventos tan relevantes. En especial quiero agradecer a la Maestra Beatriz Elizabeth Soto Bañuelos, por otra parte una gran y ferviente lectora, por su gentileza y por pensar que puedo decirles una o dos ideas de interés. Espero no comportarme por debajo de sus expectativas.
Debo confesarles que lo que soy se lo debo no a mi manager sino a la literatura. Gracias a ella escapé de un mundo de incertidumbres y de violencias y pude canalizar la mayoría de mis pulsiones de barrio bravo mediante la escritura y la lectura. Cuando decidí estudiar Letras para jugarme el todo por el todo, muchos de mis seres queridos pensaron que me iba a morir de hambre. Nada más lejano hasta la fecha. Escribir me ha permitido publicar 9 libros y colaborar en diversas revistas de circulación regional, nacional e internacional, escribir me ha permitido viajar y gozar de becas y apoyos económicos. Escribir me ha permitido estudiar desde la licenciatura, y hacer lo bien, hasta el doctorado y ganar algunos reconocimientos con estímulo monetario. Me ha permitido vivir decorosamente, sin apremios económicos. Escribir me ha permitido conocerme, desentrañarme en mis virtudes y mis grandes defectos y imitaciones.
Y junto a la escritura ha estado la lectura, ser un hombre informado, ya sea de noticias importantes, de los últimos chismes o de las grandes pequeñas tragedias, lector que no se deja engañar fácilmente, que conoce los vericuetos del poder y las conveniencias de los dueños del dinero. Además, tengo la fortuna de visitar mundos imaginarios, identificarme con personajes, asomarme a los grandes misterios de las familias, de nuestra sociedad y de la sociedad contemporánea. Esto ha sido a tal grado que a menudo me pregunto cuánto he dejado de vivir mi propia vida a cambio de asomarme a vidas ajenas, a recorridos extraños.
He dedicado buena parte de mi existencia a incentivar a leer y a escribir. Creo que he logrado inculcar en algunos de mis alumnos de taller literario y de preparatoria, licenciatura y maestría el gusto por la lectura y la pasión por la escritura y por la enseñanza de ambas. Algunos de ellos son hoy famosos y no quiero mencionarlos para no vivir de una gloria que no me pertenece y de una hombría de bien que sólo a ellos enaltece. Estoy seguro de que sus conocimientos sabrán trazar nuevas fronteras que aseguren las bondades de lectura y escritura.
De tal manera que, con estos antecedentes, cuanto diga aquí estará cargado, como los dados en cierto cubilete. Así que duden de lo que yo diga, porque soy juez y parte, pero tengan la certeza de que lo que aquí ponga a su disposición es producto de la honestidad, de mi recorrido por la vida, de mi visión adquirida en gran parte a través de la palabra.
Soy una especie de hombre de papel, hecho de múltiples historias, acaso lo único que puedo ofrecerles, pero allí están mis asomos a la vida, mi percepción del mundo, mi experiencia vital. No soy otra cosa y quiero prevenirlos a tiempo.
También quiero decirles que he escrito este mensaje porque me parece que es la forma en que mejor me expreso y que hago mejor. La expresión oral me torna más torpe, me atora, me hace dudar y llego a dar por conocido lo que ni siquiera he planteado, así que mejor lo preparo con tiempo.

2. Primeros ejemplos dudosos en su utilidad
En segundo lugar deseo poner tres ejemplos de dudosa utilidad a fin de relacionarlo con el tema de esta charla: la lectura. Muchas veces realizamos acciones misteriosas o contradictorias, acontecimientos que no sirven para nada, eventos de los que salimos con las manos vacías, sin recibir algo a cambio. Anticipo que con esto no quiero dar la razón a quienes piensan que sólo lo que deja dinero es útil.
Ejemplo 1. Vamos a la feria de la ciudad o de la festividad de nuestro barrio y nos subimos a los todavía llamados juegos mecánicos. Al más riesgoso, al que pone a prueba nuestra capacidad de resistencia. Digamos que a la montaña rusa o ese que nos sube en cómodos asientos hasta una altura de 20 o 30 metros y luego nos precipita de un solo empujón al vacío y se detiene a unos centímetros del suelo. Pagamos por ello una cantidad de dinero, no excesiva, pero al fin de cuentas impacta en nuestro bolsillo. Gritamos, pujamos, ponemos en tensión nuestro cuerpo, sudamos. Estrujamos al vecino o vecina. Nos dan ganas de saltar, pero no tantas porque sabemos que nos haríamos papilla. A veces juramos no volver a hacerlo o simplemente damos paso a la gritería y a la diversión, a nuestra diversión. Las preguntas son ¿pagamos por sufrir?, ¿sufrimos al gritar o gritamos porque sufrimos?, ¿cuál es la utilidad de esto?
Ejemplo 2. Voy a la lucha libre. Pago mi entrada en la taquilla del Gimnasio Marcelino González o la Arena Isabel o la Arena Coliseo. Me junto con un grupo que está decidido a defender a los rudos. Esa es la consigna. Pensemos que es la época grandiosa en que el Perro Aguayo (el padre) no es más rudo y es ahora muy técnico y bueno y viene a defender la plaza zacatecana tan nuestra de las marrullerías de los más temibles rudos. El papel no es fácil y más cuando con nuestro apoyo los rudos ganan la primera caída al héroe de Nochistlán. El ambiente se tensa y comienza la reacción de la gente en apoyo al paisano, a los técnicos y contra los rudos y esa pandilla de latosos que entre el público los apoya. Llego a temer por mi seguridad, pues la gente empezó a vernos primero divertida, como una curiosidad chistosa y necesaria, pero una vez que están abajo sus defendidos tornan su mirada en agresiva y empiezan a lanzar objetos y líquidos contra los agresores del orden. Por fin, después de sangre obtenida con fichas ocultas y colmillos de rudos y multitud de veces que el Perro Aguayo está contra la lona logra hacer una llave maestra y vence al capitán de los rudos. Ya no para nada ni nadie a los técnicos y nuestro apoyo se hace pequeño frente al griterío mayoritario de la gente. ¿Hemos pagado por la derrota?, ¿sufrimos por la derrota de los nuestros, sean rudos o técnicos y llegamos a la agresividad cuando los sentimos en peligro?, ¿cuál es la utilidad de esto?
Ejemplo 3. Insisten que vaya al médico. Yo me siento bien y temo que el galeno me vaya a decir que todo está mal dentro de mi aparente salud. Además me advierten que deberé ir la próxima semana al dentista. Después de una larga antesala, el doctor me atiende, me hace numerosas preguntas, toma mi peso, mi presión, mi nivel de azúcar, examina mi boca, mis dientes, ojos, oídos, nariz, garganta, el color de mi piel, mi caja torácica, piernas, mis signos vitales. Me dice está usted bien, mas debe cuidar su alimentación, hacer ejercicio, evitar el tabaco y el alcohol, las malpasadas. ¿Hemos pagado o perdido el tiempo estando bien?, ¿sufrimos cuando estamos sanos? ¿cuál es la utilidad de esta visita médica?

