lunes, 22 de junio de 2015

Tan lejos de allá como de acá



Sin embargo, después de cruzar a nado el primer río de ancho cauce algo sucedió dentro de mí: por un tiempo tuve la sensación de caminar en círculos, sin alejarme del origen y sin acercarme a la meta.
Eduardo Antonio Parra


La semana pasada comenté el libro La ternura caníbal de Enrique Serna (México, D.F., 1959). Me encargo ahora de Desterrados (México, 2013, Era, 157 pp.) de Eduardo Antonio Parra (León, Gto., 1965). No es común que un mismo año se publiquen libros de este género con tan alta calidad. Serna, zorro, tan competente en la novela, como en el cuento y el ensayo, opera desde la capital de la República, mientras Parra, erizo, unánimemente celebrado en la narración corta y de mediana extensión, camina de su natal León a Ciudad Juárez, a Monterrey y a la capital del país. Aquí pareciera que la condición de zorro y erizo se intercambiaran si nos atenemos al desplazamiento.
Parra es también un escritor que atrapa, que vapulea al lector sin darle la posibilidad de la salida. Desterrados se puede leer de una sentada, aunque se corre el riesgo de perder algunas de sus profundidades temáticas. Las 15 narraciones son intensas y desde mi punto de vista presentan una nervadura, “Paréntesis”, en donde las soledad y las insatisfacciones de un hombre y una mujer coinciden en una mesa de restaurant y allí hacen vibrar su deseo sexual, sudar sus jugos, acariciar desde dentro su sexualidad y su cuerpo, antes de entregarse de nuevo a la vida cotidiana, a lo previsto: el lleno en el lugar del alimento los une y los enfrenta, sin tocarse, sin intercambiarse, pero han hecho posible la verbalización de su necesidad.
Antes de este octavo cuento predominan las historias plenas e incluso las de rasgos de la segunda parte se adhieren a la intriga más que al discurso. Es sólo una manera de leer el libro, porque las líneas narrativas se corren de uno a otro lado. Pero fuera del pórtico, de la primera historia “El caminante” que opera también como símbolo de todo el libro, porque nos presenta a un ser que está siempre en una línea intermedia y equidistante entre dos puntos o, más bien, entre el adentro y el afuera, esas primeras anécdotas aluden a un resquicio, a un suspiro, a una mínima liberación.
Encontramos en estas 6 narraciones lo mismo a una pareja que espera el momento en que se irán los asistentes a un velorio para una vez solos, esposo y madre de la difunta, brincar sobre el cadáver para encontrarse por fin, sin la barrera en vida, y dar rienda suelta a su placer: —Por fin nos quedamos en verdad solos —dijo mientras se arrodillaba despacio entre las piernas de Marcos—. Ahora suelta eso. Déjame hacerlo a . O un anónimo personaje que encuentra la utilidad de un puente peatonal que cruza una carretera y el extraño poder de las piedras sobre los parabrisas que pasan veloces. O el raro magisterio de una mujer fea y peluda sobre un niño rodeado de mujeres y la búsqueda que emprende el crío para enterarla de su iniciación, sólo para enfrentarse a los extraños pliegues de la actuación y de las máscaras. O un exboxeador y un hombre del costal que en lugar de autoincenarse o marrear a un cristiano ponen sitio a sus voces interiores al prender un auto o romper el piso. O una mujer que asiste a la cantina para atrapar la esencia de su esposo muerto a través de una desconocida canción de José José que poco a poco reconoce. Para terminar con un extraño homenaje a Heriberto Frías y su Tomóchic, su Tomóchic, a través de la recreación de ese capítulo memorable, en realidad un gran cuento, sobre la defensa que los perros emprenden ante el ataque los feroces puercos sobre los cuerpos de los fieles a la Santa de Cábora.
Después se acentúa la derrota. Si acaso pueden ser mínimas ganancias frente a la derrota del otro. En un caso, el hombre violento que viene de la frontera (¿norte?), fuerte en su medio, termina golpeado a medio calle, observando en el piso un diente que ni siquiera sabe si es ajeno; en otro, una pareja de ancianos espera el ataque de un hombre que aparece en el otro extremo de la calle. ¡Bingo! Unos jóvenes, ocultos en una combi en ruinas, dan rápida cuenta de él. El móvil no es el robo. Ahora podrán sacar provecho del dinero y de los objetos valiosos del muerto. O se puede tratar de un habitante de una botarga o disfraz de Santa Claus que una vez cumplido su papel recibe una agresión y una niña lo sabe, mientras cuida a su hermanito y extraña a la madre agresora. También podemos encontrar a la mujer que brama de deseo ante los maullido previos al sexo de los gatos, ante el ruido que su hermano produce mientras se acuesta con el muchachito en turno y ella ni siquiera tiene la posibilidad de tener enfrente a un hombre, así fuera con una mesa de por medio, sólo sus dedos: Se estremeció. Condujo una mano al pubis al tiempo que veía cómo la bestia engarruñaba el cuerpo para husmear bajo una puerta. Y está la no suerte del Vikingo, quien no podrá incendiar o marrear, sino que será testigo de un crimen, un abuso policíaco y se encontrará con los ojos culpables que van por él. Todo terminará con el paralelismo de una persona que va a atestiguar la muerte de su madre y que luego observa a un hombre que, muerto en la cárcel de la ciudad, espera la llegada de la madre.     
A veces los personajes de Parra obtienen algo: satisfacen su deseo, se ganan la vida, encuentran instantánea compañía, viven su locura o su soledad; Otras veces no hay ruta de salida, el deseo no se sacia, la vida se pierde, la compañía se niega, la locura es causa de muerte y la soledad condena. Pero en todos sus personajes parece que hay esa distancia después de cruzar por primera vez el río, ese no estar en parte alguna, sino en el filo de la nada, perdido ante el aquí, ahí, allí, simplemente no están, ni siquiera son deícticos: ¿Qué fue del gran poder de Dios? Ilusos pendejos.


