sábado, 13 de julio de 2013

La caricia del ángel

]Efemérides y saldos[


La caricia del ángel
Alejandro García

Él era el único hombre en el mundo que había sido abrazado por un ángel. Volvió a sentir aquellas alas, que ahora la mujer no tenía, estrechando su cuerpo, mientras ella le practicaba el masaje, mejor dicho, por efecto del masaje.
Cees Nooteboom


Publicado en 2006, Perdido el paraíso (Barcelona, 2010, Debolsillo/ Siruela, 159 pp), es un buen libro para iniciar el contacto con la obra narrativa del holandés Cees Nooteboom. La novela presenta una serie de intertextualidades con El paraíso perdido de Milton, con la figura del ángel de Walter Benjamin y con el cuadro de Paul Klee Angelus Novus comentado por el mismo filósofo alemán, quien según entiendo también fue propietario del lienzo. También hay alusiones a otros artistas que han tematizado a estos seres cercanos a la corte celestial, pero que han jugado un papel variable en el proceso de desdivinización a partir de la Modernidad.
La obra consta de una advertencia, un epígrafe de Benjamin, un “Prólogo”, “Primera parte”, “Segunda parte” y “Epílogo”. Cierra con un fragmento de El paraíso perdido de John Milton, aunque una vez que el “Epílogo” ha cerrado con la datación espacio-temporal de la escritura: “Ámsterdam, febrero de 2003. Es Consell, San Luis, 26 de agosto de 2004”.
El núcleo de la novela se encuentra en las dos partes. En la primera, Alma y Almut viajan a Australia a tratar de establecer contacto con el mundo de los aborígenes. Alma ha sufrido una violación múltiple después de incursionar en la favela de Paraisópolis, en Sao Paolo, Brasil. En Australia se va adentrando en otras realidades que no son las que ella conoce acerca de ese mundo que busca y que ha sido producto de sus búsquedas como lectora. Combinando sus ahorros con algunas ganancias como masajista llega a mantener relaciones con un artista nativo, con quien topa  en hueso en cuanto a conocimiento. Él no puede traicionar a su grupo, ni llevarla ante él. Ella no puede entregarse porque esa capacidad le ha sido perturbada por la posesión violenta de su carne.
Yo estoy aquí para librarme de mis demonios. Él está aquí para follarme. Creo yo. Eso es al menos lo que hemos hecho estos últimos días. Una semana, me dijo; no puede estar más conmigo. Tiene que regresar a su mob. El mob, así llaman aquí al clan. No me ha querido decir dónde está su mob. En algún lugar del outback, de esa infinita extensión despoblada de Australia. No tengo ni idea de lo que pasa por su cabeza. Quizá sea él quien me está engañando a mí. Aunque ¿puede mentir alguien que apenas habla?

En la segunda, Erik Zondag, un prestigioso y polémico crítico literario holandés va a un festival a Australia. En él, asistirán a un espectáculo, inspirado en El paraíso perdido en que ellos deberán buscar a los ángeles. Éstos serán caracterizados por jóvenes contratados para cumplir ese papel y que no deberán moverse o hablar con los visitantes. Erik será cautivado por un ángel encarnado por una muchacha con aspecto de chico, Alma, un ángel que está metido en un armario, de espaldas a él y que por lo tanto no puede verlo, sólo oírlo. De allí la reciprocidad del no verse a los ojos y de no hablarse. Al final de la escenificación ángeles y hombres conviven en la playa y se conocen antes de partir. Tiempo después Erik irá a un lugar de masaje y se encontrará con Alma y rememorará la aventura con el ángel.
En “Prólogo” un escritor vuela de Friedrichshafen al aeropuerto Tempelholf de Berlín (cerrado hace cerca de un lustro) en un avión y una hermosísima mujer se sienta un asiento adelante, en el lado contrario, junto a la ventanilla y eso le permite admirarla. Lleva consigo un libro, con una dedicatoria en la contraportada, que apenas hojea. También pasa sus ojos por la revista de la línea aérea en donde se hace propaganda de Sao Paolo y de los aborígenes australianos. Al terminar el vuelo ella envuelve su libro, sale del avión y es recibida por un hombre que le da un beso.
En “Epílogo” el escritor ha terminado de escribir la historia de Alma y Almut y parte  en tren de Lichtenberg, Berlín, a Moscú. Allí se reencontrará con la hermosa mujer y por fin hablarán del libro, que no es otro que El paraíso perdido. Al igual que Alma, espera expulsar a los demonios después de su mala experiencia, el escritor quiere expulsar a los suyos, incluidos los personajes que deben retornar, si cabe, a sus lugares de origen o seguir su destino.
La entrada y salida de la novela, permiten acercarnos al misterio de la creación. La hermosa mujer toca la revista en que se ven los escenarios donde se moverán los personajes en busca de consuelo y de reposo. Serán ángeles también. El autor, que en este caso observa la apostura de la mujer, su sueño y el momento en que él mismo puede dedicarse a escribir parte de un prólogo para un libro de ángeles en cementerios. Ambos, mujer y autor se constituyen en figuras de toque, que otorgan vida y disfrutan con ello.
Ciertamente el ángel de Benjamin ve hacia  atrás las ruinas, en el pasado, pero luego es envuelto por el Huracán, el futuro. Los personajes cargan con el dolor, penetran territorio en busca de respuesta. No es muy seguro si el futuro los ha salvado o los ha postrado en la derrota irremediable. Lo cierto es que El paraíso perdido de Milton otorga al hombre la capacidad de vivir fuera del paraíso y desde allí será también capaz de recibir a Dios y de darle un sitio importante entre los hombres. De su derrota ha salido triunfante, aunque con la nostalgia permanente que le permite reconstruir el Edén sin las prohibiciones del todopoderoso.


Ardor, dureza y suavidad de la iguana

]Efemérides y saldos[


Ardor, dureza y suavidad de la iguana
Alejandro García

“Aquí nadie puede hablar mal de las iguanas”, lo interrumpió Greg Maxwell, “han sido la bendición de este pueblo pintoresco”. “Anoche forniqué con una”, dijo Burton y se corrigió. “Ella. Ella fornicó conmigo. Una iguana es una iguana es una iguana…”
David Martín del Campo


En No desearás. Novelas de ebriedad fornicación y olvido (México, 2012, Alfaguara, 271 pp) nos enfrentamos a dos historias hábilmente engarzadas. En la primera nos adentramos en la Vallarta de los años 60, apenas un caserío de pescadores, a donde llega un grupo de norteamericanos encabezado por John Houston a la filmación de la película La noche de la iguana basada en la obra de Tennesse Williams. Se escogió la playa de Mismaloya. La novela de David Martín del Campo sigue a Ava Gardner, una actriz que en los descansos del rodaje bebe, purga o disfruta sus divorcios y todas las noches recibe la visita de dos pescadores mexicanos que han venido con ella desde Acapulco y la toman sexualmente todas las noches en riguroso orden y horario, Roberto el Guango y Manuel el Seco. También desembolsa diariamente 100 pesos para sus garañones.
El otro foco de tensional es el de la relación tempestuosa entre Elizabeth Taylor y Richard Burton. El drama de la película se corre a la vida real, el sacerdote poseído por los instintos corre como Richard Burton por los senderos que llevan a las residencias exclusivas que habitan. Están ya las reyertas, los celos, el alcoholismo del  actor y el vaivén de la mujer de ojos color violeta. Se da pues un singular tránsito de la vida de los actores a los personajes que representan. Pero obviamente sabemos que son vistos desde la novela de Davíd Martín del Campo y a mitad de la obra sabemos que son producto de otra novela, de allí que los pliegues de la ficción terminen con las reglas de la realidad y lo que queda es una discursividad desde diversos puntos de enunciación y desde intereses muy diversos.
No desearás. Novelas de ebriedad fornicación y olvido toca puntos importantes sobre la vida de esa industria monstruosa que se llama Hollywood y que en la novela todavía permite la presencia del cine nacional a través de Emilio “Indio” Fernández y Gabriel Figueroa, pero nuestro  cuando cine ya iba en picada. No así el cine norteamericano y sus figuras:

De modo que, les anunció, perfectamente se podían matar unos a otros; pero eso sí, después del último día de rodaje. Y es que Deborah Kerr viajaba con su esposo, Peter Viertel, que había sido amante de Ava Gardner, que había sido amante de John Houston en 1956, que había cortejado a Liz Taylor, que era amante de Richard Burton, que era pareja fílmica y de parrandas de Ava Gardner, que había sido amante de Howard Hughes, del torero Luis Miguel Dominguín, de Clark Gable, y exposa de Mickey Rooney y Frank Sinatra, quien ahora salía con Laureen Bacall, que había enviudado de Humphrey Bogart, quien fuera el mejor amigo de John Houston. El mismo infierno, desde dentro.

