domingo, 20 de julio de 2014

Cuídate de las aguas mansas



Laurel había estado observando atentamente a las palomas en su palomar y ya había visto a un par de ellas peleándose con el pico e hiriéndose en el cuello, provocando las arcadas de la otra, comiéndose los vómitos de la otra, tragándose tolo lo que ya había sido ingerido, una vez más; se turnaban. La primera vez que lo vio Laurel confió en que no lo volverían a hacer más, pero al día siguiente volvieron a hacerlo, y otras palomas las imitaron.
Eudora Welty


Laurel ha viajado de Chicago  a Nueva Orleans. Allí se ha encontrado con su padre, el exjuez Clinton McKelva y con su madrastra Fay. Éste debe hacer una consulta con el oftalmólogo. Al parecer nada de cuidado. Claro, las informaciones son necesarias, el hombre tiene setenta y un años, la hija está entre la cuarentena y la cincuentena y la madrastra es más joven que ella. También la pareja ha viajado, desde Mount Salus, Mississippi.
La hija del optimista (Madrid, 2011, 3ª reimpresión. Impedimenta, 225 pp.) gira en su primera parte en torno al viaje. Allí, en Nueva Orleans, la condición de McKelva  se irá deteriorando, pese a que su ojo se recupera lentamente, y morirá. Deberán, las dos mujeres, emprender el regreso, con el cadáver a Mount Salus. Vendrán los días del duelo y de las honras fúnebres, el reencuentro con las gentes del lugar, la presencia del pasado de Laurel. Entonces, Fay, que había dicho no tener familia, regresa a su natal Texas acompañado de un multiparlante grupo en el que se encuentra su madre.
Laurel enfrentará sola el otro viaje: al encuentro con su pasado y con sus padres. Allí también hará partícipes a los lectores de la suerte de su marido, Phil, caído en la guerra. Regresará a Chicago con seguridad, un lunes, lo dice a Fay a fin de que ésta pueda  encontrarla o evadirla en el regreso, sin alteración palpable de las aguas mansas, pero éstas han hablado y golpeado con fuerza interior a la mujer que acompañó a su madre en algunas de sus sesiones de extravío y a su padre inmerso en el vértigo del optimismo:

Pero justamente antes de morir, su mente había viajado hacia aquella casa que se había quemado y destruido por completo.
“Te llevaré allí, Becky”.
“Satanás”, gritó ella; “¡Embustero!”.
Esto ocurrió, naturalmente, en la época en que su padre había comenzado a considerarse lo que él llamaba con toda seriedad, un optimista (…)
El problema de su madre era aquella profunda desesperación que la embargaba. Y nadie tenía más capacidad para excitar aquella desesperación que la única persona a la que ella amaba desesperadamente, aquel hombre que se negaba a aceptar que ella estuviera desesperada.

En esta novela de Welty (reconocida en 1973 con el Premio Pulitzer), traducida al español por primera vez en 2009, la apariencia siempre es de tranquilidad. Apenas se entera uno de que Clint ha podido rasgarse el ojo con la espina de una rosa de su jardín (aunque después se sepa que sufre desprendimiento de retina) y nunca se dicen los padecimientos que lo llevan a la tumba.
Nueva Orleans vive el carnaval mientras las mujeres se alternan para vigilar al enfermo y la ceremonia fúnebre parece una fiesta. A esto hay que agregar la alharaca de un vecino enfermo (compañero de cuarto) del exjuez y de la familia de Fay.
En cambio Laurel se mueve con encanto en el escenario, se deja acompañar de un grupo de damas y sólo es alterada en su orden por la irrupción de un pajarillo dentro de la casa, el pájaro no sólo vuela sin rumbo, sino que además deja las huellas del hollín que lo cubre. Laurel encontrará también las cartas de la madre y eso le permitirá lo mismo el viaje que nos lleva al desencanto frente a las palomas, que a la saga familiar que arranca en los años mismos de la Secesión y aún antes en territorios de Virginia o de Carolina.
Félix Romeo, en su “Introducción” nos realza la estructura del cuento de hadas, la fascinación en los niños al suspender el tiempo. Sus personajes no están maltrechos, sólo son producto de un tiempo que no perdona, que corroe. En algún momento uno de los personajes conjunta todas aquellas temporalidades, todas aquellas voces. Y ya, la experiencia habrá entrado en él o en los lectores. Si acaso el personaje se permitirá después del reencuentro con las cartas, entregar a la mejor persona posible, a la más digna, un pequeño barquito de pizarra.
Eudora Welty (1909-2001) es una escritora representante de la mejor novelística norteamericana del siglo XX. También se le puede ver como una notable creadora del mundo sureño norteamericano, del derrotado, llevado a confortables mundos posibles. Allí estaría junto a Faulkner y a Ford, por construir una línea diacrónica. Y pertenece a una generación igualmente brillante de sureños: Truman Capote, Robert Penn Warren, Carson McCullers, en la línea sincrónica.


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