domingo, 20 de julio de 2014

De cómo García Márquez estuvo en la Ciudadela y no lo notaron




La conclusión del cronista [Martín Luis Guzmán] resulta inescapable: “Se había hecho todo con tal desorden y tal falta de preparación, que a no ser por la pasividad y el optimismo de las autoridades la sublevación hubiera fracasado desde el primer momento”.
Adolfo Gilly


En la historia de los absolutos en que solemos acomodar nuestros relatos, suelen esconderse o resaltarse los actos de duda, derrota o arrepentimiento. La abjuración de Hidalgo, por ejemplo. Se puede servir con esto a la historia de bronce, a la de facciones, a la explicativa o a la nueva historia. Creo que prefiero a cualesquiera siempre y cuando esté bien escrita, conserve la intriga narrativa, la convivencia de la verosimilitud y la verdad, la creación de un mundo posible.
Entre los hechos históricos más claros para el común ciudadano mexicano, quizás ninguno tan claro y tan documentado como el del sacrificio de Madero, aunque el núcleo de la frase ya lo carga. Diré más bien que hubo una vez un hombre que generó una pelotera y tumbó a un presidente que lo había sido por más de 3 décadas y luego se dedicó a crear todas las condiciones posibles para su renuncia y muerte. La historia tiene todos los ingredientes para el enaltecimiento del bronce, para la furia de las facciones, para sacar la historia al terreno de las estructuras y las explicaciones y para una nueva historia que trate de rescatar el hecho para muy diversas funciones entre las que destaca la degustativa (cosa terrible es este acontecimiento lleno de balas, asesinatos, traiciones, dobles discursos).
Madero ya había renunciado, dirán unos. Lo había hecho encarcelado, dirán otros. Con Cada quien morirá por su lado. Una historia militar de la Decena Trágica (México, 2013. Era, 198 pp), Adolfo Gilly nos mete a un singular ejercicio que bien pudo llamarse Crónica de una muerte anunciada o bien De cómo se demuestra que el escritor Gabriel García Márquez estuvo en la Ciudadela y otros lugares inconfesables durante la Decena Trágica. El libro de Gilly bien pudo comenzar. “El día en que lo iban a matar, Francisco I. Madero se levantó a las 5.30 de la mañana” o una variante más fidedigna y acorde a la condición de preso.
El libro de Gilly se enfoca en el ejército. Esa institución que defiende un orden. El problema es que es una institución heredada del ejercicio de un largo poder y se resiste al cambio. Pero el ejército mismo en las condiciones de triunfo de un nuevo gobierno está dividido. Gilly lo separa en dos figuras representativas: Victoriano Huerta y Felipe Ángeles. Para éste la solución está en la reeducación y la modernización de los soldados, el regreso a una ética elemental que salvaguarde a la patria antes que a los intereses de grupo. Para Huerta el ejercicio está en los actos, en los triunfos, en el nada detrás del enjambre de intereses sociales. Y por si fuera poco están las figuras del porfirismo: Reyes, Mondragón, Díaz.
Entre este combate al interior del que sale triunfador Huerta y el levantamiento de la Ciudadela, que le permite ser el doble agente: el principal soldado maderista y el principal interlocutor de los levantados en armas, está, por supuesto, el agente extranjero, el embajador norteamericano, entre intermediario y manejador de títeres. Están también el diplomático cubano, más hablantín que protagonista (qué importante es ahora que haya hablado-escrito su versión) y un embajador chileno que pudo haber llevado a Madero al exilio. Chile y México, 1913 y 1973, paralelos de la historia.
En este juego en el que Madero se aleja de la fuerza zapatista, aunque termina mandando a Ángeles a la zona, y en el que el propio Madero se acerca al vencedor del norte, Huerta, antes feroz atacante de Zapata, es intensa la narración cuando el presidente va a Cuernavaca y conversa con Ángeles, de hecho lo traerá a la capital a convertirse en cuidadorcillo de una batería inofensiva contra la Ciudadela, sujeto entre la bonhomía presidencial y el instinto de Huerta. Ángeles ve por la seguridad de Madero y éste por la de su familia, el camino se antoja seguro: la derrota y la muerte anunciadas. Madero hará lo suficiente para acercarlas cuando amenazan con dejarle en paz. Por lo pronto el presidente se pone en otras manos:

“Señora King, el presidente no debe quedarse en un domicilio privado. Su vida peligra. Queremos que usted lo reciba bajo la protección de su casa y de la bandera británica mientras dure su estadía en Cuernavaca” […] “Me envió con usted el general Ángeles y me dijo que sabía que usted haría cuanto pudiera por ayudarnos”.

[Kumaichi Horigoutchi, encargado de negocios de Japón] “Al atardecer de ese día la señora, los padres y las dos hermanas del presidente Madero, acompañados de sus respectivas familias y servidumbres, en número de más de treinta personas, se refugiaron en la legación de Japón”.

Huerta se va a imponer sobre su pálido antagonista, sea el militar Ángeles, sea el presidente Madero. Logrará la unidad del ejército y cuando lo alcance la derrota tendrá las habilidades para salir del país. Logrará también la conjunción de fuerzas políticas necesarias para que su golpe de Estado superviva durante 17 meses. Desde luego, el norte estará pronto a levantarse, resistir y avanzar. El sur se defenderá en la medida de sus alcances y lemas y Ángeles podrá escapar por un pelito de la muerte y tendrá el gusto de saborear tanto la petición de los militares asustados ante la toma de Veracruz y el desfondamiento de la milicia huertista en Zacatecas.
Confieso que había vivido un excelente relato del episodio en la Historia de la Revolución Mexicana de Silva Herzog, pero esta nueva trama de Adolfo Gilly con las aportaciones y desvelamiento de la historia en torno a nuestro gran mito del siglo XX no tiene desperdicio y permite una actualización de muchas cosas; en primer término, degustar un excelente relato.



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