Esta verdadera nave de locos que navega en busca de representaciones en pasajes  exóticos, en paraísos que acaso sólo contribuyen a corromper prosigue su carrera en pos de la gloria. De cualquier manera la iguana hollywoodesca llegará para quedarse y será una parte del ancla de millones de turistas que convertirán Vallarta en uno de los principales lugares de vacaciones. Allí estarán las residencias como testigos reciclados de tan famosos personajes.
La segunda historia es la búsqueda  del novelista Peter Cobb por parte de la periodista Fara Berruecos. Ella acaba de ser operada para reducirle los pechos y su matrimonio vive en la crisis permanente. Años atrás ha conocido a Cobb, autor de fama debida a su novela sobre la estancia de los norteamericanos durante la filmación de La noche de la iguana, y han tenido varios encuentros amorosos. La fama ha venido acompañada de contradicciones, de inconformidades y ha sufrido un desgaste. Cobb retorna a Vallarta en busca de una segunda parte, pero desaparece misteriosamente.
Durante su estancia en la nueva Vallarta o en la actual Vallarta entrevistará a personajes que lo mismo la llevan a la mesa del forense a reconocer a un Cobb que no lo es, que a un habitante de Vallarta que se repliega a la sierra y al parecer es un falso confidente de Cobb que nutre la versión de los hechos. Y también están las visitas al infierno que han realizado tanto como Cobb como Fara.
Y la capa de iguanas se cierra con una mujer que viaja con su esposo. Ambos se convierten en sus protectores, pero el día que ella regresa, ante el terremoto del 85 en la ciudad de México, el hombre se ahoga y ella tendrá que confesar que ambos estaban casados, pero con otras parejas y que cada año convivían como pareja ciertamente feliz.
Ésta una de muchas lecturas de la novela, predomina lo femenino de iguana, pero es indudable que se refiere a la pareja. Se necesitan dos. Dice la voz de un personaje:


¿No las has visto copular? Las iguanas son los animales más calientes del mundo. Bostezan al sol y es la señal para anunciar “quiero tener sexo”. Siempre están bostezando y siempre están, ¿cómo dicen ustedes?... cogiendo

Amar entre charnegos y quinquis

]Efemérides y saldos[


Amar entre charnegos y quinquis
Alejandro García

Le conté a Tere lo que el Zarco me había contado de ella en la cárcel. Tere se rió sin soltarme; bailaba cogida de mi nuca, su cuerpo apretado contra mi cuerpo, su cara muy cerca de la mía. Es mentira, ¿verdad?, pregunté. Es verdad, contestó. Te lo redicho mil veces. ¿Entonces por qué te escapabas siempre? ¿Por qué te ibas con otros? Yo no me escapaba, contestó Tere. Y el que no me hacía caso eras tú.
Javier Cercas


Ampliamente reconocido por su novela Los soldados de Salamina (2001) y por su deslumbrante análisis de la transición a la democracia española, así fuera mediante un golpe de Estado, Anatomía de un instante (2009), Javier Cercas nos entrega ahora Las leyes de la frontera, publicada el año pasado, pero que ha sido presentada en nuestro país apenas en enero de este año.
La novela narra la historia de un joven, El Zarco, quien en 1978 vive en pabellones para jóvenes, en la orilla de la ciudad, en el cinturón de chabolas que rodean a Gerona. Desde allí, gracias a su robos de gasolineras, automóviles y bancos, que le valdrán una sentencia larguísima en la cárcel, se convertirá en una figura mediática.
Cañas o El Gafitas vive en un barrio de charnegos, inmigrantes que de diversas zonas de España llegaron a Gerona. Sólo una línea divide su barrio de clase media de la zona quinqui. Tanto quinquis como charnegos están en los márgenes sociales, sólo que mientras el mundo de charnegos puede llegar a la inclusión, el de los quinquis no tiene vuelta, es el territorio de la violencia, de la droga, del crimen, zona donde los delincuentes y los policías conviven, los unos prestos a burlar, los otros listos a atrapar u obtener información sobre delitos.
Gafitas huye de sus compañeros, quienes la han tomado contra él, especialmente el hijo del patrón de su padre, Batista, quien lo ha obligado a lamerle los zapatos. Del mundo de la violencia vendrán el Zarco y Tere, mujer que deslumbra a Cañas y lo somete de por vida. Le soltará la hebra, pero la tensará cuando le dé la gana.
Gafitas escapa de sus compañeros y se involucra en el mundo de la delincuencia y de la droga. Ha atravesado la frontera y acatará sus leyes. El final no es feliz: primero atrapan al equipo que no es del Zarco  (un muerto, un inválido y el resto va preso). Después cae el otro grupo, tras el fracasado asalto de un banco, pero Gafitas escapa y él sospecha que El Zarco detiene a los policías para que pueda escapar. ¿Quién fue el chivato que los entregó?
La segunda parte de la historia trata de la reaparición de Tere con la ahora mujer del Zarco, María, para que defienda a éste. El hoy abogado se dedicará durante dos años a lograr que su antiguo jefe de pandilla salga indultado, pero poco después vuelve a las andadas y la sentencia anterior se le sostiene y se agrega lo que merece por su reciente fechoría. Habrá nuevos intentos de que retome el caso, la mujer se convierte en fuente de denuncia y figura de medios, de allí que el abogado habrá de soportar depresiones y crisis hasta que la lógica se impone.
Pero en el fondo, a manera de ritmo se trata aquí de la continua reaparición de Teresa, esa fuerza que lo altera, que lo dispone para lo que ella quiera. Es Tere la que le da la mejor caricia de su vida en los baños de un sitio de maquinitas, la que le hace el amor en un viaje a la playa, la que baila y se acuesta con él mientras dedica a la defensa, la que lo ama antes de que la crisis cierre los caminos. Siempre se escapa, se niega a quedarse, a prolongar la experiencia. 
Es también gracias a ella que va al otro barrio, que se integra a la banda, que defiende al Zarco. Y es gracias a ella que la obra se convierte en acertijo. Por ejemplo, nunca se sabe si ella realmente lo quiere. Tampoco se sabe la forma de relación entre Tere y el Zarco y más se complica cuando ella le dice que son hermanos y que sólo ella lo sabe o cuando confiesa que fue la soplona que propició que la policía lo entrampara. Y el policía jamás corrobora la versión de que el chivatazo lo diera ella y le pidiera que dejara ir a Gafitas. Lo que sí parece cierto es que el policía lo deja ir.
Total, se diga lo que se diga la vida ya se jodió. Pero creo que sobre todo la vida se ha ido, ha corrido con ellos y el pasado sirve de poco, lo curioso es que ese pasado los sigue moviendo y sigue aportando nuevas versiones que lejos de aclarar confunden.
La novela se construye a base de entrevistas. Un escritor trata de obtener materia prima para acercarse al Zarco y será él quien conozca las versiones del policía, del protagonista y del abogado.
La duda se suspende:

No me fío de los periodistas, sobre todo de los periodistas serios o supuestamente serios. Son los peores. Ellos sí que mienten, no los frívolos. Los periodistas frívolos mienten pero todo el mundo sabe que mienten y nadie les hace caso, o casi nadie; en cambio los periodistas serios mienten escudándose en la verdad, y por eso todo el mundo los cree. Y por eso sus mentiras hacen tanto daño.


