martes, 27 de marzo de 2012

Bocados de imperialismos

]Efemérides y saldos[


Bocados de imperialismos
Alejandro García

Recuerda que en toda guerra la primera baja es la verdad.
Doris Lessing


El costo ha sido muy alto, pero Afganistán derrotó 3 veces a Inglaterra durante el siglo XIX, mandó a los rusos a terminar de disolver la URSS y está a punto de mandar a los americanos con la cola entre las patas. La arrogancia imperialista ha sabido esconder doblemente el rabo, primero para no hacer evidente que la llevan entre las patas y segundo para dar la impresión de que ha sido una retirada victoriosa.
El viento se llevará nuestras palabras de Doris Lessing (Barcelona, 2007, Bruguera, 191 pp.) se mueve en torno a una visita de la autora a Afganistán en 1987, aunque su base de operaciones fue Pakistán, con el propósito de conocer las condiciones de los refugiados y averiguar sobre las versiones de que había entre los muyahindes mujeres combatientes con tropa bajo su mando.
La primera faena en este libro tiene que ver con lo inextricable del terreno. Primero porque tenemos una idea estereotipada de los musulmanes fundamentalistas. Lessing nos recuerda que hay que matizar, que existe una amplia gama de islamismos, dentro de los cuales las prácticas tipo Irán, Irak o Al Qaeda son las más ruidosas, pero no las dominantes, por lo menos en el Afganistán de la década de los 90, antes de que los talibanes se apoderarán del gobierno.
Esto es importante porque dentro de la confusión, propia del extraño o del manipulador ideológico, que en realidad es una riqueza de posturas para el involucrado, se justifica que se cometan injusticias y se avalen actos de dominio y represión, la famosa decencia del mundo occidental o la vieja tradición violenta de los rusos, desde el zarismo hasta la Perestroika.
También es inextricable el territorio, por su condición montañosa y de zona de guerra. Afganistán ha llegado a tener unos 4 millones de refugiados en Pakistán e Irán, cifras nunca confirmadas, pero que se presume están subestimadas. Es paradójico, pero estando en Pakistán, Lessing está en Afganistán por el número de refugiados y por ser el refugio para los combatientes que se repliegan o toman un descanso.
El tormento de soportar el ataque de las guerrillas musulmanas y su retirada a las grutas fue reemplazado por la victoriosa noticia de que los norteamericanos detonarían bombas que destruían aún dentro de los recovecos de esas madrigueras. Aún no sabemos si el ataque fue efectivo o si las bombas esparcieron su poder destructor sólo entre las rocas y el polvo mientras los afganos salían por algún otro agujero.
El otro elemento que es inextricable es el que se explica por el choque cultural, la diversidad de intereses. No son muy comunicativos esos afganos, sus formas épicas son repetitivas: Todas las historias empiezan igual: “Los rusos bombardearon nuestro pueblo y vinimos cruzando las montañas” (p. 130). Muestran lo que quieren o lo que creen que los llevara a una ayuda de Occidente. A la petición de filmar a las mujeres casi siempre corresponde una negativa, bien porque no están los hombres en ese momento o porque se encuentran en otro recinto. Y la búsqueda de las mujeres combatientes se alarga y se alarga y nunca se sabe de cierto si los gestos que reciben ante la demanda son de ironía, de negación o búscale, te costará trabajo, pero por allí andan.
La respuesta es sencilla, la mujer está enclavada en una cultura bien definida en cuanto a su rol y sus aspiraciones, que nada tienen que ver con la versión de la dama hollywoodesca que es incluso capaz de poner en tela de juicio la fuerza del hombre. De allí que la mujer afgana responda a su tiempo y a sus creencias y lo único que hace varias su papel es el requerimiento situacional y muy pocas están en posibilidad de escapar al cerco. Es el caso de Taywar Sultan, profesora, quien lleva a las familias de presos en Kabul provisiones y emprende una labor educativa que le cuesta la libertad, hasta que es rescatada y llevada a Pakistán. Nada parecido a la mujer maravilla o Rambo, pero como bien dice Lessing al reclamar que se equipare a Afganistán con Vietnam: Los vietnamitas tuvieron todo tipo de armamento, entrenamiento, ayuda. Además, la guerra se libró bajó el resplandor de la publicidad, fue una guerra televisada (p. 180).
Doris Lessing, Premio Nobel de Literatura 2007, hace el papel de Casandra, a quien dedica una de las crónicas: “Su larga cabellera ondeando al viento”. La griega tenía el don de la profecía, pero también el estigma de que no era creíble. Con Afganistán, lo mismo ante los rusos que ante los estadounidenses, se corre siempre el riesgo de que las palabras pasen de oreja a oreja sin imaginar siquiera el tamaño de su drama.