3. En busca de la utilidad de la lectura
Algo parecido ocurre con la lectura, nuestro tema. Compramos una revista, un libro o recibimos una publicidad al caminar por las calles del centro histórico o bien nuestros equipos electrónicos o de cómputo vienen acompañados de tremendos instructivos. En el primero y en el segundo caso hemos desembolsado dinero para obtener algo que a veces no leemos o que después de leído deambula por nuestra casa o entre mis haberes. En el tercer caso la vida es todavía más efímera, pues no es extraño que tiremos los volantes en el siguiente contenedor de basura sin siquiera examinarlos o que hagamos avioncitos o bolas de papel para molestar al vecino. En el último caso suele ganar el ánimo práctico y las habilidades adquiridas y los manuales se suelen consultar sólo cuando el armado no nos resultó o cuando tenemos dudas sobre tal o cual sofisticada función. El instructivo está incluido en el precio final, así que también cuesta.
El rodeo que he dado para llegar a la lectura parecería plantear más escepticismo que buen ánimo, más cancelación de puertas que apertura, más quejas que logros. No es el caso. He querido plantear que muchos de nuestros actos se presentan como contradictorios o paradójicos y que su utilidad no salta a la vista. Está oculta. Pero yo soy un optimista, creo que todo lo que he ejemplificado representa una salida al mundo de nuestras necesidades. Es decir, estamos frente a satisfactores y por lo tanto frente a actos útiles, a veces mucho más útiles de lo que parecen. Estoy hablando de la satisfacción de las necesidades espirituales o mentales: reírse, emocionarse, asustarse, imaginar lo que pudiera pasar.
Cuando subimos a la rueda de la fortuna estamos conociendo nuestros límites y nuestras debilidades frente a lo desconocido. Estamos haciendo proyecciones de nuestras capacidades frente al miedo y frente a condiciones anormales y extremas. Tal vez algún día tendremos que echar mano de ellas y nos pueden salvar la vida. Cuando nos divertimos en el miedo o en el terror, no se trata de un apetito malsano, de trata de hacer visible nuestra interioridad y de divertirnos ante lo desconocido.
Cuando vamos a la lucha libre sabemos que es un espectáculo con muchos de los movimientos maliciosamente calculados. Sabemos que se juega con los límites entre buenos y malos y damos rienda suelta a la agresividad y a la violencia en otros, pero somos los espectadores los que desfogamos energía con nuestro apoyo o con nuestro rechazo. Conjuramos la violencia con la violencia allí representada y satisfacemos nuestra necesidad de soltar tensiones acumuladas, fracasos en el fondo de nuestro día recargado de obligaciones. Hecho esto, podemos ofertar nuestra estado de pacifistas.
Cuando vamos al médico como actividad preventiva, estamos adelantando el velo de lo que viene y la sociedad mexicana apenas se entera de que después de los 40 años empiezan las enfermedades crónico degenerativas. La juventud nos torna soberbios y vemos lejanas la muerte y la enfermedad, pero por desgracia cada vez es más notorio el padecimiento de diabetes, hipertensión, cáncer y sida. La prevención es invertir para tener una madurez y una vejez sanas.
Cuando leemos tenemos acceso a información muy necesaria, que va desde cómo armar un juguete o una herramienta hasta adquirir conocimientos de punta en el mundo de la ciencia y del arte. La lectura es un mundo de palabras que es por fortuna ayudado por una mente muy fraguada en la imagen y muy auxiliada por ella, a grado tal que se ha llegado a decir que la imagen puede sustituir a la palabra.
No hay tal sustitución. Todos los sentidos se manifiestan de manera diferente. La imagen, el ojo, es en estos momentos la más atractiva y fácil de seguir. Pero el olfato, el tacto, el oído, el gusto, son partes de nuestro cuerpo que nos brindan información, que nos dan una lectura de las condiciones del entorno. Si no estoy mal informado en un evento posterior verán El perfume, la película, basada en la novela de Patrick Süskind, allí podrán internarse en un mundo donde predomina el olfato.
¿Y qué necesidades satisface la lectura? Las más variadas. En días pasados veía en el periódico local que más de la mitad del territorio de Villahermosa, Tabasco, estaba cubierto por las aguas del río Grijlava. Recuerdo haber estado hace más de dos décadas en aquella ciudad y haber comido en unas instalaciones para jóvenes en el malecón del río. Me parece imposible que esas apacibles aguas hayan reconocido sus viejos cauces y cubierto todo lo que fue su original territorio en otros tiempos. Acudí a internet para saber el recorrido del río y de su vecino el Usumacinta, el otro gigante que cruza la llanura tabasqueña. Leí y me ilustré sobre el nacimiento de ambos caudales en territorio chiapaneco aunque el mapa muestra raíces en territorio guatemalteco que no son consignadas. Me quedé con la duda. Pero la duda mayor es ver en un mapa que el río Usumacinta no desemboca en el Golfo de México, sino que como por arte de magia desaparece. Allí me he quedado en la indagatoria y pretendo en los días siguientes desentrañar si se trata de un error de trazo, si efectivamente se pierde en alguna laguna o si se ramifica. No lo sé aún. El sentido común me dice que tal caudal tan inmenso debe salir a aguas del Golfo, pero necesito la evidencia y debo recurrir a la lectura atenta de las versiones.
La lectura en periódicos y revistas nos proporciona información actualizada de lo que sucede en el mundo, en nuestra vida. Aun cuando se comienza como en un juego, toda lectura es interminable, nos lleva a nuevas cosas. La semana pasada compré un libro que se llama Gomorra, del italiano Roberto Saviano. El título tiene que ver con la ciudad mítica castigada por sus numerosos vicios. En este caso en particular se refiere a la camorra. Como ustedes saben para nosotros camorra es pleito, bulla agresiva, bravata. En realidad de trata de la mafia napolitana, de amplia historia desde el siglo XIX. Se trata de los grupos que, además, en la actualidad se encargan en Nápoles lo mismo del intercambio de mercancía china y de su introducción a Europa, que del tráfico de drogas, de estupefacientes y de control de negocios y establecimientos de todo tipo. Se da el caso de que la camorra llega a controlar la gran moda y las grandes marcas, de tal modo que un pobre obrero napolitano o de esa zona puede ver que su trabajo de 600 euros al mes se ve traducido en una pieza única de alta costura exactamente ajustada en la persona de Angelina Jolie en la entrega del Oscar.
El libro de Roberto Saviano nos acerca a una realidad que no es muy lejana a la nuestra, en donde en las últimas décadas el mundo del narcotráfico, de las maquiladoras, de la corrupción ha seguido avanzando a pesar de que el régimen cambió de manos. Y lo mismo podemos encontrar unos tenis o zapatos deportivos de la mejor marca en Tepito o en la fayuca de la Díaz Ordaz que la fabricación del mejor vestido de boda con telas europeas en La Lagunilla o un cargamento de drogas en las carreteras de Zacatecas.
La lectura más sencilla apela a nuestro interior. Sea la invitación a una noche disco en un anuncio pegado en la ruta 3, sea la recompensa por regresar un cachorro perdido en el Parque Arroyo de la Plata o los rostros de delincuentes boletinados por la PGR en los pasillos de la Central Camionera o en algún pilar de cualquier banco de la localidad. Hay referentes que están cercanos a nosotros en cuanto a si conocemos el local de la disco, o si tenemos un perro parecido al extraviado o a si esos rostros nos resultan familiares. No es raro que alguno de esos elementos se queden en nuestra memoria y, de pronto, en la soledad de la noche tratemos de localizar su origen cuando emergen mucho más claros que en el momento en que los vimos. Y cuántas de las veces se han acercado a nosotros personas con un papel que no pueden decodificar porque son analfabetas y que recurren a nosotros para que les expliquemos su contenido o que sufren si no los auxilian en el cajero automático. En ese momento nos damos cuenta de la importancia de saber leer y de tener una información que nos permita explicarnos el contenido.
Lecturas más especializadas nos permiten acceder a mundos en continuo movimiento como el de la computación o los juegos electrónicos. También podemos acceder a cuestiones sofisticadas como el desarrollo de las ciencias duras, como el destino del universo o cuestionamiento sobre las teorías recientes sobre el origen. Incluso podemos seguir el rumbo en torno a enfermedades o a padecimientos extraños en tiempos en que se suponía que la ciencia había exorcizado los males en el ser humano.
Por ejemplo, me entero que hay una enfermedad que sólo se manifiesta a través de los niños recién nacidos. Nacen con el cerebro fuera de la caja craneana. Terrible, digo y ustedes estarán de acuerdo conmigo. Sólo que la causa no la encontramos en aspectos sobrenaturales ni en extraños designios genéticos. La explicación está muy cerca y se refiere a mujeres u hombres que están en contacto, sea por el trabajo o por la cercanía de desagües, con sustancias tóxicas como ácidos. Pongo por caso el de la ciudad de León, donde los curtidores tiran los desechos al drenaje común y estos pasan junto a casas de pobladores lejanas a las tenerías. También se da entre los trabajadores de estas fábricas. Algo destruye en el producto humano, de tal modo que cuando los hijos nacen hay muy poco qué hacer en las instituciones de salud o en el llamado seguro popular. Se dio el caso de la hija de un político neopanista, heredero de curtidurías cuya hija tuvo este mal. Su situación le permitió llevarla a Houston, a Canadá y cuanto lugar le indicaron. Algo pudieron hacer por la criatura. No es loque ocurre en la mayoría de estos casos que ni siquiera se conocen, porque los regímenes en turno no pueden darse el lujo de que la población ponga en duda las bondades de la industrialización. Caso similares se dieron en Ciudad Juárez y al igual que los expedientes de mujeres asesinadas fueron enviados al archivo muerto.
La lectura es una expresión del lenguaje. Es también una competencia y está articulada al pensamiento. Nuestro cerebro ha evolucionado gracias al lenguaje y la oralidad ha recibido un gran desarrollo a través de la escritura. De allí que el cerebro y el pensamiento tengan una manifestación de su alto desarrollo en la escritura y la lectura. Se consolida así un círculo virtuoso. Sólo a partir del desarrollo de estas competencias es que nuestra especie ha puesto diferencias importantes con las otras especies. La escritura es la memoria del hombre y la lectura es la divulgación de esa memoria y la seguridad de su permanencia. Pero la escritura y la lectura aportan al pensamiento, consolidan su desarrollo y mejoran su calidad.

