domingo, 12 de agosto de 2012

Preferiría no hacerlo


]Efemérides y saldos[


Preferiría no hacerlo
Alejandro García

Que un pálido joven llamado Bartleby tenía ahí un escritorio, que copiaba al precio corriente de cuatro céntimos la hoja (cien palabras), pero que estaba exento, permanentemente, de examinar su trabajo, y que ese deber era transferido a Turkey y a Nippers, sin duda en gracia de su mayor agudeza; más aún, el susodicho Bartleby no sería llamado a evacuar el más trivial encargo; y si le pedía que lo hiciera, se entendería que preferiría no hacerlo…
Herman Melville


Publicada originalmente en 1853 (dos años después de Moby Dick) Bartleby el escribiente se puede leer ahora en la bella edición de Siruela (Madrid, 2009, 86 pp.). Son interesantes los años que acompañan a la mitad del siglo XIX. En 1847 Cumbres borrascosas, en 1849 la muerte de Edgar Alan Poe, en 1856 y 1857 la publicación de Madame Bovary y Las flores del mal. En Poe y en Melville recae la responsabilidad de fundar una literatura americana, ya no inglesa, labor que completarán Whitman y Dickinson.
Con respecto a la alineación con los franceses, encontramos un cierto paralelismo, entre Francia y Estados Unidos en lo que se refiere a la instauración del campo literario como territorio de posiciones y disposiciones, un arte sometido a sus propias reglas y referencias; pero además, Melville, desde un punto de vista literario, se ubica en la ruptura y en la novedad, lo mismo en el capitán Ahab que va a buscar al mal a los océanos, sin percatarse de que su propia vida se ha tornado maldita, que en ese otro personaje gris que ante cualquier propuesta contesta: preferiría no hacerlo.
Melville coincide no sólo con el ennui de que habla Steiner, característico del periodo que va de la derrota napoleónica a la Primera Guerra Mundial y que derrumba muy pronto el mito victorioso de la Modernidad. Coincide así con el tedio de Emma Bovary y con el enigma de ese hombre rencoroso (¿dónde quedó el héroe?), revanchista, de la novela de Emily Brontë, mostrado ya desde la perspectiva y el punto de vista lejano de la omnisciencia.
Bartleby llega a Wall Street, al despacho de un abogado que prefiere un litigio tranquilo, lejano de las grandes reyertas. Allí se dedicará a copiar documentos, pero muy pronto mostrará que prefiere hacer nada: ni copiar, ni cotejar, ni hacer mandados. Su alejamiento de la comunidad se hará cada vez más radical así como su empecinamiento en desplazarse lo menos posible.
Qué mayor obstáculo para un mundo que se mueve en el conflicto, en el movimiento, en la energía y el trabajo de los demás. El abogado, en algo simpatizante de Bartleby, preferirá (él también se hace conciente del verbo) abandonar ese edificio y rentar otras oficinas con tal de no llevar el pleito contra la negativa de Barleby a abandonar el terreno. Y no dudará en echarles la mano a los que tienen que lidiar con ese hombre que no está dispuesto a abandonar el piso.
¿Cuál es la razón para ir contra la corriente, contra la naturaleza que se da por evidente e incuestionable? Ninguna. ¡Y cuál es la razón para ir con la corriente? Ninguna. El narrador esboza al final una teoría que más es una fuga: Bartleby fue despedido del Servicio Postal en donde de por sí ya se encargaba de las cartas muertas, aquellas que no encuentran destinatario y son condenadas a las llamas.
Si por momentos en Cumbres borrascosas nos gana la intensidad de la contención de los personajes y cierta solidaridad con lo que cada uno siente; si en Madame Bovary llega uno a imprecar a Charles por la ceguera que empuja a su mujer seguir soñando, en Barleby, el escribiente no sucede nada, porque eso es lo preferible, hacer la nada, atravesarse en el mundo de las imposiciones que llevan al mundo del dinero, como si esto fuera algo, cuando en realidad es nada. Bartleby, sin embargo, no empuja ese argumento, no le interesa, simplemente opone su resistencia a los dictados del deber y de la buena ciudadanía.
Como en las grandes obras, donde el mundo de la razón y la sinrazón (el Quijote) o el Ser y No ser (Hamlet) llegan a invertirse, en Barleby, el escribiente el mundo de la actividad termina por convertirse en nada y el preferiría no hacerlo que es la nada en el origen se impone como algo importante, como un poder de detención, como un cuestionamiento que no llega a pregunta, pero que nos dice de la arbitrariedad y el sinsentido de los grandes principios de la vida. Hemos heredados valores y lenguaje que no se han sometido a verificación alguna, que habitan la región del prejuicio. Es en ese ámbito que lo más valiente es preferir no hacerlo.
A Bartleby no le interesa ir más allá, sólo muestra esa indiferencia por ese orden que nos somete, que nos atraviesa y que alegre o renuentemente aceptamos. Melville le da valor a la diferencia y salva al individuo que se resiste a ir a festejos o ceremonias que ni le van ni le vienen. ¿ Es eso la vida?

La diferencia y el conflicto


]Efemérides y saldos[


La diferencia y el conflicto
Alejandro García


No basta con decir “las cosas andan mal pero no importa, yo sigo adelante”. Es necesario aceptar que están mal y analizarlas con el intelecto. Y sobre la base de este análisis construir un movimiento basado en el optimismo, la capacidad y el deseo de cambiar las cosas
Edward W. Said