¡Salve escritura! Literatura feliz

]Efemérides y saldos[


¡Salve escritura! Literatura feliz
Alejandro García

Se juntaba con nosotros, nosotros sus colegas, en el café de enfrente, donde hablábamos de Lukass, de Heliforo, de Jéguel y de otros impertinentes de idéntica calaña.
Georges Perec


En ¿Qué pequeño ciclomotor de manillar cromado en el fondo del patio? (Barcelona, 2009, Alpha Decay, 86 pp) integrante del Oulipo (Taller de Literatura Potencial) Georges Perec, fiel a sus principios experimentales donde se combinan la literatura y las matemáticas, el juego con reglas y el goce que produce respetarlas y detonarlas, nos enfrenta en esta novela corta a dos ejercicios.
El primero nos lleva a una lectura convencional en cuanto a actividad en donde un feliz grupo de amigos y compañeros de andanzas se enfrentan a un reto. El dueño del ciclomotor cromado, Henri Pollak, cabo furriel, virtuosamente exento de Argelia y Territorios de Ultramar, lo que le permite trenzar su doble vida: por la mañana vida de soldado aprovisionador y repartidor de tareas, por la tarde contertulio de un lúdico y sesudo y planificador grupo, ha recibido una atenta solicitud de su amigo y confidente Kraramanlis, o algo así: ¿Karatoro? ¿Karavaka? ¿Karahuevo? Bueno, Karaalgo (p. 13), quien no quiere hacer vida militar en Argelia y ante la inminencia de las listas: —Que cojas el Yip —profirió el otro, con voz de Centauro—, que cojas el yip —insistió— y me atropelles, me rompas el pie, y nunca más pueda yo usarlo con fines morticidas (p. 19).
El ciclomotor cromado, puente entre la doble vida de Henri, se convierte en su lugar de angustia: la vida gozosa se ha ido al diablo con la solicitud. Por fortuna tiene en quienes explayar su dilema, en quienes depositar la urgencia de la pragmática vida militar matutina que simplemente indicaría hacerlo o no, según las reglas y con quienes convertir la reflexiva vida nocturna en riqueza de posibilidades y meandros de la existencia amparados en la dialéctica y en la filosofía.
El conductor del ciclomotor pues recurre a la ayuda de este grupo de amigos, los cuales se ponen a darle vueltas al asunto a fin de llegar a feliz término tomando en consideración los riesgos, los excesos y la necesaria carga de convivencia y altura que debe tener el evento. A partir de entonces no sabemos si la vida se complica desde que Karacosa pide auxilio o desde que el grupo sibarita lo toma de su cuenta: Se deducía que no era fácil en absoluto romperle el brazo con suavidad a un tío, ni siquiera entre varios, dado que se corría el riesgo de partirle a la vez los huesos, los tendones, las bolsas sinoviales, lo graso, lo magro y toda la pesca, y que aún habiéndose podido, ello no impedirá que se vaya al campo del honor, el colega, con el brazo en cabestrillo y cuarenta y cinco días de calabozo y que nosotros, sus amigos humeroclastas, tengamos a la bofia detrás durante siglos (pp. 28-29).
La lista aparece, no sólo se le nombra, sus letras constan en papel y tinta. El grupo se reúne, hace acopio de buena bebida, excelente comida, las mejores condiciones para tomar la decisión que beneficie al ciclomotorista y a su peticionario. Están en la balanza las siguientes propuestas: 1. Romperle el brazo: 9%, 2. Aventarlo a traición por las escaleras: 13%, 3. Tumbarlo en la vía hasta que quede hecho mierda: 23 %, 4. Ponerlo enfermo gravemente: 25 %, que se volviese loco: 37%. Además de las visibles dobles votaciones que alteran el 100 %, no hay acuerdo.
Karagandhi o Karafrénico llega a la reunión convertida en congreso-fiesta, come, bebe, fuma y se entera de que deberá ser escoltado por una comisión, que lo llevará a un establecimiento donde le entregarán algunas pastillitas a fin de que, previo rescate, al día siguiente se le declare suicida y loco, no apto para la fiesta de las balas en Argelia.
Todo sale diferente, el paseo se prolonga, los que se quedan se mantienen intrigados y los que asumen la tarea no pueden llevarlo a un hotel después de la ingestión, lo entregan en el Fuerte. Al día siguiente Henri conoce el desenlace: o no fue suficiente la dosis o la cantidad de alcohol ha impedido la realización de tan noble tarea y Karalarico ha escapado o se niega a verlos, pero el grupo ha quedado a salvo en tanto que se ha jugado la vida por el ciclomotorista y por el Argelafobo.
La segunda lectura es un reto para el lector y consiste en seguir Las flores y los ornamentos retóricos y, más exactamente, de las metábolas y las parataxis que el autor cree haber encontrado en el texto que se acaba de leer (p. 83). Se necesita una vida para hacer esto, entre diccionarios, bebidas, manjares y suspiros. Perec nos hace felices.

