sábado, 13 de julio de 2013

36 años para armar un rompecabezas


]Efemérides y saldos[


36 años para armar un rompecabezas
Alejandro García

Anton comprendió que el clamor se desplazaba por toda la ciudad —los primeros manifestantes habían  regresado ya a la Plaza del Museo, los últimos aún no habían salido de ella—, corría en círculo, todo el mundo gritaba  entre risas, pese a lo cual era un clamor de angustia, un arcaico mar de fondo de la humanidad, que les estaba utilizando para edificarse.
Harry Mulisch


El escenario es simbólico, las casas tienen nombres paradisíacos, en realidad producto mercadotécnico de un fraccionamiento que no cuajó: Bien Situada (aquí viven los esposos Beumer) Reposo Exterior (los Steenwijk),  Insospechada (los Worteweg) Ciudadela de la Paz (el matrimonio Aarts, los más aislados).
Es Harleem, Holanda, enero de 1945, siete y media de la tarde, muy cercanos ya los ejércitos ruso y norteamericano que prácticamente habían liberado a toda Europa (no a Holanda, por cierto), muy cercanos también los ajustes de cuentas entre Resistencia y Colaboración. Anton Steenwijk, a los 12 años, junto con su hermano Peter y sus padres oye disparos y desde la ventana ve que un cuerpo se encuentra frente a la casa vecina. Los habitantes salen y lo mueven a las puertas de la casa de Anton. Se trata del señor Worteweg y de su hija, la enfermera Karin.
Peter sale a tratar de regresar el cadáver, bien al lugar en que estaba, bien llevarlo a la casa del otro lado. Los sucesos se precipitan, aparecen las autoridades. Peter huye empuñando la pistola del muerto, jefe de la policía local, Fake Ploeg, apresan a los padres, suben a un carro a Anton y lo llevan a una celda donde convive con una mujer quien le da consuelo.
Empiezan para el protagonista una serie de acontecimientos extraordinarios: su primer viaje en automóvil, un consuelo inesperado en la celda, el trato de los alemanes como a niño no culpable, salvar la vida ante un ataque aéreo, el regalo de un delicioso chocolate. Termina en la casa de sus tíos en Amsterdam, lo que será el inicio de una mejor vida que culminará con una próspera carrera de anestesista, dos veces casado y con una hija, producto de su primer matrimonio y un hijo, del segundo.
La anterior es a grandes rasgos la historia de El atentado (México, Tusquets, Maxi, 251 pp), novela de Harry Mulisch (Haarlem, 1927—Amsterdam, 2010), más conocido por su monumental El descubrimiento del cielo. El Atentado se publicó en 1982 y 4 años después fue traducida al español. Ésta es su primera edición de bolsillo. En 1987 fue llevada al cine (Fons Rademaker, 1986) y obtuvo un Globo de Oro y el Oscar a la mejor película extranjera.
La novela presenta la estructura de un rompecabezas. Anton, a lo largo de su vida, irá encontrando las piezas que le permiten explicarse la muerte de sus padres y de su hermano. En primer lugar, será hasta mayo y junio de 1945, después de la liberación, que se entere del fusilamiento de sus padres y hermano, pero lo narrará en el apartado correspondiente a 1952.
 Es en este año que Anton regresa a Haarlem a la boda de un amigo. Escapando un poco de la pugna contra los comunistas, amparado en su apoliticismo, visita al matrimonio Beumer y recibe una primera versión más o menos completa de los hechos. También se entera de que existe un monumento a propósito de lo sucedido y lo visita.
En 1956 se encuentra con Fake, el hijo del colaboracionista asesinado. Conoce la otra versión del joven, la suerte de la madre, el desamparo en la derrota y los intentos del joven por salir adelante. También rememoran el día en que Anton impidió que un profesor expulsara a Fake de la clase, en los momentos en que la derrota fascista era inminente.
En 1966 aparece un elemento más del rompecabezas. Durante un entierro oye la conversación entre dos hombres, uno de los cuales asegura haber sido uno de los que disparó al jefe de la policía. Conoce así que la mujer que lo protegió y consoló aquella noche era la otra responsable del atentado y que entre ambos militantes se fraguaba una relación no correspondida por ella, pero existente por la insistencia de él.
El último episodio se desarrolla en 1981, durante la Marcha por la Paz, una manifestación de cerca de medio millón de personas contra las armas nucleares. En este evento que sintetiza las luchas y los desencuentros de Europa, Anton se topará con Karin, la enfermera y le contará que su padre prefirió poner el cadáver en la puerta de los Steenwijk, porque sabía que en la casa de los Aarts estaban ocultos tres judíos. La cereza que faltaba en el macabro pastel. En la vana esperanza de que los otros salvarían el pellejo, y desde luego priorizando el propio, arrojó la carga a la familia de Anton.
A manera de enigma, Worteweg, en el relato de Karin, culpa a los lagartos del evento. Y queda el enigma de si los lagartos son los alemanes, los judíos o un ominoso destino que persigue a los hombres. A manera de fuga concluyo con la reflexión de un personaje:

¿Sabes lo que te pasa a ti, Steenwijk? Pues que tienes una memoria demasiado buena. Eso es lo que te pasa. Tú eres aquí, si a mano viene, el chantajista.


Contundente acusación para un hombre que, una vez dañado por  la guerra y por sus bandos, decidió ocultarse lo más que pudo y hasta su escondrijo fue a tentarlo la verdad, siempre relativa e incompleta.

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