De "revuelo de golondrinas" a "mirada atónita de un murciélago expuesto al sol"



Halagada por la galantería del mulato otoñal, que se había quitado la camisa para lucir sus recios pectorales, Mireya sintió en el estómago un revuelo de golondrinas. Negro santo, pensó, cuando quieras te la canto en la cama.
Cuando empezaba a venirse con una intensidad telúrica, Uriel tuvo convulsiones epilépticas y emitió un ronco gemido. Tras la descarga se quedó inmóvil con los plomos fundidos. Tenía la piel azul, los brazos flácidos, la cara tiesa, la mirada atónita de un murciélago expuesto al sol.
Enrique Serna


La ternura caníbal (México, 2013, Páginas de espuma, 270 pp.) consta de 10 relatos de la autoría de Enrique Serna. Fiel a su conocida virtud de la fluidez narrativa y de la creación de situaciones divertidas, es muy fácil avanzar en este enjambre de narraciones y a la vez ir reconociendo elementos de sorpresa propias de la intriga o cuestiones temáticas que enriquecen la aventura y la trascienden.
El libro bien se puede leer como un actual Decamerón pues buena parte de las historias es la de las habilidades de hombres y mujeres para engañar a su pareja o a quien se deje, pues podemos incluir intereses no eróticos y no sexuales, que tienen que ver con soledad, fama y exilio. Los personajes de Serna suelen estar en el límite, pero no siempre se salen con la suya, a veces son burlados o ven frustradas sus intenciones, de allí que el lector se ande con cuidado a la hora de adelantar desenlaces y sentidos.
“Soledad coronada” (2°), “La vanagloria” (4°), “El manco Rodríguez” (7°), son las tres narraciones que ponen pausa al amor y desamor de las 7 restantes. En el primero el personaje conoce todos los renglones de la soledad y de la negación de los otros. Lo rehúyen, lo evaden, rechazan sus invitaciones y no le queda más que gozar tal estado de cosas. En el segundo el rechazo es porque después de haber conseguido llamar la atención de amigos y adversarios, gracias a que ha recibido una misiva de Octavio Paz en donde alaba su poesía, la carta se esfuma y con ella el prestigio y viene la violencia. A pesar de las tribulaciones del Premio Nobel, podrá enviarle unas nuevas líneas, pero la historia no podrá repetirse. Y en el tercero un español conoce los sinsabores del exilio y las condenaciones de amigos y enemigos, incluso será expulsado del Partido, en el exilio, de tal manera que no le quedará más solución que abrazarse a México. Los tres personajes pueden retornar y cambiar las cosas, pero ya no lo juzgan necesario.
  En las otras 7 piezas el pleito se pone bravo y el enfrentamiento entre miembros de la pareja no deja contento a los dos y a veces a ninguno. Allí está lo más atractivo de los relatos, el paso de cuerpos altivos, el cruce del río que lleva al paraíso, pero también el juego tenebroso que permite eliminar al otro, cerrarle el paso, arruinarle el futuro cuando se siente el olor de la fortuna.
El general de “Entierro maya” decide no privarse de las grandiosas carnes de su mujer, aunque sabe que allí se le va la vida, “Nubia lo cabalgó con destreza, regulando sabiamente el ritmo de la pelvis para exprimirle hasta la última gota de semen. Dámelo, papito, ya no sufras, dámelo todo” y allí el narrador nos contará la estratagema para morir contento y no tener la tentación de molestar desde el más allá.
Tania descubre la aventura de Ramiro y la explota, pero pronto éste asumirá el evento y la irá llevando a una experiencia swingers de donde no sabrá salir y en donde ella descubre que aún en el sin retorno se puede dar un goce: “Al reclinar la cabeza en los recios muslos de Arturo no le disgustó sentir los dedos de Karen caracoleando en su ombligo, ni opuso resistencia alguna cuando ambos comenzaron a lamerle los pezones. Ya estaría de Dios, pensó, y se dejó querer por su nueva familia.
Mireya y Nicolás, en “Material de lectura” libran su guerra en un viaje por el Amazonas, con pequeñas venganzas. Ella soporta la frustración del marido desocupado por senilidad dentro del gobierno en turno, resuelto en maltrato, delirio y alcoholismo. Y una caída en tan ubérrimos parajes puede resolver la vida sin mayores averiguaciones.
En “El cine Cosmos” (6°) Fedro, el vigilante de la última fila, el cazador homosexual, rescata a Chava, Kid Azteca, de un par de policías que lo acusan de haberle robado la cartera a otro tira, mientras éste y Kid se lían sexualmente en las butacas del cine. Son golpeados y desposeídos de lo poco que cargan. Fedro los lleva a su casa y les entrega sus ahorros. Al final, el buscón renuncia al premio. Aquí el desenlace hermana a este cuento con los 3 que he mencionado en primer término y tampoco existe una relación de pareja, pero el contenido de nexos lo lleva a la segunda serie y no deja de registrarse una relación así sea pasajera cuando son maltratados por los agentes del orden..    
De los tres últimos relatos, “Los reyes desnudos” narra la competencia entre el músico y la escultora Nadine. El sexo y la atracción física a veces los salva, así como la búsqueda de un hijo, pero los fracasos amenazan con imperar en sus profesiones. Claude buscará la manera de romperle el orgullo en el momento en que ella se embaraza. “La incondicional” es el susurrar de una asistente a un enfermo en su fase terminal, es el recuerdo de las humillaciones y de les excesos, es la vida que le pertenece a ella y que a él se le va.
 En el penúltimo relato, “El converso”, relata las aventuras de un cura de pueblo con fantasmas y cuerpos reales. Aquí Serna revitaliza las historias de muertos con su saludable sentido del humor y con ese cantar al cuerpo que suelen tener (y que se ignoran) esas historias: “Me dejaste con las ganas, papito, por eso ahora no te permito andar de caliente y voy a seguir quejándome cada vez que violes el voto de castidad”.
La ternura caníbal es un libro ampliamente recomendable para los irreverentes y amantes de las atracciones y repulsiones del amor y otros recovecos del hombre.


