domingo, 20 de julio de 2014

De madriguera a ratonera



Si fuera Gordo, pintaría tranquilamente, tendría un buen estudio, vendería mis cuadros a precios de oro. En lugar de eso, soy Flaco, quiero decir que me como la sangre intentando encontrar chismes que hagan encogerse de hombros a los Gordos (…) Usted es un Flaco sorprendente, el rey de los Flacos, palabra de honor. ¿Se acuerda de su pelea con las pescaderas? Era magnífico, aquellos gigantescos pechos lanzados contra su estrecho tórax; y ellas obraban instintivamente, expulsaban al Flaco, como las gatas expulsan a los ratones.
Émile Zola


Publicada en 1873, hace 140 años, El vientre de París (Madrid, 2008, Alianza, 389 pp), forma parte del ciclo de los Rougon-Macquart. Trata de la vida en el mercado de Les Halles. La obra ha sido tratada como un bodegón literario, ya que se pintan exhaustivamente verduras, aves, frutas, embutidos, flores, pescados, carnes rojas… Entre esa cantidad por momentos pantagruélica corre la vida, los sabores y sinsabores de los mercaderes, sus luchas intestinas.
De madrugada, llega Florent, con los vendedores rurales, los surtidores de los comerciantes permanentes. Va en busca de su hermano Quenu. Lo encuentra casado con Lisa Macquart y con una hija, la pequeña Pauline. Han levantado un negocio de salchichonería y todo les pinta bien, pues además del trabajo tesonero han contado con la herencia del antiguo patrón y protector el tío Gradelle.
Florent ha logrado escapar de Cayena después de varios años de prisión debido a su participación en las jornadas por la República. El Imperio, ahora, logra aglutinar las fuerzas en torno a la paz y la estrechez de miras políticas.
Florent comenzará a reunirse con hombres del barrio y terminarán en un proyecto de rebelión que, si bien hay un nivel de papel y de ciertos gastos y parafernalia, nunca rebasa la plática entre los participantes. El grupo termina partiéndose, pero lo que es ideal y proyecto, se cuela a las bocas del mercado y corre como rumor.
La repentina llegada de Florent a los terrenos de Lisa, marcada por el recelo de algunos, y su relativo encumbramiento como inspector, desencadenará la primera trifulca de la era, entre Lisa y la Bella Normanda, y entre ésta y su hermana Claire, las vendedoras de pescado. El mercado empieza a sentir el trepidar de fuerzas y lo que se sostiene: la llegada de un primo de la mujer del charcutero, se desvela como la llegada de un conspirador a quien termina encontrándosele la cola que le pisen. Ya para entonces Lisa ha dictado la guerra contra Florent y ha amenazado a Queni, pues se ha enterado que éste asiste al círculo de la conspiración. Lo que en el mercado nace, allí mismo se arregla, se autoregula.
La novela permite una lectura contrastada de los personajes: por ejemplo: entre Florent y Queni, los dos republicanos, pero uno va a Cayena y el otro se queda a hacer vida y capital. Florent es un hombre tímido, la imagen de una mujer agonizante en las jornadas de la República lo persigue durante su cautiverio; su temblor ante las palomas ensangrentadas lo arruina ante los buscadores de grandes héroes. El hermano menor no lo es menos, siempre sobreprotegido por el mayor se queda a la sombra de otros personajes, el tío y Lisa, y se convierte en un buen cocinero y comerciante. Nunca superará su dependencia, sólo la sustituirá. Al final le ganará la codicia por la herencia.
Otro contraste se da entre Florent y Claude Lantier, pintor, sobrino de Lisa. Apolítico, es en cambio la presencia que trata de darle una interpretación a esa vida exuberante que se mueve en los recovecos del mercado, en sus capas fabulosas. Quiere atrapar la materialidad, la naturaleza de la vida, de allí que no le interesa una interpretación de lo social, en todo caso debe pintarse. Florent, en cambio, es un activista lento y un pedagogo, da lecciones a Órdago, el hijo de la Bella Normanda. Claude es quien aquilata mejor a Florent, no sólo contándole la historia del Gordo y los Flacos, sino descubriéndolo en toda su debilidad e inocencia:

Un muchacho dulce como una chica, a quien vi ponerse malo al mirar cómo sangraban a las palomas… Me hizo reír, de lástima, cuando lo divisé entre dos gendarmes.
También hay un contraste entre la señorita Saget y Claude. Él trata de reproducir la vida del mercado, aunque siempre parece escapársele algo. Ella es el panóptico que vigila el mercado y a cada uno de sus integrantes. Todo lo mete a su discurso distorsionado por la amargura y por cierta maledicencia. Es ella la que logra la caída del chivo expiatorio, es ella la que urde y apresura la defenestración de Florent.
Cadine y Marjolin son una pareja que mueve la segunda parte del relato, una vez que parecen asentarse las acciones de Florent. Ese par crece entre las mercancías, se mezcla con ellas, juega en ellas, hasta que el instinto y el amor aparecen y son encubiertos por aromas, sabores, camuflados por la carne, por la grasa, por la sangre. Hasta que Marjolin intenta poseer a Lisa. Ella lo golpea y sale de la trampa, pero él aparecerá poco después con herida en la cabeza. No ha sido la mujer, pero ella sabe lo que ha pasado en la entraña del mercado. Regresará el chico del hospital, pero ya sin cordura, sólo con la aportación del cuerpo.
En el mercado parece imponerse la vigilancia de Saget, la misma moral se sacrifica siempre y cuando no sea la política la que aparezca. Algo sucede que al poder superior favorece, porque el panóptico no perdona y ajusticia, denuncia, entrega, festeja la prisión y el sacrificio. Como dijo Foucault: la resistencia en la red suele ser sorprendente y el poder puede descansar, porque es en la madriguera que cobija que se produce la ratonera-trampa que mata. 

El refajo de la señorita: acuérdate, cuerpo





Insomne, no me recupero de los estertores que me motivas y, casi agonizando, descubro que la longitud de tus piernas descansa sobre el oasis de las sábanas con un sobresalto semejante a mi agonía. No hay derrota ni abdicación, simplemente calma, cala y reposo efímero para trenzarnos nuevamente en esa contienda inacabada que pernocta por momentos en el túnel incandescentemente blanco de mis explosiones…
Juan Manuel Bonilla



