domingo, 17 de junio de 2012

El Talayote: sentidos, diálogo y memoria


]Efemérides y saldos[


El Talayote: sentidos, dialogo, memoria
Alejandro García


A ratos me parecía la de siempre, la que llegaba a la casa trayéndome un regalo, y a ratos me parecía la nueva Belén que la noche anterior había desanudado el nudo que mi mamá traía en el corazón.
Mirtila García Alvarado


He decodificado Cuentos de El Talayote (Instituto Zacatecano de Cultura Ramón López Velarde/ CONACULTA, 247 pp.) de acuerdo al orden de seducción de los textos, a lo que tienen de singular y de literario: los sentidos.
El olfato (“El chichimeca”): “Empecé a  notar el olor de su cuerpo, el olor a tierra mojada que iba desapareciendo en el breñal. Me di cuenta de que yo no iba oliendo, sino bebiendo gustosamente su olor”.
La vista (“Palita”): “para que no me viera Asmodeo. Cuando yo salía a la cocina o al patio era porqué él no estaba en la casa; no quería exponerme a su mirada de cuchillo filoso”.
El tacto (“La niña  tapada”): “se formó una plasta chiclosa con un hoyo negro en el centro. Petre le dijo a mi mamá que no me bañara, porque aún tenía los trasudores de la fiebre”.
El gusto (“La Cuerva”): “Le dio por enviarme bebida. […] Me mandaba el tequila que para acompañar los chiles rellenos, que el brandy para el desempance, o que el mezcal para el disgusto”.
¿Qué sentido está a punto de colapsarse o navega ya en la pérdida y la buena lectura hace posible su desocupación, su pérdida de estrés, de automatismo?
Después la lectura concientiza el diálogo. Siempre las narradoras de este libro le han estado hablando a alguien, pero a partir de “Belén” la inserción de voces es más notoria. En los primeros relatos siempre quedará la duda de si existen los interlocutores; se siente que la locución va más dirigida a un lector, de allí la importancia de los sentidos para escapar a una estructura común. La abuela inserta su reclamo al hijo siempre violento, después inválido y por último colgado en la casa materna, mecido por el viento que conoció de sus fechorías.
En “Belén” el diálogo salva, saca la ponzoña del alma, la culpa ajena, acaso la nostalgia del maltrato; en “El Mazacuate” no hay resignación, el mal de un hijo no tiene explicación en la memoria de su madre, tampoco su suicidio.
El mejor ejemplo en donde la memoria se vive a través de los sentidos y donde el diálogo se da en múltiples dimensiones está en “El Mimí”: “bañó al gato con agua tibia, lo enjabonó y lo secó, luego lo puso en la cama y se bañó frente a él. Nosotros la espiábamos por la ventana de su cuarto […] Cuando se sentó a secarse con la toalla, el gato se le subió a las piernas, le pasó la cola entre sus senos y le acarició los pezones con la nariz húmeda. Mi mamá se rió, solo una vez, cortito; luego su rubor rosa le subió a la cara y se quedó quieta un largo rato, muy pensativa. Algunas veces la habíamos visto acostarse boca arriba y ponerse unas gotas de leche en el hueco del ombligo. El Mimí saltaba entonces a la cama y se ponía a lamer con lengüetazas rápidos que la hacían reír. Otras veces, dejaba resbalar la leche desde el ombligo a su concha, y el Mimí se ponía a lamerle despacio, con su lengüita rasposa, mientras la cara de mi mamá se transtornaba”. El diálogo está en la soledad  de la madre que busca desplegarse, en la soledad de hermanos solidarios en el voyeurismo, en la visión igualmente voyeurista del pasado y en la fiebre desatada en el lector que habrá de confrontar sus penas después de leer.
Queda el asunto de la memoria. Estas ocho mujeres quieren hablar, contar, explicar, vivir, sentir, ser felices. La vida es dura, sólo se puede traer en la memoria y en la palabra.
Cuentos de El Talayote es expresión de la memoria, el hablar de la vida. “María Inés” es el extremo, el marco desde el cual se funda el territorio, el edén subvertido. Es el texto más riesgoso, el más sumido en la historia. Lo hace desde la orilla de la historia, desde el infamado floresmagonismo, desde el sueño inalcanzable, pero lo hace y con eso amenaza con dejarse tragar por la historia. Lo bueno es que aparecen ciertamente la loca de la casa y la factura de la mano que lo mismo es acariciada por la flor que derrotada por la espina.
Se va así del fuego de los 5 sentidos, pasando por el intercambio de voces y palabras, al registro del tiempo arrebatado. Habrá quien, como yo, prefiera los primeros textos, siga la literaturización del habla popular; habrá quien acuda a la zona mitificada, mirtilesca desde hoy, de El Talayote, sus habitantes, sus fronteras, sus orígenes libertarios, sus enconos regresivos.