4. La lectura literaria
Hablemos ahora un poco de la lectura de obras literarias. Debo decirles que al contrario de lo que muchos piensan, la lectura literaria es la que representa mayor grado de dificultad. Llega a ser tan difícil como la lectura de ciencias exactas por su alto grado de decodificación. ¿Por qué? Porque la literatura es un sistema secundario, es decir, sobre el lenguaje ordinario se construye un nuevo lenguaje, con reglas propias. Las palabras ordinarias, pertenecientes al habla culta o al habla popular, se alejan de su significado y construyen un nuevo sentido y un universo de palabras.
De tal manera que personajes como el Quijote o el Periquillo Sarniento o Ana Karenina o Pito Pérez llegan de la imaginación a insertarse en la realidad. Lo mismo puede decirse de lugares que no existen y que los escritores han hecho famosos, como Comala, Yoknapatawpha, Santa María y Macondo. Personajes y lugares dan tal apariencia de realidad que uno los ve y toma partido por ellos. Es el caso también de una novela como Cumbres borrascosas, donde el lugar es árido y lleno de vientos y de nieve y en ese hosco escenario se lleva a cabo la historia romántica por excelencia: el amor imposible del niño pobre y maltratado que tiene que salir de su tierra para enriquecerse y cuando regresa ya no encuentra lo que deseaba, pues se ha corrompido y sólo le queda combatir al miedo y a la injusticia con su propia violencia. Y todo es contado por una ama de llaves que ha sobrevivido a los personajes y cuenta su versión a un visitante. Aparece pues otro elemento de la obra literaria que es el punto de vista, la posibilidad de que quien cuente esté equivocada o quiera mentirnos intencionalmente. Con esto, la lectura literaria nos dice que no hay verdades absolutas y que el relativismo, con lo que esto representa se ha impuesto.
De los géneros literarios modernos: narrativa, poesía y ensayo, la segunda es la más difícil y el primero es el más popular en nuestros tiempos. El ensayo está prácticamente en todos las ciencias y es un puente entre la literatura y los otros campos del saber. Decía que la novela es la más popular, al grado de que los dos escritores de habla hispana más reconocidos han cultivado la narración. Hablo de dos hombres a quienes separan 4 siglos: Miguel de Cervantes Saavedra y Gabriel García Márquez. Desde luego, a éste todavía le falta por purgar la prueba de los años, pero lo que ha vivido en vida es digno de resaltarse.
La literatura es la expresión más alta de una lengua y de un pueblo. Es la literatura la que da estatus a una cultura. Toda lengua que se respete trasciende a través de la literatura. El español se hizo extraña al latín y se autonomizó, se popularizó entre los habitantes de la península ibérica, quienes la incorporaron a su vida y a sus intercambios. Pero fueron los escritores del Siglo de Oro lo que le dieron el mayor grado de arrojo y de plasticidad, la hicieron literaria y amplia y plena. No fue sólo Cervantes, fueron también Quevedo, Gógora, Ruiz de Alarcón, Tirso de Molina, Lope de Vega, Calderón de la Barca, Garcilaso, Fray Luis de León, Fray Luis de Granada, Santa Teresa de Jesús y muchos otros. Concluyamos algo: a la lengua la hacen los hablantes, pero son los literatos los que la perfeccionan y la dejan como testimonio en su mayor grandeza y estética.
En la actualidad, el español goza de una especie de nuevo Siglo de Oro a través de la literatura escrita en América, el enorme territorio que colonizó España durante 3 siglos. Escritores como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Agustín Yáñez, Ernesto Sabato, Fernando del Paso, Octavio Paz, han rebelado al mundo la originalidad, la razón de ser, de nuestro continente a partir de sus grandezas y de sus miserias. Pero todo esto a través de un español de gran factura. Nosotros, habitantes del siglo XXI tenemos oportunidad de incorporarnos a este gran movimiento en donde no todo está dicho y en donde las experiencias de nuestras comunidades están por saberse y difundirse.
La literatura ha servido para testimoniar el mundo en que el autor vive, de allí que mucha de la literatura de habla española se convierta en testimonio de las insatisfacciones de la gente frente al poder y frente a los poderosos. La injusticia es la gran constante. Y esta injusticia a veces no tiene una explicación tan clara o con raíces sociológicas y se relaciona más bien con las limitaciones de la especie, con la imposibilidad de detener la muerte o con el ensañamiento natural contra los más débiles.
Quiero compartir con ustedes, un poco al azar, tres lecturas que trato de relacionar con los primeros ejemplos de esta intervención.
Ejemplo 1. A. En la “Vendetta”, cuento de Guy de Maupassant, francés del siglo XIX, una mujer recibe el cuerpo de su hijo, asesinado a traición y la desvalida viuda jura ante el cadáver, a pesar de su vejez y de su debilidad, la vendetta, la venganza. Se dedica a entrenar a su perra vivaracha. Construye un monigote y le amarra un pedazo de morcilla. Pone a pan y agua a su perra Vivaracha durtante días. Después, a una señal, la lanza sobre el cuello del monigote y la premia con un pedazo de embutido. Cuando considera que es el día adecuado, va a la iglesia, comulga y lleva a su perra al lugar donde se esconde el asesino. A su señal la perra se lanza sobre el cuello del delincuente y lo aniquila. Esa noche, la viuda duerme tranquila.
B. En “El crimen de Bonifacio”, también de Guy de Maupassant, Bonifacio es cartero. Un día, en la campiña se acerca a una de las casas deshabitadas y escucha quejidos. Muy asustado, va la población a denunciar el crimen que en el campo se ha cometido, lo que provoca una gran movilización que termina en carcajadas y burlas al tontón o malicioso de Bonifacio cuando la autoridad comunica al cartero que no se ha enterado de que en la casa de los espantos ahora vive una pareja joven que recién ha contraído matrimonio.
Ejemplo 2. En un capítulo de Sobre héroes y tumbas, extraordinaria novela del argentino Ernesto Sabato, en plenas guerras intestinas del siglo XIX, enfrentados los dos bandos políticos partidarios de la federación o del centralismo se dedican a acumular victorias y derrotas en un eterno combate que no parece tener ni fin ni finalidad. Uno de los generales más importantes es derrotado y cae en combate. La turba le corta la cabeza y se dedica a pasear por la ciudad con ella como trofeo. En el colmo de la apoteosis o de la miseria, van a tocar a la puerta de la casa del héroe derrotado y cuando abre la hija arrojan la cabeza sin respeto ni misericordia. La muchacha lo recoge y lo guarda durante años en uno de los cajones de su cómoda.
Ejemplo 3. Fernando del Paso, escritor mexicano, escribió la novela Noticias del Imperio. En ella relata la locura de Carlota, la emperatriz y las vaivenes del Imperio de Maximiliano y de su contrincante, nuestro personaje inolvidable, Benito Juárez. No es una novela fácil, ya que se refiere a uno de los episodios tristes de nuestra historia, período en el cual algunos mexicanos vieron la solución a nuestros problemas ofreciendo la conducción del país a un príncipe extranjero, sin contar con la resistencia de un indio zapoteco que encabezó la más digna de las resistencias frente a tamaño agravio. No queda duda de qué lado estamos en esto, pero lo que la novela de Del Paso logra es enterarnos o convencernos o restregarnos en la cara ante nuestra resistencia a que esos dos personajes europeos forman parte, queramos o no, de nuestra historia. Hay momentos en que llegamos a compadecernos de la soledad de Maximiliano, abandonado por sus antiguos aliados y por sus familiares. La que yo quiero recalcar aquí es que la voz de Carlota, quien sobrevivió hasta una cuarta parte del siglo XX, está fincada desde la locura, desde esa enfermedad llamada locura. El padecimiento la ha alcanzado, pero esa condición le permite analizar descarnadamente los acontecimientos de los que pasaron de victimarios a víctimas. Se cumple el viejo adagio de que los locos dicen la verdad.
Al igual que en las diversiones del espíritu, estamos frente a cosas que nos atraen y nos repelen, que nos magnetizan, como esa cuarto misterioso que tememos pero al que queremos entrar. El hombre busca asustarse en la lectura, acercarse a mecanismos de violencia individual y social, a conocer la enfermedad que es la antesala de la muerte. La lectura nos permite entrar a un mundo donde la palabra se erige en paralelo de la vida y es tal su virtud que podemos asistir a la muerte, la única experiencia que es intransferible, porque aun el nacimiento puede ser imaginado a partir de esas caídas vertiginosas que se dan en las primeras etapas del sueño. La muerte puede ser nombrada y vivida en el mundo de palabras de la literatura. En la lectura literaria asistimos a nuestros grandes miedos, a nuestros grandes retos, a nuestros grandes misterios. La literatura no es moral por naturaleza, pero si lo puede ser en su desentrañamiento por parte del lector. De allí que los cuentos para niños sean característicos por su rudeza: matan a la bruja, la meten viva en un tonel con clavos, la avientan desde el cerro más alto. Eso le permite al lector asistir a lo que tememos, a lo que nos puede desbordar como especie. De allí que la literatura funcione como un regulador, como un drenaje en que se exorcizan las grandes pasiones humanas. No es una invitación al mal. Es una invitación a conocerse en los casos límite, como al subirse a la rueda de la fortuna, como al asistir a la lucha libre, como al recibir un dictamen médico. Es el hombre que además de sentidas necesidades materiales, tiene urgente necesidad de satisfacer sus necesidades espirituales. Al hacer esto, el hombre sigue tomando distancia de las otras especies y sigue tomando distancia de sí mismo y así lucha por corregir los excesos. El hombre es el único animal que ríe, conoce, degusta, hace el amor, imagina su mundo a favor y en contra.

