jueves, 23 de febrero de 2012

¿¡Demonios!?

]Efemérides y saldos[


¿¡Demonios!?
Alejandro García


El punto de encuentro fue un lugar que poco después alcanzaría una triste notoriedad. Se trataba de una amplia plaza con un magnífico edificio público en uno de sus lados: el Palacio de Justicia
Heimito von Doderer



Novela publicada en 1956, es hasta 2009 que se publica en español. Es una obra monumental, imprescindible entre las grandes del siglo XX. A contrapelo del año de publicación, se ubicará entre las grandes narraciones que hablaron de la suerte del Imperio Austro-húngaro, en una de sus secuelas posteriores a su formal desaparición tras la Primera Guerra Mundial. Los demonios de Heimito von Doderer (Hadensdorf, 1896–Viena, 1966) se ubica fundamentalmente en el año de 1927 y podríamos inclusive hablar de primavera-verano de Viena, circunscribiéndola a dos hechos violentos, aunque el narrador alude a una fecha muy próxima al año de publicación (1955) como temporalidad en que recupera el recuerdo. El incendio del Palacio de Justicia marca el final de una era donde la República austriaca añora su pasado y desgasta los desatinos de la socialdemocracia para dar paso al asalto de los nacionalsocialistas. Austria terminará anexada a la Alemania nazi y su brillante pasado se diluirá en múltiples nacionalidades y en un serio cuestionamiento al papel de la cultura en aquellos años.
Juan García Ponce trajo noticia de este autor, miembro del nacionalsocialismo en sus años mozos, preso en un campo de concentración de Siberia. Lo hizo, según confiesa, en un artículo en la Revista de la Universidad de México y a la muerte, ese mismo año en el suplemento de la revista ¡Siempre! Aún más, su libro Ante los demonios. A propósito de una novela excepcional Los demonios de Heimito von Doderer resultó y resulta novedoso al publicarse en 1993 en El Equilibrista/ UNAM. Es una fabulosa guía para moverse en ese océano narrativo.
Heimito von Doderer ha sido elogiado por algo que en la traducción no podemos entender del todo y que es el manejo del llamado bajo alemán, que no es otra cosa que la integración del lenguaje popular, de sociolectos no cultos a la gran literatura, y esto se hace desde Austria, lo que hace decir a García Ponce que se trata de la plenitud del alemán austriaco. No es poco esto, mucho menos en una literatura de Siglo de Oro tan reciente, desde Goethe hasta Mann, ampliado hasta los románticos y hasta Böll y Grass.
Desde mi modesta perspectiva señalo 3 líneas de lectura:
1. La disolución y caída del imperio Austro-húngaro, su paso por la república y su purga por el nazismo y la guerra, pero también la caída de los programas progresistas de la socialdemocracia y su entrega a manos y uñas nazis. Se ha mencionado poco esta responsabilidad histórica de la izquierda alemana en general, lo que permitiría explicar muchos de los descalabros de la humanidad en sociedad de alta cultura.
2. Una historia de familias, de hijos que no son tales, de herederos que pasan de una a otra familia y después encuentran su origen y su herencia. Es el caso de Renacuajo, quien aparece como hermana de Kajetan von Schlaggenberg, con él comparte la pobreza, pero que es hija de personas poderosas económicamente que no pudieron unirse por la falta de nobleza del padre. Será redimida.
3. El mismo Kajetan von Schlaggenberg, el escritor, quien ante la separación de su esposa se dedica a hacer una estética sobre las señoras gordas como única opción para la felicidad. En torno a él gira la vida de respuesta a la derrota histórica y el ejercicio artístico como garante de la continuidad cultural. También Kajetan tiene la mano en la escritura, pues el cronista es un improvisado.
Existen dos anillos en la novela que contienen el enorme mapa de acontecimientos, el consejero Leveille y el cronista George von Geyrenhoff, el primero arma de continuidad y manipulación del pasado en el presente, el segundo incapaz de soportar la caída del Imperio, motivo por lo cual se jubila con antelación y se dedica a la construcción de este gran fresco.
Hay numerosas historias, tejidos anecdóticos, como el de aquella hermosísima mujer que ha perdido una pierna y es perseguida o trasplantada de la imagen de una foto en tierra extraña a su realidad vienesa.
Al igual que algunas grandes obras alemanas como las de Mann, en lo que toca a mi experiencia, la sensibilidad alemana no se entrega a la primera, se escabulle y se tiene que catar. Al fijarse a ciertos registros de lenguaje, no necesariamente en lo temático, es todavía más escurridizo. De allí que uno navegue siempre con incertidumbre, con preocupación por no entender. Al final, Von Doderer hace las necesarias recursiones, los repeticiones desde otro punto de la espiral y la claridad se hace, sólo para volver al punto de una nueva incertidumbre.