El refajo de la señorita (México, 2013. Sísifo, 85 pp) de Juan Manuel Bonilla, libro de 13 relatos con un “Endenantes” de Fernando Hernández Almaraz e ilustraciones (Grabados) de Eko me ha provocado un mismo punto de partida, que tiene que ver con el aprendizaje de los sentidos que, gracias a la clandestinidad, escapa de la educación y de la moral que nos persigue después de que hacemos nuestra Primera Comunión, es decir, una vez que hemos adquirido el “Uso de Razón”.
Yo no vagaba por el Cerro de Proaño, pero sí lo hacía por los Ríos del Muerto y de los Gómez. En éste, ya casi para incorporarme a las filas preproductivas de la ciudad del Zapato, se acumulaban grandes cantidades de espuma, blancas en su cúspide, amarillentas en su parte media y de color grisáceo en su base. Ocultaban un caldo acuoso que, el Paraíso sea de los inocentes, nunca se nos ocurrió nadar. Rodeábamos esas nubes terrestres, aventábamos piedras y el líquido se resistía a dejarlas entrar y producir los patitos con que competíamos. Eran los residuos de las tenerías, ácidos que circulaban por el lecho del río una vez que habían producido las más variadas pieles.
Pero esto es el logro de una sensibilidad a contra corriente, tomar el instante en que el placer se da, gratis, fulgurante, antes de que el mundo de la cultura nos enfríe y nos castigue. El mundo de los mezquites y de las tunas, más al sur de Zacatecas la tintura y el sabor de las pitahayas. Así que a contracorriente se vive la vida, desplegando los sentidos, más en lo acústico y en lo polvoso, dice el autor, pero cada experiencia se ilumina y se filtra con esos sentidos re-sentidos y el mundo del cuerpo revive, vibra, se estira, se repliega, sin importar aquello de que todo acto puede ser pecado de palabra, obra y omisión.
Si hablamos de esa sensibilidad que es defensa y a veces presunción o canto, tenemos que indicar que las voces de los narradores cumplen esa función. De ese texto inicial “Tres cuartos de perfil” en que se tira una línea para que el lector repose sus señales de interpretación se llega otros donde más parece una estampa o un poema, textos en que la ambigüedad le gana a la referencia (“El jinete y la Sibila” y “Equilibrio”), pero no a la experiencia de los sentidos que inician un diálogo que a veces llega a lo glandular.
Hay cuentos donde se llega tarde, como “El impuntual”, no sólo a las labores cotidianas, sino a ese cuerpo que es percibido por el aroma, por las zapatillas, por las piernas y por el hombre que se la lleva antes que se nos revele plenamente, otra forma de ser sugerente y propiciar el viaje del lector.
Los hay de campanas castigadas, de no vírgenes que no tuvieron la  fortuna del mito y de cuerpos de hombre con posición y disposición de mujer, enfriados no por el sistema sino por una neumonía producto del azar y de la fatalidad.
Creo que en “Chuy Mollá” y en “Ojos negros, piel canela” se da el otro nudo de significaciones del libro, lo que le da mayor densidad. En “Tres cuartos de perfil” el narrador, del semidesierto, habla del polvo y de lo acústico más que de lo acuático. “Chuy Mollá” es un texto acuático, no sólo por el hálito y el cuerpo que se tornan líquidos, sino porque la madre del mentor le lava el pene:

Descubrió que la humedad pegajosa que él ponía entre sus manos no era la abdicación ni la derrota, sino el cetro orgulloso que aún después de la contienda pronunciaba su satisfacción con latidos como diástoles de un corazón con taquicardia. Mientras recibía en el cuerpo del pecado la absolución jordánica de aquellas aguas, él guardó silencio.

La tarea es larga, larga como la agonía, mas la experiencia es cercenada por el remordimiento; pero el remordimiento fija el recuerdo, lo repite, lo torna una agonía repetible.
En “Ojos negros, piel canela” la música acompaña el asedio de un cuerpo sobre otro. Aquí no hay tardanza ni culpa, sólo el abrumador conjuro de las fuerzas para probar una vez más que este cuerpo no raja, recuerda, se proyecta y vive la diferencia.
“El refajo de la señorita” es un poco la historia vivida del primer relato, el niño que ve las prendas, el cuerpo que sabe que eso que está allí cobija partes que le prenden, que le iluminan de fósforo algunas partes y lo demás vendrá o ya ha venido en otras páginas del libro.
Hay en ese “semidesierto” algo que permite hablar de una literatura diferente y que permite conjuntar a escritores del norte, una sensibilidad y un lenguaje que extrañan temas, espacios y temporalidad. Eso produce un tono raro, extraño, original, que yo emparento siempre con una literatura suspendida: la de Haroldo Conti. Las encuentro en algunos pasajes y perspectivas de Bonilla. Esto es sobresaliente porque veo una mezcla de generaciones en Fresnillo que hoy producen una literatura muy valiosa: agrego a los mencionados, los nombres de Juan José Macías, Gonzalo Lizardo, Arturo Burciaga, Juan Antonio Caldera, Andrea Esparza, Claudia Isela Rodarte.
De modo que estos cuentos merecen la pena de ser leídos y, una vez que hagan efecto, que cada quien se apacigüe como Dios le dé a entender.  

Cuídate de las aguas mansas



Laurel había estado observando atentamente a las palomas en su palomar y ya había visto a un par de ellas peleándose con el pico e hiriéndose en el cuello, provocando las arcadas de la otra, comiéndose los vómitos de la otra, tragándose tolo lo que ya había sido ingerido, una vez más; se turnaban. La primera vez que lo vio Laurel confió en que no lo volverían a hacer más, pero al día siguiente volvieron a hacerlo, y otras palomas las imitaron.
Eudora Welty


Laurel ha viajado de Chicago  a Nueva Orleans. Allí se ha encontrado con su padre, el exjuez Clinton McKelva y con su madrastra Fay. Éste debe hacer una consulta con el oftalmólogo. Al parecer nada de cuidado. Claro, las informaciones son necesarias, el hombre tiene setenta y un años, la hija está entre la cuarentena y la cincuentena y la madrastra es más joven que ella. También la pareja ha viajado, desde Mount Salus, Mississippi.
La hija del optimista (Madrid, 2011, 3ª reimpresión. Impedimenta, 225 pp.) gira en su primera parte en torno al viaje. Allí, en Nueva Orleans, la condición de McKelva  se irá deteriorando, pese a que su ojo se recupera lentamente, y morirá. Deberán, las dos mujeres, emprender el regreso, con el cadáver a Mount Salus. Vendrán los días del duelo y de las honras fúnebres, el reencuentro con las gentes del lugar, la presencia del pasado de Laurel. Entonces, Fay, que había dicho no tener familia, regresa a su natal Texas acompañado de un multiparlante grupo en el que se encuentra su madre.
Laurel enfrentará sola el otro viaje: al encuentro con su pasado y con sus padres. Allí también hará partícipes a los lectores de la suerte de su marido, Phil, caído en la guerra. Regresará a Chicago con seguridad, un lunes, lo dice a Fay a fin de que ésta pueda  encontrarla o evadirla en el regreso, sin alteración palpable de las aguas mansas, pero éstas han hablado y golpeado con fuerza interior a la mujer que acompañó a su madre en algunas de sus sesiones de extravío y a su padre inmerso en el vértigo del optimismo:

Pero justamente antes de morir, su mente había viajado hacia aquella casa que se había quemado y destruido por completo.
“Te llevaré allí, Becky”.
“Satanás”, gritó ella; “¡Embustero!”.
Esto ocurrió, naturalmente, en la época en que su padre había comenzado a considerarse lo que él llamaba con toda seriedad, un optimista (…)
El problema de su madre era aquella profunda desesperación que la embargaba. Y nadie tenía más capacidad para excitar aquella desesperación que la única persona a la que ella amaba desesperadamente, aquel hombre que se negaba a aceptar que ella estuviera desesperada.