Siete rayas de tigre o de pargo en la raya

]Efemérides y saldos[


Siete rayas de tigre o de pargo en la raya
Alejandro García

Amador sintió que perdía su presa, y se le hizo fácil sujetarse a un pilar. En lo que lo cuento, el pargo dio varias vueltas al poste, como quien enrolla un trompo. Lo dejó allí amarrado. Al rato, como no afloraba,  se lanzaron los tres amigos para buscarlo. Allí lo encontraron, liado e inmóvil contra el madero. Y el monstruo, sujeto por la cuerda, boqueando a medio metro del muchacho.
David Martín del Campo


Las siete heridas del mar (México, 2011, Ediciones B, 519 pp.) es la historia de un aprendizaje, el de Antonio y las 7 mujeres que se atraviesan en su vida. Novela de ascenso, de prueba, no se agota allí. Es también una visita al Acapulco ruizcortinista, la caja de resonancia del Milagro mexicano una vez que el alemanismo había creado su casa y caja chica y se diagnosticaba nuestro jefatura en el concierto de las naciones y la indetenible modernización del vetusto y aguerrido país.
Es también la obra de un escritor nacido en 1952, David Martín del Campo, que muy joven (1976) publicó en la legendaria editorial Joaquín Mortiz su novela Las rojas son las carreteras y que se ha convertido en un visitante a diversas zonas y ciudades de la república, en especial los puertos, entrada y salida de nuestro país con su dualidad de paraísos e infiernos: Veracruz, Vallarta, Mazatlán, la costa tamaulipeca. Es sin duda uno de los narradores más prolíficos entre los nacidos en la década que va del segundo lustro de los 40 al primero de los 50: Guillermo Samperio, Alberto Huerta, Luis Arturo Ramos, Samuel Walter Medina, Agustín Ramos, David Ojeda.
Antonio Camargo, hijo de un general cuya mayor orgullo fue cortar cabezas durante la Cristiada e integrarse a la vida civil como empresario, escapa de la rigidez paterna que no soporta la prolongación de su linaje en dos hijos que quieren ser pianistas. El hermano se suicida y la trama familiar oculta sus debilidades y Antonio decide partir a Acapulco a administrar un barco que se convertirá en cantina de empresarios, diputados, actores norteamericanos; refugio de hermosas mujeres, escenario de grupos locales y de una pianista venida desde Rusia y en madriguera donde los grupos criminales verán la forma de ganar dinero de manera más fácil.
Antonio nació en un tranvía y su madre es la primera herida, mujer que soporta con estoicismo el maltrato del marido y los recovecos de los hijos y que siempre tendrá la red lista para actuar en caso necesario. Antonio es afortunado, perseguido por las mujeres, hábil narrador, presto a la aventura, ajeno a la vida que representa su padre. Tendrá que gozar y padecer los amores con Cindy y Sasha, exiliadas de sus infiernos norteamericano y soviético, hermosas, joven una, madura la otra. Pero también están Karla y Melissa, la victimaria y la víctima, la que le impide resolver su vida económica pues huye con el botín, pero a la vez le permite conocer a su padre en situación límite y haciendo uso de las cualidades castrenses en defensa propia, mientras que Melissa reposa en el fondo del océano junto con su marido y se llevará con ella al socio de Antonio, pues los pulmones no le aguantan ante la exigencia policial de sacar la parte faltante del cadáver. Y están por último Kalyani, la amiga íntima de Cindy, la hindú a quien el marido ha impedido cualquier contacto con la norteamericana, que llegará a buscarla cuando la rubia se ha desvanecido, ha muerto. Y Paulina, la mujer atmósfera, el huracán enfebrecido, las formas de mujer sobre el puerto y sobre sus habitantes.
Hay además otras tentaciones, una prima de nalgas monumentales, una nativa de lujuria presta con gonorrea incluida, una actriz mexicana ansiosa de mostrar sus senos.
Buena parte de la novela se tiene la impresión de que Antonio es un simple personaje por el que pasan los otros sin que él adquiera densidad; pero a partir del contacto con el padre y del cruce entre la rusa y la norteamericana, comienza a adquirir mayor densidad y los meandros de los personajes femeninos nos lanzan a una novela en donde Acapulco empieza a palidecer y se convierte el mismo puerto en punto de llegada de almas atormentadas, de turistas al borde de la vida. Así Cindy irá siempre detrás de la sombra de su padre, quien a su vez irá tras la sombra de la sombra, aunque ésta pueda llamarse Jack London y se viva como simple bastardía.
De modo que en Las siete heridas del mar conviven Antonio y su hermano, la plena carne y su ausencia inclemente, la desaforada propaganda de un régimen corrupto y la misma guerra fría que va tras sus víctimas, en el caso de los norteamericanos con la pila puesta desde la partida, en el caso de los soviéticos con gentiles panópticos que sólo esperan el momento oportuno para regresar al desobediente.
Antonio ve a los difuntos, allí se finca una más de sus distancias con respecto a los hechos que parecen no hundirlo ni doblarlo:

Se me aparecen… Voy nadando y surgen como momias, como fantasmas, descarnados. Me llaman, que los acompañe. Luego me entero de que han muerto.


Sin embargo, las preguntas surgen: ¿Antonio es un tigre que se prepara para el espectáculo o para ejercer su función depredadora y esas 7 heridas le recuerdan su misión? ¿O se trata del pargo que lo mismo enreda a su victimario y empata el duelo que recibe los 7 cortes antes de entrar al asador a convertirse en zarandeado? 

Cambio de manos: liberación

]Efemérides y saldos[


Cambio de manos: liberación
Alejandro García

Ella misma, que ya es libre pero no puede hacer nada con esa libertad, ni ella ni los demás, ni el tullido allí el sótano, ninguno sabe qué hacer con la libertad, porque son seres humanos
Sándor Márai