jueves, 8 de marzo de 2012

Novelas que de lejos parecen moscas

Novelas que de lejos parecen moscas
Alejandro García


Este libro nació de un texto de Borges. De la risa que sacude, al leerlo, todo lo familiar al pensamiento —al nuestro: al que tiene nuestra edad y nuestra geografía—, transtornando todas las superficies ordenadas y todos los planos que ajustan la abundancia de seres, provocando una larga vacilación e inquietud en nuestra práctica milenaria de lo Mismo y lo Otro. Este texto cita “cierta enciclopedia china” donde está escrito que

Los animales se dividen en a] pertenecientes al Emperador, b] embalsamados, c] amaestrados, d] lechones, e], sirenas, f] fabulosos, g] perros sueltos, h] incluidos en esta clasificación, i] que se agitan como locos, j] innumerables, k] dibujados por un pincel finísimo de pelo de camello, l] etcétera, m] que acaban de romper el jarrón, n] que de lejos parecen moscas.

En el asombro de esta taxonomía, lo que se ve golpe, lo que, por medio del apólogo, se nos muestra como encanto exótico de otro pensamiento, es el límite del nuestro: la desnuda imposibilidad
de pensar esto.
Michel Foucault


I
La aparición de este libro que conjuga cuatro novelas de escritores potosinos por nacimiento o por adopción y un ensayo introductorio de David Ojeda me permite una serie de reflexiones que buscan incorporar el sentido del lenguaje que se encierra en este objeto que abarca 721 páginas, más en la intención de malabarear con clasificaciones y juegos que me permitan llevar a la experiencia, en el sentido que le da Jorge Larrosa, tan amplio y rico producto cultural.
Está en primer término la labor conservadora de Ojeda y de las instituciones que hacen posible el libro, el primero en el plano de la mirada y del discernimiento, las segundas en el de la provisión de recursos materiales. A este nivel encuentro una saludable síntesis entre la labor del humanista del Renacimiento, su cuidadoso rescate de los clásicos y la guía para dicho rescate, así como para la lectura y escritura de los textos, bien de los anteriores, bien de los por escribirse, lo que en el último caso generó el culto ciego a la norma y a la repetición el desgaste propio de los fenómenos culturales y la elevación de la guía en ley suprema.
También está aquí la siguiente fase, la propia de la era Moderna, donde la didáctica, la política y la ideología se trenzan a fin de llevar el alimento espiritual a los hermanos para cumplir la ruda tarea de la desdivinización.
Está por último el rescate a pesar de los excesos y de las caídas de las causas redentoras. En el ensayo introductorio hay un sabio índice de juego que además de su brevedad, pudo haber hecho el autor todo un tratado, nos provoca, nos seduce. Esgrime argumentos, por ejemplo una teoría de la historia, su matriz cristiana, su maniqueo juego entre el progreso y la decadencia, pero deja al lector la elección, le alude a los prejuicios, a ciertas reglas de funcionamiento del texto y los autores en la sociedad actual y en la de su tiempo, en el género en que se inscriben, en el momento histórico que enmarcan, pero lo que busca es hacer inevitable la lectura, entrar a esos mundos de lenguaje donde los hechos históricos están camuflados por situaciones ordinarias o por un trato de la realidad que permite avanzar sea por el lado de la curiosidad histórica, sea por el lado de la simple satisfacción de leer y hacerla experiencia vital.
Claro que también los curiosos especialistas tendrán la oportunidad de desafiar los juicios, de cruzar apreciaciones propias y extrañas, de comprobar el canon, de aludir a la justicia o a la injusticia de estos autores en la historia de la literatura. Pero el mal de Ojeda está hecho, cada chango a su mecate, dice el dicho, y es cierto, la palabra breve y serena de las primeras páginas cede su lugar a la confrontación del lector y su mundo de intereses, sus demonios, con el texto literario (que desde luego también carga sus legiones infernales).