En esta novela de Welty (reconocida en 1973 con el Premio Pulitzer), traducida al español por primera vez en 2009, la apariencia siempre es de tranquilidad. Apenas se entera uno de que Clint ha podido rasgarse el ojo con la espina de una rosa de su jardín (aunque después se sepa que sufre desprendimiento de retina) y nunca se dicen los padecimientos que lo llevan a la tumba.
Nueva Orleans vive el carnaval mientras las mujeres se alternan para vigilar al enfermo y la ceremonia fúnebre parece una fiesta. A esto hay que agregar la alharaca de un vecino enfermo (compañero de cuarto) del exjuez y de la familia de Fay.
En cambio Laurel se mueve con encanto en el escenario, se deja acompañar de un grupo de damas y sólo es alterada en su orden por la irrupción de un pajarillo dentro de la casa, el pájaro no sólo vuela sin rumbo, sino que además deja las huellas del hollín que lo cubre. Laurel encontrará también las cartas de la madre y eso le permitirá lo mismo el viaje que nos lleva al desencanto frente a las palomas, que a la saga familiar que arranca en los años mismos de la Secesión y aún antes en territorios de Virginia o de Carolina.
Félix Romeo, en su “Introducción” nos realza la estructura del cuento de hadas, la fascinación en los niños al suspender el tiempo. Sus personajes no están maltrechos, sólo son producto de un tiempo que no perdona, que corroe. En algún momento uno de los personajes conjunta todas aquellas temporalidades, todas aquellas voces. Y ya, la experiencia habrá entrado en él o en los lectores. Si acaso el personaje se permitirá después del reencuentro con las cartas, entregar a la mejor persona posible, a la más digna, un pequeño barquito de pizarra.
Eudora Welty (1909-2001) es una escritora representante de la mejor novelística norteamericana del siglo XX. También se le puede ver como una notable creadora del mundo sureño norteamericano, del derrotado, llevado a confortables mundos posibles. Allí estaría junto a Faulkner y a Ford, por construir una línea diacrónica. Y pertenece a una generación igualmente brillante de sureños: Truman Capote, Robert Penn Warren, Carson McCullers, en la línea sincrónica.


Sus documentos, demuestre que es un ciudadano, que está vivo




—Basta con que me demuestre que ha nacido en los Estados Unidos…
—No puedo probar nada en absoluto, ya que mi nacimiento no fue registrado.
—Bueno, pero eso no es culpa mía.
—Parece que usted duda incluso de que yo haya nacido, señor.
—Exactamente, amigo; aunque pueda parecerle una tontería. Dudaré de su nacimiento hasta que no me presente un certificado de nacimiento. El hecho de que usted se encuentre sentado frente a mí, no prueba su nacimiento.
B. Traven


El barco de la muerte (Barcelona, 1993. Montesinos, 429 pp.) narra las aventuras de Gerard Gales, un marinero norteamericano que parte de Nueva Orleans en el buque Tuscaloosa y llega a Amberes; luego de una noche tormentosa con una chica, pierde su nave, sus documentos de identidad y sus pertenencias; vagabundeará por tierra, en vista de que no puede demostrar su ciudadanía. Expulsado de Bélgica, rechazado en Holanda, cruzará por Francia, con su correspondiente episodio en París, y tendrá una estancia agradabilísima en España, en donde por fin se embarcará en el Yorikke, más por la superstición de que no puede negarse a ejercer su oficio de marinero so pena de mal presagio. De allí que caiga en la trampa que se le tiende. El tal barco no sólo da la imagen de la muerte, sino que al interior hay un misterioso reducto al que no tienen acceso los marineros, núcleo donde caen los expulsados de ese infierno cotidiano. Aún hay algo peor que el profundo noveno círculo, pues todos saben que allí está la estancia última en caso de que defeccionen o les gane la curiosidad. Se decía que 

Se trataba de los restos de una tripulación anterior que había sido devorada por las ratas. Éstas, grandes como gatos, se dejaban ver muy a menudo cuando salían de su escondite a través de un agujero que nunca llegamos a descubrir. Las ratas corrían por los camarotes en busca de comida o de algún zapato viejo y desaparecían tan rápida y misteriosamente como habían aparecido. Aquellas enormes bestias salvajes nos causaban un gran pavor, pero nunca pudimos atrapar a ninguna de ellas. Eran demasiado listas y rápidas para nosotros.

Finalmente en el Yorikke hace un amigo, Stanislav, quien también ha sufrido la peste de la burocracia, pues nació en un territorio que fue alemán y después de la guerra fue polaco. Los dos Estados, a través de sus ágiles plantígrados, le niegan la nacionalidad. Lo mantienen en el exilio obligatorio, condenado a poblar alguno de los barcos de la muerte donde se arraciman los proscritos del mundo.
Ni Gales ni Stanislav sufren la peor suerte de Paul y Kurt, ambos, muertos con piel y músculos chamuscados después de una explosión de calderas. Idean escapar, volver a circular por el mundo, desafiar al orden y a la estupidez de los nacionalismos burocratizados, no sin antes salvar su paga, que son tan reacios a entregar las autoridades del Yorikke. No les alcanza la suerte, en un paseo por un puerto son atrapados y recluidos en el Empress of Madagascar, una belleza de barco destinado a estallar, pues es mucho más rentable el cobrar el seguro que invertir en una nave que está condenada a ser restañada siempre sin posibilidad de salud permanente.
Como ciertos personajes medievales este marinero no tiene nombre, y cuando lo adquiere bien lo inventa, y lo remite a Alejandría, o bien lo deja en una especie de interjección, Pippip, recordándome a alguno de Dickens. Nunca recuperará con el nombre la fama y la gloria. Sólo la muerte conduce y retira del mundo a estos personajes, condenados a la marginación y el olvido. Sin embargo, Traven los trae al lector y con dureza condena al mundo de la productividad, de la vigilancia ideológica y de la decadencia de los intereses nacionalistas. El humor en Traven llega a ser vitriólico cuando los personajes topan con la cortina de la decencia burocrática que les niega el derecho a la vida.
B. Traven no es el escritor mejor leído en México. Gozó de singular fama entre un amplio público, aunque creo que también padeció de la desconfianza de los círculos de vanguardia. Más cuando se llegó a creer que era Esperanza López Mateos, hermana del presidente de México.
El barco de la muerte se publica en alemán en 1926 y en inglés en 1934, al parecer con ligeras variaciones que complican la definitividad de la versión. Ignoro cuál es la de Montesinos y si tiene diferencias con respecto a la edición mexicana que fue de Compañía General de Ediciones y a la muy reciente de Acantilado.
Esta novela se publica el mismo año que El castillo y un año después de La paga de los soldados, Manhattan Transfer y El proceso. La novela se ubica así lejos de los experimentos de la generación perdida, pero funciona mucho más como puente entre el castigo de Kafka y el cuarto 101 de Orwell.
Al mismo tiempo, habrá que pensar si se ha leído a Traven dentro de la tradición latinoamericana anterior a la llamada novela cosmopolita, es decir con tintes regionalistas y estructuras cercanas al naturalismo. En el caso de El barco de la muerte esta lectura es injusta y equívoca y basta su ambigüedad de origen (¿es alemán?, ¿es norteamericano?) para pensarla y explicarla con relación a la novelística que se escribió esos años y en esos países.
Aquí se respira un profundo aire anarquista, una denuncia de la sinsalida a que llevaron los nacionalismos decimonónicos y que se pusieron en evidencia en la primera gran guerra. Pero sobre todo plantea un escepticismo frente a la lógica de la Razón y a la carnicería ideológica. Los años que vinieron le dieron la razón a Traven en Europa, entre los países socialistas, en las dos Américas y en el mundo.   