La pluma y la espada (México, 2005, 2ª edición. Siglo XXI, 169 pp.) es un libro de conversaciones de David Basarmian con el intelectual palestino Edward W. Said. Incluye entrevistas que van de 1987 a 1994 y una introducción de Eqbal Ahmad. Said ha sido una voz importantísima para comprender la situación de Palestina a lo largo del siglo XX, en particular a partir de 1948 con la división del territorio bajo dominio inglés y la posterior disputa entre árabes  e israelíes. Disputa en la que no suelen aparecer los palestinos en el lugar que les corresponde.
Said nació en Jerusalén (1935) y tuvo que irse a vivir a Egipto y a Líbano. Estudió en las universidades de Princeton y Harvard. Murió en 2003 en Nueva York tras una larga lucha con la leucemia. Fue miembro del Consejo Nacional Palestino, con el cual rompió después de los Acuerdos de Oslo. Consideraba que un mejor acuerdo podría haberse conseguido desde la época Carter y que Arafat lo había logrado en un momento en que su debilidad era evidente y la parcialidad hacia Israel abrumadora: nunca se habló del retiro de Israel ni del reconocimiento a los palestinos.
En cambio si se reconocía a Israel y a la OLP  (no a Palestina y mucho menos el derecho a formar un Estado palestino) en un triunfo pírrico para la organización que sacrificaba lo más por lo menos. Otra vez en condiciones de igualdad, las desigualdades eran abrumadoras y la formalidad de la ley triunfaba sobre la informalidad de las injusticias humanas.
Said ha planteado la comprensión y el reconocimiento del Otro en toda su complejidad y ha luchado por erradicar los lugares comunes que estigmatizan la diferencia, las luchas propias. Mientras el mundo salía del colonialismo y los imperios se retiraban de los territorios e incluso en Sudáfrica se lograba la defenestración del apartheid, en Palestina se vivía una lucha constante en donde los malos y los pendencieros eran los árabes y los buenos y constructores eran los israelíes:

“Se presta muy poca atención a las otras formas de fundamentalismo. Por ejemplo, existe el fundamentalismo judío: Israel es un país fundamentalista, en muchos sentidos tan aterrador, un no judío, como lo es Irán.  Esto jamás se discute” (p. 81)

Se daba la curiosa situación de que el pueblo de víctimas victimizaba a nuevas víctimas y en defensa de su espacio lo aumentaba y lo mostraba como defensa propia. A la mitologización del Holocausto se agregaba la mitologización del progreso y de la productividad.
Said ha señalado esa construcción de la percepción ante el mundo occidental. Se trata de legítima defensa, es un acto más contra la barbarie. La diferencia radica en las condiciones de vida entre uno y otro grupo y en los intereses económicos que son prioritarios para los judíos y para los intereses norteamericanos. Los palestinos son un estorbo para el libre comercio con los otros pueblos árabes.
Se muestra así un escenario complejo en donde lo mismo los israelíes crecen estratégicamente cobijados por los Estados Unidos que los palestinos se arropan en una clase terrateniente que existe detrás de la mala cara y de las armas rebeldes.
Said critica a la resistencia palestina, se autocritica, separa árabes de musulmanes, militantes de población civil y nos hace ver que hay millones de palestinos refugiados en países vecinos o sometidos a condiciones de supervivencia extrema dentro de los territorios ocupados. Pero palestinos también hay en Israel: adscritos al establishment, parte de una inteligencia de soporte al orden israelí, ciudadanos sumidos en el estupor y jalonados por la disonancia cognitiva, y desde luego como encubiertos aspirantes a detonar el sistema de dominación.
Israel se ha establecido mezclando la diplomacia y las armas, la convicción y la fuerza. Ha derrotado a los árabes y en esto los palestinos siempre han sido los débiles, no sólo los ocupantes del territorio objeto sino los que se quedan una vez que los aliados han sido vencidos. Queda una resistencia caótica, callejera, de cuerpo a cuerpo, en donde la propaganda construye los mejores escenarios para la reivindicación del mundo occidental.
Said ha luchado, primero, por contrarrestar esos lugares comunes, por dar pasos firmes para dar a conocer una lucha legítima e influir para que las decisiones no sean producto de una falsa percepción, de un interés ciego:

Por eso la cita de Cesaire es tan importante: una visión en la que hay cabida para todos. ¡Por qué tiene que estar el uno sobre el otro? ¡Por qué alguien tiene que llegar primero y empujar al resto en la reunión de la victoria? (p. 59)

La estigmatización encubre el valor de la diferencia y con su piel de buena moral, a la larga, sólo aviva el conflicto.

Palabras de la especie que son refugio o tumba


]Efemérides y saldos[


Palabras de la especie que son refugio o tumba
Alejandro García

Auschwitz  representa, en esta perspectiva, un punto de derrumbamiento histórico de esos procesos, la experiencia devastadora en que se hace que lo imposible se introduzca a la fuerza en lo real. Es la existencia de lo imposible, la negación más radical de la contingencia; la necesidad pues, más absoluta. El musulmán, que Auschwitz produce, es la catástrofe del sujeto, su anulación como lugar de la contingencia y su mantenimiento como existencia de la imposible.
Giorgio Agamben


Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo sacer III (Valencia, 2005, Pre-Textos, 191 pp) de Giorgio Agamben es el otro libro del desasosiego. Ubicado en los límites, el filósofo italiano afirma que acaso no haya un hecho histórico tan conocido como el de la matanza de judíos ordenados por los nazis. Hay responsables, conocimientos de los procesos y el orden instaurado, estadísticas de víctimas y recursos. Sin embargo, el significado ético y político está por conocerse, ¿qué hizo posible tamaño extravío de la especie? Han pasado los años del triunfo aliado y del mundo bipolar y diversas manifestaciones asoman su coleta de discriminación y genocidio.
Agamben contrapone o complementa al testigo y al musulmán. El testigo puede ser el tercero en un conflicto, pero también puede ser el personaje que vive el conflicto y da su versión. El testigo puede encontrar en ese llevar el testimonio la fuerza para sobrevivir. El musulmán, en cambio, es el que ha perdido el deseo de vivir, el derrotado. No se resiste, inerte se pasea por el campo de concentración, es un muerto en vida.
El testigo sólo lo es una vez que ha sobrevivido, una vez que ha pasado sobre la muerte y ha tenido que confrontar su mundo interior de derrota y mortandad con el mundo que no ha pasado por Auschwitz. El límite entre testigo y musulmán es ínfimo, los dos están a escasa distancia de la muerte, bajo su arbitrario embrujo.  El colmo: el musulmán puede tornarse testigo y basar en su vida reducida al mínimo su pasaporte a la sobrevivencia.
Primo Levi es un testigo, químico de formación, antifascista activo, llega al campo y sobrevive. Regresa al mundo, escribe lo que vio, mas al final de cuentas cae de su balcón (1987), una vez que la experiencia parece superada y el retorno a la vida amenaza con quedarse: la muerte lo ha alcanzado cerca de la meta, el sudario lo ha rodeado todo el tiempo. El testigo ha pagado el precio. La literatura de Levi permite asomarnos a ese acertijo del actuar humano en sus momentos de autoexterminio.
La víctima pasa por el horno, es revisado en su dentadura y en sus orificios para que no se lleve algo valioso, revisión que llevan a cabo los comandos judíos organizados por los nazis para tal labor. Los arios no se manchaban directamente las manos, construyeron las jerarquías necesarias dentro de los campos. El testigo deja el documento escrito o la voz, la intervención pública, pero siempre habrá de cargar con la vergüenza. ¿Qué hizo para merecer la vida? ¿Qué tuvo que sacrificar para mantenerse dentro del mundo de los vivos? Algo habrá de qué avergonzarse, alguna colaboración con el enemigo, algún exceso, algún olvido de los valores y de las lealtades al grupo.
Finalmente viene el asunto del significado profundo de esta escala testigo-musulmán-vergüenza. Tienen que regresar estas palabras al vocabulario que está a punto de perderse, de olvidarse, y enclavarse en las nuevas búsquedas humanas: su papel dentro de la enunciación y sus otros significados, su resemantización.
Entre la historia globalizada y la historia de la discontinuidades, entre las palabras y su metasemántica, es necesario volver a una teoría de la enunciación, no sólo en tanto el testigo es el autor, el muerto en el campo desplegado por la sobrevivencia, iluminado e iluminador a través de la palabra, sino porque en él está el sujeto y su suerte, sea testigo o musulmán, o ambas cosas a la vez. De esta manera  la palabra podrá estar en la lengua y en el habla, en la historia y en el acontecimiento y más allá.
El testimonio, el documento, el archivo, tienen que insertarse en esa historia que duda, que busca las discontinuidades, los extravíos que lanzan a los hombres, a las comunidades a los márgenes. Los judíos incinerados en los campos de concentración, la red de maldad que se desplegó para exterminarlos, la vida de condiciones extremas que los llevó a buscar la mejor manera para sobrevivir o el mejor estado de latencia para caminar sin rictus humano rumbo al matadero involucra a nazis y a judíos, pero también involucra al mundo entero, al mundo que buscó cambiar la imagen de Alemania y preferir el “aquí no ha pasado nada”, al Occidente siempre dispuesto a poner fotografías en busca de turistas, mientras las cenizas de hombres, sus átomos y moléculas, siempre transformadas en otro tipo de energía, se reacomodaban en el mapa del mundo.

Ida y vuelta del abismo: Postales a casa


]Efemérides y saldos[


Ida y vuelta del abismo: Postales a casa
Alejandro García

Porque en mi diario empeño no he podido lograr
hacerme abismo y que la estrella amada,
al asomarme a mí, pierda pisada.
Ramón López Velarde

Creemos que el viaje es un acto mágico que supone la distancia o el final de nuestros cuerpos. Partimos para morir y renacer en la extensión de nube y cielo asignada a nuestra ventanilla.
Yolanda Alonso


Primer viaje
Soñaba con ser piloto y viajar, pero sin jamás dejar caer la novedad y la extrañeza. El piloto ya sabía de las caídas del entusiasmo, Ella sólo las evitaba. Ir a otra ciudad, vivir la soledad y la plenitud del pensamiento, la intrusión y la inculcación-incorporación de la escritura, viajar desde una casa, pendiente de un balcón, avanzando en el dominio de la territorialidad de otros, sujeta a la ventanilla y ansiosa por los ruidos de la vida: los encuentros amistosos, amorosos e iniciáticos.
Volver. Llegó la llamada de emergencia: enfrentarse al pasado, probar la calidad de la fragua interna, la realidad del presente, las casas y la ciudad que la habitaron calladas durante el viaje o bien se incorporaron apenas su pie tocó el terruño, a las tres Yolandas, tres generaciones, a las dos Yolandas, la madre enferma y la hija protectora, a la Yolanda única, acercándose a la madre, descifrando a la abuela, matizando al padre, a la familia, a la diáspora. La heroína contemporánea ha triunfado. Ella es. Y colorín colorado…

Segundo viaje
En Postales a casa (México, 2012, Texere, 134 pp) de Yolanda Alonso (Zacatecas, 1986) el viaje completa, el entusiasmo y la apertura de la primera fase, su mayor prolongación, cede respetuosa su experiencia al dolor al dejar ir a la Yolanda madre, pero una vez que se ha tocado, entendido y reconciliado con la hija. Hay un cambio cualitativo porque se sospecha que entre en la abuela y la madre no hubo tal fortuna. La primera etapa ha servido de impulso, de catapulta para crecer y soportar el regreso a la muerte de una y la obligación de vivir de la otra.
En “De ida” habita otra ciudad, establece nexos, se aleja de sus raíces y funda un territorio, maleable, escurridizo, ajeno, pero territorio al fin, en avance frente a otras presencias, sintetizando la compañía que sólo se alude o que bien se siente fluir más que estancarse.
Después viene “De vuelta”, la más intensa, al encuentro de las tres Yolandas, de las dos Yolandas, de una Yolanda, la heredera, la amortajadora, la madre siendo hija. La última paga la cuenta, carga la herencia, prolonga la estirpe.
La postal cambia, se interioriza, o más bien encarna cerca de Yolanda, vuelta del viaje a encontrar a la madre enferma y después incontrovertiblemente muerta. El viaje gira en torno a la superación del desencuentro, de la distancia.
Cuando la madre muere el viaje se completa, para Yolanda madre como polvo y ceniza, para Yolanda hija como superación de lo antes incomprensible:

[Quisiera] llorar porque nunca estuviste tan presente y tan cerca como ahora.

El viaje es iniciático, siempre imprevisto, siempre maravilloso.