II
La segunda idea entra en juego con ese afán por clasificar o por lo menos con trazar contornos, destacar pistas, tomar distancia con respecto a la información de los hechos. Hace algunos meses asistí a la culminación de un trabajo sobre Eduardo J. Correa, novelista de Aguascalientes, católico, que entre 1929 y 1948, las fechas, algo recordarán en relación al libro que hoy presentamos, publicó 9 de sus 14 novelas, la mayoría en ediciones de autor y que con excepción de 2 son hoy prácticamente inconseguibles. Esto no es raro en el mundo editorial donde muchas de las obras trascendentales han sido producto de recursos económicos personales o familiares o de amigos. A lo largo de la ruta de su trabajo, la investigadora cayó en escepticismo extremo sobre los valores literarios y a punto estuvo de abandonar el barco. Por suerte se recuperó y el trabajo está impreso, es una tesis doctoral.
Siempre mencioné los esfuerzos que se han hecho en San Luis Potosí, en particular los de David Ojeda, para hacer comentario sobre las obras y publicarlas. En gran medida ante soledades tan espantosas como obras que sólo puede conseguir el investigador no es raro que gane la desesperanza. Y más con factores en contra como el hecho de que Correa fue un buen cristiano, militante, a menudo intrusivo dentro de los textos, pero no radica allí ni su pequeñez ni su grandeza. Mencioné también el caso de la poesía de Joaquín Antonio Peñalosa Hermana poesía. Poesía completa, publicada en 1997, por Verdehalago y Ponciano Arriaga con un estudio de David Ojeda. Me parece que una tarea fundamental en relación a Aguascalientes o a nuest ra investigadora tiene que ver con la publicación de las novelas de Correa, de otra manera la investigación tendrá corta vida.
La preocupación de Ojeda por estos autores se muestra ya en su compilación Literatura potosina. Cuatrocientos años (San Luis Potosí, S.L.P., México, 1992, Comité organizador “San Luis 400”, 533 pp.) en ella afirma:

Ese medio servirá de crisol para distintos narradores potosinos nacidos entre 1889 y 1910. Ellos conforman el grupo más importante de nuestra narrativa en lo que se refiere a la recreación del tema revolucionario. Sobresale ahí el caso de Jorge Ferretis (Río Verde, 1902), autor de la obra tal vez más lograda, por su intensidad y una argumentación precisa y llena de vehemencia, de nuestra novelística de la Revolución: Tierra caliente. José María Dávila, por su parte, aunque nacido en Mazatlán (1897) llegaría a San Luis a los cinco años de edad y en la ciudad viviría hasta 1913. En su obra resalta la novela El médico y el santero, que debe ocupar un lugar también preponderante (por su humor y su toque costumbrista) en nuestra narrativa de la revolución. De la Huasteca es otro escritor, Jesús Goytortúa (San Martín Chalchicuautla, S.L.P., 1910), quien entre otras cosas publicara Lluvia roja, una novela muy lograda que junto a la asunto de la Revolución en la Huasteca potosina explora una de sus vertientes temáticas: el poder caciquil y su refundación en la lucha armada. Agustín Vera, por su parte (Acambaro, Gto., 1989) es autor de la novela potosina acaso más conocida y comentada en esta materia: La revancha. Ello se debe, seguramente, al hecho de que Antonio Castro Leal lo incluyó en su antología: La novela de la Revolución Mexicana.