La vida difícil de escritores no fáciles



En 1965 todo se complica: Ace Books, de Estados Unidos, decidió lanzar una publicación masiva en tapa blanda de los tres volúmenes de El señor de los anillos, y aquí empieza lo grotesco, sin, insisto, SIN pagar derechos de autor a J. R. R. Tolkien (…) amparándose en el hecho de que el presidente Eisenhower (…) no había estampado su firma en la ratificación del Convenio de Berna.
Santiago Posteguillo


Entre los enfoques recientes que tratan la literatura, sin duda alguna el de Pierre Bourdieu ocupa un lugar especial, porque atiende a prácticamente todas las dimensiones del fenómeno, incluyendo a los actores. Y en este caso actores no son sólo los escritores, poetas, novelistas, ensayistas. Incluye a factores fundamentales de la producción, distribución y consumo dentro del campo. De allí que aparezcan traductores, editores, correctores, agentes, editoriales, distribuidores, vendedores, quioscos, librerías, tiendas de autoservicio, bibliotecas, escuelas, premios, suplementos, críticos. Y claro, autores y obras.
Está también la relación de la literatura con otras áreas. Pensemos en territorios de bonanza. Durante muchos años se vio que la literatura brindaba material para otras disciplinas, industrias y arte. Freud, el cine y el teatro saben de esto. Ahora también tenemos que reconocer que el cine hace populares y ricos a los autores. Rowling es un ejemplo, el nacimiento puro de una autora; Tolkien es el caso de un autor que pasa del culto al consumo masivo. E incluso el poder y la raza son esenciales en el fenómenos de las memorias de Obama, las cuales no son sin duda un producto literario, pero sí un fenómeno editorial importante.
La noche en que Frankenstein leyó el Quijote. La vida secreta de los libros, (Barcelona, 2012, Planeta, 230 pp), generoso obsequio de la viandante de la madre patria, lingüista y pata de perro, Diana Villagrana Ávila, rescata (construyéndolas) diversas historias en torno a autores, obras y condiciones de la época. Va desde el origen de la clasificación alfabética hasta el libro electrónico. Producto de un autor que sabe de las bondades de la industria editorial y del acceso al gran público, estas historias nos permiten acercarnos al misterio de la literatura y de sus protagonistas. El título es indicativo de la unión entre Cervantes, nuestro máximo escritor y Frankenstein, lo mismo producto del romanticismo en su fase propositiva que del escepticismo que se genera después del fracaso de las revoluciones y del cambio de los movimientos libertarios en sistemas.
Posteguillo nos acompaña a los trabajos de Zenodoto para acomodar los libros de acuerdo aun orden alfabético y a la fundación de la ciudad de Dublín, paraíso e infierno de notables escritores y seno de la lucha antiimperial. Vagabundea por la suerte del Lazarillo de Tormes y asedia a Shakespeare en torno a su nebulosa autoría, que de ninguna manera regatea la grandeza de la obra. Va a la cárcel y a la pobreza de Cervantes y a la ruina del más famoso escritor de novela histórica (pie del que cojea Posteguillo, autor exitoso), Walter Scott y del negro literario de Dumas, Auguste Maquet.
Si Cervantes no conoció la gloria literaria en vida, José Zorrilla hubo de naufragar varios años en el limbo de la Academia, hasta que hizo a un lado su resentimiento y se permitió hablar en verso. En la cocina del romanticismo se alían el Quijote y Frankenstein:

En la “Historia del cautivo” del Quijote, un cristiano secuestrado en un país musulmán es rescatado por una musulmana que está dispuesta a abrazar la fe cristiana desposándose con el cautivo cristiano al que va a ayudar a escapar; mientras que en la novela de Mary Shelley la monstruosa criatura creada por el doctor Frankenstein conocerá a Safie. Las conexiones entre ambos relatos son evidentes.

La ceguera de los profesionales de la industria editorial se cuenta en las peripecias de Orgullo y prejuicio de Jane Austen, mientras que Dostoievsi en 26 días limpia su vida de deudas y aporta un nuevo libro, El jugador, para la construcción del siglo de oro literario ruso. Rosalía de Castro es llevada de la mano de la oscuridad de origen a su coronación como escritora. Y Charles Dickens aprovecha su voz y sus dotes de locución para promover sus obras en los Estados Unidos.
Ni Pérez Galdós ni Àngel Guimrà ganaron el Nobel, en otros tiempos acaso se estorbaron, con el tiempo confluyeron en una esquina que forman calles con su nombre. Y está el asesinato de Sherlock Holmes a manos de su autor Arthur Conan Doyle y la reacción popular para que le volviera a insuflar vida y así fue.
En tiempos de guerra, podemos ir a la trinchera donde un tal Raymond Chandler espera el tiempo histórico en que se despedirá de una muñeca. En la otra guerra, los nazis buscan los manuscritos de Kafka. Y se los llevan. Aún hay la esperanza de que por allí se encuentren, de que la cultura le haya ganado una pequeña gran batalla a la barbarie.
Las últimas historias son las del robo de derechos a Tolkien y cómo ingeniosamente logró recuperarlos. El vuelo de Saint-Exupéry y de Solzhenitsyn.
Y la salida es la (im)posible novela póstuma de Julio Verne que aún ahora sería incómoda y despreciada en su lectura por su capacidad de predicción. Y por si alguien piensa que los escritores son finos, asista a la lista de los que han hecho de la sangre, elementos de iniciación en el acceso a la escritura.