Budapest, 1945. Los alemanes resisten metro a metro el avance de los rusos. Frecuentemente se repliegan y van desalojando a los húngaros, la valentía invasora pone frecuentemente en medio a la población civil. Los cruces flechadas hacen el trabajo sucio de continuar con la molienda de judíos, comunistas e indiferentes a la política. También los comunistas despliegan su estrategia de espera de los soviéticos.
Erzsébet Sós tiene 23 años, es enfermera y ha vivido a salto de mata los últimos 10 meses. 24 días en torno al fin del 44 y principios del 45 sufre el asedio de la ciudad. Su nombre es real, no así el apellido. Ha renunciado a viajar con los estudiantes húngaros a Alemania y así ponerse a salvo, con eso se ha hecho sospechosa al régimen y está el asunto del parentesco, de allí su necesidad de otra identidad. Se encuentra en Budapest y debe proteger a su padre, un científico cuya única debilidad parece ser su no compromiso político. Claro, para los invasores representa una amenaza porque tiene simpatía por los débiles y una actitud crítica. Estar ajeno a los bandos es su mayor peligro, la muerte pende sobre él y la hija la ha llevado de refugio, mientras ella, a prudente distancia, vigila que no sea atrapado. Es uno de esos casos en la derecha lo ve como izquierdoso y la izquierda como derechista. No tiene asidero. En todos lados resulta incómodo.
Se ha dicho que los rusos representan el final de la pesadilla, la expulsión de los alemanes y el fin de la persecución, el abuso y la muerte. Desde luego, además de la propaganda está la situación desesperada en que los han sumido los nazis y sus aliados locales. Los rusos harán su voluntad. Al oriente, sur y sureste de Alemania los aliados no tuvieron el mismo peso en el reparto territorial. Lejana a las piezas del ajedrez Erzsébet consigue un refugio por fin. Su padre es encerrado a ladrillo y cal, es la única manera de sobrevivir, no sin peligros, en esa área que día a día se estrecha más y donde la liberación es cada vez para menos gentes.
En el sótano de un edificio se hacinan diversos personajes, entre ellos una joven y un anciano inválido, la intrepidez  y la experiencia han logrado sortear diversas trampas. Por fin un día se dice que los rusos están del otro lado de la calle y los alemanes huyen con la masa de gente que son su protección y su escudo humano. La joven se va, no osin antes gritar “Liberación”, el anciano se queda y le pide a Erzsébet que haga lo mismo, sabe que en cada desplazamiento hay muertos, ejecuciones, cadáveres que se quedan en el camino. Si se quedan, pueden salvar la vida. Tanto alemanes como cruces flechadas no descansan, muerden y humillan al derrotado y no le dan oportunidad de ver a los rusos.
Erzsébet sabe que su padre puede ser descubierto o convertir su madriguera en ratonera. Un poco convencida por el anciano y otro poco orillada por la llegada de un ruso se da cuenta de que la liberación ha llegado. No hay júbilo, ni de los liberados ni de los liberadores. Hay escasez, un triunfo apenas esbozado y el viejo calla, pero no ella, es descubierta con el ruso, lo tranquiliza, a pesar de la diferencia de lenguas, lo estudia, pero finalmente el llamado de la carne se impone en el victorioso y toma a la presa liberada. Sí, el cambio de manos ha llegado. Es la nueva libertad. Vendrán hombres más toscos, continuarán pequeñas refriegas entre bandos, pero las antiguas víctimas sólo cambiarán el adjetivo “antiguas” por “permanentes”o “futuras”. Se sospecha que el padre saldrá del refugio, pero el problema ahora es otro, la pesadilla no ha terminado.

Desde que tiene uso de razón… ha oído hablar de los bolcheviques como de seres demoníacos y depravados que se dedican a devorar niños en las iglesias… Claro que ella… sabe que los bolcheviques están organizando una nueva sociedad y que al hacerlo seguramente cometen errores y crueldades, pero los guían la fe y el entusiasmo, elevados ideales.

Sándor Márai ha sido conocido por amplio público gracias a la editorial Salamandra. Se reconoce así a un escritor nacido en 1900 en Kassa, entonces ciudad húngara y hoy eslovaca. Exiliado en los años 20 por un régimen húngaro represivo, se mantuvo lejos por la guerra y por el régimen comunista. Se suicidó en 1989 en San Diego, California.

  En Liberación (Barcelona, 2012, Salamandra, 158 pp) Márai construye un personaje protector, listo siempre a leer la realidad que amenaza la seguridad de su padre. La gran tensión de meses, el imperio de la muerte, el olor de la derrota (doble en el caso de ellos: derrotados por los nazis y por los cruces flechadas. Después vendrá la tercera caída). Erzsébet se mueve en la realidad, cubre y aspira a salvar su vida y la de los demás. Seguirá luchando, es esto estará seguro el lector.

Maneras de amar y de mentir

]Efemérides y saldos[


Maneras de amar y de mentir
Alejandro García

Temían la despedida y, al mismo tiempo, su proximidad los sumía en una singular levedad. Ya no tenían una vida en común, pero todavía no estaban instalados cada uno en la suya. Estaban en tierra de nadie. Y así hicieron el amor: con timidez al principio, porque volvían a resultarse extraños, y con más alegría después.
Bernhard Schlink



Son 7 relatos y en el título del libro se da prioridad a una de las palabras: Mentiras de verano (Barcelona, 2012, Anagrama, 258 pp). Y es cierto, a diversos niveles el engaño está presente en cada uno de ellos. Sin embargo, detrás de ese capote del autor sobre la pericia del lector, se encuentran el amor o su contraparte, el desamor y la cercanía o la lejanía de los acontecimientos y, por último para lo que aquí me es posible decir, están el amor solitario, el de pareja y aquel en que intervienen otros y el amor de pareja y el de los hijos.
Bernhard Schlink, autor de la célebre novela El lector, donde también trata el amor, el misterio de los integrantes de la pareja, la tozudez de él o ella y en general lo que significa encadenarse a partir de un hecho incidental y de la toma de pequeñas decisiones. Como fiel escritor contemporáneo, Schlink nos enfrenta a lo inasible, a lo incorpóreo, a lo que está ahí en el fondo de hombres y mujeres y no se resuelve porque sólo se puede revisitar la experiencia, pero no enmendarla. La cicatriz está allí y el melodrama se ha suspendido, los esquemas propios de lectores ávidos de clímax entregados al final deben esperar.
En los primeros tres relatos la mentira va en ascenso y sus resultados son diversos: En “Temporada baja” ella lo espera y finge tener una condición económica inferior a la real. Esto es importante porque él se encuentra en el límite, gastando sus últimas disposiciones en tarjeta de crédito. Se encontrarán y él tendrá de menos a más necesidad de ella, al grado de que al final pudiera sospecharse que aquello terminará en dependencia. En “La noche en Baden-Baden” él oculta a su novia que ha estado con una amante en tal lugar. Lo descubre y sólo a través de una comunicación con Therese es que acepta que estuvieron juntos y se acostaron, pero no hicieron el amor. Pero una tarde, en plena crisis el es mandado a “volar” mientras ella aclara su mente. Esa tarde él tiene un encuentro sexual con una chica y no se lo dice. El amor puede sobrevivir y él oculta lo que sí sucedió mientras se aclaraba lo que no sucedió. En “La casa en el bosque” el hombre aísla a la mujer de su mundo al convencerla de vivir a 5 horas de New York, al grado de ocultarle que ha ganado un importante premio, pero él cree que todo esto se justifica por el amor.
En estos tres casos la mentira acerca, suspende y retira el amor y el contacto. En “Un extraño en la  noche” Schlink construye un gozne. Aquí se trata de un testigo que además de ser receptor de un relato, sufre el robo de su pasaporte. Durante un viaje aéreo y una forzosa espera se entera del amor entre el cuentista y una mujer hermosísima que fue secuestrada por un árabe. La mujer es rescatada, pero su vida se ha perdido y también la relación. Caerá de un balcón o será empujada por el hombre. Allí radica la verdad o la mentira, el caso es que el hombre huye y de allí que necesite el pasaporte para escabullirse. Aquí el amor se rompe y nunca más se recompone aunque se busque reiniciar la relación.
Los tres últimos relatos involucran a personas mayores, vistas por otros, en el sexto y el séptimo por un hijo y una hija respectivamente. En “El último verano” el hombre quiere decidir su fin. Enfermo, no quiere depender de otros. Su mujer lo descubre y se va de la casa. Él renuncia a su idea. En “Johan Sebastián Bach en Rügen” un hijo aprende la misteriosa  cultura melómana de su padre y se entera de que no hay mentira por descubrir, no tiene por qué haber una revelación y tendrá que estimarlo como es, el resto será autoengaño. Por último en “El viaje al Sur” es la hija la que propicia el encuentro de la madre con un antiguo amor que en la versión familiar no volvió por ella. La madre, en el relato, ha perdido el sentido del gusto y el amor por los hijos y en reconocerá que ella fue la que no esperó a aquel joven manco que ahora es un importante filósofo.

A mí me daba miedo la vida con Adalbert, la pobreza en la que había crecido y que no le preocupaba en absoluto, me daban miedo sus ideas, que no comprendía, y la ruptura con mis padres. Helmut pertenecía a mi mundo y yo me refugié en ese mundo.
Del relato 4 al 7 sólo queda lugar para la recuperación de la experiencia y en el penúltimo caso ni siquiera para eso, no hay tal misterio o tal mentira por descubrir. En los 7 relatos campean el amor y la mentira y ese cauce apasionado y misterioso que lleva a todos, la vida.



