Héme
aquí confinada en una celda tenebrosa, condenada a muerte. ¿Creen que no lo
adivino? ¿Creen los hombres que por ser diminutas y estar cubiertas de plumas,
no tenemos las gallinas nuestro corazoncito, nuestra sensibilidad y nuestro
entendimiento?
Francisco Tario
A menudo bromeamos mi hija y yo sobre la posibilidad de que quien
verdaderamente domine en una casa sea una mascota. No me refiero a la
reificación y al fetichismo que imperan dentro de nuestros hogares y que suele
hacer que demos vuelta en torno a un animalito más cuidado que los habitantes de
un hogar o de un objeto más envidiado que cualquiera de nuestros corazones, por
más nobles que sean. Me refiero a un dominio efectivo. Al hecho de que un cuyo,
por ejemplo, esté constantemente fraguando la suerte de papá y mamá o avanzando
en la posesión territorial de la casa como paso previo para dominar el mundo.
Cualquier comparación con Pinky y Cerebro
será bienvenida.
Lugares comunes como aquel que decía que
en México Kafka sería costumbrista o que la novela policíaca no podía ser en
nuestro país porque no encontraríamos a un solo policía o detective libre de
corrupción o que en nuestro cuerno de la abundancia no era posible la fantasía
porque la realidad siempre superaría a la ficción, encubrieron algo más grave:
leer de determinada manera y sólo ciertos temas. Esto es, el ejercicio de
censura y autocensura en la literatura. Por supuesto que a pesar de defender al
arte de los asedios de la propaganda y de la política se cayó en la exclusión y
en cierto desprecio por escritores que desafiaron esos lugares comunes. Por
fortuna, dejaron obra al alcance del lector.
Pienso en autores como Francisco Tario o
como Amparo Dávila. Han sido escritores respetados, pero en pequeños círculos y
ha sido necesario que el mundo cambiara en sus rigurosos métodos de
interpretación para que su lectura se pudiera dar sin esos cinchos y sin esas
etiquetas previas. Por suerte, la labor del reseñista de libros no sólo puede
abonar en contra de las capillas y de
las definiciones prejuiciosas, sino que allí estriba su verdadero gozo, porque
puede encontrar en un autor como Francisco Tario ese garbanzo de a libra que
contradice los cánones del pasado y a la vez recomendar una lectura al amable
lector que no tiene por qué estar empantanado o envenenado por la herencia.
Si
bien se pueden conseguir los dos tomos de los cuentos completos de Francisco
Tario (Editorial Lectorum), el Fondo de Cultura publicó una selección de seis
de sus narraciones en la colección Cenzontle, Algunas noches, algunos fantasmas (2ª reimpresión 2012, 91 pp). Y
este pequeño volumen se lee con verdadero placer y regocijo.
Tario se olvida de las prevenciones y
creo que siempre tiene presente la verosimilitud. Y esta radica en un hombre
curioso, quizás un poco preocupado por el saber del entorno. Y no le interesan
las grandes verdades, simplemente duda, observa, sospecha de los objetos y de
los animales. Tario tiene en cuenta esto para el efecto, pero se olvida de esto
mismo en el momento de escribir y se apodera del lenguaje humano para hacer
hablar a un féretro, un buque, una gallina, un fantasma, un traje y un “loco”.
Si bien el libro es producto de una
selección editorial y no de una voluntad de autor, de cualquier manera produce
un efecto de totalidad. Y el último cuento “La noche del loco” sirve como
nervadura entre lo que llamamos realidad humana y otras realidades, pero en
este caso los vasos comunicantes de las cinco narraciones anteriores lo cargan
hacia la otra realidad, de tal manera que uno puede suponer que es la muerte,
una fotografía, o simplemente la voz de algo más que de alguien que deambula en
busca de “otra”.
En Crímenes
bestiales de Patricia Highsmith los animales se vengan de la crueldad
humana. Es decir, operan de acuerdo a una forma moral de comportarse de los
seres humanos. Es como si quisieran ser humanos. En el caso de Tario sus
personajes más que querer ser como los hombres, muestran cómo la realidad
humana se les impone, porque cumplen una funcionalidad. Y en ese reducto donde
por fin “son”, la textualidad literaria nos los hace posible, se dan la
posibilidad de efectivamente tratar de ser como ellos, de que sólo se les deje ser.
Alcanzar a los hombres o descender hacia ellos es sólo un camino, no el único.
Y entonces sí la reificación y el fetichismo nos implican: reacomodarnos o no
en nuestra relación con animales, objetos y realidades abstractas.
Es el caso de “La noche del féretro”, por
ejemplo. El ataúd sabe que es masculino y que su destino se llama matrimonio y
que éste se da en el momento del entierro y que a masculino le corresponde
femenino. De allí su enfado cuando en lugar de una bien olorosa y frondosa
mujer le toca habitarlo a un gordo inmenso, lo cual contraviene su destino y su
ilusión y lo lleva revelarse, tumbando al muerto, pero el contrasentido humano
se impone y en este caso el mundo de los objetos, y su respetable lógica, es
derrotado.
En el caso de “La noche de la gallina”,
al defender su vida, perseguida por la voluntad depredadora de los hombres, no
le queda otra que consumir una hierba venenosa que no muestra efecto en ella,
pues es sacrificada, pero sí en el desenlace del cuento: “Y, en efecto, treinta
y seis horas más tarde, cinco ataúdes en fila bajaban por la arboleda rumbo al
cementerio”.
El segundo cuento “La noche del buque
náufrago” nos comparte su hastío, su enfrentamiento a la próxima vejez. Y no
hay lugar para la juventud y el goce humano en su superficie, simplemente se
deja devorar por las aguas.
La segunda tercia de narraciones todas
con el mismo denominador común (también de las 3 primeras “La noche del
fantasma …del traje gris …del loco” nos acerca a voces y fantasmas en los
extremos y a un traje en busca de satisfacciones en el centro. Después de esto
podrá optar por suicidarse con cómplices ropas de mujer, no vestido el traje,
sino en matrimonio gozoso que se lanza al agua. Quedan los fantasmas y la voz
inasible del final, la mujer esquiva, jugadora grandiosa de ajedrez, contra el
fantasma y la voz sensual que busca, aunque en alguna época y al final: “hube
de colocar entre nuestros ardientes cuerpos mis ropas negras muy bien dobladas,
porque los pechos enhiestos de ella penetraban en mi carne igual que dos
afilados cuchillos”.
Hartos del hombre, objetos y animales, o
como se podría decir a Tario persona, animal o cosa, nombre o sustantivo, el mundo
se estremece ante la dictadura y el sinsentido humano y emite extrañas señales
que la soberbia no supo leer, pero que aún es tiempo.
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