Hay un refrán chino que dice: “Lo mordedura de
serpiente tiene antídoto, la mordedura de hombre no”.
Liao Yiwu
El paseante de cadáveres.
Retratos de la China profunda. México, 2012, Sextopiso,
368 pp.) reúne 30 entrevistas realizadas por Liao Yiwu (1948) entre la última
década del siglo XX (la mayoría) y la primera de éste. Realmente es un libro
que vale la pena de ser leído por la concurrencia de numerosos factores. Quizás
el más importante es la fascinación que llegan a provocar algunas de estas
piezas que lindan en algo similar a lo real maravilloso:
Encontramos
enterradas dos tinajas. Inmediatamente las recogimos y las metimos en nuestra
habitación. Al mirar en su interior descubrimos que escondían lingotes de oro.
Los limpiamos, los dispusimos sobre la mesa y contamos un total de cien.
Es el inicio de la pesadilla del
saqueador de tumbas. Se refiere a una entrevista que une la creencia en dos
momentos diferentes y en contextos políticos diversos, El personaje y su
hermano encuentran una fortuna en tumbas de valor arqueológico y son despojados
de ella por las fuerzas del orden y apresados. Tendrán que sufrir numerosos
ataques y verdaderas palizas para que conduzca a todos los interesados al lugar
donde reposa el tesoro, pues han propalado la mentira (los verdaderos
saqueadores) de que lo han enterrado.
Es la intrusión del lector, cebo del
autor, por supuesto, en mundos asombrosos, bien sean macabros, humorísticos,
ingenuos, tiernos, terribles, aunque si se les hace justicia suelen predominar varios,
y otros, en cada una de las piezas. De modo que en primera instancia estamos
frente a obras literarias que nos provocan y nos desafían, nos extrañan el
mundo de que provienen. Aquí desfila una galería de personajes que nos
asombran: un emperador campesino que provoca una revuelta, un desolado padre de
un héroe de Tiananmen, un asistente por equivocación a los acontecimientos de
la plaza genocida, que por publicar un artículo objetivo pierde su estatus, un
paseante de cadáveres, un migrante sin mucha suerte, un limpiador de baños (wc)
que a punto está de ser convencido de su potencial revolucionario, adictos al
sexo o al manejo de prostitutas, practicantes del feng shui, del falun gong,
del espiritismo, de la adivinación y de creencias similares, profesores,
sacerdotes, agrimensores… Muchos en las cárceles, pero otros en los caminos o
en las casas o en voces de personajes que nos hablan de ellos a tras mano.
Confieso que empecé el libro con morbo
político y con morbo futurista. En éste porque creo que los chinos se disponen
a tener un papel predominante en el destino del mundo y lo que aquí se cuenta
da para preocuparnos. Y, en lo otro, por saber lo que ha pasado después de un
siglo de luchas y de más de medio siglo de comunismo y crecimiento de población
y territorio. Los dos terminan uniéndose. Y conste que no menciono las
experiencias políticas, algunas sin adjetivo justo, del maoísmo en América
Latina.
Si algo sobresale de los relatos es la
torpeza revolucionaria y su afán excluyente y la verdad sobre el culto a la
personalidad de Mao y sobre los tremendos errores que llegó a provocar la falta
de miras, en algunos renglones, del líder y de la secuela de observancia
obligatoria de sus puntadas. Sólo contaré aquella historia donde Mao dice que
los gorriones son malos porque comen cosechas y provocan una especie de atraso
del progreso. Los canarios son contrarrevolucionarios. La creencia los lleva a matarlos
y casi desaparecerlos con la consiguiente ruptura de la cadena ecológica y el
aumento poblacional de ciertos insectos que arrasan con la cosecha.
En términos históricos se puede hablar de
lo mismo en los primeros años de desplazamiento de los Nacionalistas, con el
famoso Gran Salto Adelante, la batalla por el acero y la Revolución cultural.
En todos estos episodios se mató gente y la cifra puede llegar a los 70 millones
de chinos. Si es por porcentaje, dirá alguien, la cifra es negociable. El libro
de Mao era el texto para aprender. De nada servían las ciencias ni el arte si
antes no se conocía de memoria el Libro
rojo. Y bueno, aquí está el profundo desprecio por lo intelectual, por lo
complejo, por toda esta rama de la vida en donde suelen habitar tantos hombres
que de acuerdo al baremo anterior deben reeducarse y confesar sus culpas. “Mi maestro es misericordioso, Mao es cruel”.
Cuántas piedras en el redondel y no aparecen las manos.
La entrevista que da título al libro es
magistral, porque habla de cierta costumbre china de transportar cadáveres de personas
que han muerto lejos de su tierra y que deben ser llevados al origen, “pues de lo contrario será un alma solitaria
y un fantasma sin casa”. Mientras un hombre vestido de túnica beige carga
una cesta con dinero en una mano y en la otra un farolillo para alumbrar el
camino, y avienta billetes falsos, otro enfundado en una túnica negra, carga al
muerto y camina con él, de modo que un extraño monigote va tras el primero en
busca del reposo y de la gracia.
Otra entrevista es la que nos habla de
las hambrunas en la décadas de los 50 y los 60 y que obligaron a ciertos
núcleos poblacionales a practicar la antropofagia. Aquí los chinos se practican
a sí mismos lo propuesto por Jonathan Swift en su célebre ensayo del XVIII, sólo
que no llega a ser tan sofisticado. Simplemente se comen a los hijos más
pequeños, sabiendo que de no hacerlo, morirán poco después. Y esto sucede en
pleno siglo XX, sin rasgarse las vestiduras, sin aludir al sacrificio por la
Revolución, simplemente predomina el instinto y se comen esos pequeños miembros
y mientras sufren del regaño o de la averiguación bien pueden adelantarse y
darse un buen bocado.
Mo
respondió: “Acabamos de cocer a nuestra hija de tres años”. El guardia no creyó
lo que acababa de oír así que agarró uno de los trozos de carne que había en el
suelo y lo examinó cuidadosamente bajo la luz. Antes de que pudiera descubrir
de qué se trataba, Mo Erwa se lo quitó de las manos y se lo comió. Después, los
hijos hicieron lo mismo con el resto de la carne que había en el suelo.
Violencia en la tradición, violencia en
los tiempos de cambio, violencia en los diversos pliegues de la Revolución. El
mordisco del hombre no tiene antídoto. Y aquí sí habría que separar a los que
muerden de los que son mordidos y matizar lo que al dirigirse a la especie se
encubre. Tampoco hay, persisto en el juego retórico, contra él una orden de
aprehensión o de cacería, no por ese motivo, pero tampoco se trabaja en serio
en la invención de la vacuna.
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