Pensó en Pitágoras, en Nicolás de Cusa, en un tal
Copérnico cuyas teorías recientemente expuestas habían sido calurosamente
acogidas por algunos y violentamente atacadas en la Escuela, y un sentimiento
de orgullo lo invadió al pensar que pertenecía a aquella industriosa y agitada
raza de los hombres que domestica al fuego, transforma la sustancia de las
cosas y escruta los caminos de los astros.
Marguerite Yourcenar
Siglo XVI, periodo de luchas religiosas, de Reforma y Contra Reforma, de
un Nuevo Mundo. Algunas de sus décadas asisten a la ruptura interna de los nuevos lectores de
la Biblia, sacerdotes sin ordenación, y a la ira contra Roma y a las rebeliones
campesinas. La imprenta representa un nuevo canto alado que empapa los campos.
El poder de los príncipes alemanes avanza o retrocede según la esgrima de los
tiempos, pero los campesinos no sólo producen una visión grotesca acorde a su
realidad combinada con la lectura individual o libre que proponía Lutero, sino
que serán combatidos por los poderosos, bien de la Reforma, bien de su
contraparte hispana.
En ese ambiente en gran medida idealizado
por los renacentistas y por la historiografía posterior, sacralizada en nombres
como Leonardo, Maquiavelo, Moro, Miguel Ángel, Pico de la Mirándola, se olvida
a menudo que no basta con pegarle a la Edad Media, que en su continuidad llevaban
los tiempos la marca de la sospecha y del autoritarismo. Los hombres que
hablaban de cambio estaban con un pie en el Medioevo y otro en la nueva era. El
individualismo, la libertad y la dignidad fueron más un tópico de estudio de
los humanistas, un buen deseo, que una práctica o un estado por alcanzar.
Erich Hobsbawm se pregunta por qué la
caída del feudalismo no se dio en ese siglo en que las repúblicas italianas y
los hoy Países Bajos presentaron una vitalidad económica y social comparable a
la del siglo XVIII. Él se encarga de la explicación económica, encuentra una
serie de estructuras que hacían imposible la llegada del capitalismo y lleva
eso al terreno de lo social. Yourcenar, como buena escritora, en Opus nigrum (versión definitiva de 1968.
México, 2012, Punto de lectura, 444 pp.) nos da una explicación que tiene que
ver con la vida y con la base material y espiritual de la época. Jamás como
entonces se enhebraron la mayor santidad y la mayor diablura sin saber a
ciencia a quién de los adversarios correspondía una u otra. La iglesia había
sido herida, pero la respuesta no tardó en llegar y el castigo para los
campesinos alemanes y conexos fue terrible.
La sospecha campeó de la mano de la
curiosidad y la oscuridad apenas pudo ser entreabierta por las mejores mentes,
con el riesgo de terminar en la hoguera. Zenón es el personaje que concentra a
estos hombres de ciencia y de arte del siglo XVI. Va de Brujas a Alemania,
Polonia, Suecia, a territorios amigos y enemigos y su pensamiento duda de lo
establecido y busca los nuevos cimientos que puedan explicar al hombre. Hijo de
un clérigo cercano a los Borgia y de una mujer de buenos recursos económicos,
saldará su bastardez con el conocimiento, al contrario de su primo Henri-Maximilien,
quien preferirá los caminos de la espada y allí se perderá sin mayor gloria.
La madre de Zenón, Hilzonde, aguantará el
abandono del canónigo, pero se unirá en destino al anabaptista Simon. Sufrirán
los dos el precio de los excesos del jefe de la secta Hans Bockold (o Jean de
Leyde), en Müntzer y la toma sangrienta de la ciudad. Zenón estará lejos, pero
la niña que ha tenido su madre se unirá en matrimonio al primo menor y así se
unirán a la ortodoxia.
Zenón regresará a su tierra y otorgará
una herencia a los franciscanos. Ha cambiado de nombre, Sébastian Théus, para
ocultarse de la persecución dogmática y en el dispensario de la orden ejercerá
el resto de sus curiosidades, siempre atento a la salud del Prior, quien
reconoce en él un espíritu inquieto y curioso y sospecha que ha corrido la
legua en esa enorme onda que ha cimbrado la tierra europea del XVI. Zenón
permuta el movimiento por la estancia, pero sabe que en su interior se agita la
pregunta y la certeza de la injusticia.
Monseñor
me hace observar que en vos no existe herejía propiamente hablando, como en el
caso de esos detestables sectarios que hacen la guerra contra la Iglesia en
estos tiempos, sino más bien sabias impiedades cuyo peligro sólo amenaza a los
doctos
De tal manera que cuando un grupo de
personas se dedica a tener sexo y ceremonias libertinas, se le involucra y se
le llama a cuentas, pero Zenón acude y se presenta con su nombre real. Había
podido ir a Alemania donde lo reclamaban con una lectura positiva de sus obras.
Sale y no llega destino, regresa.
El primer desenlace no tiene nada de
heroico. Acepta los cargos y espera la muerte.
Su culpa: querer ser diferente, escribir
sus preguntas y respuestas, tratar de atrapar la esencia de ese hombre
inacabado, desligado de la huella acabada de Dios. Zenón tendrá que evitar la
masa negra, producto de la hoguera, y darse muerte a sí mismo, ejercicio
supremo de libertad cuando ésta se encontraba a merced del rumor y la
superstición.
Los
peores de esos monstruos que piensan de manera singular son aquellos que
practican alguna virtud: infunden mucho más miedo cuando no se les puede
despreciar por entero.
Decía líneas arriba que en el siglo XVI,
como nunca, los adjetivos calificativos se convirtieron en deícticos. Pero
Yourcenar escribe una obra en clave sobre nuestra época. Yourcenar es Zenón, la
escritora en gran medida oculta tras la novela histórica en vista de la
carnicería ideológica de los escritores de su tiempo y la historia misma sobre
la libertad y la diferencia: los nazis, los campos de concentración en Siberia,
época en que el ser diferente pudo costar la vida.
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