De cómo García Márquez estuvo en la Ciudadela y no lo notaron




La conclusión del cronista [Martín Luis Guzmán] resulta inescapable: “Se había hecho todo con tal desorden y tal falta de preparación, que a no ser por la pasividad y el optimismo de las autoridades la sublevación hubiera fracasado desde el primer momento”.
Adolfo Gilly


En la historia de los absolutos en que solemos acomodar nuestros relatos, suelen esconderse o resaltarse los actos de duda, derrota o arrepentimiento. La abjuración de Hidalgo, por ejemplo. Se puede servir con esto a la historia de bronce, a la de facciones, a la explicativa o a la nueva historia. Creo que prefiero a cualesquiera siempre y cuando esté bien escrita, conserve la intriga narrativa, la convivencia de la verosimilitud y la verdad, la creación de un mundo posible.
Entre los hechos históricos más claros para el común ciudadano mexicano, quizás ninguno tan claro y tan documentado como el del sacrificio de Madero, aunque el núcleo de la frase ya lo carga. Diré más bien que hubo una vez un hombre que generó una pelotera y tumbó a un presidente que lo había sido por más de 3 décadas y luego se dedicó a crear todas las condiciones posibles para su renuncia y muerte. La historia tiene todos los ingredientes para el enaltecimiento del bronce, para la furia de las facciones, para sacar la historia al terreno de las estructuras y las explicaciones y para una nueva historia que trate de rescatar el hecho para muy diversas funciones entre las que destaca la degustativa (cosa terrible es este acontecimiento lleno de balas, asesinatos, traiciones, dobles discursos).
Madero ya había renunciado, dirán unos. Lo había hecho encarcelado, dirán otros. Con Cada quien morirá por su lado. Una historia militar de la Decena Trágica (México, 2013. Era, 198 pp), Adolfo Gilly nos mete a un singular ejercicio que bien pudo llamarse Crónica de una muerte anunciada o bien De cómo se demuestra que el escritor Gabriel García Márquez estuvo en la Ciudadela y otros lugares inconfesables durante la Decena Trágica. El libro de Gilly bien pudo comenzar. “El día en que lo iban a matar, Francisco I. Madero se levantó a las 5.30 de la mañana” o una variante más fidedigna y acorde a la condición de preso.
El libro de Gilly se enfoca en el ejército. Esa institución que defiende un orden. El problema es que es una institución heredada del ejercicio de un largo poder y se resiste al cambio. Pero el ejército mismo en las condiciones de triunfo de un nuevo gobierno está dividido. Gilly lo separa en dos figuras representativas: Victoriano Huerta y Felipe Ángeles. Para éste la solución está en la reeducación y la modernización de los soldados, el regreso a una ética elemental que salvaguarde a la patria antes que a los intereses de grupo. Para Huerta el ejercicio está en los actos, en los triunfos, en el nada detrás del enjambre de intereses sociales. Y por si fuera poco están las figuras del porfirismo: Reyes, Mondragón, Díaz.
Entre este combate al interior del que sale triunfador Huerta y el levantamiento de la Ciudadela, que le permite ser el doble agente: el principal soldado maderista y el principal interlocutor de los levantados en armas, está, por supuesto, el agente extranjero, el embajador norteamericano, entre intermediario y manejador de títeres. Están también el diplomático cubano, más hablantín que protagonista (qué importante es ahora que haya hablado-escrito su versión) y un embajador chileno que pudo haber llevado a Madero al exilio. Chile y México, 1913 y 1973, paralelos de la historia.
En este juego en el que Madero se aleja de la fuerza zapatista, aunque termina mandando a Ángeles a la zona, y en el que el propio Madero se acerca al vencedor del norte, Huerta, antes feroz atacante de Zapata, es intensa la narración cuando el presidente va a Cuernavaca y conversa con Ángeles, de hecho lo traerá a la capital a convertirse en cuidadorcillo de una batería inofensiva contra la Ciudadela, sujeto entre la bonhomía presidencial y el instinto de Huerta. Ángeles ve por la seguridad de Madero y éste por la de su familia, el camino se antoja seguro: la derrota y la muerte anunciadas. Madero hará lo suficiente para acercarlas cuando amenazan con dejarle en paz. Por lo pronto el presidente se pone en otras manos:

“Señora King, el presidente no debe quedarse en un domicilio privado. Su vida peligra. Queremos que usted lo reciba bajo la protección de su casa y de la bandera británica mientras dure su estadía en Cuernavaca” […] “Me envió con usted el general Ángeles y me dijo que sabía que usted haría cuanto pudiera por ayudarnos”.

[Kumaichi Horigoutchi, encargado de negocios de Japón] “Al atardecer de ese día la señora, los padres y las dos hermanas del presidente Madero, acompañados de sus respectivas familias y servidumbres, en número de más de treinta personas, se refugiaron en la legación de Japón”.

Huerta se va a imponer sobre su pálido antagonista, sea el militar Ángeles, sea el presidente Madero. Logrará la unidad del ejército y cuando lo alcance la derrota tendrá las habilidades para salir del país. Logrará también la conjunción de fuerzas políticas necesarias para que su golpe de Estado superviva durante 17 meses. Desde luego, el norte estará pronto a levantarse, resistir y avanzar. El sur se defenderá en la medida de sus alcances y lemas y Ángeles podrá escapar por un pelito de la muerte y tendrá el gusto de saborear tanto la petición de los militares asustados ante la toma de Veracruz y el desfondamiento de la milicia huertista en Zacatecas.
Confieso que había vivido un excelente relato del episodio en la Historia de la Revolución Mexicana de Silva Herzog, pero esta nueva trama de Adolfo Gilly con las aportaciones y desvelamiento de la historia en torno a nuestro gran mito del siglo XX no tiene desperdicio y permite una actualización de muchas cosas; en primer término, degustar un excelente relato.



Literatura, vida y dobles vínculos



Un día le obsequié un par de peinetas y me dijo:
—Ya tengo.
En otra ocasión le regalé una blusa negra y la puso a un lado:
—A  tu papá no le gusta que me vista de negro, porque es ropa de luto.
Ya mayor le llevé mi primer libro publicado y lo dejó en el buró:
—Luego lo leo.
Vicente Leñero