Los gorriones son contrarrevolucionarios



Hay un refrán chino que dice: “Lo mordedura de serpiente tiene antídoto, la mordedura de hombre no”.
Liao Yiwu


El paseante de cadáveres. Retratos de la China profunda. México, 2012, Sextopiso, 368 pp.) reúne 30 entrevistas realizadas por Liao Yiwu (1948) entre la última década del siglo XX (la mayoría) y la primera de éste. Realmente es un libro que vale la pena de ser leído por la concurrencia de numerosos factores. Quizás el más importante es la fascinación que llegan a provocar algunas de estas piezas que lindan en algo similar a lo real maravilloso:

Encontramos enterradas dos tinajas. Inmediatamente las recogimos y las metimos en nuestra habitación. Al mirar en su interior descubrimos que escondían lingotes de oro. Los limpiamos, los dispusimos sobre la mesa y contamos un total de cien.

Es el inicio de la pesadilla del saqueador de tumbas. Se refiere a una entrevista que une la creencia en dos momentos diferentes y en contextos políticos diversos, El personaje y su hermano encuentran una fortuna en tumbas de valor arqueológico y son despojados de ella por las fuerzas del orden y apresados. Tendrán que sufrir numerosos ataques y verdaderas palizas para que conduzca a todos los interesados al lugar donde reposa el tesoro, pues han propalado la mentira (los verdaderos saqueadores) de que lo han enterrado.
Es la intrusión del lector, cebo del autor, por supuesto, en mundos asombrosos, bien sean macabros, humorísticos, ingenuos, tiernos, terribles, aunque si se les hace justicia suelen predominar varios, y otros, en cada una de las piezas. De modo que en primera instancia estamos frente a obras literarias que nos provocan y nos desafían, nos extrañan el mundo de que provienen. Aquí desfila una galería de personajes que nos asombran: un emperador campesino que provoca una revuelta, un desolado padre de un héroe de Tiananmen, un asistente por equivocación a los acontecimientos de la plaza genocida, que por publicar un artículo objetivo pierde su estatus, un paseante de cadáveres, un migrante sin mucha suerte, un limpiador de baños (wc) que a punto está de ser convencido de su potencial revolucionario, adictos al sexo o al manejo de prostitutas, practicantes del feng shui, del falun gong, del espiritismo, de la adivinación y de creencias similares, profesores, sacerdotes, agrimensores… Muchos en las cárceles, pero otros en los caminos o en las casas o en voces de personajes que nos hablan de ellos a tras mano.
Confieso que empecé el libro con morbo político y con morbo futurista. En éste porque creo que los chinos se disponen a tener un papel predominante en el destino del mundo y lo que aquí se cuenta da para preocuparnos. Y, en lo otro, por saber lo que ha pasado después de un siglo de luchas y de más de medio siglo de comunismo y crecimiento de población y territorio. Los dos terminan uniéndose. Y conste que no menciono las experiencias políticas, algunas sin adjetivo justo, del maoísmo en América Latina.
Si algo sobresale de los relatos es la torpeza revolucionaria y su afán excluyente y la verdad sobre el culto a la personalidad de Mao y sobre los tremendos errores que llegó a provocar la falta de miras, en algunos renglones, del líder y de la secuela de observancia obligatoria de sus puntadas. Sólo contaré aquella historia donde Mao dice que los gorriones son malos porque comen cosechas y provocan una especie de atraso del progreso. Los canarios son contrarrevolucionarios. La creencia los lleva a matarlos y casi desaparecerlos con la consiguiente ruptura de la cadena ecológica y el aumento poblacional de ciertos insectos que arrasan con la cosecha.
En términos históricos se puede hablar de lo mismo en los primeros años de desplazamiento de los Nacionalistas, con el famoso Gran Salto Adelante, la batalla por el acero y la Revolución cultural. En todos estos episodios se mató gente y la cifra puede llegar a los 70 millones de chinos. Si es por porcentaje, dirá alguien, la cifra es negociable. El libro de Mao era el texto para aprender. De nada servían las ciencias ni el arte si antes no se conocía de memoria el Libro rojo. Y bueno, aquí está el profundo desprecio por lo intelectual, por lo complejo, por toda esta rama de la vida en donde suelen habitar tantos hombres que de acuerdo al baremo anterior deben reeducarse y confesar sus culpas. “Mi maestro es misericordioso, Mao es cruel”. Cuántas piedras en el redondel y no aparecen las manos.
La entrevista que da título al libro es magistral, porque habla de cierta costumbre china de transportar cadáveres de personas que han muerto lejos de su tierra y que deben ser llevados al origen, “pues de lo contrario será un alma solitaria y un fantasma sin casa”. Mientras un hombre vestido de túnica beige carga una cesta con dinero en una mano y en la otra un farolillo para alumbrar el camino, y avienta billetes falsos, otro enfundado en una túnica negra, carga al muerto y camina con él, de modo que un extraño monigote va tras el primero en busca del reposo y de la gracia.
Otra entrevista es la que nos habla de las hambrunas en la décadas de los 50 y los 60 y que obligaron a ciertos núcleos poblacionales a practicar la antropofagia. Aquí los chinos se practican a sí mismos lo propuesto por Jonathan Swift en su célebre ensayo del XVIII, sólo que no llega a ser tan sofisticado. Simplemente se comen a los hijos más pequeños, sabiendo que de no hacerlo, morirán poco después. Y esto sucede en pleno siglo XX, sin rasgarse las vestiduras, sin aludir al sacrificio por la Revolución, simplemente predomina el instinto y se comen esos pequeños miembros y mientras sufren del regaño o de la averiguación bien pueden adelantarse y darse un buen bocado.