Maltrecho, el realismo mató toda esperanza en el futuro

]Efemérides y saldos[


Maltrecho, el realismo mató toda esperanza en el futuro
Alejandro García

Todavía no ha quedado claro cómo logró Huguenau salir de Bélgica sin tropiezos; quizá haya  que atribuirlo a la seguridad de sonámbulo con la que fue alejándose de zona tan peligrosa: caminaba siempre hacia delante en el aire diáfano  de la temprana primaveras, marchaba como sumergido bajo un fanal de despreocupación, aislado del mundo y al mismo tiempo dentro de él.
Hermann Broch


Llegamos por fin a Huguenau o el realismo (Barcelona, 2006, Deboslillo, 422 pp), tercera entrega de Los sonámbulos. Se desarrolla durante 1918 y pone especial atención en los sucesos de los días 3, 4 y 5 de noviembre en el Electorado de Tréveris. La novela reúne a los dos protagonistas anteriores: Von Pasenow es ahora el Comandante de la plaza y Esch es el dueño de un periódico.
El año anterior, Huguenau, a pesar de su miopía, es llamado a filas y llevado a combatir a Bélgica. Durante un enfrentamiento que parece eternizarse en las trincheras, nuestro héroe huye. Se convierte en desertor. Pero es hábil, un práctico comerciante, un hombre que sabe vivir de acuerdo a las condiciones y sabe lograr una buena posición a donde llegue. De modo que ve la posibilidad de hacer negocios y apoderarse del periódico de Esch, involucrar a lo mejor de la población y manejar el periódico sin invertir con dinero a la vista. Es una actividad dentro del sonambulismo total en que se mueven los otros personajes, defoliados totalmente de cualquier principio, desvanecidos por la guerra y seguramente muy cerca del estigma por la segura derrota.
Broch teje la aventura de Huguenau con otros dos bloques: “Historia de la muchacha salutista de Berlin” y “degradación de los valores”. Se trata de tres discursividades: la anecdótica, que narra la paulatina caída de los alemanes; la religiosa, la imagen de una joven vista desde sus esfuerzos religiosos; y la filosófica, el desvanecimiento de los valores y del soporte de la humanidad en la ética para pasar a los vaivenes y desaguisados de la religión, incluyendo las propuestas enmendadoras del tipo del Ejército de Salvación.
Broch recurre a un alter ego, Bertrand Müller, quien lleva la voz cantante en lo referente a la disolución de la cultura europea como consecuencia de la guerra: ha puesto al desnudo el fracaso del hombre. A lo largo de la novela se habla de un “estilo”, se cuestiona si eso es posible aún en un periodo en que la conducta humana se ha extraviado.

Hegel auguró a la historia “el camino hacia la liberación de la sustancia espiritual”, el camino hacia la autoliberación de lo espiritual… camino que se ha convertido en la ruta hacia el descuartizamiento de todos los valores.

Frente al calculador Huguenau se contrastan Hanna Wending, la mujer que ha quedado viuda a pesar de que su marido viene del frente y hacen el amor y lo despide con cierta esperanza de que pueda regresar de nuevo. El problema es que el daño ya está hecho, la insensibilidad se ha apoderado de esa mujer para quien el sonambulismo tal vez no tenga nombre, pero que está segura de que ella ya no es la que era y de que cualquier evolución es imposible. También se encuentra el soldado Ludwig Gödicke,  manco, quien trata de sacar a flote su frustración, su derrota, mediante la caricatura, el ridículo, el manejo de la palabra hiriente.
Alemania se precipita a su derrota y el conocedor del anarquismo, Esch, podrá dedicarse a la predicación, cautivar a Pasenow con la consiguiente alarma de Huguenau. Es en este periodo de aniquilamiento que se sabe de la deserción de Huguenau, pero Pasenow mantiene la sangre fría y juega con esa realidad que sólo presagia males mayores para todos.
Huguenau se involucra en los movimientos de rebelión de noviembre. Su salvación está a la mano, pero tendrá aún que ir sobre las carnes de la señora Esch y sobre la vida del marido. Aún tendrá la frialdad de rescatar a Pasenow después de las jornadas de motines y lo llevará al hospital después de recoger los dineros que lo mantendrán con vida y lo sacarán de la zona de desastre.
Huguenau se adapta a la nueva realidad, como lo hizo durante la última etapa de la guerra. Ha tapado los hoyos suficientes para salvaguardarse y ha logrado que el periódico que consiguió con trampas y dinero sólo nombrado le rinda nuevos frutos. La derrota le ha dotado de lo suficiente para vivir.
En Huguenau o el realismo Broch cuestiona la historia, la ética, la religión y en general la marcha de la humanidad. Primero ajusta a las cuentas a los románticos, después a los anarquistas, finalmente a los realistas que hablaban de una historia hegeliana que había encontrado su perfección en Alemania. También cuestiona la ética kantiana, la razón ha enloquecido y destruido a buena parte de los hombres de su tiempo. Y por último, la religión ha mostrado su papel conservador, su cercanía con el poder, su incapacidad para señalar rumbos y para dar respuestas a los hombres. El hombre ha hecho de la realidad una caricatura macabra en que los hombres de carne y son sonámbulos y los lemas de la Modernidad son viles cascarones. 



Flamígera ceguera

]Efemérides y saldos[


Flamígera ceguera
Alejandro García

¿Cómo no se dio cuenta de lo que había entre su madre y yo? ¿Cómo es posible que nadie lo viera? Pero la respuesta es sencilla. Vieron lo que esperaban ver y no vieron lo que no esperaban. De todos modos ¿de qué me admiro? Estoy seguro de que yo no era más perspicaz que ellos. Esa clase de miopía es endémica.
John Banville