Más gente así (2013, Alfguara, 255 pp) no sólo continúa la labor del libro Gente así 2008, sino que parece pedir más personajes con características similares. La clave de esto está en la unión entre literatura y vida. Personas que son personajes, referencias que sólo quedarán para mí en el papel, como personajes y no como las personas que son o fueron, segmentos de vida que transitan a la ficción, ficción que se cubre con la realidad de todos los días, cotidianidad de lo excepcional, excepcionalidad de lo cotidiano.
La galería se mide en 15 puertas que Vicente Leñero construye verbalmente para que el lector se introduzca en cada una de las habitaciones para vivir una experiencia, no a la manera kafkiana de angustia, o quizá incluso esta posibilidad sin que nos pueda retener, porque nos llamará a volver al pasillo, a continuar el paseo, el acceso a esos mundos. Circulan por sus páginas Carmen Ballcells y José María Morelos y Pavón,  la primera como la promotora de escritores de mayor éxito en el mundo de habla hispana (su catálogo está coronado por Gabriel García Márquez y Mario Vargas Llosa, antes tan amigos y ahora tan renuentes siquiera a saludarse), un mundo de “posiciones y disposiciones”, dijo Bourdieu, de luchas intestinas, de independencia al interior del campo y de dependencia final del mundo del dinero. Leñero dice que ante la inaccesibilidad al mundo de la uvas, qué pena, sólo queda decir que estaban verdes. En cambio el héroe de la Independencia se muestra como hombre de su tiempo, estratega de primera, y atado al destino de una dama que se le fue con otro: se encontrarán cuerpo a cuerpo ella y él, también el seductor o el ladrón. También eso corre por la historia.
Con Frank Alexander vivimos la guerra entre iglesias en Estados Unidos, la lucha por este territorio donde lo simbólico y lo cultural se suelen anteponer a lo económico. Habrá aquí necesidad de un reciente spitfire. Después salimos del territorio de la caza y entramos al de la casa, a la huella familiar. El de las uvas verdes dibuja la figura materna, allí late el corazón desbocado de los Edipos. Se regodea en él, o se escabulle o, por qué no, se llora, entre la reverencia ciega o la cicatriz del doble vínculo. Y para enfriar la travesía, qué mejor que asistir a la lucha entre los personajes de Agatha Christie, escritora prolífica, actriz que llevó a la vida el drama de su desaparición en pleno divorcio. ¿A dónde irá herencia? No hay crimen, sí hay falta.
Don Benito, en cambio, ajeno a apellidos a identidades, pide limosna en una España donde el narrador intenta incidir sobre ajenos guiones cinematográficos. La película está en otra parte, en ese personaje que oculta un crimen y defiende a una mujer. Y si de buscar tesoros se trata, se podrá ir en pos de Eduardo Martínez Urrea, hasta conocer su desenlace en el periodismo de sangre, para culminar en la sangre de Larrea, el escritor español decimonónico, por una mujer ajena y que pide el poeta le guarde el secreto de la entrega, mientras José Zorrilla escribe unos modestos poemas fúnebres que le sirven de catapulta a la fama. Y para rematar, vendrán en pos de un tal Vicente Leñero, un tal H. J. K. que pide la aclaración de un detalle editorial en la sesentera novela Garabato.
Por si extraña la ciudad de tiros y balas, puede uno ir al calvario o al cadalso del cardenal Posadas, en el inicio de nuestra actual dieta de sangre cotidiana o más amablemente asistir a una imposible/posible entrevista con Graham Greene, y seguir con uno de los libros del inglés, uno de los llamados libros vituperadores de lo mexicano, Caminos sin ley, aunque en realidad trayendo a nosotros algo de la personalidad del exiliado español Otaola o del atormentado pintor Cantú o al fondo siempre la voz reflexiva del narrador/autor con respecto a los dobles vínculos sean maternales, sean de la representante literaria, sean de los dominadores del campo literario:

Siempre sentí, con paranoia posiblemente injustificada, que el jacobinismo de nuestro ambiente cultural durante mis primeros años de escritor me convirtió en persona non grata por católico, por mocho, por conservador. No sé si fueron razones ideológicas, más que literarias —tomando en cuenta además mi temperamento de suyo solitario— las que me hicieron a un lado.

Podremos, a punto ya de agotar las puertas, asistir a la vida de Humberto Murrieta, quien enfermo se dedica a vivir, a viajar, aunque los males lo alcanzan, lo debilitan, pero regresará a morir en su casa. U optar por la vida ansiosa de la opinión unánime del escritor Benjamín de la Garza, rico, hijo de papá, intolerante a las puntualizaciones de Rafael Ramírez Heredia y obsesionado por hacer entrar en razón al gran crítico de su tiempo, El Sapo.
Y ya nada más nos queda la puerta del amor, binomios que giran en torno al encuentro y pagan cara la osadía en una plaza mexicana de un dos de octubre que no se olvida.
Qué nos queda. Hacer lo que nos dé la gana. Regresar a cada uno de los cuartos, examinar en la habitación, preguntarnos por detalles o enigmas, darnos de cabeza contra la pared que cierra el camino o simplemente regresar sobre nuestros pasos, respirar libremente y confundirse en la vida.

jueves, 17 de julio de 2014

Estar dentro del mal y no rajarse




Francisco José Amparán
       
                                                      
Novela publicada en 1995 por Ediciones Castillo, de Monterrey, Nuevo León; datada en su escritura entre marzo y mayo de 1993, Otras caras del Paraíso es editada ahora por Almadía (México, 2012, 387 pp) en su colección Negra, con un prólogo de Julián Herbert (Acapulco, 1971). Si hemos de creer a Wikipedia Herbert llegó a Coahuila en  1989 y allí se ha convertido en uno de los escritores  que han recogido la estafeta dejada por Francisco José Amparán (Torreón, 1957-2010), autor de la novela objeto de este comentario. El dato es relevante porque una generación posterior presenta sin enconos ni falsos elogios a un escritor de una generación anterior.
Amparán se nos fue joven. Herbert señala que había escrito lo propuesto y que estaba más bien fascinado por el ejercicio del periodismo. Sin duda alguna llama la atención el que un narrador tan dotado se acercara al silencio narrativo. No sé si haya inéditos y es muy probable que desconozca algunas de sus obras, pero la presencia de Paco bajó, en parte por el centralismo mexicano y en parte por sus propias reflexiones en torno al oficio. Fue ante todo un autor arrojado en el contar. Era capaz de hacer verosímil cualquier situación que se propusiera y su tono nunca dejó de molestar por su ligereza. Esto es importante, un narrador que convence, que seduce, que molesta y hace reír.
El ingeniero Francisco Reyes Ibáñez es profesor del Instituto Tecnológico de Monterrey. Allí, además de atender a su guapa novia Alejandra, de vez en cuando se dedica a resolver casos. En este caso se trata de la desaparición de Helena (adivinaron es guapa, tanto o más que la alumna que le va a proponer el caso al profe). Como personaje, Reyes Ibáñez se mueve entre el humor de Ibargüengoitia y la ladinez del Ignatius de La conjura de los necios. No se inclina a uno u otro extremo, ya de por sí extremos, se evade, pica y huye, aplasta y seduce.
Tras la desaparición de la muchacha Otras caras del Paraíso va descubriendo las fuerzas involucradas en el hecho. Primero un patrón poderoso y seductor con una hija que es a la vez la lujuria y el mal personificados, un lío de tierras ejidales con líderes muertos, un junior interesado en el cine que retrata cabalmente la vida, especialmente si trata de muchachas carnosas en una orgía que deben señalar el linde del placer ajeno y un senador que ha de navegar con socios, con hijos malcriados y con un país que no sabe más que corromperse.
Ibáñez tiene una protectora que le da los mejores placeres y el vértigo interior que lo mueve, pero que a la vez lo torna peleonero, respondón con esos entes agresivos que son las mujeres malcriadas. Lucía es rica, hermosa, grosera, pero tiene la lujuria a flor de piel y, sobre todo, la encarnación del Mal:

Ante mis ojos estaba el Mal, aquello contra lo que tanto nos han prevenido, pero sin darnos una idea clara de cómo lo habremos de hallar. Aunque sí; en el catecismo siempre se nos dijo que aparecería como algo encantador, irresistiblemente placentero, ya más grandecitos se nos previene contra los goces que los disfrazan. Ahí estaba, casi desnudo, ciertamente irresisitible y no tuve fuerza para rechazarlo.