Tercer viaje
Alonso se mueve en la paradoja y en la ambigüedad. El viaje de la lectura nunca está sujeto a la causalidad y a la consecuencia y los referentes son insuficientes. Su soporte está en la aventura, en la búsqueda, en la construcción no pesada, leve, de lo definitivo, sino en las posibilidades y en el juego, en el tendido de puentes. Una postal es un atisbo, un momento, un chisporroteo, una imagen y varios mensajes. Importa la travesía que está detrás de la estampa, pero importa también la ruta del lector, sus desencuentros, sus relaciones con la ventana que permiten sus nexos con el mundo.
Impera la inasibilidad. ¿A quién van dirigidas las postales? ¿Cuál es la casa? Cuando sale de la entraña territorial renuncia a ella y funda otra y entonces ¿qué sentido tiene mandar una postal a la casa deshecha o a la casa que habito? Cuando se han entendido, la madre muere, la historia feliz se esfuma y golpea con brutalidad.
De modo que la lectura del libro no es sencilla, pero puede tener un asidero en la respiración, en la intensidad, en las palpitaciones. Se viaja desprotegido, como Ella, pero con el  afán de  “conocer y disfrutar”, propósitos del viaje.
Se anda y se desanda por el abismo no con la visión de caída y elevación, sino a la manera de los cuadros de Escher, donde la sima puede ser tobogán y la cima un callejón sin salida.
Voy y vengo, decían los abuelos de mi generación. Rica expresión que lo mismo incluye la sucesión de ir y regresar, que la simultaneidad de salir y ya estar de vuelta. Esto es posible, porque mientras se camina la mente cubre su propio viaje. Así también en Postales a casa predominan los múltiples viajes simultáneos. Desde aquí saludo su venturosa aparición.



"La novela del yo"


]Efemérides y saldos[


“La novela del yo
Alejandro García

Esto no significa por fuerza que nada exista fuera de mi cerebro, sino que sólo conozco el mundo exterior tal como se representa en mi cerebro.
Jorge Volpi


Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción (México, 2011, Alfaguara, 165 pp.) enmienda una carencia dentro de las visiones de la literatura, por lo menos en nuestro país: la de las ciencias cognitivas y la que incorpora por ende, el basamento cerebral de todas las actividades humanas y su evolución, sobre todo las correspondientes al llamado mundo del alma o del espíritu o de la conciencia, que no tiene una base de actividades a la vista y que curiosamente son las primeras que escapan a lo que parece de Pero Grullo: si el hombre es capaz de producir arte, ciencia, filosofía (ideas o sistemas de interpretación expresadas mediante lenguaje), es porque el hombre tiene algo en su interior que lo hace posible. Ni hablar, el corazón habrá de quedarse en metáfora y entronizar al cerebro y su red articulada, su sistema de espionaje, por todo el cuerpo (casi simultáneamente a este libro de Jorge Volpi ha aparecido La mente el escritor de Bruno Estañol, a quien ya tendremos tiempo de revisar, pero que a ojo de buen cubero lleva más la meditación a la escritura desde fuentes —que no entrega siempre al lector— menos relacionadas con el cerebro).
Steven Pinker ha mostrado la polémica entre la tabla rasa y su negación, entre el buen salvaje que gracias a la civilización puede cambiar su vida instintiva con sólo la imitación y la enseñanza, como si se le pudiera cambiar el cassette de acuerdo a las intenciones de los hombres. El lenguaje entraría en esa naturaleza rústica, encontrada, paradójica, para mejorarla y llevarla a la práctica del bien y de la mejora de la especie.
La otra visión habla de una estructura evolucionada sin la cual no es posible el mundo actual y el hombre mismo. Hace un lado la bondad y la maldad. Desde el cerebro y sus diversos módulos se ve, se interpreta y se transforma el mundo, en una labor individual y colectiva y en donde Dios habrá de contentarse con la enunciación de su nombre o su innombrabilidad. Hay en este enfoque una evolución del cerebro (la  unión de los dos hemisferios, por ejemplo) ligada a la facultad del lenguaje que a su vez influye en la estructura biológica.
El libro de Jorge Volpi sintetiza las teorías de Daniel Dennett (conciencia), de Richard Dawkins (memes), de Giacomo Rizzolatti (neuronas espejo): La magia singular de las neuronas espejo radica, sin embargo, en su capacidad para activarse sin depender de un acontecimiento real —pensar en alguien equivale a observarlo—. En otras palabras: para ponerme en tu sitio, para serpor un instante, lo único que tengo que hacer es imaginarte. Al hacerlo, te copio, te arremedo, y mi cerebro intenta adentrarse así, de pronto, en tu impenetrable magma interior (p. 119).  
Luego aborda el libro de Hofstadter (Gödel, Escher, Bach un eterno y grácil bubcle) en donde amalgama ciencia y arte, mundo y representación, regularidades e irregularidades y en donde el mundo de la relatividad se impone. Todo dentro del bastidor de la disputa entre Descartes y Crick: pienso, luego existo o existo como hombre gracias al cerebro y sus evoluciones.
Volpi lleva la discusión a la literatura y particularmente a la ficción. La examina desde diversos puntos de vista. Esto es importante, porque además de incidir en un territorio novedoso, abre la cancha en cuanto reflexión literaria, su función y su utilidad, lo que se agradece en un país donde la polémica es cada vez más ausente y donde el protagonismo suele cancelar cualquier aire fresco o idea innovadora.
Volpi se pone inteligentemente militante y argumenta que la ficción es parte de nuestra vida, que la visión de mundo y el mundo de las ideas están en el cerebro, que desde allí se aprecia el universo entero y que la literatura es ese espejo que conforma otro mundo y lo matiza y lo corrige y lo proyecta al pasado y al futuro.
El hombre mueve sus ideas al leer, mueve sus apreciaciones al entrar a mundos imaginarios, no es casual que Hamlet, Quijano, Bovary, Karenina, Bloom, Páramo, están entre nosotros y contribuyen a comprobar: “El yo es una novela que escribimos muy lentamente, en colaboración con los demás” (p. 73).
Lloramos porque nos duele, lloramos porque vemos llorar, lloramos porque recordamos ver a otros llorar, lloramos porque nos recordamos llorando, lloramos porque alguna vez no lloramos, lloramos porque vemos llorar a seres imaginarios, lloramos porque nos recordamos vernos llorar frente a seres inexistentes que lloran e incluso somos capaces de llorar en lo imposible, en el futuro y en la misma eternidad: el cerebro trabaja.