Antigua luz (México, 2012, Alfaguara, 295 pp) es una novela que toma ventaja rápidamente sobre el lector, ninguna mujer, y estoy dispuesto a apostar, ha  conocido jamás la sufusión de secreto deleite que inunda las venas de un varón de cualquier edad, desde que da sus primeros pasos hasta que es nonagenario, ante el espectáculo de las partes pudendas femeninas, de tal manera que es casi hasta el final que empiezan las dudas y los cuestionamientos en torno a si el autor, John Banville (Wexford, Irlanda, 1945), será capaz de mantener la calidad de la historia, su vértigo, sus riesgos y si podrá resolver la historia con un indicio que ha repetido a lo largo del texto: la posibilidad de que el personaje que él protagoniza en una película sea el que embarazó a su hija y luego se ocultó antes de que ella se suicidara en las costas italianas.
Alexander Cleave rememora cómo a los 15 años, ahora anda más allá de la sesentena, mantuvo durante varios meses una relación con Celia Gray, la madre de su mejor amigo, con 35 abriles. Se trata de una relación que pasa de la cautela a la exhibición, de la superficialidad al toque de pliegues insondables de la naturaleza humana y que, por supuesto, debe tener un fin, que todo el libro se sostiene fue escandaloso y necesario. Esa premura se comunica al lector y sin duda éste participa de la ceguera general de que se habla en el epígrafe.
En el hoy narrativo, Cleave es un actor de teatro en retiro que es solicitado para protagonizar a Axel Vander. De esa manera trabará relación con Dawn Devonport, joven actriz que hará el papel de una de las mujeres importantes en la vida del personaje principal. Sólo que habrá que agregar que hace 10 años que Cleave ha perdido a su hija Cass, muerta, embarazada, entre los riscos de la costa de Portovenere.
 Durante la filmación Devonport intenta suicidarse. Se sabe que Dawn ha perdido hace poco a su padre y que eso la ha mermado sustancialmente. Cleave diseña un plan para llevarla al lugar donde su hija murió. A medida que avanza la novela, los tres ejes, las tres mujeres: la antigua amante, la hija y la actriz se entremezclan sin perder su mayor encanto la idílica relación, pero es obvio que por momentos llegan a pesar más bien el misterio de la hija, bien esa noche en que Davenport llega a su cuarto y se pega a él en inocente búsqueda de cobijo.
Mientras uno como lector pretende que el autor caiga en su propio sebo y resuelva el conflicto por el lado de la hija, la mayor aportación está fuera de la anécdota que parecía resuelta: un amor entre un joven de 15 y una mujer de 35 no tiene futuro, debe terminar ante la serie de desatinos que los descubre ante el pueblo. O bien un buen día la mujer se va del pueblo después de que la hija los ha visto en pleno juego amoroso, junto con una amiga, y que su amigo lo ha encontrado y llenado de insultos, por lo que el dolor queda y se acabó.
Una extraña llamada le dará a conocer no el misterio de su hija, tampoco el de la actriz, sino su ceguera, al no darse cuenta de que unos meses después de la huida de la familia, la señora Gray murió. Lo dice la única testigo de su relación, ahora monja, y lo dice con la certeza de que “aquello” pudo prolongar la vida de su madre y de que no hubo tal escándalo en el pueblo, ni siquiera el dolor de un padre ante el engaño.
De tal manera que la vida se ha construido sobre esa ceguera, sobre ese joven encaprichado en la atención de una mujer que veía en él una serie de respuestas ante una vida que sabía insatisfactoria y muy muy corta.
Antigua luz de John Banville, publicada el mismo año en inglés y en español, es sin duda una de las grandes novelas que se publicaron durante 2012. Banville desarma al lector de tal manera que éste no se da cuenta de que está ante esquemas: el amor entre un joven y una mujer madura (además, madre de su mejor amiga), el dolor por el suicidio de la hija y la incomprensión de los padres ante esto y por último una hija de papá que intenta suicidarse ante la muerte de su gran pilar. Pero Banville rebasa los esquemas, alienta esa historia donde se nos van revelando los personajes en sus límites y en sus posibilidades de darse, pero ante todo en su capacidad de incomunicación, en su soledad, en ese egoísmo que nos impide ver la desgracia o la desdicha de los otros y sólo permite la atención, la atención exclusiva, aunque el otro esté a punto de cumplir su propia ruta y eso pueda significar la muerte.


Recobrando tiempos

]Efemérides y saldos[


Recobrando tiempos
Alejandro García

Desapareció el viejo barrio, como diría José Emilio. Se murieron o se fueron sus habitantes; se borraron para siempre de San Pedro de los Pinos.
Vicente Leñero



La Modernidad nos hizo conscientes, nos tornó críticos, de allí provienen la construcción de las nacionalidades y las ideas de progreso y de la diferencia, la pasión por la historia y el culto al tiempo evolutivo. Traía aparejadas sus contradicciones y esto se hizo notorio cuando los lemas se tornaron realidades de poder, manchas envolventes de viejos y nuevos imperios y sobrevino la esclerotización de la razón en dogma de fe. O bien era el enemigo enquistado, el Antiguo Régimen, el que impedía el cambio integral o bien era cuestión de tiempo que exigía el sacrificio del presente en aras del futuro. Claro que todo esto sucedería en la tierra.
Ante el silencio y el ruido institucional: callar lo no conveniente, generar una algarabía que distraiga y atonte, la actividad intelectual ha optado por el registro y la denuncia, la expresión del pensamiento de los marginados, el registro de las injusticias y los excesos. La resistencia. Si Proust (por ejemplo) nos enseñó la brillantez del monólogo, del silencio y de la discreción, el periodismo ha tenido que escapar de los cercos del poder, entre el mimo y la represión, para dejar constancia de hechos y sucedidos que los contemporáneos reconocen como vividos y que las generaciones futuras encuentran como causas e indicios de una realidad que tienen que desentrañar de acuerdo a las armas que les brinde su época.
Periodismo de emergencia. Crónicas, entrevistas, reportajes (México, 2007, Debate, 390 pp.) reúne 30 piezas periodísticas en 7 secciones que van desde los tiempos políticos del atentado a Excelsior por el régimen agónico de Luis Echeverría, pasando por las muescas dejadas al periodismo objetivo (cuida a tus hijas, dice un amenazante Zorrilla al autor), hasta el acercamiento a la figura del Subcomandante Marcos (los hechos), desde los escenarios de las figuras de la farándula de los años 60, la plenitud de María Félix, el fenómeno de masas de Raphael, la noche triste de Raquel Welch, la maestría de Juan José Arreola ante un tablero de ajedrez y la emergencia señera de Sergio Méndez Arceo (rojo, comunista, decían en los hogares de mi rumbo), Paquita la Guerrillera, el gran estratega José María Morelos y Pavón y de nueva cuenta Marcos (los personajes). Nos lleva a Pátzcuaro y a Cuba, cartografía de turistas y sueños rotos, a los territorios de la capital: la Zona Rosa (el universo a nuestro alcance), la estatua de Miguel Alemán en CU, la Diana Cazadora, el Castillo de Chapultepec, el Metro, el nuevo Colegio Militar y el ombligo del corazón del autor, Vicente Leñero, el ombligo del mundo, San Pedro de los Pinos (el territorio, el mapa). El libro casi cierra con tres crónicas sobre el sentir colectivo, el trabajo de los afectos y de la canalización de los fracasos: El derecho de nacer, la Señorita México y la función sabatina de box en la Coliseo (algo sobre el espíritu de la época). Finalmente, está el catolicismo en sus retos: la teología de la liberación, y el caso de Ivan Ilich (los rumbos de la teleología a través de una renovada teología).
El libro se puede leer como una serie de piezas sueltas en donde el lector encuentra sus puntos de referencia e interés. Para un lector como el que esto escribe el orden del libro es el adecuado, porque coincide con un mundo que se nos fue (a mí, que a veces olvido y que aparece con causales tan justas y con apuntalamientos tan castos cuando en realidad sus orígenes son tan turbios y canallas). Se nos fue el Milagro Mexicano, la primera riqueza petrolera, el cinturón hasta los huesos del neoliberalismo, el cambio democrático sin líderes, “por qué yo”. Llega el regreso del viejo partido, el inicio de la nueva pesadilla.
El libro de Leñero también está pensado como un edificio donde se habla de acontecimientos, de personajes, de territorios, de ideas y de sueños o búsquedas más allá del horizonte, justo lo que se supone caracteriza a la Modernidad y a sus secuelas. ¿Cuál es nuestra labor aquí? ¿Defender un proyecto de país? ¿Escribirlo? ¿Coser y cantar?  ¿Bajar la cabeza y olvidar la crítica? Después de la lectura, sólo queda preguntarse por el rumbo de este país que desde luego tiene larga cola que le pisen.
Hay también el sabio ejercicio de un viejo lobo de mar de la escritura. Vicente Leñero cumple 80 años este 2013. No sólo podemos encontrar aquí agudas entrevistas, retratos tras retratos, narraciones de personajes ante la realidad que viven, encontramos, sobre todo, el ejercicio de un hombre de teatro y periodista que es ante todo un magnífico prosista. La literatura mexicana le debe a Leñero por lo menos tres libros esenciales: Los albañiles (1963), Los periodistas (1978) y Martirio de Morelos (1981), obras que seguro estoy superarán la barrera del ruido y del silencio que también en la literatura imperan.

Por lo pronto podemos disfrutar de y padecer este libro que se consigue por allí en los centros comerciales (Ley) a un buen precio y que me ha permitido acercarme a ese mundo que se nos fue, más allá del barrio añorado, para quedarse a través de plumas como las del autor de Pueblo rechazado.

¿Cómo llegar al futuro?

