lunes, 22 de junio de 2015

El viaje en tiempos de paz




El método de Maquiavelo es, en efecto, experimental, descriptivo, ejemplificador. Pero es, sobre todo en los casos extremos —y El Príncipe es un caso extremo—, método dedicado a afrontar conflictos.
Ramón Xirau


La semana pasada redactaba unas líneas sobre Yourcenar y su personaje Zenón en el siglo XVI en Flandes. Me he encontrado felizmente un libro que habla en buena parte de los mismos tiempos, mas entre los humanistas del sur de Europa. Se trata de Ciudades de Ramón Xirau. Peter Burke se refiere a esta distancia entre Maquiavelo y Erasmo, por ejemplo y a la artificial distancia que encubre una unidad, un enfrentamiento de búsqueda frente a un mundo indescifrable.
Ciertamente, la Reforma y la Contra Reforma marcaron el ritmo de la vida en esos años, los que recrea Yourcenar, pero en Italia la conjura fue silenciosa, el conflicto permanente y los ajustes de cuentas cosas de todos los días, Maquiavelo escribe sus obras fundamentales durante las segunda década del XVI, los años que, gracias a la literatura, ven pasar la infancia de Zenón: así en la paz como en la guerra, parodia el Padre Nuestro Cabrera Infante, así en la guerra de las ideologías o en la paz del cuestionamiento de un orden, la Europa renacentista en Brujas o en Florencia.
Pero este libro no es una novela, tampoco es un tratado, es un retador libro de viaje. El autor visita algunas ciudades italianas en la década de los 60: Florencia, Siena, Amalfi, Capri, Venecia, Verona, de allí su nombre, Ciudades. Editada por primera vez en 1969 reaparece ahora en el Fondo de Cultura Económica (México, 2011, 128 pp).
Se llega a Florencia, en el corazón de Italia, en el corazón del Renacimiento de la humanidad, se desciende a Amalfi, la ciudad medieval y las huellas pictóricas. Se desciende aún más, a Nápoles, a Amalfi y Capri, luego se cruza la península y se asciende a Venecia, para terminar el viaje en el intermedio: en Verona, el paso entre Milán y Venecia.
Ciudades es un libro deslumbrante, porque aquí el viaje es ante todo cultural, un seguimiento de las obras y las ideas de los hombres de otros tiempos y, por supuesto, de los hombres actuales que han hecho posible su conservación. También es un viaje por la naturaleza, de norte a sur, de sur a norte y de oriente a occidente, formando la ruta un signo indescifrable.
Florencia es la ciudad de

Giotto, Dante, Cimahue, Masaccio, Brunelleschi, Donatello, Maquiavelo, Boccaccio, Guicciardini, Cellini, Ghiberti…; aquí Lorenzo el Magnífico escribió poemas a la vida; aquí la Academia, deseosa de Platón y Atenas y medio hija de Bizancio fue Grecia renovadamente milagrosa; aquí una palabra, dignidad”

De aquí salieron numerosas ideas a clarificar y densificar las percepciones del mundo y del arte al resto de Europa. El regreso de Platón al centro, por otro lado siempre presente y releído siempre; el rescate de la cultura griega, los esbozos sobre la dignidad y la libertad del ser humano.
Por las calles de Florencia se atraviesan las construcciones y los testimonios de hombres en retirada de la vida circular, aislada, corporativa, en busca de algo nuevo. No estarán exentos los tiempos de la lucha por el poder y Maquiavelo nos entrega lo mismo La mandrágora que El Príncipe, la comedia donde todos salen ganando y el consejo a la oreja del mandatario en busca de un más justo comportamiento. Pero, dice Xirau, en el fondo de Maquiavelo hay la percepción negativa de la naturaleza humana, la desconfianza, el brete de pensar que todo será inútil. Y está también esa sabia idea que nutrirá el futuro: la administración del conflicto, el poder que lo mismo se empobrece en la paz, que se enriquece en la guerra.
En Siena el viajero reconoce las fronteras perennes y actuales, lo que imposibilitó la unidad antes y permite captar la diferencia dentro de la nacionalidad actual. Siena es el recinto de la escuela de Duccio, Lorenzetti, Simone, Martini, todos formadores de la escuela sienesa y a pesar de la contemporaneidad de algunos con Dante, su práctica se queda en lo medieval, mientras que éste se escapa de las delimitaciones temporales y abre el camino para el futuro.
En Amalfi el regreso se acentúa, su fundación hacia el primer medio milenio, su punto de paso y de contacto con los pueblos marinos, su Tabula Amalphitana (código marino) lleva al autor a recordar el origen de la lírica italiana en la que se practicaba en Sicilia y a puntualizar el mismo origen de ésta con la lírica toscana: la poesía provenzal y occitana.
En Capri es el mar, su preferencia por parte de los emperadores romanos, en especial Tiberio (el retroceso parece tocar fondo), los escalones fenicios, la residencia de Axel Munthe, autor de La historia de san Michelle y en este contorno en donde la naturaleza parece dominar todo lo humano, el autor encuentra una librería y compra un libro de Heidegger.
Se sube después a Venecia, de nuevo el furor renacentista, la apertura, la lucha contra la cosmovisión anclada y la que no madura todavía. El mar, por supuesto, los canales, forman parte de esta ciudad mítica incluso para los hombres más sedentarios. Xirau regresa a la pintura: Bellini, Carpaccio, Crivelli, Giorgione, Tiziano y Tintoretto. Pero de todas las ciudades, Venecia se antoja la más difícil de entender, por su naturaleza física y por lo que sus hombres hicieron, por lo que allí sucedió y por sus efectos:

Por qué fue Venecia la dueña de mares que no tocaba, tierras que no percibía, arcos del Mar Negro que, con toda lógica, hubiera tenido que ignorar? Tan sólo otro hecho me parece inverosímil como el del crecimiento de Venecia: el descubrimiento y conquista de América por españoles y portugueses.


El libro termina en Verona, con un pensamiento que lo mismo va de Catulo a Shakespeare, que de Verona a Florencia o a Venecia y que brinca de la Verona romana a la medieval, a la renacentista y a la plaza contemporánea que contiene a un autor que habla (y nos seduce y nos hace hablar) de ciudades italianas.

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