El lector dirá, si Jalisco no se raja, por qué yo sí. ¡Demonios a mí! Demonios, a mí.
En sus andanzas, Reyes tiene algunos premiecillos, también una que otra abolladura sobre él o sobre su escurridizo Datsun. Contará con la complicidad de secretarias, criadas, vecinas, ejidatarios para llevar a buen puerto su investigación. También deberá asociarse con el policía sobrenombrado El Burro. Allí circularán los muertos, los heridos, los asustados, los despojados y los que tanto tienen que deben tener más para que los otros no caigan en la tentación.
Reyes se regodea en el relato, le da vueltas, se toma su tiempo. No es la violencia la que le dicta el qué hacer. Es el decir el que lo va normando. El personaje femenino del principio prácticamente desaparece. Reyes lo sacrifica. No sobrecarga el relato de vueltas o de velos. Los responsables tienen nombres, los asesinatos tienen móviles precisos y las líneas de circulación entre delincuencia y poder están en circulación y pueden ser recorridos por el lector. De allí que la confusión o los hechos de sangre no sean un tapón para evadir las responsabilidades. Y los practicantes de violencia sexual con película en vivo tienen también responsables, degustadores y usuarios. Dé allí que la novela de Amparán sea una adelantada con respecto a la violencia y a la construcción de su percepción en la sociedad. Los responsables están, los mediadores están, que no vengan con que la confusión es tanta que tan sólo en decodificar un hecho nos lleve un sexenio.
Y también se adelanta en lo de la misoginia de Ciudad Juárez, en los asesinatos en serie en las calles de Torreón y del país. Amparán lo dijo antes y después seguramente de dedicó a reír de la mercantiliación de la violencia y de la caída del contar en dichas redes.


Las voces del libro y el santo olor de páginas y forros



Anna Maria D’Amore me dijo que ella veía esta como una gran selección de dulces; como británica/mexicana que es, evocó la imagen del una vez ubicuo concepto de “pick ‘n’ mix”, en el que comprador selecciona la combinación de dulces que mejor le parezcan de los muchos y variados que se ofrecen, los pesa y los paga, libre ya para disfrutar de una combinación individual y satisfacer su antojo; creo que esa imagen es muy apropiada para esta antología.
Nathanial  Gardner

La selección del texto es importante, y así la traducción puede  ser un acto de resistencia,
recuperando un texto que ha sido excluido del canon actual.
Anna Maria D’Amore


Voces zacatecanas. Zacatecan voices (México, 2012, Téxere, UAZ, 175 pp). reúne textos de 8 escritores que han escrito en Zacatecas. Están aquí los que de esta tierra se han nutrido desde el nacimiento, están los que la han habitado por diversas razones y tiempos y los que procedentes de otro territorio han decidido quedarse a vivirla. Esto incluye a los que han llevado los textos de una a otra lengua, del español al inglés.
De allí que el libro muestre a escritores cuyo nacimiento va de 1956 a 1987. El registro de sus publicaciones inicia en la década de los 70 y los muestra en plena producción en los albores de la segunda década del siglo XXI. En conjunto forman un arco de poco menos de medio siglo de actividad. Por supuesto, Efraín rebasa con 7 la cincuentena y a Salvador le faltan 26 para el medio centenario. Los dos ocupan una posición en el campo literario. Están aquí: Efraín Gutiérrez de la Isla (Zacatecas, 1956), Alejandro García (León, 1959), Javier Acosta (Estancia de Ánimas, 1967), María Isela Sánchez Valadez (Zacatecas, 1969), Scherezade Bigdalí Hernández López (Guanajuato, 1972),  Maritza Manríquez Buendía (Ojocaliente, 1974), Mauricio Moncada, (México, 1979), Salvador Alejandro Lira Saucedo (Zacatecas, 1987).
Además de estas 8 voces zacatecanas están por lo menos tres que le dan otra dimensión al libro. Estamos frente aun libro bilingüe, una muestra de literatura escrita en Zacatecas perteneciente, sin duda, a la literatura mexicana. Toda la muestra es de calidad suficiente para declararla sin pudor ni regateos literatura sin adjetivos. Pero ahora no me voy a dedicar al límite de la literatura, sino a las amplitudes del campo.
Aquí están tres traductores: Anna Maria D’Amore Wilkinson, Maureen Sophia Harkins y Nathanial Gardner que han aquilatado esa calidad literario y la han encontrado digna de su labor. Llevar los mundos de esta literatura encapsulados en el español a los mundos posibles primero del traductor inglés y después del potencial lector en este mismo código. Que estos autores accedan a una segunda lengua y a un público distinto y diverso es importante. Por una parte habla de la valoración que de los autores tienen los traductores, por otra parte habla de esa atención sobre escritores que por una circunstancia u otra, estén lejanos, bien del canon, bien de las candilejas, bien, incluso, de la existencia literaria. Examinando los datos de los autores, hay una buena cantidad de reconocimientos y libros publicados, capital cultural y simbólico, ninguno de ellos se encuentra dentro de la literatura de un mercado amplio.
Sin duda la  traducción y la traductología es producto excelente de una labor que hace poco se ha fundado en la universidad baja el tesón y la altura de miras de la Dra. D’Amore, ha tenido sus antecedentes en diversas publicaciones, entre las que, me consta, una lo ha hecho con calidez y aventura, la legendaria revista Dosfilos, al mando del poeta José de ´Jesús Sampedro. Esta actividad, tan necesaria en nuestro entorno, une la actividad académica y la cultural, intelectual y literaria con una visión lejana a la provincia y proclive al universalismo, partiendo de una saludable práctica de la región. Un nuevo grado alcanza tal actividad cuando la tenemos en ese producto maravilloso que es el libro, que lo mismo nos filtra el sabroso olor de la panadería de Ramón López Velarde, que los olores que exhalan estos textos en donde perversidad y bondad se pueden afianzar en el regusto de todos nuestros sentidos.
Con Voces zacatecanas. Zacatecan voices me viene a la memoria aquella historia de John Wilkins, recontada por Umberto Eco, en la que un heraldo llevaba una carta y una cantidad de higos para el destinatario, el número de piezas constaba en la misiva. Al llegar a destino y ser imprecado por el dueño de las frutas, supuso el otro que lo había visto la carta, por lo que en otra ocasión comió los higos una vez que había escondido la carta debajo de la piedra. Evidentemente los libros irradian realidades múltiples, en sus páginas, forros, portadas y contraportadas vagabundean personas, escenarios, suspiros, sueños y olores. Y son voces que salen y contagian; pero también son influidos por voces y realidades que viene de quien los apresa entre sus dos ojos. Es un intercambio, una guerra de la que siempre se sale vivo, aunque esto también es un decir.
Aquí puede ir de la Avenida Hidalgo (I have walked along Avenida Hidalgo/ in thirteen different cities) al pueblo-caja-matriz (That’s why, I’m watching the Hills that cover the town-box-womb that sheltered us for a while move further and further away), de La Brisa (The Brisa was an anormous ancestral mansion that little by little had been taken apart and swallowed up by the neighborhood) a dos ciudades amarradas por hogueras (of two cities tied together by bonfieres/ of bees), del pasillo de los sueños rotos (In the hallway broken dreams, a man runs afther a light), al pueblo cubierto por una cobija de colores (In those days, the town was covered with a colored blanket, an allencompassing patchwork blanket), del relato excitante (No, keep telling the story and I’ll see what I can do. Please her, I want her to tell her story with style) a una vecindad fría y vieja (This building is cold and old, the doors creak when they open and there is a stench of humifity wherever you go).
Hay más cosas, claro, pero las muchas voces encontrarán la manera de disputar su supremacía, de atrapar la pasión del lector.