]Efemérides y saldos[


¿Cómo llegar al futuro?
Alejandro García

—Mi querido Rick  —dijo—, las nubes se han disipado y ahora todo está claro. Ahora podemos ver. Todos estábamos enajenados, Rick, en mayor o menor medida. ¡Pero qué importa ya! ¿Cómo estás, muchacho?
—Estoy muy débil, señor, pero tengo la esperanza de recuperar mis fuerzas. Tengo que comenzar una nueva vida.
Charles Dickens


Dickens (1812-1870) cumple dos siglos y una de sus mejores novelas (junto con Grandes esperanzas, creo, sostengo), Casa desolada (Madrid, 2008, Valdemar, 1087 pp) llega a la edad de 160 años de empezar a publicarse por entregas (entre marzo de 1852 y noviembre de 1853). Nuestro autor carga en su obra tanto el ascenso de  la novela y de su óptica en su fase optimista en el siglo XIX, como la sombría etapa crítica en que novela y discurso se compenentran del escepticismo con respecto a la realidad social y al abuso del poder.
En Casa desolada encontramos a ese Charles Dickens híbrido entre el melodrama y la mayor impersonalidad posible: la dulzura y el optimismo de Ester, narradora de algunos capítulos, que a veces llega a exasperarnos (Ni trabajé ni pensé más esa noche. Abrí mi corazón a los cielos en agradecimiento a su Providencia y a su protección, y mee quedé dormida), y la frialdad de un narrador omnisciente que se refiere sobre todo al mundo del sistema judicial, obsoleto, ciego, lento, con procesos que atraviesan generaciones enteras sin resolverse, las causas sin solución posible que genera a un grupo de hombres que viven de esas rencillas (Hay otro litigio bien conocido en la Cancillería que aún no se ha decidido, que se inició antes de que terminara el siglo pasado y que se ha tragado en costas más de ciento cincuenta mil libras).
Y ese mismo contraste se da entre la atmósfera de una vida diferente que quiere proporcionar el tutor a Richard y a Ada y a la misma Ester y una realidad en donde la pobreza, la suciedad, la ley del más rápido es la que predomina. La buena voluntad del tutor se enturbiará cuando Rick se disponga a pelear contra su benefactor, Jarndyce, en el incomprensible caso Jarndyce v. Jardndyce. En el desenlace afortunado de este caso imposible, los costos serán más altos que la fortuna en litigio. No habrá reales triunfadores.
Es justamente esa combinación la que da al relato su originalidad y su vaciado en pieza única. Separadas, sin duda, las voces serían excesivas, sin equilibrio posible. Charles Dickens se acerca aquí a los huérfanos, a las víctimas del sistema social que se levanta sobre la explotación y la miseria. La misma casa desolada tiene dos vistas: la de la primera parte, donde el fantasma recorre el puente y hace sonar sus pasos y la nueva casa desolada, donde el tutor propicia que la vida de Ester sea plena, encuentre la felicidad. Aquí está esa tendencia a construir el futuro de los otros, pero también la posibilidad de construir oasis en un mundo que se ha torcido, que ha sacrificado a sus hijos.
El relato es lento, aunque no de lectura difícil. Ciertamente a veces parecen escaparse las articulaciones de algunas de las historias, pero más o menos por la última cuarta parte, la historia corre, se desata y lo que había sido tejido de personajes, intrigas en torno a herencias que parecen perdidas y dispuestas a perder a los involucrados en ellas, empiezan a resolverse por la magia y la presteza del autor. Se trata de conocer el desenlace de la madre de Ester, mujer de alta vida social que había tenido que renunciar a su hija. Se casa y el encumbramiento social no impedirá que el pasado retorne y se apreste a destruirla. El destino de la hija poco importa, pues ya está en buenas manos con el tutor.
Aquí tenemos ya al Dickens que parece preguntarse ¿cuál es el futuro?, ¿por qué los individuos se empeñan en forjar copias o  personalidades que se les parezcan? De modo que es una novela de transición en el proceso creativo del autor, pero también la gran anunciadora de la novela de la sospecha y del absurdo: imposible dejar de pensar en Crimen y castigo o en El proceso y con respecto a la condensación de la historia, esa lentitud no deja de recordarme a la posterior Regenta de Clarín). Sólo que Casa desolada es un fresco de personajes en donde sólo al final se puede hablar de un cierto protagonismo de Ester, pero también del sistema judicial y de las intrigas que desata. En esta novela se ve a una institución que arruina a los hombres y los sacrifica sin importarle en lo más mínimo lo que destruye.
Pero la novela tiene también algo que ha hecho autor de polémica a Dickens. Ese tono de felicidad, de ternura, de amor, que pasa por encima de cualquier desgracia, que se mantiene dispuesta a reiniciar la vida. Eso parece ser lo único a que podemos aspirar: reiniciar, renovar, aunque el camino haya quedado plagado de víctimas y de victimarios. Entre llantos e hipos, entre suspiros e inmunidad a una realidad que lacera, la prosa de Dickens reconstituye, llama a levantarse; es más, a no caerse nunca y estos tiempos de fin de año y de profecías de destrucción bien merecen pasar por la prosa de ese joven bicentenario, Charles Dickens.


Sólo mantén en suelo un instante más, muñeca

]Efemérides y saldos[


Sólo mantén el sueño un instante más, muñeca
Alejandro García

Carla se me acerca y me besa en los labios.
—Me habría gustado ser distinta y haberte conocido de otro modo. Habría sido todo muy bonito.
Del perfume de su piel y del calor de sus labios nace espontánea una pregunta. De la que me arrepiento en el mismo momento de formularla. 
—¿Volveré a verte?
Ella me pone el dedo en los labios…
Giorgio Faletti


Es Italia, año y temporada de caza de los Brigadas Rojas (1978) que han secuestrado a Aldo Moro. Es Milán y Bravo vive de regentear hermosas mujeres, mercancía de primera, y juega en el Ascot Club, mitad oficina, mitad máscara para ocultar su castración. Desde una esquina de la vida parece tener todo bajo control, con relaciones tegumentarias que lo salvan del compromiso y del afecto y lo mantienen a salvo con sus defensas externas de alcachofa. Podrá darse el lujo de jugar a los enigmas con Lucio, vecino, músico y ciego.
Muy pronto el escenario se complica y la noche de rutina se transformará en pesadilla, a pesar de que la mañana haya llegado. En cosa de una semana será pez que nada en aguas a merced de las dentelladas de la policía, de la mafia, de las Brigadas Rojas, pero sobre todo de su pasado. Giorgio Faletti ha construido en Apuntes de un vendedor de mujeres (Barcelona, 2012, Anagrama, 389 pp) una novela memorable, digna de leerse y comentarse.
—Contigo me iría gratis. Le dice Clara cuando Bravo se acerca para contratarla a favor de Daytona. El lector ya sabe que eso es imposible, Bravo es un profesional, pero le ha sido arrancada la virilidad. Y las palabras rondarán en toda la novela azuzando ese lado melodramático de quien lee y sabe que está inerme frente a las estrategias de un autor que oculta los hechos y los va dando a conocer poco a poco una vez que ha ganado la confianza.
Bravo aún tendrá tiempo de desarrollar su talento, su distancia con la vida y con el común habitante. Recibirá la llamada de un empresario que le pide tres mujeres, las mismas de la vez anterior, por 9 millones (el 30 % para el manager), buscará la manera de limpiar 490 milllones de la mafia mediante la compra de una quiniela ganadora. Es una liebre ese Bravo, mas las palabras siguen en su mente y entonces llegará la llamada época milanesa de plomo a envolverlo.
Bravo dejará ir a Laura porque se ha enamorado de un cómico y Clara deberá tomar su lugar en la fiesta de los poderosos. La Cenicienta se transformará en una mujer aún más hermosa.
Empieza la lluvia de muertos: el Tulipan, secuaz del mafioso Tano Casale es asesinado mientras se entrevista con Bravo, sus tres chicas y los importantes hombres que atienden aparecen muertos, Daytona, Lucio, el cómico, ahora encarnados en militantes de las Brigadas Rojas mueren. Y lo que era trata de mujeres, se convierte en un problema de crímenes y de alta política, pues entre los juerguistas se encontraba un legislador relevante de la democracia cristiana.
Y resulta que Clara no ha sustituido a Laura, que ésta aparece entre las muertas y que la chica que ha dicho —Contigo me iría gratis, no sólo está viva sino que aparece sobre la montaña de muertos, más allá de la policía, de la mafia, del grupo extremista y es la pieza de una intriga que ha logrado apoderarse de expedientes sobre personajes decentes que no lo son tanto.
El desenlace más que contarlo, debe sintetizarse en que aparece el pleno pasado de Bravo, Nicola Sangiorgi, sobrino de ese político asesinado e hijo de un senador siciliano, quien además de dejarse llevar por la ola de la corrupción y el tráfico de influencias, ha dejado que el mafioso de su tiempo, en Sicilia, castre a su hijo a fin de alejarlo de una sobrina. Era más importante forjar la prosperidad.