Mo respondió: “Acabamos de cocer a nuestra hija de tres años”. El guardia no creyó lo que acababa de oír así que agarró uno de los trozos de carne que había en el suelo y lo examinó cuidadosamente bajo la luz. Antes de que pudiera descubrir de qué se trataba, Mo Erwa se lo quitó de las manos y se lo comió. Después, los hijos hicieron lo mismo con el resto de la carne que había en el suelo.


Violencia en la tradición, violencia en los tiempos de cambio, violencia en los diversos pliegues de la Revolución. El mordisco del hombre no tiene antídoto. Y aquí sí habría que separar a los que muerden de los que son mordidos y matizar lo que al dirigirse a la especie se encubre. Tampoco hay, persisto en el juego retórico, contra él una orden de aprehensión o de cacería, no por ese motivo, pero tampoco se trabaja en serio en la invención de la vacuna.

Matar a la literatura




¿Impartimos un saber que trate de la disciplina en sí o de su objeto? Y por lo tanto, en el caso que nos ocupa: ¿estudiamos ante todo los métodos de análisis, que ilustramos recurriendo a obras diversas? ¿O estudiamos obras que se consideran básicas, y para ello utilizamos los métodos más variados? ¿Qué es el objetivo y qué el medio? ¿Qué es obligatorio y qué opcional?
Tzvetan Todorov


El nombre de Tzvetan Todorov (Sofía, Bulgaria, 1939) durante muchos años estuvo ligado a textos frontera en los estudios literarios: Literatura y significación (sobre Las relaciones peligrosas de Choderlos de Laclós) y La Gramática del Decamerón representaron lúcidos ejercicios de la estructura en la obra literaria. Introducción a la literatura fantástica aún hoy es referencia obligada para los estudiosos de tal práctica literaria. Su Diccionario enciclopédico de las ciencias del lenguaje, en coautoría con Oswald Ducrot, aún está en el mercado y su antología de Teoría de la literatura de los formalistas rusos sirvió de fuente imprescindible entre formalismo y estructuralismo y en vía de acceso seguro a los textos.
Después su campo de acción se ha diversificado, primero en la antropología en la percepción del “otro” y del “nosotros” o del “yo”. Su estudio sobre la Conquista de América. La cuestión del otro anunciaba lo que era un análisis a profundidad del eurocentrismo y de sus crisis y que, sin duda, aludía a su propia condición de búlgaro en París, tanto en su herencia de dominación turca, de férreo y despótico dominio comunista y de su inserción en el centro de la cultura europea (como alumno de Gerard Genette y de Roland Barthes) a partir de los años 60. Tanto la percepción del otro como la presencia de los regímenes y conductas totalitarios están hoy en el centro de las cuestiones sobre el destino del hombre y sus desviaciones.
La literatura en peligro (Barcelona, 2009, Galaxia Gutenberg/ Círculo de lectores, 109 pp.) es un conjunto de ensayos que tiene como preocupación central la enseñanza y el destino académico de la literatura. Como sucedió con el marxismo, y en general con todos los movimientos afortunados, el estructuralismo se convirtió en una moda y en una ideología o en una política de estado. Lo que fueron brillantes ejercicios en pro fe nuevas lecturas de la realidad y de las obras, con un centro ineludible: los textos, terminó convirtiéndose en una forma de control y en un aburrido repetir de búsquedas y fórmulas vacías en seguidores que no se dieron cuenta cuando los padres fundadores ya andaban en cosas diferentes. Es muy válido el ejemplo de México, donde la esposa del Secretario de Educación Pública en el sexenio de Echeverría introdujo una reforma con aparente fundamentación estructuralista que terminó en un fracaso rotundo y en donde ni la implantación, ni el desarrollo, ni el producto se parecía a lo que se pregonaba.  
El fin de la literatura es claro para Todorov:

Si hoy me pregunto por qué amo la literatura, la respuesta que de forma espontánea me viene a la cabeza es: porque me ayuda a vivir. Ya no le pido, como en la adolescencia, que me evite las heridas que podría sufrir en mis contactos con personas reales. Más que excluir las experiencias vividas, me permite descubrir mundos que se sitúan en continuidad con ellas y entenderlas mejor.

