lunes, 7 de mayo de 2012

Epidemias: la criminal persecución de niños inocentes

]Efemérides y saldos[


Epidemias: la criminal persecución de niños inocentes
Alejandro García

Némesis. (…) (Indignación, venganza divina) que en la tragedia griega evoca la justicia que sobreviene fatalmente al héroe en castigo de su error (…) consistente en haberse excedido en sus atribuciones, o en el orgullo o obstinación () en persistir en su propósito a pesar de las advertencias para que desista de su empeño.
Demetrio Estébanez Calderón

El “Aidós” se siente en los actos propios. La “némesis”, ante los actos ajenos, o es lo que uno se imagina que provoca en los demás con los propios errores, como lo sería  el “¡qué dirán!” que impide huir al combatiente acobardado.
Alfonso Reyes




Para quienes hicimos la primaria en los últimos años 60 y primeros 70 era común el que hubiera varios condiscípulos con muletas o piezas de metal en las piernas o en los brazos. Eran los sobrevivientes de la poliomielitis. Se nos solía amenazar con ese castigo si no accedíamos pacífica e inescandalosamente a las vacunas. Después vinieron los años del fervor revolucionario en que se habló de la erradicación de casi todas las enfermedades epidémicas hasta que el SIDA y el AH1N1 nos regresaron a la realidad. Probablemente muchos de los niños de estos años recordarán con el tiempo los casos en que una gripe llevó a la tumba a alguien cercano o padeció el azote de VIH o sus consecuencias.
Némesis de Philip Roth (México, 2011, Mondadori, 209 pp.) narrativiza la epidemia de poliomielitis en Newark, Nueva Jersey en 1941, en plena llegada de los Estados Unidos a la Segunda Guerra Mundial. Bucky Cantor es un instructor de deportes en el barrio judío y es capaz de repeler una agresión de jóvenes italianos que se dedican a escupir el piso a fin de que se propague la polio y el temor que conlleva. Bucky los enfrenta, los ahuyenta y hace equipo con sus pupilos para que puedan limpiar esos esputos. Se impone también al temor de sus alumnos a un posible contagio.
Cuando una epidemia avanza, lo principal es la cantidad de enfermos y de muertos. Con el tiempo lo será  también la cantidad de testimonios sobre el daño. Al igual que en el proceso de enfermedad se suceden una serie de preguntas y creencias a falta de una autoridad científica que explique a cabalidad lo que sucede. Ante una ciencia que calla, la autoridad gubernamental suele dar bandazos de ciego y exhibir su temor y su ignorancia.
La polio ya había dañado en 1916 (27,000 casos y 6, 000 muertos en el NE de los EU) y en 1941 también fue terrible. La enfermedad no se había detenido y llegó a escalones donde el pavor amenaza. Una epidemia toma chivos expiatorios en figuras públicas, con ello contribuye a fijar su invencibilidad entre la masa: “Franklin Delano Roosevelt, la víctima más famosa de polio, contrajo la enfermedad cuando era un vigoroso hombre de treinta nueve años; a partir de entonces tuvieron que sostenerle para que pudiera caminar y, aún así, debía llevar unas pesadas abrasaderas de acero y cuero desde las caderas hasta los pies sin las que no hubiera podido mantenerse erguido”.
Sus acompañantes empiezan a enfermar de polio. Bucky Cantor resiste el avance de las enfermedad y los daños colaterales, sabe que la calma es esencial para sobrevivir, pero es tentado por Marcia Steinberg, quien el propone un lugar en un campamento. Titubea, pero al fin acepta y al mismo tiempo da el paso de pedir la mano de la muchacha. El futuro se le dibuja hermoso dentro de la emergencia que se fortifica.  
Con su entusiasmo connatural, llegará al campamento y muy pronto se dará un inicial caso de polio y entonces Cantor se sentirá el portador de la Némesis, bien como venganza a los excesos ajenos, bien por su arrojo castigado. Acaso se trate del díos ciego, acaso se trate de la suerte, el asunto es que la tragedia lo ha alcanzado. Pide unos análisis para saber si es portador. El campamento tiene que cerrar sus puertas y los muchachos regresados a casa, la Arcadia ha terminado por arruinarse.
Muchos años después el narrador de esta novela, también víctima, aunque menor de la enfermedad en su versión 1944, habrá de contar el encuentro con el señor Cantor, quien finalmente fue enterado de que era portador del mal y sufrió los daños propios: se deshará de su futuro y se dedicará a purgar la tragedia que le ha tocado vivir, exigirá a Marcia que se vaya de su vida y asumirá que él era el portador de la enfermedad en Indian Hill por lo menos o acaso el castigo de ese dios que un buen día se puso colérico y fuera de sí, escenario donde lo mismo caben los dioses griegos que los vengativos dioses únicos:
“Su concepto de Dios era el de un ser omnipotente no constituido por la unión de tres personas en una divinidad, como en el cristianismo, sino de dos: un jodido enfermo y un genio maligno”