5. Los peligros de la lectura
Se dice, y con esto concluyo, que la lectura está condenada a desaparecer y con ella el libro. Se dice que el cine, que la internet, que la televisión, que los juegos electrónicos o maquinitas le darán el tiro de gracia. No estoy de acuerdo. El único peligro real para la lectura radica en la pobreza, en el hecho de que una revista cueste por lo menos 20 pesos y un libro importado llegue a cotizarse en 500 o más pesos. Otro peligro radica en la ignorancia de nuestros dirigentes, quienes confunden el protagonismo con la cultura y llegan a ostentar sus flaquezas como si se tratara de verdaderos valores.
La lectura estará presente mientras los lenguajes científicos diversos tengan que explicarse por la lengua o el idioma de la nuestras comunidades. Los manuales de computación, sean de programas operativos o de paquetes de programas de procesamiento de texto hablan de esta necesidad de leer las diversas modalidades y secretos de los nuevos lenguajes.
La lectura estará presente mientras tengamos necesidad de informarnos, de ampliar nuestros datos y de profundizar en los conocimientos.
Y también la literatura tiene asegurada su vida y su vigencia. Los problemas de la vida contemporánea tienen allí un ámbito que les permitirá la denuncia y la llevada de experiencias de otras comunidades.
Quien lea y quien escriba siempre será peligroso mientras el estado de cosas no mejore o la sociedad no se transforme. El temor está en el manejo de la información, en la pregunta ante versiones encontradas, en la constante de cosas que se esconden y encubren. Eso es lo peligroso, de allí la necesidad de invertir un poco de nuestro tiempo es esto que no nos deja algo en las manos, que en apariencia sólo gasta nuestro tiempo, pero que nos permite satisfacer la necesidad de curiosidad, de conocimiento, de diversión. Por ejemplo, el terrible y censurable episodio de las torres gemelas de Nueva York adquiere otro cariz cuando conocemos los nexos de negocios entre las familias Bush y Bin Laden o nos permiten indignarnos cuando sabemos del interés de los Estados Unidos por el avance de la infraestructura nuclear en Irán que emboza el interés del coloso del norte por el petróleo. O, más cerca aún, enterarnos de que la droga que se produce en América Latina tiene su razón de ser en el consumo interno de Estados Unidos, pero ¿dónde están los grandes capos de la droga en Estados Unidos?, ¿por qué no los retratan o los volantean para que sean apreciados? Ahora resulta que América Latina es la gran corruptora de los jóvenes norteamericanos.
Sin embargo, aquí no se trata de amargarse la vida, al contrario, el conocimiento nos libera de muchos complejos de culpa y pecados ajenos. La lectura a la que no podemos renunciar es a la que nos permite descifrar los enigmas más cercanos a la vida, los que nos permiten tomar el pulso a la realidad, relacionarnos con el amigo, amar a la pareja, a los seres queridos y al prójimo. Es esta capacidad de leer la que se ve beneficiada con los otros tipos de lectura. Sólo de esta manera podremos pasar de un asomarse a la vida a una vida plena.

viernes, 7 de septiembre de 2007


Julieta Campos

recién me enterado de la muerte de Julieta Campos. Qué pena. Recuerdo su novela "Tiene los cabellos rojizos y se llama Sabina", mi zozobra, la incertidumbre ante su lectura, mi poca certeza ante su ejercicio. La leí y realmente nunca estuve seguro de ello. Ahora que me dicen que ha muerto, tampoco estoy seguro de ello y buscaré ansioso nuevamente la lectura para negar que eso haya ocurrido.