El resto es claro. Todorov desarrolla en pequeñas piezas el largo camino de la literatura por independizarse, por tener en la belleza su especificidad y en la realidad su punto de permanente confluencia y confrontación, porque su naturaleza jamás se resigna a quedar etiquetada o reducida a una forma. De allí que todas las querellas de los artistas de la Ilustración a la actualidad por imponer su práctica literaria se encuadren dentro de una gran tendencia para encontrar en la modelización del mundo a través del lenguaje una arte que puede brindar ayuda a otros y que produce una serie de disciplinas que lo mismo estudian esos mundos que propician que esos mismos mundos sean estudiados desde otras áreas del saber humano.
De allí la dificultad de abarcar de manera correcta a la literatura, pues lo mismo se encuentra como producto del lenguaje y por lo mismo como parte de la lengua de una comunidad, que como parte de su propia creación. Esto es, atiende a sus propias creaturas. Sufrirá pues el asedio de otras visiones que alguna vez se apropiaron de ella y del poder que sólo quiere prolongarse. Pero la literatura tiene dentro de ella el antídoto.
El mismo Todorov reconoce que asiste a una comisión encargada de la educación en Francia cuando él no tiene la experiencia de la enseñanza, habiendo hecho carrera en la investigación. ¿Qué debemos enseñar: datos de obras, autores, movimientos, literaturas nacionales y una universal? ¿Reglas de funcionamiento de las obras literarias? ¿Terminología o metalenguaje? ¿Degustación de las obras? ¿Aplicación de lo que hay en las obras a la vida? Sin duda el problema es complejo y exige un trabajo permanente de carácter multidisciplinario y más allá de la mera voluntad.
Parece indudable que lo esencial es rescatar ese factor vital que proporciona la literatura y sus posibles aportaciones al conocimiento o al manejo de la realidad y es también indudable que lo esencial es leer, que el ciudadano sea libre de poder leer, entender y aplicar lo que lee como le dé la gana.
El principal peligro contra la literatura es despojarla de esa esencia contaminante, de esa posibilidad de manejo de códigos, de ese derecho a evadirse de la terrible realidad sin que eso signifique desconocimiento o delito. Todorov ha sido congruente, porque nos enseñó una forma de leer, de desentrañar textos, de degustarlos. Fiel al carácter del movimiento francés, no sólo fue uno de los responsables del rescate de escritores abandonados por su mínimo soporte narrativo (Sterne y Laclos), sino que nos comprometió a leer de acuerdo al texto, de acuerdo a los secretos de la estructura.
Más apenado por lo que otros han hecho y dejado de hacer, Todorov nos brinda en estos ensayos la certeza de que ha sido una larga hazaña la de la literatura para defender su territorio y permitir que cada generación relea a los autores del pasado como para que ahora nos la vengan a matar con métodos que además asesinan cualquier voluntad de leer de los alumnos.  


Objetos y animales hartos del hombre



Héme aquí confinada en una celda tenebrosa, condenada a muerte. ¿Creen que no lo adivino? ¿Creen los hombres que por ser diminutas y estar cubiertas de plumas, no tenemos las gallinas nuestro corazoncito, nuestra sensibilidad y nuestro entendimiento?
Francisco Tario