(Voces zacatecanas. Zacatecan voices se presentará el domingo 31 de marzo, dentro del Programa Académico del Festival Cultural Zacatecas 2013, a las 17 horas en la Casa del Arte y la Palabra. Vale la pena asistir a este evento y adquirir el libro.)


Cinta amarilla, lechita y buqué de huitlacoche





—Oye, Atoto, ¿quiénes son los de “arribota”?
—Ni te imaginas, más te vale no saber. No te compliques la vida.
Miguel Ángel Chávez Díaz de León


Pablo Faraón es un policía de Ciudad Juárez. Su labor se ha reducido a colocar la cinta amarilla que colocan las autoridades para aislar un lugar de hechos delictuosos. Apropiarse de la escena del crimen. Pablo ha hecho crecer tan modesta labor, en parte porque la ciudad fronteriza hierve de violencia y muertes, en parte porque ahora cuenta con un equipo de tres colaboradores, incluida una linda mujer, viuda de un policía, quien no sólo pierde a su esposo sino que padece la desaparición de su hijita. El Comandante Amarillo también se convierte en el adelantado cuando existe un hecho de sangre, puede maniobrar en los macabros escenarios, de allí que capitalizará su área de castigo como territorio donde se genera su crecimiento y su heroicidad.
Creo que el mayor mérito de esta obra de Miguel Ángel Chávez de León (Ciudad Juárez, 1962) es construir desde la cimentación misma. La sociedad está agredida porque las autoridades están infiltradas en el mundo de violencia que se vive. El crimen y su ataque generan una industria y numerosas necesidades que implican dinero por parte del contribuyente; pero también están los aceitados meandros por donde corre la paga, el estímulo económico, la cooptación. Pablo Faraón recibe mensualmente una cantidad que no sabe a ciencia cierta  quién le manda. También sabe que de no recibirla podrá ser excluido el honorable Cuerpo que lo alberga o ser eliminado por sus altos principios éticos.
Podrá saber que en la lucha entre la gente del Chavo Gaitán y la de La Regla, los dos cárteles que quieren dominar Ciudad Juárez, hay la necesidad de muchos sacrificios, de muchos mensajes cifrados, de muestras de violencia y poderío y que también se necesita de hábiles negociadores que regresen la lucha a estándares aceptables. Conocerá, a la manera de los personajes de Dickens, que hay quién se preocupa por él, quién le engrasa el bolsillo y quién lo considera el elemento justo para la tregua y las nuevas reglas dentro del territorio del antiguo Paso del Norte. Sólo que el rostro del responsable es inatrapable.
Éste ir desde abajo, este seguir a los personajes para que se vean más grandes, para que poco a poco nos vayan llevando a la realidad, rebasarla y poder verla en sus entrañas desde adentro, tiene dos marcadores que por momentos nos parecen risueños y ridículos y conforme avanza la lectura nos damos cuenta de que son meros cooptadores del lector, elementos que le permiten al autor meter a la presa en la trampa textual: el medio galón de leche, que aparece en los diversos crímenes, y el huitlacoche. Son, además, característica fundamental en el violento (Atoto) y en el policía (Pablo). Toda la violencia del primero reposa en el consumo de lechita,  toda la vida del policía venido a menos pero en proceso de recuperación pasa por el huitlacoche. Así, el autor utiliza esquemas narrativos propios del género e incluso del best seller (mucho dinero, bala, bellas mujeres, vida regalada, fama), pero los pone al revés y eso empapa la novela de un tierno antiheroicismo, o una épica por equivocación o porque no queda otra salida.  
El momento culminante de lo anterior es cuando descubre que la hermosa mujer con quien trabaja, Ruth, la viuda pundonorosa, en zozobra permanente por la ausencia de su hijta pero en aumentativa actividad de admiración y cercanía, por eso mismo energía volcánica, tiene una esencia sexual de huitlacoche:

Besé su barriguita y sus caderas, hasta que llegué al meollo del asunto y mi boca y mi lengua exploraron sus intimidades. Al instante advertí un buqué que me era conocido: su sexo me impregnó de un sabor muy similar al del huitlacoche.

Como en el caso de los apodos, que de molestos y degradantes llegan a transformarse en característica valerosa adquirida, en diferencia positiva, aquí los personajes adquieren densidad desde el revés: el Comandante Amarillo se convierte en un poseedor de información privilegiada y el adjetivo se torna envidiable. Una dama ordinaria, eso sí muy bienformada, víctima de la violencia, después de la muerte de su marido, se refugia en la corporación, allí se cree protegida y la envían a donde sea menos acosada y menos propicia para los sicarios. Termina en medio de las balaceras y su duelo se purga en el encuentro con Faraón, quien lleva a mejor destino el simple apellido. Faraón será el designado para intentar la tregua entre los cárteles.
Chávez Díaz de León nos muestra una sociedad agredida por la violencia, en donde los hombres que deben defender a la gente común tienen la obligación de mancharse de esa corrosión como forma de sobrevivencia. Habrá momentos en que el delicado equilibrio se rompa y entonces las muertes aumentan y las señales de violencia informan sobre el estado de las disputas. El policía no es más ese defensor inocente de la sociedad y si acaso lo es, pronto sabrá que no podrá serlo ni disimularlo.
De allí que la vida deba desenvolverse sobre la huella de los muertos y los mejores actos del hombre si acaso desafíen el imperio de la agresividad. En ese entorno aprenderán a ser amorosos, cotidianos, buenos gourmets, pero la cita con la muerte podrá estar a la vuelta de la esquina.
Novela de humor negro, no podrá ser otro el color, por momentos desopilante, Policía de Ciudad Juárez (México, Océano, 2012, 156 pp.) no se suma a la mera lista sobre la violencia en México. Ni la loa ni la sataniza, simplemente la muestra y la pone al alcance del lector. Claro que con humor duele más.