La pasión y la escritura

La pasión y la escritura
Alejandro García


1 f. Acción de *padecer. ¤ (gralm. con mayúsc.) No se usa corrientemente más que aplicado a la de *Jesucristo.
[…]
5 *Sentimiento, estado de ánimo o inclinación muy violentos, que perturban el ánimo; como el amor vehemente, el odio, la ira, los celos o un vicio.
[…]
8 *Arbitrariedad o *parcialidad; falta de ecuanimidad. Ô Apasionamiento.
9 Por oposición a «*acción», estado de la cosa sobre la que se ejecuta una acción, a diferencia del estado del sujeto que la realiza.
Diccionario de uso del español

Escribo, aunque esto no quiere decir que me masturbo. Escribo y esto quiere decir: me saco un peso de encima. Me psicoanalizo. Me vacío. Escribo y esto quiere decir: ven para que te diga qué lindo es vivir. Creer en la realidad del mundo y amarla. Escribo y esto quiere decir: el sacrificio vale la pena por ti, por mí, por todos. Escribo y esto quiere decir: tengo un padre que ha muerto, pero que vive por mí, porque yo vivo en él. Y la idea, la idea... Pero esto basta. Afuera llueve y luego el sol ilumina el edificio en toda la grandeza de su finitud. Escribo y esto quiere decir: ya no tengo necesidad de píldoras: los obreros con las vigas, los obreros bajo la cruz, de los cuales me siento tan próximo con mi pobre salario, ellos, de los cuales estoy tan cerca y a los cuales no me puedo acercar…
Vassilis Vassilikos


1
Quizá tendría qué empezar por decir que la escritura en nuestras sociedades es un acto de masoquismo. Pese a las ventajas y a las adquisiciones infraestructurales, pese al gran capital cultural de la literatura latinoamericana en particular y de la literatura occidental en general.
Porque quién puede negar que el arte latinoamericano ha hecho lo que no han podido hacer la ciencia y la tecnología de nuestros espacios: Gabriela Mistral, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Octavio Paz, han hecho en el terreno de los blasones lo que en otros espacios de la actividad humana han restringido las grandes potencias, bajo custodia por Razones de Estado. Y junto a ellos están Rubén Darío, Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Julio Cortázar, Vicente Huidobro, Nicanor Parra, José Donoso, Augusto Roa Bastos, Juan Carlos Onetti, Alejo Carpentier, José Lezama Lima, Guillermo Cabrera Infante, Ramón López Velarde, José Gorostiza, Juan Rulfo, Carlos Fuentes, Fernando del Paso, José María Arguedas, Mario Vargas Llosa. ¿Y quién puede negar las aportaciones a la lengua de las literaturas nacionales europeas: Dante, Petrarca, Boccaccio, Shakespeare, Milton, Rabelais, Montaigne, Corneille, Racine, Cervantes, Góngora, Quevedo, Goethe, Novalis, Tolstoi y Dostoievski? Son los escritores, quienes con el proceso creativo, la escritura, han consolidado la lengua, la han hecho plástica y literaria, la han llevado a sus límites y han logrado un patrimonio que dignifica al género humano y lo llama a autoexaminarse como especie. Como grupo social y como individuo.
A pesar de lo anterior, el ejercicio de la escritura es un oficio que viene desde atrás. No sólo a contracorriente de la práctica lingüística, debido a los altos niveles de analfabetismo real y funcional, a la reducción del idioma a un conjunto de órdenes y ausencia de alternativas expresivas de individualidad, sino también debido a la incapacidad económica de la población de acceder al mundo del libro (siempre muy por encima de los salarios mínimos o del ingreso promedio de la población).
El mercado editorial es una enorme pirámide en la que muy pocos pueden presumir de la cúspide. Y para nadie es una sorpresa que ante la inaccesabilidad a grandes editoriales o la falta de condiciones económicas que propicien el consumo de libros, el Estado se convierte en el gran subsidiador de buena parte de la industria editorial de los países subdesarrollados.
El sueño de ser un Gabriel García Márquez con sus ventas por miles en 1967 a raíz de la publicación de Cien años de soledad es impensable sin acontecimientos históricos que aviven la lectura (Cuba y la crisis de los misiles) y sin un grupo de acompañantes que den la lucha en el campo (la generación del Boom), pero sobre todo sin una infraestructura editorial y otras actividades (catálogo, revistas, críticos, presentaciones, instituciones educativas), que da la vuelta a la oferta y cambia de ojos cuando se agotan las posibilidades de un mercado identificado.
El sueño de ser un Salman Rushdie, entre el mundo cultural subdesarrollado de la India y la Inglaterra cosmopolita de fines del siglo veinte, con millones de ejemplares en manos de los lectores tiene su aspecto macabro y su lado real maravilloso en la imposibilidad de este autor de salir a la calle, perseguido por la maldición de los ayatolas, pero se convierte en una posibilidad estrecha y remota.
La crisis de la novela europea permitió la sustitución de autores y una variación geopolítica, en la lectura al menos (de Europa y Estados Unidos pasó a América Latina y África y Asia), que después han venido a ocupar los ingleses (incluyendo a pakistaníes, escoceses, japoneses), los hindúes, los españoles postfranquistas, sin que se pierda una cierta consistencia de las literaturas europeas y de la norteamericana (tan poderosa que se recicla y se reacomoda a sí misma sin perder la figura).
En este ámbito tan darwinista, tan agresivo contra la cultura, el escritor sufre la aventura del espermatozoide en pos de la fecundación. En algunos casos sólo se pide el reconocimiento; en otros, pelea por trepar dentro de la pirámide y allí los caminos se tornan múltiples frente al requerimiento editorial, frente al requerimiento institucional, frente a las exigencias del campo literario, que tendrían que ser las más interesantes, ya que llevarían a una modificación, a una ampliación positiva de éste.
Ese masoquismo de la escritura permite a su ejecutante una marginalidad frente al mundo de la producción. La cultura se convierte en un escaparate para regímenes políticos, pero a la vez se convierte en un ejercicio que es una caja de resonancia de la realidad social. De allí la filiación del escritor de francotirador o de poeta maldito. El escritor crece en la soledad de un contexto agresivo de por sí, agresivo desde su realidad de hablante, agresivo desde su insularidad.
Pese a esta entrada pesimista, tendré que decir que ante todo la escritura es un acto de configuración. Sea el genio o sea la razón fría, tiene que haber un sometimiento, y suena tremendo, al proceso de hechura. Todo genio se somete a las leyes de mercado y sólo en ellas puede emerger o bien tendrá que dormir el sueño de los justos hasta que su inserción se haga posible por el que rastrea producciones ocultas.
Gustave Flaubert es el gran modelo de escritor aún hoy. Monótono o de medio tono, en su obra se siente el ennui de que ha hablado George Steiner en el periodo que va de la derrota de Napoleón a la Primera Guerra Mundial, periodo que se ha ufanado en los manuales burgueses como el periodo de crecimiento del capitalismo y que Steiner ha develado en su valor deforestador de la condición humana, una vez que se había defenestrado al héroe y se le había anclado a la nueva corporación.
Flaubert nos enseña el valor del estilo, del tallado de la pieza, de su correspondencia entre lenguaje y realidad en franco contrapunto con la realidad que se impone o que se pretende sea percibida por el habitante de su tiempo y por el espectador de la Historia. Oculto entre las fanfarrias del escritor genio a la manera de Victor Hugo, Flaubert cala las posibilidades del lenguaje dentro de la obra, somete a las palabras a su nueva realidad lingüística, al universo que se fragua.
Pierre Bourdieu ha señalado la notable aportación de Flaubert al campo literario, no sólo despejando el terreno de otras disciplinas y depositando en el ejercicio estilístico el centro axial de la escritura, sino en su brutal acercamiento a la realidad de la fragua del escritor en La educación sentimental.