Ojeda completa el escenario potosino y plantea un orden con base en las temáticas y en el uso de lo literario, en el grado de madurez de la lengua y de la ficcionalización de los hechos de tal manera que extrañados en la lectura, nos permitan regresar a la apreciación del contexto, del entorno.
El reto es interesante, porque el período, al igual que el productivo de Correa, corresponde a los momentos en que se ha dicho que la novela latinoamericana transita a la ciudadanía o al cosmopolitismo, poniendo como hitos El señor Presidente (1946) Al filo del agua (1947) El túnel y Adán Buenosayres (1948) y a sus creadores Miguel Ángel Asturias, Agustín Yáñez, Ernesto Sabato y Leopoldo Marechal.
La afirmación recientemente se ha estado cimbrando y amenaza con moverse, después de la reapreación de novelistas como Roberto Arlt, Manuel Rojas, Macedonio Fernández, Mauricio Magdaleno y José Revueltas. Lugar aparte, creo, debe tener la novela La invención de Morel (1940) de Bioy Casares y desde luego que todo esto se mueve cuando hablamos del cuento y de Borges en particular(también aquí debemos incluir a Felisberto Hernández).
Este continuo martillear sobre los hitos, sobre las fronteras precisas es lo que mueve a leer a estos autores, todos ellos merecedores de más lecturas y más apuestas en su favor y esta oportunidad la tenemos ahora, no como una propuesta terminada, sino como una tarea con un pórtico, la provocación de Ojeda. El hecho de que sean 4 novelas importantes, nos habla de un porcentaje alto, cuando cuento en México en su novela que Brushwood consigna 95 productos del género entre 1930 y 1947. Y cuando el mismo autor consigna 133 para Hispanoamérica.
En lo particular debo confesar que considero que Goytortúa debería ser disfrutado por más lectores. También debo decir que leí La revancha cuando apareció en La Matraca de Premiá y que a Ferretis y a Dávila lo conocí por Ojeda, por el entusiasmo provocado después de conversar con él. Tendré tiempo de dedicarme más a cada uno de estos autores a partir de lo que ya se ha publicado y de lo que hoy podemos incorporar.

III
Hoy más que nunca la clasificación de Borges retomada por Foucault es necesaria para abordar el asunto de la Revolución. Rebasada la historia de facciones, rebasado el sistema que nos inyectó todos los días la creencia en que habíamos hecho totalmente diferente a lo que había hecho el mundo y que se prolongaba como venturosa espuma y se traducía en maná para nuestra necesidades materiales y espirituales, es posible buscar que los hechos históricos se dividan en a] pertenecientes a Juan Cuerdas o a Pedro Páramo, b] embalsamados en la Ciudadela, c] amaestrados en Tlaxcalatongo, d] lechones en el cerro la Bufa en la Toma de Zacatecas, e] sirenas en el argonáutico Adolfo de la Huerta, f] fabulosos “La Bombilla”, g] perros sueltos en El Gargaleote, h] incluidos en esta clasificación y en esta reunión, i] que se agitan como locos y compran libros, j] innumerables, traidores y amos de mundos posibles k] dibujados por un pincel finísimo de pelo de camello en un tren de Juárez a Lerdo, l] etcétera, poetas que redactan planes subversivos m] que acaban de romper el jarrón para esconder el libro, n] que de lejos parecen moscas o cuatro novelas de la revolución.
La narrativa de la revolución dejó desde el principio en claro que no había tal sistematicidad ni alturas de miras, que el discurso era parte de la violencia y que el consejero era parte del poder que se levantaba en armas, ciertamente contra la injusticia, pero no la del liberalismo, no la de la Dictadura, sino la de aquella que se había filtrado en las vidas, en los baños, en las camas, en los besos, ese terror que lo mismo amparaba el derecho de pernada que la imposibilidad de ser feliz. Por eso el amor está presente en estas novelas, como una posible clasificación, los enamorados o los que enamorados besan y detrás y debajo de ellos aúlla la violencia. Sin duda este libro es como un circo de tres pistas, pero creo que aquí debo acabar.