martes, 12 de agosto de 2014

Irás a otras tierras




Así, tras un año memorable de dolor, los calmucos fueron restaurados en sus posesiones territoriales y en un bienestar igual o quizá superior al que disfrutaran en Rusia, y con mayores ventajas políticas. Pero igual o superior, su condición ya no era la misma; su prosperidad social se había modificado, si no en grado al menos en calidad, pues en lugar de ser un pueblo puramente pastoral y vagabundo, ahora las circunstancias lo obligaron a depender fundamentalmente de la agricultura.
Thomas de Quincey


Al parecer motivado por una nota al pie de página de la Decadencia y caída del Imperio Romano de Edward Gibbon, seguida de una consulta del referido libro de los jesuitas en Pekín y otro del viajero alemán Benjamin Bergmann (refiere Luis Loayza en el “Prólogo”) Thomas De Quincey promete en 1830 un escrito que aparece hasta 1837 sobre la emigración de los calmucos del este del Volga, en Rusia, a la frontera china, cerca del desierto de Gobi, acaecida entre enero y septiembre de 1771. El producto se presenta como La rebelión de los tártaros (Madrid, 2005. Alianza, 103 pp.). El título completo es Rebelión de los tártaros o huida del Khan de los calmucos y su pueblo de los territorio de Rusia a las fronteras de China.
De Quincey produce una obra en que el hecho histórico existe, pero no está suficientemente documentado, de allí que imagine lo que sucedió después del asentamiento de los calmucos en Rusia, sus relaciones con el Imperio y sus intentos de ir a otras tierras, todavía con el sello de instintivo pueblo nómada, de las luchas por el poder y de las designaciones imperiales. Después dibuja la partida de las orillas del río Volga, la travesía por las estepas de Asia Central hasta llegar a China.
La obra, pues, presenta la particularidad de ser de ficción, pero ilumina sobre un acontecimiento histórico. Es un genial aporte de cómo en realidad el historiador reconstruye, imagina, traiciona, el dato para construir un relato. La intriga de este corte es lo que hace al gran relato histórico, sin negar las reglas propias de su disciplina. En todo caso, para lo que aquí importa, donde se detienen los historiadores, entran los novelistas o los ensayistas literarios a insuflar vidas, más en este caso en que la dirección de los calmucos está dividida.
Por una parte está el joven de dieciocho años Khan Oubacha, desde los catorce años Vice Khan, tradicional y cercano a las directrices del Imperio Ruso; por otra parte, Zebek Dorchi, quien se considera con más derechos y facultades para dirigir al pueblo, pero que no cuenta con la bendición de la zarina. De allí que se dedicará a construir el escenario en donde no quede más opción que la huida a China. Se apoyará en Rusia, será la pieza de mediación, pero aprovechará esto para aparentar adentro que el dominio es cruel y debe combatirse. Al interior, hará evidentes las debilidades del Khan y, en contraste, exagerará sus virtudes.

En general, le ganaban el apoyo del pueblo justamente en los aspectos en que Oubacha era más deficiente. Zebek Dorchi era de apariencia muy superior a su adversario reinante y por ello estaba más calificado para ganarse la adhesión de un pueblo semibárbaro

Dorchi trama una triple venganza contra Rusia por no estimar sus pretensiones al trono, contra su rival porque lo considera inferior y contra los nobles por ignorarlo. Cuenta con tres aliados para mantener el secreto: Oubacha, líder y rival; el Lama, por su posición religiosa y su suegro Erempel, por su liderazgo en su tribu, situada estratégicamente en torno al Mar Caspio. Ató los silencios necesarios.
Dorchi fuerza la partida. Inicia la travesía de cuatro mil millas. A la mitad del camino han muerto 250 mil almas, son perseguidos primero por los cosacos y después por los militares rusos, a quienes se agregan los enemigos naturales: kirghizes y bashkirs. Logran aprovechar las circunstancias y seguir adelante. Pero en un momento del avance, justo después de que todo indica que regresarán a pedir clemencia a Rusia, Oubacha está a punto de ser asesinado y es salvado por un ruso que permanecía prisionero y a quien el Khan le había proporcionado los medios de huida. Receloso de la suerte del jefe, a partir de un indicio en su relato, sospecha que será asesinado y se mantiene cerca de la celada, de tal manera que lo salva.
Después De Quincey acelera el relato, condensa las dos mil millas restantes, hace salir a los sobrevivientes del infernal desierto de Gobi y, cuando están a punto de llegar a la tierra ansiada, al agua vivificante, son atacados con furia descomunal:

De pronto las aguas del lago se tiñeron de sangre por todas partes; aquí corría una partida de salvajes bashkirs tajando cabezas con la rapidez de un segador entre las mieses; allá los calmucos inermes ceñían en un abrazo mortal a sus odiados enemigos, ambos con el agua a la cintura, hasta que la lucha o el puro agotamiento los hundía y se ahogaban el uno en brazos del otro.

Llegarán a destino, previo auxilio de las tropas imperiales. Y Oubacha habrá de captar la benevolencia imperial y en cambio Dorchi morirá violentamente. El dubitativo Khan tendrá ahora las condiciones que permitan que su pueblo lo valore en sus cualidades más propias para desarrollar una cultura y empapar con sus características la nueva tierra.
Si los serbios de Migraciones llegaron a Rusia a desencantarse del sueño de siglos y sirvieron de carne de cañón y de escarnio en la nueva tierra, en La rebelión de los tártaros De Quincey muestra la fuerza del hombre, la transhumancia y la sedentarización, la habilidad de los individuos que mueven pueblos para lograr sus ambiciones, la sapiencia de los conservadores que son adelantados, porque en mejores condiciones son magníficos líderes, la convivencia de las contradicciones y el triunfo de los sueños, así éstos sean de los conductores de pueblos.


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