lunes, 22 de junio de 2015

Los gorriones son contrarrevolucionarios



Hay un refrán chino que dice: “Lo mordedura de serpiente tiene antídoto, la mordedura de hombre no”.
Liao Yiwu


El paseante de cadáveres. Retratos de la China profunda. México, 2012, Sextopiso, 368 pp.) reúne 30 entrevistas realizadas por Liao Yiwu (1948) entre la última década del siglo XX (la mayoría) y la primera de éste. Realmente es un libro que vale la pena de ser leído por la concurrencia de numerosos factores. Quizás el más importante es la fascinación que llegan a provocar algunas de estas piezas que lindan en algo similar a lo real maravilloso:

Encontramos enterradas dos tinajas. Inmediatamente las recogimos y las metimos en nuestra habitación. Al mirar en su interior descubrimos que escondían lingotes de oro. Los limpiamos, los dispusimos sobre la mesa y contamos un total de cien.

Es el inicio de la pesadilla del saqueador de tumbas. Se refiere a una entrevista que une la creencia en dos momentos diferentes y en contextos políticos diversos, El personaje y su hermano encuentran una fortuna en tumbas de valor arqueológico y son despojados de ella por las fuerzas del orden y apresados. Tendrán que sufrir numerosos ataques y verdaderas palizas para que conduzca a todos los interesados al lugar donde reposa el tesoro, pues han propalado la mentira (los verdaderos saqueadores) de que lo han enterrado.
Es la intrusión del lector, cebo del autor, por supuesto, en mundos asombrosos, bien sean macabros, humorísticos, ingenuos, tiernos, terribles, aunque si se les hace justicia suelen predominar varios, y otros, en cada una de las piezas. De modo que en primera instancia estamos frente a obras literarias que nos provocan y nos desafían, nos extrañan el mundo de que provienen. Aquí desfila una galería de personajes que nos asombran: un emperador campesino que provoca una revuelta, un desolado padre de un héroe de Tiananmen, un asistente por equivocación a los acontecimientos de la plaza genocida, que por publicar un artículo objetivo pierde su estatus, un paseante de cadáveres, un migrante sin mucha suerte, un limpiador de baños (wc) que a punto está de ser convencido de su potencial revolucionario, adictos al sexo o al manejo de prostitutas, practicantes del feng shui, del falun gong, del espiritismo, de la adivinación y de creencias similares, profesores, sacerdotes, agrimensores… Muchos en las cárceles, pero otros en los caminos o en las casas o en voces de personajes que nos hablan de ellos a tras mano.
Confieso que empecé el libro con morbo político y con morbo futurista. En éste porque creo que los chinos se disponen a tener un papel predominante en el destino del mundo y lo que aquí se cuenta da para preocuparnos. Y, en lo otro, por saber lo que ha pasado después de un siglo de luchas y de más de medio siglo de comunismo y crecimiento de población y territorio. Los dos terminan uniéndose. Y conste que no menciono las experiencias políticas, algunas sin adjetivo justo, del maoísmo en América Latina.
Si algo sobresale de los relatos es la torpeza revolucionaria y su afán excluyente y la verdad sobre el culto a la personalidad de Mao y sobre los tremendos errores que llegó a provocar la falta de miras, en algunos renglones, del líder y de la secuela de observancia obligatoria de sus puntadas. Sólo contaré aquella historia donde Mao dice que los gorriones son malos porque comen cosechas y provocan una especie de atraso del progreso. Los canarios son contrarrevolucionarios. La creencia los lleva a matarlos y casi desaparecerlos con la consiguiente ruptura de la cadena ecológica y el aumento poblacional de ciertos insectos que arrasan con la cosecha.
En términos históricos se puede hablar de lo mismo en los primeros años de desplazamiento de los Nacionalistas, con el famoso Gran Salto Adelante, la batalla por el acero y la Revolución cultural. En todos estos episodios se mató gente y la cifra puede llegar a los 70 millones de chinos. Si es por porcentaje, dirá alguien, la cifra es negociable. El libro de Mao era el texto para aprender. De nada servían las ciencias ni el arte si antes no se conocía de memoria el Libro rojo. Y bueno, aquí está el profundo desprecio por lo intelectual, por lo complejo, por toda esta rama de la vida en donde suelen habitar tantos hombres que de acuerdo al baremo anterior deben reeducarse y confesar sus culpas. “Mi maestro es misericordioso, Mao es cruel”. Cuántas piedras en el redondel y no aparecen las manos.
La entrevista que da título al libro es magistral, porque habla de cierta costumbre china de transportar cadáveres de personas que han muerto lejos de su tierra y que deben ser llevados al origen, “pues de lo contrario será un alma solitaria y un fantasma sin casa”. Mientras un hombre vestido de túnica beige carga una cesta con dinero en una mano y en la otra un farolillo para alumbrar el camino, y avienta billetes falsos, otro enfundado en una túnica negra, carga al muerto y camina con él, de modo que un extraño monigote va tras el primero en busca del reposo y de la gracia.
Otra entrevista es la que nos habla de las hambrunas en la décadas de los 50 y los 60 y que obligaron a ciertos núcleos poblacionales a practicar la antropofagia. Aquí los chinos se practican a sí mismos lo propuesto por Jonathan Swift en su célebre ensayo del XVIII, sólo que no llega a ser tan sofisticado. Simplemente se comen a los hijos más pequeños, sabiendo que de no hacerlo, morirán poco después. Y esto sucede en pleno siglo XX, sin rasgarse las vestiduras, sin aludir al sacrificio por la Revolución, simplemente predomina el instinto y se comen esos pequeños miembros y mientras sufren del regaño o de la averiguación bien pueden adelantarse y darse un buen bocado.

Mo respondió: “Acabamos de cocer a nuestra hija de tres años”. El guardia no creyó lo que acababa de oír así que agarró uno de los trozos de carne que había en el suelo y lo examinó cuidadosamente bajo la luz. Antes de que pudiera descubrir de qué se trataba, Mo Erwa se lo quitó de las manos y se lo comió. Después, los hijos hicieron lo mismo con el resto de la carne que había en el suelo.


Violencia en la tradición, violencia en los tiempos de cambio, violencia en los diversos pliegues de la Revolución. El mordisco del hombre no tiene antídoto. Y aquí sí habría que separar a los que muerden de los que son mordidos y matizar lo que al dirigirse a la especie se encubre. Tampoco hay, persisto en el juego retórico, contra él una orden de aprehensión o de cacería, no por ese motivo, pero tampoco se trabaja en serio en la invención de la vacuna.

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