Reconstrucciones


]Efemérides y saldos[


Reconstrucciones
Alejandro García

A pesar de los denodados esfuerzos por la llamada superación del  pasado, me parece como si los alemanes fuéramos hoy un pueblo sorprendentemente ciego a la historia y sin tradiciones.
W. G. Sebald


Para la imagen del capitalismo fue una victoria de triple banda la reconstrucción alemana (bastante le costó) después de la Segunda Guerra Mundial.
Levantó a un socio en donde tenía un enemigo y lo afirmó frente al otro gran adversario: Hitler y Stalin, nazismo y comunismo.
Se mostró vigorosa, moderna, singular y a la vez contrastó con la parte oriental en las mejores condiciones de vida de tal manera que terminó por apabullar a los críticos y después del muro pudo renegociar la propaganda relacionada con la libertad.
Por último triunfó a la caída de la vergonzosa pared y nuevamente asombró al mundo y ahora, incluso, al territorio de las ideologías de izquierda. Su éxito llegó a sofisticadas ramas de la vida social y cultural de Occidente.
La responsabilidad alemana durante la Segunda Guerra Mundial es clara y ha sido fijada en cantidad y en documentos. El juicio de Nuremberg castigó a los agresores y puso al descubierto el genocidio de alrededor de 6 millones de judíos en Auschwitz y otros campos de concentración.
El derrotado, en lugar de convertirse en siervo o en colonia de los vencedores se transformó en émulo de ellos y lo hizo en momentos en que la estrella de Gran Bretaña y Francia palidecía. ¿Serían ellos los verdaderos derrotados?
En la literatura Primo Levi da testimonio de la vida dentro de los campos de exterminio, de sus jerarquías, de la utilización de los propios judíos para el castigo y para la intriga y nos habló de los “musulmanes”, los preparados para la muerte, los vencidos, los abatidos por el poder y el terror. Dio además noticia de aquellos judíos que transportaron desde otros países, como era su caso, el norte de Italia, o desde Salónica.
Sobre la historia natural de la destrucción (Barcelona, 2010, Anagrama, Quinteto, 159 pp) de W. G. Sebald reúne en esencia las conferencias de Zurich, dictadas durante el otoño de 1997. Sebald se refiere a la literatura de la postguerra y el extraño silencio de la derrota. A este silencio fúnebre se impuso la pluma de Heinrich Böll (El ángel callaba, sólo publicada en 1992, casi 40 años después de ser escrita) y, con él, Hermann Kasack, Hans Erich Nossack y Peter de Mendelssohn.
¿Cómo era posible que después del bombardeo inmisericorde de 131 ciudades y pueblos alemanes y de la muerte de seiscientos mil civiles se diera paso de inmediato a la limpieza, y luego a la reconstrucción? ¿A dónde se ha ido esa energía de derrota, de impotencia, de muerte? ¿Qué pasó con los alemanes en los primeros días del bombardeo, durante el inmisericorde estallido de las bombas, en el momento de la llegada de soviéticos y americanos, y en los días en que la derrota imperó?
En la zona de muerte, declarada ya en los días siguientes zona prohibida, cuando a mediados de agosto, después de enfriarse las ruinas, brigadas de castigo y prisioneros de campos de concentración comenzaron a despejar el terreno, encontraron personas que, sorprendidas por el monóxido de carbono, estaban sentadas aún a la mesa y apoyadas en la pared, y en otras partes, pedazos de carne y huesos, o montañas enteras de cuerpos cocidos por el agua hirviente que había brotado de las calderas (p. 37).
La población alemana sufre el shock entre el bombardeo y la propaganda nazi que afirma que se trata de bandidos; durante la derrota se traga su culpa y se adhiere a los lemas del vencedor, en la postguerra vive la reconstrucción y no se da tiempo de destapar la cloaca o la herida del alma.
Afirma Sebald que hubo zonas de Alemania que no conocieron esos horrores de guerra. Es el caso de la región donde él nació, cercana a la frontera con Suiza. De allí que ese desigualdad en el tamaño de la derrota y el manejo de la información de victimarios, nuevos jefes y víctimas, contribuyeran a cerrar ese periodo de la vida y a torcer el camino cuando se trataba de la memoria. Pero Sebald también habla de la curiosidad, del gesto de los cuerpos, del ocultar intencional que se convierte en rutina y se olvida como elisión.
Sebald termina su libro con un recorrido por la vida y la obra de Alfred Andersch, un escritor que ambiciona ser un Thomas Mann y hacia allí encamina sus esfuerzos. Tendrá que enfrentarse a los obstáculos de la época: el nazismo y la reconstrucción. No logrará la alta fama anhelada y su intención estética en gran parte será opacada por sus zigzagueos. Terminará exiliado en Suiza.
Sebald (1944-2001) se va de joven a Suiza y después vive en Inglaterra. Allí fallece en un accidente automovilístico, quizás el mejor mensaje de su obra, pese a los problemas de traducción, sea uno de sus títulos: Pútrida patria.

