domingo, 20 de julio de 2014

De madriguera a ratonera



Si fuera Gordo, pintaría tranquilamente, tendría un buen estudio, vendería mis cuadros a precios de oro. En lugar de eso, soy Flaco, quiero decir que me como la sangre intentando encontrar chismes que hagan encogerse de hombros a los Gordos (…) Usted es un Flaco sorprendente, el rey de los Flacos, palabra de honor. ¿Se acuerda de su pelea con las pescaderas? Era magnífico, aquellos gigantescos pechos lanzados contra su estrecho tórax; y ellas obraban instintivamente, expulsaban al Flaco, como las gatas expulsan a los ratones.
Émile Zola


Publicada en 1873, hace 140 años, El vientre de París (Madrid, 2008, Alianza, 389 pp), forma parte del ciclo de los Rougon-Macquart. Trata de la vida en el mercado de Les Halles. La obra ha sido tratada como un bodegón literario, ya que se pintan exhaustivamente verduras, aves, frutas, embutidos, flores, pescados, carnes rojas… Entre esa cantidad por momentos pantagruélica corre la vida, los sabores y sinsabores de los mercaderes, sus luchas intestinas.
De madrugada, llega Florent, con los vendedores rurales, los surtidores de los comerciantes permanentes. Va en busca de su hermano Quenu. Lo encuentra casado con Lisa Macquart y con una hija, la pequeña Pauline. Han levantado un negocio de salchichonería y todo les pinta bien, pues además del trabajo tesonero han contado con la herencia del antiguo patrón y protector el tío Gradelle.
Florent ha logrado escapar de Cayena después de varios años de prisión debido a su participación en las jornadas por la República. El Imperio, ahora, logra aglutinar las fuerzas en torno a la paz y la estrechez de miras políticas.
Florent comenzará a reunirse con hombres del barrio y terminarán en un proyecto de rebelión que, si bien hay un nivel de papel y de ciertos gastos y parafernalia, nunca rebasa la plática entre los participantes. El grupo termina partiéndose, pero lo que es ideal y proyecto, se cuela a las bocas del mercado y corre como rumor.
La repentina llegada de Florent a los terrenos de Lisa, marcada por el recelo de algunos, y su relativo encumbramiento como inspector, desencadenará la primera trifulca de la era, entre Lisa y la Bella Normanda, y entre ésta y su hermana Claire, las vendedoras de pescado. El mercado empieza a sentir el trepidar de fuerzas y lo que se sostiene: la llegada de un primo de la mujer del charcutero, se desvela como la llegada de un conspirador a quien termina encontrándosele la cola que le pisen. Ya para entonces Lisa ha dictado la guerra contra Florent y ha amenazado a Queni, pues se ha enterado que éste asiste al círculo de la conspiración. Lo que en el mercado nace, allí mismo se arregla, se autoregula.
La novela permite una lectura contrastada de los personajes: por ejemplo: entre Florent y Queni, los dos republicanos, pero uno va a Cayena y el otro se queda a hacer vida y capital. Florent es un hombre tímido, la imagen de una mujer agonizante en las jornadas de la República lo persigue durante su cautiverio; su temblor ante las palomas ensangrentadas lo arruina ante los buscadores de grandes héroes. El hermano menor no lo es menos, siempre sobreprotegido por el mayor se queda a la sombra de otros personajes, el tío y Lisa, y se convierte en un buen cocinero y comerciante. Nunca superará su dependencia, sólo la sustituirá. Al final le ganará la codicia por la herencia.
Otro contraste se da entre Florent y Claude Lantier, pintor, sobrino de Lisa. Apolítico, es en cambio la presencia que trata de darle una interpretación a esa vida exuberante que se mueve en los recovecos del mercado, en sus capas fabulosas. Quiere atrapar la materialidad, la naturaleza de la vida, de allí que no le interesa una interpretación de lo social, en todo caso debe pintarse. Florent, en cambio, es un activista lento y un pedagogo, da lecciones a Órdago, el hijo de la Bella Normanda. Claude es quien aquilata mejor a Florent, no sólo contándole la historia del Gordo y los Flacos, sino descubriéndolo en toda su debilidad e inocencia:

Un muchacho dulce como una chica, a quien vi ponerse malo al mirar cómo sangraban a las palomas… Me hizo reír, de lástima, cuando lo divisé entre dos gendarmes.
También hay un contraste entre la señorita Saget y Claude. Él trata de reproducir la vida del mercado, aunque siempre parece escapársele algo. Ella es el panóptico que vigila el mercado y a cada uno de sus integrantes. Todo lo mete a su discurso distorsionado por la amargura y por cierta maledicencia. Es ella la que logra la caída del chivo expiatorio, es ella la que urde y apresura la defenestración de Florent.
Cadine y Marjolin son una pareja que mueve la segunda parte del relato, una vez que parecen asentarse las acciones de Florent. Ese par crece entre las mercancías, se mezcla con ellas, juega en ellas, hasta que el instinto y el amor aparecen y son encubiertos por aromas, sabores, camuflados por la carne, por la grasa, por la sangre. Hasta que Marjolin intenta poseer a Lisa. Ella lo golpea y sale de la trampa, pero él aparecerá poco después con herida en la cabeza. No ha sido la mujer, pero ella sabe lo que ha pasado en la entraña del mercado. Regresará el chico del hospital, pero ya sin cordura, sólo con la aportación del cuerpo.
En el mercado parece imponerse la vigilancia de Saget, la misma moral se sacrifica siempre y cuando no sea la política la que aparezca. Algo sucede que al poder superior favorece, porque el panóptico no perdona y ajusticia, denuncia, entrega, festeja la prisión y el sacrificio. Como dijo Foucault: la resistencia en la red suele ser sorprendente y el poder puede descansar, porque es en la madriguera que cobija que se produce la ratonera-trampa que mata. 

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