Muros fronterizos


]Efemérides y saldos[


Muros fronterizos
Alejandro García

Bastardo no es el que no conoce a su padre, sino el que no conoce sus referencias. De todas las ovejas negras, es la más patética y la que menos se merece que la lloren.
Yasmina Khadra


No es fácil reseñar este libro, está rodeado de luchas políticas y discursivas. Desde 1948 en que se propuso la división del Mandato Británico de Palestina en dos Estados e Israel se proclamó independiente y peleó con los árabes por el territorio, el problema palestino se ha convertido en un continuo vaivén de muertos y heridos, con la diferencia de que Israel  parece tener la sartén por el mango.
La escritura tampoco ha sido un ejercicio fácil para Yasmina Khadra, no una mujer, sino Mohammed Moulesseoul, ex comandante del ejército argelino. Cuando dio a conocer su identidad provocó un escándalo y lo que se veía como la denuncia de una mujer valiente, pasó a ser el acto cobarde de un hombre que mordía la mano del amo. También ha sido controvertido el hecho de que escriba en francés, la lengua colonizadora. Sus novelas, críticas de los integrismos musulmanes en el poder, han levantado opiniones encontradas. Los acontecimientos de los últimos meses parecen dar la razón a Khadra; sin embargo, el exilio ha sido su camino, primero en México y ahora en Francia.
El atentado (Madrid, 2007, Alianza, 271 pp) está enclavado en la tormenta entre israelíes y palestinos. Tel Aviv. El doctor Amín Jaafari, después de una terrible explosión, pasa el día atendiendo a las víctimas de un atentado. En un restaurante un kamikaze ha producido 19 muertos, 4 amputaciones, 33 heridos en condición crítica, 40 que se han ido a sus casas, dice un informante. El paquete incluye a un grupo de escolares. Pasadas las 10 de la noche, después de soportar algunos retenes, llega a su casa y encuentra que su mujer no ha regresado de Kafr Kanna, a donde ha ido a visitar a su abuela. El cansancio lo vence. Horas después es despertado por el inspector Naveed, amigo suyo. Urge se presente en el hospital. No se trata de una cirugía de urgencia. Amín tiene que identificar el cadáver de su esposa. Ha sido quien se ha sacrificado por la causa palestina o agredido al pueblo israelí.
Afloran las desventajas de Amín quien, igual que su esposa (¿qué la llevó a esa decisión si parecía feliz?, ¿dónde surgió ese muro fronterizo?) es palestino nacionalizado israelí. Tiene que enfrentarse a la pena, al desconcierto, él está seguro de que ella estuvo en la hora y en el lugar equivocados, y resistir los interrogatorios judiciales y las agresiones y segregaciones de quienes se sienten traicionados y lo ven como agente del enemigo, a él que goza de mayores privilegios que muchos judíos.
Amín, acompañado de su colega Kim y de discreta protección de Naveed, sus dos ángeles guardianes, emprende la búsqueda de la señal que no entendió. Reconstruye. Una carta que vino de Belén, donde ella confiesa su razón. No se resigna, busca los elementos que rodean el misterio y que empiezan a dar luz. Recuerda palabras: “¿Por qué estás triste, amor mío?”, le pregunté. “No me gusta dejarte solo, cielo”, me confesó. “Tres días pasan pronto”, le dije. “Para mí, es una eternidad”, me contestó” (p. 181). Encuentra una fotografía de ella con el primo Adel, el silencioso enrolador. Llega a Jerusalén, emprende las primeras escaramuzas en Belén. Lo llevarán del rechazo a la violencia franca cuando se acerca a la mezquita y al imán. Es éste el que lo tipifica como una oveja negra.
También irá a Yenín, a buscar el secreto, en parte mordido por lo celos. La explicación siempre es dura, al margen del romance, el llamado de la patria, la afirmación de una felicidad no compartida: Un islamista es un militante político. Su única ambición es instauran un Estado teocrático en su país y gozar plenamente de su soberanía y de su independencia… Nosotros no somos islamistas o integristas (…) Somos hijos de un pueblo expoliado y  humillado que luchan con los medios de que disponen para recuperar su patria y su dignidad, ni más ni menos (pp. 168-169).
En esa ciudad asediada, ya de por sí del otro lado del muro, el que construyen los israelíes, no sólo estará muy cerca de la muerte, sino que se dará cuenta de que siempre hubo una frontera entre él y Sihem.
Amín regresa al origen, pasa unos días en vida tribal, con el patriarca, pero Wisam condujo un coche bomba contra un puesto israelí y en represalia el complejo familiar es destruido.
Amín abre y cierra la novela con la reseña de un atentado contra un jeque. Allí muere. Así cierra el círculo y los dos bandos han ejercido violencia contra su otra mitad, hito versus hito.