La ventura: instante irrepetible


]Efemérides y saldos[


La ventura: instante irrepetible
Alejandro García

Más secretamente, yo pensaba todavía más hacia atrás, donde nos veía exiliados en un paisaje que no era el nuestro, succionados por esa vocación para la tragedia que era propia de los ricos —era una fisura, y podía oír su ruido. Nos habíamos proyectado demasiado hacia allá, siguiendo a Andre, y por primera vez tuve la ocasión de pensar que nunca más volveríamos a ser capaces de encontrar el camino de regreso. Además de los otros miedos, éste era mi auténtico terror
Alessandro Baricco


Emaús (Barcelona, 2011, Anagrama, 149 pp.) es un libro de iniciación, aunque los personajes no lo saben. Han sido tocados por el venturoso destino, pero en lugar de paladear el instante que nunca más volverá se dedican a tratar de capear el momento incierto en que se han visto atrapados a causa de sus principios y hábitos rígidos y la misteriosa y desencadenante aparición de Andre, la joven que los atravesará de parte a parte.
¿Dónde está ese paseo de Jesucristo después de haber resucitado, de tal manera que convive en Emaús con dos de sus discípulos y no lo reconocen, teniendo que indagar el tamaño de los hechos a partir del recuerdo?  ¿Está en el suicida? ¿Está en el escribiente que así escapa a la muerte y al linde de las culpas? ¿o está en la experiencia de vida que nos hace dar el brinco y nos impide regresar al mundo de seguridad aparente en  que nos veíamos un poco antes?
El Santo, Luca, Bobby y el narrador (yo), son jóvenes amigos que se dedican a la labor social entre los enfermos de riñón. Se mueven entre orines y bolsas de desechos renales. También les gusta la música y su vida religiosa es parte de un entramado de principios que les han trasmitido sus padres. El sexo es un renglón que sólo habrá de escribirse de manera definitiva en la adultez y dentro del matrimonio. Se juega, pero nada que sea irremediable, nada que no se pueda olvidar. No tienen mucha experiencia de la vida y están programados para cierto temor a lo no señalado dentro de sus territorios.
André es una joven hermosa, aunque seguramente es vista con prejuicios por ellos, no sólo porque pertenece a una clase social más pudiente, sino porque su moral es libre y no está sola en esa práctica. Alguna vez la ven salir de un antro, meterse a un auto con un amigo y practicarle sexo oral sin importarle el entorno. Habrán de acercarse a ella a través de una empresa musical que ella no acepta. Pero uno de ellos, Bobby, hará la negociación en corto y será el que se integre al grupo de ella, el que pruebe la diferencia y la separación.
En una fiesta El Santo, Luca y el narrador se van a acostar. Entra Andre y tiene sexo con Luca y yo, El Santo contempla. Poco después se sabe que Andre está embarazada. Nace una niña. No son requeridos por ella, pero su endeble conciencia los hace sentir culpables y responsables, aunque no saben la manera de encarar el problema (para ellos).
La diáspora se da, el momento de la prueba ha sido severo. Bobby andará sobre drogas, El Santo termina en una triste hazaña de jóvenes borrachines y se involucra en el asesinato de un travesti. Quedan los dos, inquietos por la paternidad, trémulos por la experiencia que no volverá a repetirse. En algún encuentro que dejaré al lector para que lo desentrañe, ellos habrán de quedar libres de toda gloria paterna. ¿Y quién será el padre? No es difícil, la nómina no es abultada.

Ella  era el secreto  —eso hacía mucho tiempo que lo habíamos comprendido, y ahora el secreto estaba allí, y sólo nos faltaba dar un paso. Nunca habíamos querido más que eso.

La novela de Alessandro Baricco se cierra conforme se descifran algunos de sus misterios, el yo asiste al funeral de Luca, quien se ha suicidado, recibe las claves de afecto del padre del amigo y también algunas entre El Santo y Andre.

Con el tiempo hemos aprendido con exactitud dónde se encuentra —esa piedra escondida que puede traicionarnos. Está en el punto exacto donde apoyamos todo nuestro heroísmo y todo nuestro sentimiento religioso: es donde rechazamos el mundo de los demás, donde lo despreciamos, por instintiva certidumbre, donde sabemos que es insensato, con total evidencia. Sólo Dios nos basta; las cosas, nunca. Pero no siempre es cierto, no es cierto para siempre. A veces basta con la elegancia de un gesto ajeno, o la belleza gratuita de una palabra laica. El resplandor de la vida recogido en destinos equivocados. La nobleza del mal, a veces. Se destila entonces una luz que no habíamos sospechado.

De modo que aquí la diferencia marca el destino y la vida de preceptos se precipita al vacío dejando el desciframiento de los misterios más importantes por ocurrir.




Alemania, las oscuras trompetas de la memoria


]Efemérides y saldos[


Alemania, las oscuras trompetas de la memoria
Alejandro García

No es la nostalgia de Alemania lo que conmueve a Sebald: es la vergüenza que siempre padeció por una nación hundida en la amnesia del exterminio y consumida en la miseria cultural después de la guerra. “Quizá todos ustedes tengan una idea del exilio geográfico —escribió Heinrich Heine en 1849—, pero sólo un escritor alemán tiene una idea del verdadero exilio, el que realmente acaba y asesina”.
José María Pérez Gay