A menudo bromeamos mi hija y yo sobre la posibilidad de que quien verdaderamente domine en una casa sea una mascota. No me refiero a la reificación y al fetichismo que imperan dentro de nuestros hogares y que suele hacer que demos vuelta en torno a un animalito más cuidado que los habitantes de un hogar o de un objeto más envidiado que cualquiera de nuestros corazones, por más nobles que sean. Me refiero a un dominio efectivo. Al hecho de que un cuyo, por ejemplo, esté constantemente fraguando la suerte de papá y mamá o avanzando en la posesión territorial de la casa como paso previo para dominar el mundo. Cualquier comparación con Pinky y Cerebro será bienvenida.
Lugares comunes como aquel que decía que en México Kafka sería costumbrista o que la novela policíaca no podía ser en nuestro país porque no encontraríamos a un solo policía o detective libre de corrupción o que en nuestro cuerno de la abundancia no era posible la fantasía porque la realidad siempre superaría a la ficción, encubrieron algo más grave: leer de determinada manera y sólo ciertos temas. Esto es, el ejercicio de censura y autocensura en la literatura. Por supuesto que a pesar de defender al arte de los asedios de la propaganda y de la política se cayó en la exclusión y en cierto desprecio por escritores que desafiaron esos lugares comunes. Por fortuna, dejaron obra al alcance del lector.
Pienso en autores como Francisco Tario o como Amparo Dávila. Han sido escritores respetados, pero en pequeños círculos y ha sido necesario que el mundo cambiara en sus rigurosos métodos de interpretación para que su lectura se pudiera dar sin esos cinchos y sin esas etiquetas previas. Por suerte, la labor del reseñista de libros no sólo puede abonar  en contra de las capillas y de las definiciones prejuiciosas, sino que allí estriba su verdadero gozo, porque puede encontrar en un autor como Francisco Tario ese garbanzo de a libra que contradice los cánones del pasado y a la vez recomendar una lectura al amable lector que no tiene por qué estar empantanado o envenenado por la herencia.
 Si bien se pueden conseguir los dos tomos de los cuentos completos de Francisco Tario (Editorial Lectorum), el Fondo de Cultura publicó una selección de seis de sus narraciones en la colección Cenzontle, Algunas noches, algunos fantasmas (2ª reimpresión 2012, 91 pp). Y este pequeño volumen se lee con verdadero placer y regocijo.
Tario se olvida de las prevenciones y creo que siempre tiene presente la verosimilitud. Y esta radica en un hombre curioso, quizás un poco preocupado por el saber del entorno. Y no le interesan las grandes verdades, simplemente duda, observa, sospecha de los objetos y de los animales. Tario tiene en cuenta esto para el efecto, pero se olvida de esto mismo en el momento de escribir y se apodera del lenguaje humano para hacer hablar a un féretro, un buque, una gallina, un fantasma, un traje y un “loco”.
Si bien el libro es producto de una selección editorial y no de una voluntad de autor, de cualquier manera produce un efecto de totalidad. Y el último cuento “La noche del loco” sirve como nervadura entre lo que llamamos realidad humana y otras realidades, pero en este caso los vasos comunicantes de las cinco narraciones anteriores lo cargan hacia la otra realidad, de tal manera que uno puede suponer que es la muerte, una fotografía, o simplemente la voz de algo más que de alguien que deambula en busca de “otra”.
En Crímenes bestiales de Patricia Highsmith los animales se vengan de la crueldad humana. Es decir, operan de acuerdo a una forma moral de comportarse de los seres humanos. Es como si quisieran ser humanos. En el caso de Tario sus personajes más que querer ser como los hombres, muestran cómo la realidad humana se les impone, porque cumplen una funcionalidad. Y en ese reducto donde por fin “son”, la textualidad literaria nos los hace posible, se dan la posibilidad de efectivamente tratar de ser como ellos, de que sólo se les deje ser. Alcanzar a los hombres o descender hacia ellos es sólo un camino, no el único. Y entonces sí la reificación y el fetichismo nos implican: reacomodarnos o no en nuestra relación con animales, objetos y realidades abstractas.
Es el caso de “La noche del féretro”, por ejemplo. El ataúd sabe que es masculino y que su destino se llama matrimonio y que éste se da en el momento del entierro y que a masculino le corresponde femenino. De allí su enfado cuando en lugar de una bien olorosa y frondosa mujer le toca habitarlo a un gordo inmenso, lo cual contraviene su destino y su ilusión y lo lleva revelarse, tumbando al muerto, pero el contrasentido humano se impone y en este caso el mundo de los objetos, y su respetable lógica, es derrotado.
En el caso de “La noche de la gallina”, al defender su vida, perseguida por la voluntad depredadora de los hombres, no le queda otra que consumir una hierba venenosa que no muestra efecto en ella, pues es sacrificada, pero sí en el desenlace del cuento: “Y, en efecto, treinta y seis horas más tarde, cinco ataúdes en fila bajaban por la arboleda rumbo al cementerio”.
El segundo cuento “La noche del buque náufrago” nos comparte su hastío, su enfrentamiento a la próxima vejez. Y no hay lugar para la juventud y el goce humano en su superficie, simplemente se deja devorar por las aguas.
La segunda tercia de narraciones todas con el mismo denominador común (también de las 3 primeras “La noche del fantasma …del traje gris …del loco” nos acerca a voces y fantasmas en los extremos y a un traje en busca de satisfacciones en el centro. Después de esto podrá optar por suicidarse con cómplices ropas de mujer, no vestido el traje, sino en matrimonio gozoso que se lanza al agua. Quedan los fantasmas y la voz inasible del final, la mujer esquiva, jugadora grandiosa de ajedrez, contra el fantasma y la voz sensual que busca, aunque en alguna época y al final: “hube de colocar entre nuestros ardientes cuerpos mis ropas negras muy bien dobladas, porque los pechos enhiestos de ella penetraban en mi carne igual que dos afilados cuchillos”.
Hartos del hombre, objetos y animales, o como se podría decir a Tario persona, animal o cosa, nombre o sustantivo, el mundo se estremece ante la dictadura y el sinsentido humano y emite extrañas señales que la soberbia no supo leer, pero que aún es tiempo.




Un riñón para Salman Rushdie




Me gustaría pensar en los hijos del profesor Hitoshi Igarashi, el traductor japonés de los Versos satánicos, que fue asesinado. Me gustaría pensar en el traductor italiano, el doctor Ettore Capriolo, que fue apuñalado y afortunadamente se recuperó. Y en el distinguido editor noruego, William Nygaard, que recibió varios balazos en la espalda y por suerte se restableció plenamente. No olvidemos que esto ha sido un suceso espantoso y me gustaría expresar también lo mucho que lo siento por todos aquellos que murieron en manifestaciones, especialmente en el subcontinente indio. Como se ha visto, en muchos casos no sabían contra quién o por qué se manifestaban, y eso fue un derroche terrible y espeluznante, y lamento eso tanto como todo lo demás que ha ocurrido.
Salman Rushdie