Como con todo buen libro, este comentario corre el riesgo de aniquilar la obra como cualquiera de sus personajes, pero me basta decir que además de su vertiginoso ritmo narrativo, de esas anclas trágico-cómicas que el autor disemina, de ecos venturosos que en sus páginas se escuchan: el joven dickensoniano, el destino sin destino de Hemingway, el sabor agridulce, sentimentalismo nunca doblegado de Chandler, el contrapunto del caso Moro (pienso en Sciascia), la técnica cinematográfica, en la novela de Faletti (quien al parecer ha renunciado aquí al best seller sin desaprovechar lo mejor de sus recursos), se purga el optimismo desde el principio. No hay remedio, el futuro se clausuró y después sabremos que los padres fueron cómplices, la trama misma se cierra en un artificio perfecto cuando se sabe que la cuchilla de barbero tendrá su conclusión en una cárcel, que Clara y Bravo superarán el 78, pero ya para qué, de allí que todo el esfuerzo de los personajes por salirse del mundo corrupto sean inútiles, porque así como se escucha —Contigo me iría gratis, se oye el tam tam del tambor, el marcador de ritmo de que cualquier sueño es imposible, todo fue demasiado perfecto para ser casual… Como si mi padre supiera lo que iba a pasar, aunque claro, muñeca, acaso sea posible acariciarlo durante un instante que buscaremos sea eterno.

36 años para armar un rompecabezas


]Efemérides y saldos[


36 años para armar un rompecabezas
Alejandro García

Anton comprendió que el clamor se desplazaba por toda la ciudad —los primeros manifestantes habían  regresado ya a la Plaza del Museo, los últimos aún no habían salido de ella—, corría en círculo, todo el mundo gritaba  entre risas, pese a lo cual era un clamor de angustia, un arcaico mar de fondo de la humanidad, que les estaba utilizando para edificarse.
Harry Mulisch


El escenario es simbólico, las casas tienen nombres paradisíacos, en realidad producto mercadotécnico de un fraccionamiento que no cuajó: Bien Situada (aquí viven los esposos Beumer) Reposo Exterior (los Steenwijk),  Insospechada (los Worteweg) Ciudadela de la Paz (el matrimonio Aarts, los más aislados).
Es Harleem, Holanda, enero de 1945, siete y media de la tarde, muy cercanos ya los ejércitos ruso y norteamericano que prácticamente habían liberado a toda Europa (no a Holanda, por cierto), muy cercanos también los ajustes de cuentas entre Resistencia y Colaboración. Anton Steenwijk, a los 12 años, junto con su hermano Peter y sus padres oye disparos y desde la ventana ve que un cuerpo se encuentra frente a la casa vecina. Los habitantes salen y lo mueven a las puertas de la casa de Anton. Se trata del señor Worteweg y de su hija, la enfermera Karin.
Peter sale a tratar de regresar el cadáver, bien al lugar en que estaba, bien llevarlo a la casa del otro lado. Los sucesos se precipitan, aparecen las autoridades. Peter huye empuñando la pistola del muerto, jefe de la policía local, Fake Ploeg, apresan a los padres, suben a un carro a Anton y lo llevan a una celda donde convive con una mujer quien le da consuelo.
Empiezan para el protagonista una serie de acontecimientos extraordinarios: su primer viaje en automóvil, un consuelo inesperado en la celda, el trato de los alemanes como a niño no culpable, salvar la vida ante un ataque aéreo, el regalo de un delicioso chocolate. Termina en la casa de sus tíos en Amsterdam, lo que será el inicio de una mejor vida que culminará con una próspera carrera de anestesista, dos veces casado y con una hija, producto de su primer matrimonio y un hijo, del segundo.
La anterior es a grandes rasgos la historia de El atentado (México, Tusquets, Maxi, 251 pp), novela de Harry Mulisch (Haarlem, 1927—Amsterdam, 2010), más conocido por su monumental El descubrimiento del cielo. El Atentado se publicó en 1982 y 4 años después fue traducida al español. Ésta es su primera edición de bolsillo. En 1987 fue llevada al cine (Fons Rademaker, 1986) y obtuvo un Globo de Oro y el Oscar a la mejor película extranjera.
La novela presenta la estructura de un rompecabezas. Anton, a lo largo de su vida, irá encontrando las piezas que le permiten explicarse la muerte de sus padres y de su hermano. En primer lugar, será hasta mayo y junio de 1945, después de la liberación, que se entere del fusilamiento de sus padres y hermano, pero lo narrará en el apartado correspondiente a 1952.
 Es en este año que Anton regresa a Haarlem a la boda de un amigo. Escapando un poco de la pugna contra los comunistas, amparado en su apoliticismo, visita al matrimonio Beumer y recibe una primera versión más o menos completa de los hechos. También se entera de que existe un monumento a propósito de lo sucedido y lo visita.
En 1956 se encuentra con Fake, el hijo del colaboracionista asesinado. Conoce la otra versión del joven, la suerte de la madre, el desamparo en la derrota y los intentos del joven por salir adelante. También rememoran el día en que Anton impidió que un profesor expulsara a Fake de la clase, en los momentos en que la derrota fascista era inminente.
En 1966 aparece un elemento más del rompecabezas. Durante un entierro oye la conversación entre dos hombres, uno de los cuales asegura haber sido uno de los que disparó al jefe de la policía. Conoce así que la mujer que lo protegió y consoló aquella noche era la otra responsable del atentado y que entre ambos militantes se fraguaba una relación no correspondida por ella, pero existente por la insistencia de él.
El último episodio se desarrolla en 1981, durante la Marcha por la Paz, una manifestación de cerca de medio millón de personas contra las armas nucleares. En este evento que sintetiza las luchas y los desencuentros de Europa, Anton se topará con Karin, la enfermera y le contará que su padre prefirió poner el cadáver en la puerta de los Steenwijk, porque sabía que en la casa de los Aarts estaban ocultos tres judíos. La cereza que faltaba en el macabro pastel. En la vana esperanza de que los otros salvarían el pellejo, y desde luego priorizando el propio, arrojó la carga a la familia de Anton.
A manera de enigma, Worteweg, en el relato de Karin, culpa a los lagartos del evento. Y queda el enigma de si los lagartos son los alemanes, los judíos o un ominoso destino que persigue a los hombres. A manera de fuga concluyo con la reflexión de un personaje:

¿Sabes lo que te pasa a ti, Steenwijk? Pues que tienes una memoria demasiado buena. Eso es lo que te pasa. Tú eres aquí, si a mano viene, el chantajista.


Contundente acusación para un hombre que, una vez dañado por  la guerra y por sus bandos, decidió ocultarse lo más que pudo y hasta su escondrijo fue a tentarlo la verdad, siempre relativa e incompleta.