La profecía de la memoria. Ensayos alemanes (México, 2011, Cal y arena, 269 pp.) reúne 5 brillantes ensayos sobre cultura alemana del siglo XX. Es uno de esos libros que reconcilia con la buena lectura y con el ensayo (de raigambre de Michel Montaigne, aunque también la tradición política del posterior ensayo francés, la densidad filosófica del alemán y la ironía del inglés) y su labor de construcción de realidades en donde predominan las ideas a través de un excelso pulso narrativo: incorpora a nosotros áreas de conocimiento lejanas u oscuras.
Es el caso de Alemania, hoy clara y palpable en su unificación, pero que es en realidad un nudo de problemas que viene desde la delimitación geográfica. Señala bien Pérez Gay que ahora estudia a los alemanes del norte, ya lo había hecho con los del sur en El imperio perdido.
Walter Benjamin, Martin Heidegger y Hannah Arendt, Jürgen Habermas y Peter Sloterdijk, W. G. Sebald, Otto Gross y Herbert Silberer son las cabezas de playa de estos ensayos, pero esto es empobrecer el libro.
Se puede leer a Benjamin exiliado, convertida la frontera francesa en infame trampa que lo manda al suicidio, pero Pérez Gay nos lleva también a la labor unificadora de Bismarck. Si Goethe dio a las letras germánicas su siglo de Oro, el Canciller de hierro hizo posible el tinglado infraestructural que afirma el reinado el arte. En el caso de Alemania también habrá un notable desarrollo en la filosofía y en el marxismo y zonas de influencia.
El autor traza una línea entre realidad política, unificación, fortaleza y apetito desmedido de conquista para llegar a la derrota, a la partición y al proceso de levantamiento, por un lado. Por el otro está la fortaleza del pensamiento, así sea desde afuera en el caso de Benjamin, más parisino que berlinés y un ejemplo del exilio anticipado y en su momento; después el paralelismo entre Heidegger y Arendt, el pensador que se queda, que habrá de resistir la purga por el apoyo a Hitler, pero que a la vez sabrá poner su pensamiento en la cima de la ola del siglo, su ser-ahí, existencial, frente a la judía, amante, que habrá de salir como el zorro a merodear otros territorios, mientras el enorme erizo rumia su sapiencia.
Están también los emergentes después de la muerte de los filósofos de Frankfurt: Habermas, resumidor, concentrador, sintetizador, frente a Sloterfdijk, inteligente y esteta, burlón y cuestionador. La filosofía y el discurso entero han de escribirse con calidad expresiva o no será.
Y está la literatura, la gran literatura alemana de Goethe, de Mann, también la literatura que se niega a circunscribirse en la filosofía como en Benjamin, recuérdense si no las reflexiones sobre Baudelaire y Brecht. Después de la derrota aparece el agudo silencio de los escritores cuestionado por Sebald. Creo que el ensayo central es el dedicado a este escritor alemán que nos da las líneas de apoyo del epígrafe. Sebald, nacido en 1944, sale a vivir a Inglaterra, allá hará su literatura, pero en alemán y siempre se preguntará por qué el vacío en torno a los años del optimismo desmedido y el silencio en torno a la destrucción de las ciudades alemanes. Sebald habla de las escenas dantescas y del silencio en la literatura alemana de esos años, con honrosas excepciones: Sólo Heinrich Böll, Hans Erich Nossack y Alexander Kluge dieron cuenta del caos y la ruina. Ningún escritor daba noticia de los bombardeos que acabaron con Alemania; los últimos cálculos revelan un total de 300 mil muertos “Nuestra propia culpa –escribió Sebald- nos impidió darnos cuenta de la destrucción de nuestras ciudades; después del terror que sembramos en Europa era imposible levantar la vista y contemplar nuestra devastación”. Y está desde luego el silencio en torno a la matanza de los judíos.
La salida me parece una especie de fuga: Gross y Silberer, vacilantes entre el deslumbramiento y el sometimiento implacable, actores dentro de la trama del psicoanálisis y la novela de su creador, Sigmund Freud. Más que leerse como personas, se tiene la tentación de leerlos como personajes, seres de papel. Al fin de cuentas eso son para el lector, como los demás de este libro, pero llevan a una realidad que está afuera y que exige cuentas de los procesos del pasado y que exige también la libre fluidez de la memoria.

Democracia: el Golem manco


]Efemérides y saldos[


Democracia: el Golem manco
Alejandro García

Cualquier enemigo de la izquierda la tiene muy fácil a la hora de encontrar motivos para acusar a sus oponentes no sólo de ser de “izquierdas” sino justamente de ser “comunista”, y por consiguiente de tener como objetivos reales “la miseria”, el terror y la muerte.
Raffaelle Simone

La caída del muro de Berlín no sólo significó el fin de la guerra fría y el triunfo del capitalismo como espectáculo, sino que, a mayor profundidad aún, significó la puesta en entredicho de toda una forma de ver y analizar la vida y el mundo en que se ancla ésta. Bibliotecas enteras fueron rematadas en los años siguientes, metodologías marxistas de gran prestigio mutaron de piel y la democracia mostró a la izquierda como un mal necesario, muestra evidente del mundo del fracaso y de su poder de perdón y tolerancia. Era importante tener a la mano el museo de la memoria, la cabeza del decapitado a la vista de todo el mundo como ejemplar castigo para los potenciales seguidores.
El monstruo amable. ¿El mundo se inclina a la derecha? (México, 2011, Taurus, 193 pp), escrito por un lingüista, no por un politólogo, es sin duda un libro polémico que debe ser leído, porque más allá de la incontrovertible crisis de la izquierda que muestra, deja en claro que el mundo de las reivindicaciones y de las luchas consecuencia de la injusticia y de la explotación, tras su cara amable, están allí pendientes al margen de diestras y siniestras y por lo tanto es una deuda de la democracia que lleva mucho más allá de  la exigencia o del ejercicio de la libertad.
Simone se refiere a Europa. Se trata de mostrar cómo el péndulo mundial se movió a la derecha y cómo la decencia y el buen trato se han convertido en el fondo de la democracia ocultando los problemas centrales. Cuando el centro está en su lugar, equidistante, la polarización es exacta, equilibrada, pero cuando el centro se corre a una de los extremos, la capacidad de maniobra se torna difícil. De allí que en este entorno la izquierda misma se corra al centro o se introduzca a la discursividad y reglas de la derecha.
Si bien solo alude a América Latina, la aplicación en nuestro país es clara cuando vemos que el partido gobernante trastoca sus viejas demandas y como operador de los mecanismos de Estado es rebasado por su flanco, la derecha, por el Partido Revolucionario Institucional. Por eso mismo cualquier intervención desde la izquierda queda sepultada desde una primera cara de rechazo por el rompimiento de las formas hasta por la improcedencia y lejanía de las propuestas. Aún quedan las heridas de la propaganda estigmatizadora de 2005 y 2006 y el escaso margen de maniobra para la izquierda. Sea cual sea el resultado, el camino por recorrer hacia el centro, siquiera, es largo y difícil.
Agreguemos a eso que la repartición de los puestos de gobierno incluyen a los tres grandes partidos y salvo en el DF la izquierda se ha mostrado lerda, corrupta, a veces cínica, y sin particularidad alguna que la haga distintiva frente a las otras opciones. La riqueza petrolera ha servido para labrar fortunas desde los flancos y el centro, corridos por esto mismo a la derecha.
De allí que el mundo del Papa viajero, de Reagan y sus secuencias, el hundimiento de la URSS hayan calado tan hondo para maniatar expresiones como la de América Latina, donde la izquierda parece hacer la tarea modernizadora, alineadora, conocedora de sus propios vericuetos y haya aportado tan poco a los grandes lemas críticos emanados de la Modernidad:

Explota abundantemente el miedo como factor de atracción, aunque necesita hacer creer que el mundo está tranquilo, es feliz, optimista. De hecho, el optimismo a toda costa es un componente de fondo fundamental de la Neoderecha, que sirve para tener tranquilo al ciudadano-consumidor y no perturbar sus inversiones. Las crisis no son nunca puramente negativas; siempre son también “oportunidades”, son “buenas crisis”.
La Neoderecha desprecia la cultura, la investigación y todas las actividades intelectuales; es indiferente a la creación artística, salvo si se traduce en productos mediáticos o constituye un elemento decorativo.