Hay que tener presente por una parte la correspondencia que Flaubert establece entre las formas de amor y las formas de amor por el arte que se están inventando, más o menos en misma época, y en el mismo mundo, el de la bohemia y los artistas, y por otra la relación de inversión que enfrenta el mundo del arte puro con el mundo de los negocios. El juego del arte es, desde el punto de vista de los negocios, un juego de “quien pierde gana”. En ese mundo económico invertido no cabe conquistar el dinero, los honores (el propio Flaubert decía: “los honores deshonran”), las mujeres legítimas o ilegítimas, resumiendo, todos los símbolos del éxito mundano, éxito en el mundo y éxito en este mundo, sin comprometer la propia salvación en el más allá. (p. 47)

En Madame Bovary el escritor nos ha llevado de la mano al mundo de ennui de la protagonista. Su monotonía es abrumadora. La coronación del individuo, lema de la época, se ha tornado triste y el comportamiento del genio ha devenido en actuar insomne cuando no cataléptico. El mundo de la modernidad ha muerto casi en el origen y el sistema engendrado somete a los individuos y les impide incluso la capacidad de soñar o de evadirse. La estructura es el Frankestein y el individuo sólo es la placa de comisario.
En La educación sentimental es el mundo del artista el que se nos muestra, los intentos por instaurar un campo literario que sea sometido a la religión, a la política, a las ciencias sociales, a la historia en boga. Es el escritor el que produce una obra que se rige por sus propias reglas y que se inserta en una tradición literaria y con ella lucha. Es el escritor el que tiene que optar por un mercado y por las posibilidades que se le ofrecen. Optar entre una editorial comercial que lo corone en éxito u optar por una editorial de corto alcance que lo catapulte a ser un escritor de culto o bien un marginal incorregible o bien un don nadie.
Después de Flaubert Francia conocerá el máximo esplendor del escritor, la plena autonomía del campo literario que espero haya llegado para no irse jamás, en Emile Zola, quien logra desde su presencia como literato que el sistema judicial francés revise y revire en el caso Dreyfus e instaurará una célebre presencia en el terreno de lo público que tal vez tendrá su mayor riesgo en Jean-Paul Sartre y el protagonismo del intelectual.
La zanahoria es al conejo lo que la fama al escritor en una carrera de galgos. La fama es efímera y tiene sus niveles y suele convertirse más en un pretexto que es cosa leve en los largos alientos. Pero la pasión está allí, en el animalito evolucionado para correr la legua.


2
¿Cuál es la relación de las pasiones del escritor con el texto que escribe? En las sesiones de su célebre taller literario, Miguel Donoso Pareja decía que la peor poesía amorosa suele ser la que se escribe cuando se está enamorado. Jaime Sabines contaba que para escribir su memorable poema sobre la muerte de su padre tuvo que guardar un respiro y una distancia con respecto a drama tan intenso y tan íntimo.
Es lugar común considerar que hay una relación directa, casi exacta, entre pasión del autor y pasión del texto. La imaginación nos lleva a hacer una identificación inmediata entre texto y vida y podemos, en el colmo de la simplicidad, atribuir a un autor que construye personajes femeninos tendencias homosexuales.
José Stalin, famoso por su temperamento ladino, helado y calculador, alguna vez condenó a un autor a que se publicara su obra con un tiraje de dos ejemplares: uno para el escritor y otro para su enamorada. No le faltaba razón, aunque hablar de razón con Stalin suene grosero. Y es que el legado de Flaubert es implacable. Si el autor quiere manifestar su pasión y tornar en cómplice al lector tiene que idear una estrategia y ésta depende de su fragua del lenguaje. Lo podemos ver como una traducción o como un timo. Como una traducción, porque al pasar de código a código pierde eficacia, timo, porque el gran escritor esconde sus cartas y sacrifica pasiones inmediatas en pos de otras de mayor calado. Por lo demás, el autor suele caer en cierto protagonismo que sólo abona a la ambigüedad. Juan Rulfo afirmaba que escribía historias que le contaba un tío y que cuando éste murió pues ya no tuvo qué contar, aunque también llegó a comentar que el manuscrito de Pedro Páramo se le había caído, que las hojas se habían dispersado por el suelo y que tal como lo rearmó lo llevó a la editorial. En el fondo lo que nos dice Rulfo es que la pasión ni se crea ni se pierde, sólo se transforma.
Quisiera detenerme un poco a propósito de una gran novela publicada en Grecia en 1966, hace justamente 40 años, y cuya versión castellana signó editorial Sudamericana, en Buenos Aires, en 1970. Z, de Vassilis Vassilikos (Kavala, 1933).
Noche del 22 de mayo de 1963, Salónica, Grecia. El diputado Grigoris Lambrakis, Z (socialista, izquierdista moderado, médico filántropo —donaba su dieta al partido y atendía a pacientes de bajos recursos—, profesor universitario, atleta que apenas unos días antes realizó —él solo— el Marathon por la paz) fue asesinado por miembros de un grupo de choque de ribetes nacionalsocialistas en cínico contubernio con las autoridades policiales, quienes se encargaron de entrampar a los manifestantes y dejaron en libertad absoluta a los agresores. El crimen se quiso disfrazar de accidente vial: un triciclo motorizado embistió a Z al salir de un acto político; al mismo tiempo recibió un golpe en la cabeza, después el vehículo pasó sobre su cuerpo; sin embargo, durante toda la reunión del grupo pacifista Los amigos de la Paz, los asistentes fueron objeto de agresiones físicas y verbales. El mismo Lambrakis había recibido ya un golpe en la cabeza al ingresar al edificio en que se realizaría el mitin. Los agresores eran hombres rústicos, violentos, comprometidos con las autoridades y que, justo es decirlo, profesaban un rabioso anticomunismo. Lambrakis murió en el hospital a consecuencia de la fractura cerebral ocasionada por el golpe de una macana, aunque llegó en estado vegetativo.
400,000 griegos acompañaron a Z al cementerio y en días posteriores aparecieron en los muros gigantescas zetas (él vive). El escándalo fue mayúsculo, pero nunca se castigó a los verdaderos responsables y durante el proceso se introdujeron todas las anomalías y protecciones necesarias para impedir el castigo de los autores intelectuales del asesinato.
El texto no tiene referencia alguna a la escritura. Consta de dos partes esenciales: una constituida por secuencias desde diversos ángulos que van llevando al escenario y al momento del asesinato y que después de un paréntesis regresa con las vicisitudes del proceso y las consecuencias sociales del crimen y otra (el paréntesis) que es la voz de la viuda, acompañando al cadáver de Lambrakis en el tren que lo regresa a su destino final.
Más allá de los deslumbres políticos o de las simpatías ideológicas, la novela presenta un relato conmovedor de la mujer sola, quizás a la manera de la viuda de Héctor ante la ausencia del cuerpo insepulto. Hay ciertamente un país escindido, así lo confirman las voces de los actores, pero hay una autoridad que es juez y parte, una autoridad que alienta el uso de la violencia y de las armas y que esconde la mano.
Hemos regresado al país de origen de Occidente, hemos sabido que Lambrakis era un hombre sano, corredor de fondo, metido a los asuntos de la democracia con buena fe. El desenlace es terrible, es visto como el mildiú comunista, él que es ajeno a los sistemas, Y aprovechan un mitín para agredirlo, cachiporra en mano. Sí es probable que él no se lo explicara, si pudiera planteárselo, pero no le dan tiempo, mucho menos lo puede hacer la viuda, en trance, fuera del tiempo y de la historia. Ante el requerimiento de una anciana, el silencio. Dice la voz del narrador:

Tuvo que volver a bajar un momento para ver mejor a una vieja vestida de negro que se lanzaba desde el seno de la multitud arrancándose los cabellos como una loca y gritaba en el momento que lo bajaban a la fosa:
—¡Despierta, Z, te esperamos, despierta!
Grito que conmovió a la multitud, pues la vieja, con esas sencillas palabras, había expresado lo que un pueblo entero sentía en ese preciso instante. Y el alma suspiró sabiendo que el voto de la vieja, tal como lo había formulado en su ingenuidad, no podía realizarse, pues el cuerpo no estaba dormido, estaba figurado, deformado, había perdido sus cimientos, la casa llegaba a su demolición total. (pp. 208-209)