El fin del segundo milenio y del vigésimo siglo y el inicio de la centuria XXI y del milenio tercero trajeron consigo un despertar siniestro y angustioso: las guerras étnicas, cuando la lección de los nazis (por hablar sólo de la cima de la barbarie) parecía irrepetible y aprendida. También trajeron la persecución de escritores: el primero, una década antes de concluir el periodo; el otro, al iniciar el segundo lustro de los nuevos tiempos. En 1989 el ayatola Jomeini anunció la fetua contra Salman Rushdie por haber ofendido a Mahoma, al Corán y a los musulmanes en su novela Los versos satánicos. En 2006 Roberto Saviano publicó Gomorra y se ganó la sentencia de muerte de la mafia napolitana.
 Sin duda una peculiaridad del fenómeno fue el manejo de los medios. Ambos escritores se movieron en la cresta de una campaña donde los recursos financieros y la mercantilización estuvieron muy presentes. Eso sin duda permitió, en parte, que salvaran sus vidas, pero se convirtieron en un peso para los presupuestos públicos de las naciones involucradas que también estuvo presente a la hora de las discusiones. Pero el aspecto de fondo es el asedio a la literatura y a sus productores por parte de la religión y de la mafia. En el caso de Rushdie el asunto pareció estar presente en el momento en que la Guerra Fría daba su lugar a un mundo unipolarizado, pero en donde ciertos protagonistas levantaban la mano y obstaculizaban el imperio de un solo lado. Por supuesto, el Muro de Berlín cayó entonces y vino la carambola de los países socialistas.
En 2012, Rushdie ha publicado Joseph Anton. Memorias (México, Mondadori, 686 pp). Narra los acontecimientos biográficos entre 1989 y 2002. Como es ya costumbre, mi intención aquí es recomendar la lectura de este libro incontrovertiblemente polémico. Aquí hay elementos para discutir desde muy diversas perspectivas, pero mi idea es incidir en la importancia de estas casi 700 páginas.
Joseph Anton. Memorias es el testimonio de un hombre indio de nacimiento y de posterior nacionalidad inglesa, lengua, ésta, en que escribe sus libros. Rushdie, nacido en 1947, año de la independencia de la India, publicó en 1980 la extraordinaria novela Hijos de la medianoche. Con ella, puso un interesante problema para la literatura: ¿se trataba de un autor de hechura inglesa que había escrito una gran novela sobre la India?, ¿o era un novelista indio que escribía en inglés?, ¿o estábamos simple y sencillamente frente a una más de las independencias de la literatura de origen colonial? La respuesta no es sencilla, pero parece indudable que Rushdie había hecho en poco tiempo (33 años) una novela que recomponía el mapa de la literatura en lengua inglesa y que entraba plenamente a la literatura sin adjetivos. En la biografía habla de sus compañeros de generación, el llamado “dream tream” literario inglés: Amis, Ishiguro, Mc Ewan, Swift, Barnes. El libro fue saludado con entusiasmo y se vendió a nivel mundial.
En 1988 publicó Los versos satánicos y el humor que tanto se había celebrado en su obra anterior (Vergüenza de 1983 está considerada como una segunda parte Hijos de la medianoche, pero no ha tenido los lectores de ésta), en este caso con algunos personajes de la religión musulmana fue tomado por los sectores fundamentalistas como irreverencia, herejía.
El 14 de febrero, día de San Valentín, el ayatola Jomeini dictó la fetua y vinieron en cascada las manifestaciones de los fieles y Rushdie tuvo que vivir bajo vigilancia policiaca durante casi una década. Después de esto la amenaza ha seguido, pues si bien Irán retiró el dictado, declaró que quien podría realmente cancelarlo ya había muerto. Rushdie encontró en Estados Unidos el proceso de normalización de su vida y pudo capitalizar lo que había ganado en fama y en respeto literarios.

Quinientos elementos de la “línea dura” se habían comprometido a vender un riñón cada uno para recaudar el dinero con que matarlo.

El caso Rushdie escapó a la literatura y se convirtió en expediente en las negociaciones entre Inglaterra e Irán e inclusive en las norteamericanas. El mundo intelectual no estuvo entero con el escritor. Hubo desde los musulmanes que coincidieron con la fetua, los que priorizaron la libertad de expresión, pero eran partidarios de una muestra de autocrítica o de pleno arrepentimiento, hasta las discusiones propias del gremio. Esto se determinó en parte por lo que se consideró era un conflicto que no podía costar tanto ni involucrar el destino nacional. Entre los solidarios menciono a Harold Pinter, entre los cuestionadores a John le Carré. Encontramos también la presencia solidaria de los novelistas latinoamericanos y norteamericanos.
Además de esa vida pública, Rushdie nos cuenta en Joseph Anton (su nombre de gestión, en honor de Chejov y Conrad)  su vida personal, sus matrimonios con Clarissa, Marianne, Elizabeth y Padma, desde la vida sesentaiochera, pasando por la competencia con otra escritora y su vida con una mujer solidaria, hasta el impacto de la vida del jet set, ya no de escritores, sino del mundo del cine y de la farándula. También narra sus desajustes cromosomáticos que no le impidieron tener a sus hijos Zafar y Milan, distantes casi en dos décadas.

Rushdie habla del proceso creativo de sus novelas El último suspiro del Moro, El suelo bajo sus pies y Furia. Sólo mencionaré que Furia se iba a presentar en Nueva York el 11 de septiembre de 2001. No fue posible por el ataque a las torres. La portada del libro parecía retratar la tragedia.

Y la peste va...