Las luchas por libertad, igualdad y fraternidad, o por la justa repartición de la riqueza, explotación, la no alineación del trabajo, plusvalía, la felicidad, punición sobre las almas y sobre los cuerpos, la seguridad social para todos y las pensiones universales, están lejos de la mente de las personas, no en sus necesidades, sino en las estigmatizaciones que conseguirlas entraña. Enfrente el mundo de la construcción de percepciones, de poner la felicidad a la vista, pero no al alcance, parece salirse con la suya, al fin y al cabo que la oposición siempre suele ser vista como estorbosa, inútil y pendenciera.
Límites y necesidades están a la vista, también la tarea del opositor por salirse del círculo macabro del estigma y el ejercicio crítico del ciudadano para señalar a los responsables.

Inocencia y risa en la antesala del terror


]Efemérides y saldos[


Inocencia y risa en la antesala del terror
Alejandro García

Eran tiempos en los que no sabíamos aún lo que era el terror.
Italo Calvino



Dalton Trumbo cuenta a propósito de su novela Johnny cogió su fusil que las juventudes europeas entraron a la primera gran guerra con júbilo y espectacularidad. Los padres soñaban con las hazañas de sus hijos, los hijos esperaban apoderarse del mundo a partir de los hechos de armas, las damas sollozaban por el regreso del héroe consumado. Salieron mutiladas, sombrías, si acaso dispuestas a restañar las heridas. La idea de progreso rectilíneo y de destino manifiesto había sido derrotada, pero el gran absurdo apenas empezaba.
La entrada en guerra (Madrid, 2011. Siruela, 119 pp) de Italo Calvino reúne tres cuentos de adolescentes en los primeros pasos de los italianos por la segunda gran guerra. A pesar de la distancia que el narrador siente con respecto al fascismo (“Esa noche para mí, el fascismo, la guerra y la vulgaridad de mis camaradas era todo uno”, p. 63), le ganan las pulsiones, el deseo de vivir y de convivir.
El primero de los cuentos, que da título al libro, narra el primer día de guerra, el antes y el después, 10 de junio de 1940 (por cierto, con errata en el libro que da 1949) y el movimiento de la sociedad italiana para atender a sus desplazados, personas desprotegidas, enfermas, inválidas que son recluidas en edificios públicos para protegerlos de las armas enemigas. Los jóvenes se enrolan en el deber cívico, en el heroísmo prometido y ejercido ya desde los lemas y la propaganda fascistas. En el relato hay la presencia de un hombre metido en una canasta, incapaz de valerse por sí mismo, colérico, es un macabro anticipo del destino de la historia.
Mussolini está presente, influye en el optimismo de la gente (y en el escepticismo del narrador) que mueve a la predestinación, a la gloria: “Con su uniforme de mariscal del ejército, estaba Mussolini. Iba a inspeccionar el frente. Miraba a su alrededor y, dado que la gente lo contemplaba aturdida, levantó la mano, sonrió e hizo un gesto de que podían aplaudirlo” (p. 39). No es casual que el hermano de su amigo, dude entre seguir de permiso o presentarse a recibir órdenes, pues teme que la guerra dure tan poco que no tenga oportunidad de intervenir.
El segundo cuento “Los escuadristas en Menton” refiere el desplazamiento de adolescentes a este lugar arrebatado a los franceses. El fascismo se ha quedado corto, no ha llegado a Niza, pero puede presumir que ha ampliado sus fronteras y lleva a sus cachorros a saludar a una brigada de falangistas, pero sobre todo a refocilarse en la derrota del enemigo. Los jóvenes se dedican a medrar entre las casas abandonadas, a llevarse el botín de guerra que les han dejado los verdaderos combatientes: “¡que un joven que se encuentre hoy aquí, y no se lleve nada, es un  imbécil! Sí, señor, un auténtico imbécil, ¡y yo me avergonzaría de estrechar su  mano” (p. 78). Como siempre el fascismo italiano se mueve entre la frivolidad y lo macabro, lo mismo la levedad de conseguir un souvenir, que la pesadez de enseñar al pequeño a oler la sangre e ir tras la presa.
El tercer relato, “Las noches de la UNPA”, nos lleva a la misión guardiana de los adolescentes. Deben cuidar una escuela ante la posibilidad de un bombardeo. Se dedican a jugar, primero a conseguir una llave para entrar a su misión, después salen a caminar por el pueblo y buscan satisfacer sus necesidades. Privilegian su crecimiento, el terreno que les ha dado la guerra para corretear, reírse, conseguir lo que se les niega, antes de que la vida sea puesta en entredicho a cada tramo del camino, pero eso no está en estos tres relatos, aquí predomina el antes, la preparación, la fuerza, la frente en alto.
La aparición de este libro de Italo Calvino se debe a la edición de toda su obra en español. Pertenece a su primera etapa, marcada por la vocación social, pero quizás el dato a remarcar gira en torno a la memoria, a la inmediatez de los acontecimientos, a la literatura testimonial. Se nota aquí la voz de un joven crítico que quiere vivir y duda de la organización social que llevara al totalitarismo y a la obediencia ciega. Lo hace desde muy cerca en el tiempo a la fecha de los acontecimientos. Escritos y publicados en los primeros 50, cuando aún estaban frescas las imágenes de la desgracia y de la derrota.
El libro reaparece en momentos en que se da toda una producción de obras que analizan ya con cierta perspectiva histórica el fenómeno del nazismo, de allí que sea de gran utilidad acercarnos a lo que al parecer en Italia fue debate desde muy pronto.