lunes, 22 de junio de 2015

Y la peste va...



No soy yo mismo el cáncer que me devora, sino lo que me devora es mi familia, mi origen, toda una herencia. Eso significa en término médico-políticos: mientras tenga cáncer, seguiré siendo un rehén del ambiente burgués canceroso, y si muero de cáncer, habré muerto como burgués.
Fritz Zorn


Bajo el signo de Marte (Barcelona, 2009, Anagrama, 302 pp.) es un alegato rudo y violento de un hombre enfermo de cáncer a los 32 años. Fritz Zorn es el pseudónimo de Fritz Against. De la A a la Z, del inicio al final, de la infancia a la muerte, pero también la variación del pavor y la angustia a la cólera, la ira, el azote, cuenta Félix de Azúa a propósito del significado de los dos apellidos. El texto fue escrito a lo largo de 1976 y publicado por Kindler Verlag, Munich, en 1977, cuando el autor ya había muerto. Sus últimos días fueron de angustia porque no se definía si se publicaba o no la obra, pero al parecer fue enterado de la aceptación del manuscrito por parte del psicoterapeuta. Publicada por Anagrama en 1992 en “Panorama de narrativas”, reaparece en 2009 en “Otra vuelta de tuerca”. Encontrará, sin duda, otros lectores y se reencontrará o se desencontrará con los antiguos.
El narrador es un rico heredero de Zurich, Suiza, el país de la neutralidad y de la riqueza, el país de los finísimos relojes exactos y de los calvinistas. Todo parece sonreírle y serle propicio a Fritz, cualquiera lo envidiaría; sin embargo, descubre poco a poco que todo su mundo es una farsa, un contrapunto de la vida. Sus padres le han enseñado a hacer lo conveniente y a guardar el equilibrio, sus actos cotidianos están resguardados por la norma, el prejuicio y el ponerse a resguardo de cualquier situación o acción que lo arranque de los buenos modales y costumbres.
Su vida en la sociedad está marcada por su intrusión. Todo lo que los otros hacen le parece absurdo o sale de sus formas de comportamiento. Evade al mundo. Ni siquiera llega a convertirse en eslabón débil de la cadena, en chivo expiatorio, su caudal social y económico lo pone a salvo. Llega, incluso, a darse el lujo de desafiar al orden escolar, de convertirse en asiduo asistente a un café y hacer lo mínimo indispensable dentro de la escuela. No pasa nada, pero la vitalidad siempre lo rebasa. Mientras sus compañeros trepan en la sociedad, en la academia y tienen compañeras que primero son de caricias leves o de actos rápidos y efímeros y luego se convierten en contactos sexuales más duraderos y comprometidos y llegan al matrimonio y a tener amantes, Fritz permanece sin tocar mujer, sin establecer relaciones sentimentales, sin entrenar el cuerpo en las lides del placer. Friz podrá dedicarse a lo románico y alejarse de lo germánico, en una decisión que conlleva una visión de la Europa originaria y profunda, pero el cuerpo ya ha recibido el impacto de la negación y se enfermará de cáncer y el mundo habrá de tornarse diferente. Desde el discurso emprenderá el apoderamiento de lo que nunca fue suyo.
Fritz escribirá durante 1976 este libro inclasificable. Después morirá. Aquí enjuicia a los padres, a la familia, a la burguesía, a las sociedades y a Dios. Será un continuo argumentar contra las condiciones que los han llevado al borde de la muerte sin haber conocido las tesis y las antítesis de la vida.
Gran parte de lo que ha ignorado, de lo que ha evitado, se levanta ahora con un significado opuesto, como la posibilidad de haber cambiado el rumbo o por lo menos de haberle permitido tener alternativas y salud.
Conforme avanza el relato la tensión aumenta, el reclamo se enciende y el callejón se muestra sin salida. En este relato no encontramos las fases de la enfermedad de que han hablado los tanatólogos, por ejemplo Kübler-Ross, negación y aislamiento, ira, pacto, depresión y aceptación, no es una ruta para el bien morir; por el contrario, Zorn detona contra la ruta de la aceptación. No es que se niegue a morir, sino que quiere poner el énfasis en todo lo que lo embocó en la enfermedad y la infelicidad. Todo atenta contra su vida, todo se forma para que seamos infelices e inútiles:

Soy joven, rico y culto; y soy infeliz, neurótico y estoy solo. Provengo de una de las mejores familias del lago de Zurich, también llamada la Costa Dorada. He tenido una educación burguesa y me he portado bien toda mi vida […]  Los que me evitaban en mi infancia no fueron el dolor o la desgracia sino los problemas en sí, y con ello también la capacidad para afrontarlos […] Jamás tuve relaciones con las mujeres puesto que no puedo amarlas y no puedo desearlas […] Yo soy infeliz porque no funciono ni he funcionado jamás. De joven no fui joven; de adulto, no he sido adulto; como hombre no soy hombre, no he funcionado desde ningún punto de vista.   

El libro tiene una relevante significación por lo menos en dos aspectos: en la sociedad que está estructurada para la negación de los placeres elementales. Si en este caso se trata de un miembro de los poderosos de la sociedad, nos podemos imaginar lo que sucede con los dominados. Sobre el instinto de placer operan los más macabros actos que mutilan, castran, desensibilizan. Desde niño se aprende a contener, a silenciar, a no sentir.
El otro aspecto tiene que ver con el fracaso de la Modernidad en su aspecto liberador. La enfermedad, como la peste medieval, avanza. El cáncer aparece un buen día y cercena la vida, inicia en la muerte, desde mucho antes de morir. Pero lo mismo sucede con las enfermedades crónico-degenerativas: diabetes, hipertensión. Niños con cáncer, malformaciones, diabetes infantil. Así, la mancha fúnebre avanza desde la infancia y cubre el futuro de la gente, espera burlesca y a veces ni siquiera nos da tiempo de maldecirla, de imprecarla, de mandarla al carajo.



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