Z está considerada como una de las mejores novelas de tema político del siglo pasado. Esto se debe a que Vassilikos expone el caso Lambrakis, denuncia aquel acto de barbarie, pero envuelve el testimonio con reflexiones profundas sobre la esencia y el estado de la condición humana: actividad política y muerte, individuo y poder autoritario, ignorancia y abuso del poder, fanatismo y libertad, amor y muerte. La contradicción al interior de un país que busca profundizarse por parte de los grupos en el poder y que en lugar de diálogo y reconocimiento buscan la aniquilación y el sometimiento a ciegas del otro.
La estructura es laberíntica, no obstante, los hechos resultan claros, aqui lo importante es la perspectiva, el cómo se enriquece el drama al superponer puntos de vista diferentes e incluso contradictorios. En algunos momentos —sobre todo en la primera parte— me recuerda mucho a Crónica de una muerte anunciada —posterior novela de Gabriel García Márquez—, ya que en ambas se conoce el desenlace, pero en cada recodo del camino se espesa la intriga y se continúa con la lectura.
En Z se imponen dos líneas discursivas: informaciones sobre el caso Lambrakis y monólogos (un intenso narrador que casi se sospecha testigo, la voz interior en vida de Z, el alma de Z, la esposa y otros personajes). Esta combinación de monólogos y de intervenciones dialogadas de otras presencias le da a la novela un cariz polifónico. Frente a la objetividad —siempre relativa— de lo sucedido, se alza la rebeldía contra lo ignominioso de la muerte involuntaria (brutal). Dice el narrador:

Lo mismo ocurría con el cuerpo cuyo estertor profundo acompañaba, como un bajo la angustia de los médicos. Éstos eran numerosos, algunos venían del extranjero. De Hungría, de Alemania, de Bélgica. Nada podían. Les asombraba ver el organismo todavía vivo cuando todos los centros estaban afectados. El organismo se negaba a admitir su muerte. Era demasiado pronto para morir. El cuerpo sin cabeza mantenía su existencia propia. Ahora ha aceptado su muerte. Se encamina, apaciguado, hacia la tumba. (p. 194).

Afirma el alma:

Cuerpo amado, cuerpo adulado, en los estadios como en el fuego, cuerpo que seguía siendo mío en el seno de la alienación más terrible, si por lo menos pudiera tenerte junto a mí una noche más, después te permitiría que me abandonaras. ¡Pero he sido expulsada tan de repente! Nunca hubiera imaginado que otro pudiese poseerte. ¿Y ahora? ¡Tus manos, sólo tus manos, y ese estremecimiento, c´mo echo de menos todo eso! Estoy tan sola sin ti (p. 204)

Monologa la viuda:

“Me faltas terriblemente. Ya no tengo gusto por nada. Y aunque no puedas estar cerca de mí —todos hablan de ti y en cualquier diario que abra veo tu nombre—, a pesar de eso, nunca nunca he estado tan sola, únicamente tu presencia humana podría convencerme de que no te has convertido en un fantasma en la imaginación de los otros y de que no les sirves para proyectar en ti sus represiones” (p. 308)

Por último, el escepticismo y la disolución, primero, de uno de los pocos testigos que igualmente ha sido víctima de agresión física y cuya dimensión política cede ante el drama:

“Pierdo tu cara, pensaba” Piruchas. Poco a poco tu cara se borra en las células de mi cerebro, mientras que otras caras nuevas vienen a añadirse a tu silueta querida. ¿Qué será de mí? Lentamente te desvaneces. Sólo brillan todavía tus ojos en las tinieblas que te envuelven. (p. 296).

Y segundo el testimonio de Hatzis, que oscila entre héroe y víctima gratuita, al ser el que brinca al triciclo y provoca que los agresores materiales sean descubiertos y que es alcanzado por el poder y termina preso por difamación:

Hatzis se preguntaba cómo el mismo Papandreu el año anterior, cuando era todavía líder de la oposición, había estigmatizado la prohibición de la marcha y este año, ya en el poder, la condenaba de antemano al fracaso. ¿Cómo había podido, cuando la muerte de Z, denunciar el crimen y tratar al gobierno de “bárbaro”, de “gobierno de sangre”, y este año no podía, no digamos honrar a z, pero por lo menos callarse ante la misma sangre? (p. 397).

Vassilis Vassilikos aborda el tema político enriqueciéndolo con una visión integral —en sus niveles individual, sentimental, social, etcétera— del hombre.
Hasta aquí todo podría caber en el apartado de la literatura y no tendría qué ver con la escritura dentro de la obra. Sin embargo, si leemos Diario de Z, del mismo autor, llegamos a la segunda opción. Un autor que en su diario anota que está atrapado por el alcohol, que tiene un año sin escribir aunque está muy interesado por el escándalo Lambrakis. La desesperanza es total, el color del relato derrumba a cualquier lector. Aparece su padre, residente en Australia y del desencuentro se llega a una reapreciación:

Sin saber que esa sería la última vez, me intrigó la insistencia con la que me miraba y me conmoví. Una lágrima humedeció entonces sus ojos sin que el párpado se moviera. Y su mirada quedó así, pegada a la mía, límpida, monocorde, cargada de toda la profundidad del amor […] Yo había movilizado a mis amigos y conocidos para librarme de la vieja deuda que tenía con él para calmar mis remordimientos. Pero durante todo ese tiempo en que el taxi no podía salir —se esperaba a un danés que no tenía a nadie que lo despidiera—, faltas, deberes, remordimientos, volvieron a la superficie, surgieron de la oscura caverna donde habían vivido hasta entonces tan tranquilos, antes que los descubrieran los antiguos trágicos y Freud, y una lágrima detrás de los anteojos oscuros que llevaba para ocultar mi emoción me traicionó al rodar por mi mejilla. Ello no cambió en nada la mirada que mi madre había mantenido sobre mí: neutra, tenaz, estúpida, en cierto modo hosca. (pp. 32 y 35)

Diario de Z no es acerca del caso Lambrakis, no aporta pruebas o documentos que permitan adentrarse en lo político o en la construcción de la novela en esta tesitura, no explicita los vericuetos del caso real e histórico, sino que reseña un viaje íntimo, habla de las vicisitudes del escritor ayuno del oficio, que quiere escribir sobre los sucesos de mayo del 63 que lo indignan y lo llaman a literaturizarlos, al mismo tiempo que se reencuentra con su padre (residente en Australia y con varias décadas sin pisar suelo patrio) quien morirá apenas unos meses después de la visita: se concluye: lo recuperará perdiéndolo. Diario de Z es un rito de iniciación: permite al niño adquirir mayoría de edad, permite al izquierdista, al escritor comprometido destrabar ese ayuno y llevar mediante la palabra el agobio sobre el cuerpo al agobio sobre el lector. La pérdida del padre se iguala en el drama con la muerte de Lambrakis.
Ese paralelo entre Lambrakis y el padre —drama personal, lo que píerde y drama social, lo que cree— será el motor que mueva las páginas más intensas de Z. Quizás por eso la novela es tan obsesiva, tan laberíntica, tan intensa. La pasión política se disuelve en el dolor particular, en la pérdida o acaso será mejor decir que se arropa en él. La muerte, ese túnel oscuro que no perdona, sienta sus reales:

La noticia de la muerte de mi padre me llegó después del golpe de Estado de julio. Lo lloré muchas noches, oyendo la música que más le gustaba: las buzukia de Kazandzidis. Pero no llevé luto. El duelo que sentía en el alma lo ponía en mi proyecto más querido: escribir la muerte de Lambrakis (p. 169).