No soy yo mismo el cáncer que me devora, sino lo que me devora es mi familia, mi origen, toda una herencia. Eso significa en término médico-políticos: mientras tenga cáncer, seguiré siendo un rehén del ambiente burgués canceroso, y si muero de cáncer, habré muerto como burgués.
Fritz Zorn


Bajo el signo de Marte (Barcelona, 2009, Anagrama, 302 pp.) es un alegato rudo y violento de un hombre enfermo de cáncer a los 32 años. Fritz Zorn es el pseudónimo de Fritz Against. De la A a la Z, del inicio al final, de la infancia a la muerte, pero también la variación del pavor y la angustia a la cólera, la ira, el azote, cuenta Félix de Azúa a propósito del significado de los dos apellidos. El texto fue escrito a lo largo de 1976 y publicado por Kindler Verlag, Munich, en 1977, cuando el autor ya había muerto. Sus últimos días fueron de angustia porque no se definía si se publicaba o no la obra, pero al parecer fue enterado de la aceptación del manuscrito por parte del psicoterapeuta. Publicada por Anagrama en 1992 en “Panorama de narrativas”, reaparece en 2009 en “Otra vuelta de tuerca”. Encontrará, sin duda, otros lectores y se reencontrará o se desencontrará con los antiguos.
El narrador es un rico heredero de Zurich, Suiza, el país de la neutralidad y de la riqueza, el país de los finísimos relojes exactos y de los calvinistas. Todo parece sonreírle y serle propicio a Fritz, cualquiera lo envidiaría; sin embargo, descubre poco a poco que todo su mundo es una farsa, un contrapunto de la vida. Sus padres le han enseñado a hacer lo conveniente y a guardar el equilibrio, sus actos cotidianos están resguardados por la norma, el prejuicio y el ponerse a resguardo de cualquier situación o acción que lo arranque de los buenos modales y costumbres.
Su vida en la sociedad está marcada por su intrusión. Todo lo que los otros hacen le parece absurdo o sale de sus formas de comportamiento. Evade al mundo. Ni siquiera llega a convertirse en eslabón débil de la cadena, en chivo expiatorio, su caudal social y económico lo pone a salvo. Llega, incluso, a darse el lujo de desafiar al orden escolar, de convertirse en asiduo asistente a un café y hacer lo mínimo indispensable dentro de la escuela. No pasa nada, pero la vitalidad siempre lo rebasa. Mientras sus compañeros trepan en la sociedad, en la academia y tienen compañeras que primero son de caricias leves o de actos rápidos y efímeros y luego se convierten en contactos sexuales más duraderos y comprometidos y llegan al matrimonio y a tener amantes, Fritz permanece sin tocar mujer, sin establecer relaciones sentimentales, sin entrenar el cuerpo en las lides del placer. Friz podrá dedicarse a lo románico y alejarse de lo germánico, en una decisión que conlleva una visión de la Europa originaria y profunda, pero el cuerpo ya ha recibido el impacto de la negación y se enfermará de cáncer y el mundo habrá de tornarse diferente. Desde el discurso emprenderá el apoderamiento de lo que nunca fue suyo.
Fritz escribirá durante 1976 este libro inclasificable. Después morirá. Aquí enjuicia a los padres, a la familia, a la burguesía, a las sociedades y a Dios. Será un continuo argumentar contra las condiciones que los han llevado al borde de la muerte sin haber conocido las tesis y las antítesis de la vida.
Gran parte de lo que ha ignorado, de lo que ha evitado, se levanta ahora con un significado opuesto, como la posibilidad de haber cambiado el rumbo o por lo menos de haberle permitido tener alternativas y salud.
Conforme avanza el relato la tensión aumenta, el reclamo se enciende y el callejón se muestra sin salida. En este relato no encontramos las fases de la enfermedad de que han hablado los tanatólogos, por ejemplo Kübler-Ross, negación y aislamiento, ira, pacto, depresión y aceptación, no es una ruta para el bien morir; por el contrario, Zorn detona contra la ruta de la aceptación. No es que se niegue a morir, sino que quiere poner el énfasis en todo lo que lo embocó en la enfermedad y la infelicidad. Todo atenta contra su vida, todo se forma para que seamos infelices e inútiles:

Soy joven, rico y culto; y soy infeliz, neurótico y estoy solo. Provengo de una de las mejores familias del lago de Zurich, también llamada la Costa Dorada. He tenido una educación burguesa y me he portado bien toda mi vida […]  Los que me evitaban en mi infancia no fueron el dolor o la desgracia sino los problemas en sí, y con ello también la capacidad para afrontarlos […] Jamás tuve relaciones con las mujeres puesto que no puedo amarlas y no puedo desearlas […] Yo soy infeliz porque no funciono ni he funcionado jamás. De joven no fui joven; de adulto, no he sido adulto; como hombre no soy hombre, no he funcionado desde ningún punto de vista.   

El libro tiene una relevante significación por lo menos en dos aspectos: en la sociedad que está estructurada para la negación de los placeres elementales. Si en este caso se trata de un miembro de los poderosos de la sociedad, nos podemos imaginar lo que sucede con los dominados. Sobre el instinto de placer operan los más macabros actos que mutilan, castran, desensibilizan. Desde niño se aprende a contener, a silenciar, a no sentir.
El otro aspecto tiene que ver con el fracaso de la Modernidad en su aspecto liberador. La enfermedad, como la peste medieval, avanza. El cáncer aparece un buen día y cercena la vida, inicia en la muerte, desde mucho antes de morir. Pero lo mismo sucede con las enfermedades crónico-degenerativas: diabetes, hipertensión. Niños con cáncer, malformaciones, diabetes infantil. Así, la mancha fúnebre avanza desde la infancia y cubre el futuro de la gente, espera burlesca y a veces ni siquiera nos da tiempo de maldecirla, de imprecarla, de mandarla al carajo.