Vassilikos confiesa aquí muchas cosas que complementan a la obra de ficción, pero que, de haber sido insertadas en ella, hubieran empobrecido el todo y renuncia a elaborar una novela que comunique su estado de infertilidad y su maltratada relación hijo-padre .
El caso Lambrakis es uno más de los incidentes que prolongan el desgarramiento de Grecia desde los años de la Segunda Guerra Mundial. Todavía en 1963 eran muchos los griegos presos por motivos políticos, ya fueran acusados de colaborar con los nazis o de guerrilleros comunistas, todavía en esos años los griegos habían tenido que realizar su diáspora por Europa y por tierras ignotas, abonando por la vía de la emigración al transterramiento a causa de los genocidios y de la pobreza extrema.
El caso Z mostró también la gran cantidad de antisemitas, anticomunistas y germanófilos que se incorporaron a la administración pública y organizaron grupos de choque contra el “mildiu” ideológico: los rojos. Lo grave es que Grigoris Lambrakis no era un radical ni un fanático, se trataba de un hombre de buena voluntad (de ésos que a veces estorban en el redondel político), un hombre carismático que con sus intenciones de sustraer a Grecia como base militar norteamericana y luchar por la paz mundial, amenazaba con alterar la correlación de fuerzas.
Lo grave es que el señor Vassilikos tuvo que optar por Australia ante la falta de alternativas.
Lo grave es que el escritor tiene que purgar sus pasiones en un mundo que se presenta injusto y despiadado.
¿Por qué hablar de un libro que apareció hace casi cuatro décadas en nuestro idioma? Confieso que he tomado para lo aquí expuesto ideas y líneas de una reseña publicada por mí en 1988. La obra de Vassilikos reaparece en mí y señala rumbos.
Primero, porque es un bajel perdido, un libro que pese a su calidad no ha sido muy conocido y vive acaso el sueño del que estoy seguro resurgirá.
Segundo, porque es tal vez el mejor ejemplo de literatura política con un alto nivel estético, lo que lo aleja de las llamadas letras de emergencia.
Tercero, porque en nuestro país están ocurriendo cosas que tienden a agravar la polarización y porque se observa la tendencia a ser juez y parte, la tentación a eliminar al adversario y al pensamiento diferente amparados en el tinglado legaloide y en la “decencia”.
Cuarto, porque si bien es cierto que Costa Gavras realizó una película de culto a raíz de este hecho y de esta obra también es cierto que años después se difundió la película Eleni, basada en el libro del mismo nombre, de Nicholas Gage. El filme es bueno en su realización y logrado en el asunto que trata. No la considero tan buena en su interrelación ideológica con los espectadores, ya que parcializa un conflicto y aprovecha la rabia del espectador por la injusticia vista, para echar toda la culpa a los comunistas, sin mostrar los excesos propios de todos los bandos en una guerra civil. Pero lo que agudizó mi sorpresa y provocó mi desconfianza fue descubrir el libro, impreso en México, Kosmos editorial. Para colmo, cada ejemplar se vendía a fines de 1987 a la sospechosísima cantidad de dos mil pesos. Por último, el libro muestra la siguiente leyenda: “Mi madre ejecutada por la guerrilla comunista griega... y mi venganza”. El libro no es comparable a ninguno de los dos de Vassilikos objeto de estas líneas, permanece en el terreno de la propaganda anticomunista. No es una obra literaria. Sin embargo, entra de lleno en las agresiones al pensamiento de izquierda. Esto sucede, mientras libros como Z son difíciles de conseguir y además bastante caros. Vassilis Vassilikos no oculta sus ideas de izquierda (tampoco lo ha hecho Costa-Gavras), pero sus obras muestran una realidad compleja, sujeta a la crítica, nunca maniquea, nunca legitimadora del abuso del poder, al que muestra con toda su desnudez y cinismo sin ponerle color y nos otorga el beneficio de la duda, llave de la crítica y vacuna contra el fanatismo.
Quinto, lo que le da interés a este ejemplo es cómo la escritura de Z toma cuerpo a partir del reencuentro con el padre. Éste regresa a Australia y muere de cáncer a los pocos meses. El alcohol y la cruda de escritura que no habían podido librar el caso Lambrakis se resuelve por la vía afectiva: la pérdida y el reencuentro. Reencuentro con su padre, reencuentro con la escritura. Lo curioso es que la novela no tiene nada que ver con el padre. Se refiere a un hecho histórico de Grecia, un tema difícil que pudo ser coptado por una literatura de combate. Es posible sostener que la escritura se corporiza a partir de la pérdida. Pero en lugar de caer al dolor chillón, a la queja, neutraliza así lo político con lo íntimo y cauteriza la herida interior con la objetivación de lo político, así el relato adquiere un equilibrio asombroso, una obra que no deja de llamarnos. ¿En qué medida Vassilikos piensa en su contradictoria visión del padre, ahora recuperado, mientras la viuda acompaña al cadáver?

Mi padre y yo estábamos en pie de guerra incesante, tratando de ver quién humillaba más al otro, y yo sabía que el único medio que tenía para contrariarlo era el de pedir prestado a sus amigos y pescar en la caja del negocio algunos dólares y cigarrilos […] Si hay alguna cosa que no puedo sacarme de la cabeza, si hay algo que ha hundido su punta en lo más profundo de mí y que se ha grabado hasta la médula, son esos diez minutos en que me quedé sentado al lado de mi padre enfermo, la última vez que lo vi, cuando le acaricié la mano, su mano puesta a prueba por los platos que fregaba y los “sándwiches heroicos”, como los llamaba en otra época (pp. 107 y 105)

Nunca te he conocido. ¡Qué voluptuosidad perderse! ¡Qué alivio! Antes, quizá. No. Eres tú el que me ha traicionado, cuerpo rebelde. Has sido el primero en abandonarme y en dejarme sin casa. Tuve que hacerme puta y olvidarte en este burdel de la Osa Mayor. Te he olvidado porque lo merecías. Me has traicionado. Me has traicionado. Te he perdido y me he perdido. No te conozco. (p. 212)

Los lectores entramos al campo del dolor, vemos en su real dimensión esa tragedia del hombre sano frente a las aberraciones de la ideología. Y el cuerpo sufre, como ese cadáver trasmite dolor a la viuda, como ese cadáver en la literatura sin rostro, que bien pudiera ser el del padre de Vassilis Vassilikos.
Así, el misterio, la pasión de la escritura, su cuerpo toma forma a partir de los más disímiles orígenes. Oculta el referente, nos presenta un escudo al morbo y al chisme. El dolor del cuerpo y el dolor del alma construyen la obra, densifican el discurso y se trasmiten al lector que se siente avasallado, maravillado, por esa fuerza.
Diario de Z termina siendo al final de cuentas una obra que escapa a su creador. Se puede leer como una novela y es independiente de Z. Allí está el timo de que hablaba hace unos minutos. Puede y parece exigir ser traicionado. En él radica la pasión de la escritura, el fuego de la pasión contenida y militante que se hace palabra escrita, que levanta un universo que explica otro universo, pero que sobre todo se explica a sí misma sin necesidad de quien lo escribe.

3
Quisiera terminar esta intervención con una referencia personal en dos sentidos. El primero es mi profesión de fe en Gustave Flaubert y en el campo literario. Que lo que se escribe pase por la construcción del lenguaje ordinario a una nueva fase, que desde allí convenza, que desde allí sea mundo propio.
Hace 3 años apareció mi novela Cris Cris, Cri Cri, en ella trato de acercarme a la voz y a las acciones de una mujer trabajadora, con numerosas pérdidas vitales, pero con un alto sentido del optimismo. Debo confesar que es la historia de mi madre. Pensé en Flaubert todo el tiempo y pensé en Vassilikos y en sus dos obras. El estilo fue mi guía y su inserción en mi visión del campo literario. El drama familiar se convirtió en reto lingüístico y de construcción y en tarea política.El melodrama huyó del lado de Memín Pinguín y se hizo novela, literatura. Escapó. Había que llevar la situación insignficante a universo literario, había que arrancar el llamado lenguaje marginal de su origen y levantarlo, se permitirá el exceso, a la altura del arte.
El resultado ha sido en términos personales un exorcismo. Salieron de mí ciertos demonios, los arranqué de mi fondo. Y construí una estructura donde las diversas voces fueron arrebatando el predominio de una voz y fueron dando paso a otras ópticas. Así se calmó la pasión o se transformó en muchas fuerzas. Así, con ese arrebato, se pasó de la solemnidad a la fiesta, a cierto carnaval lingüístico y vital.
Mi pasión por la escritura había sufrido un duro castigo, un proceso de desgaste que a veces me dejaba exhausto. Ver el fluir de eso que ya no era mío en la letra impresa me ha regresado la pasión y me ha permitido intentar nuevos retos. Saber de las transformaciones de la pasión, no de zanahorias, es un ajuste de cuentas siempre necesario en el escritor.