Viaje y cacería



]Efemérides y saldos[


Viaje y cacería
Alejandro García


Estoy instalada en el piso 20. El edificio es de 27 pisos con piscina, sauna, lobby, restaurante, bar, salón de belleza, boutiques, en fin, de todo. Pero yo no he usado nada.
Enrique Symns



El legendario periodista, actor, editor (Peces & Cerdos) y autor de los libros El señor de los venenos, Big Bad City, La vida es un bar emprende la cacería de un asesino en Brasil y nos narra no sólo su regreso a escenarios conocidos (Buzios, a unos 150 kilómetros al este de Río de Janeiro, antiguo centro ceremonial de la cultura under, será su centro de operaciones), sino las huellas dejadas allí en las décadas de los 70 y los 80.
Conocí a Enrique Symns por el trabajo de Pablo Perantuono “El genio que perdió el camino”, publicado en Crónicas de otro Planeta. Las mejores historias de Gatopardo. Compiladas para Editorial Debate por Guillermo Osorno en 2009. En él da una imagen poliédrica de ese imprescindible de la vida cultural de Argentina de la última cuarta parte del siglo XX: A diferencia de lo que había ocurrido en Argentina, donde Symns era un fundamentalista del Ungerground cultural y un alquimista de los márgenes, en Santiago se convirtió en una celebridad del establishment, el hombre que había que conocer. Entró en el jet set, y a ese avión se subió todo aquello que lo había desterrado de Buenos Aires: la droga, el desquicio, la vida disipada, la literatura, la angustia en el lenguaje).
En busca del asesino (Buenos Aires, 2009, El cuenco de plata, 142 pp) de Enrique Symns combina la andanza autobiográfica, la realidad de sus compañeros de ruta a escasos años de fin de siglo y de milenio, con la búsqueda del verdadero responsable de la muerte de Adriana Elizabeth Collado, de 31 años de edad, trabajadora doméstica y fotocopista, asesinada en el Hotel Marina Palace de Leblón el 3 de noviembre de 1993. El guía de turistas argentino Rafael Adalberto Arrieta, de 41 años, pasó cerca de un año en la prisión, de donde salió por falta de pruebas. Gracias a un amigo de Symns, Pájaro, es posible que nuestro autor emprenda la cacería del criminal. Arrieta ha vendido los derechos de la noticia, lo que le permitirá vivir un tiempo, pero ahora se dispone a poner contra las cuerdas a la justicia brasileña.
Symns paraleliza el esfuerzo de Arrieta con una de sus crisis recurrentes. Se va de Argentina mientras el otro lo busca. Por fin Pájaro hace el milagro y Arrieta sostiene su inocencia de frente, una vez que Symns ha hecho a un lado los fantasmas que lo asedian o los mueve en el sentido de otra cacería. Al igual que la justicia mexicana, la brasileña primero arresta y después comprueba. Se olvida de derechos y de procedimientos. Eso provoca que los casos estén plagados de irregularidades que sirven de banquete a los abogados, mientras eso se arregla, el prisionero vive sometido a la vida salvaje tras las rejas.
Symns aprovecha para contar su llegada a Brasil en los 70, sus viajes placenteros en Buzios y otras playas, su regreso en los 80 y su incidente por una mujer que se lleva de la casa matrimonial Pájaro y es rescata con violencia por el esposo, la madre y un nazi puro, escena de la que Symns escapa saltando por la ventana y dejándose caer por una cañada. La vergüenza y la marca nunca desaparecerán entre él y Pájaro. Desde los 90 Symns o su narrador o alter ego confronta su realidad con la de Arrieta y con la de la mujer que nunca más viajará a Brasil.
La otra estampa corresponde al proceso de cambio y de disolución de aquellos viajeros de décadas pasadas, como si el nuevo siglo se refocilara en su derrota. De aquellos gozosos del LSD, amantes de la libertad y del amor, quedan despojos, bien en la vida ordenada, bien en la vida en ruinas, que viene a ser casi lo mismo.
Conocedor de las malas artes de la justicia brasileña, Symns examina el expediente, repasa los acontecimientos y las versiones, busca llenar los huecos. No hay mucho que indagar después de todo, los otros sospechosos están lejos, no fueron investigados y no presentan móvil.
Sólo queda la evidencia, la del cazador, la del depredador que huele la indefensión de la víctima, esa mujer que guarda escrupulosamente su dinero para darse un lujo del que finalmente no disfruta, sea por timidez, sea porque el asesino no le da tiempo. La soledad de Adriana es escalofriante. Su vida de relación es mínima, tanto que casi pasa desapercibida y la convierte en víctima propicia. El cazador no iba tras su vida, con algunos beneficios se confirmaría. Las cosas se salieron de control y tuvo que asfixiarla.







El cuadro sin sosiego

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El cuadro sin retrato
Alejandro García

El político que no se levanta solo no es digno de respeto
Pedro Ángel Palou



Pobre patria mía. La novela de Porfirio Díaz (México, 2010, Planeta, 185 pp) ha alcanzado 5 ediciones tan sólo entre mayo y septiembre del año pasado. El autor, de amplia trayectoria, muy joven él (Puebla, 1966), Pedro Ángel Palou, lo mismo premiado en ambientes académicos que en el ámbito literario, cada vez se desprende más de sus orígenes crackeros y entra a la lucha de los discursos y al campo de los grupos que luchan por la hegemonía.
Esta novela se mueve entre dos fuerzas, las mismas que le proporcionan un terreno sumamente movedizo: el primero es el mercado abierto por el centenario y bicentenario de las gestas nacionales, tan propicio para la novela histórica con el riesgo que implica el adjetivo, ya que lo supedita a la coyuntura. Sin duda, esta novela cumple con amplitud los requerimientos de ese mercado, al acercarnos a la figura del gran ogro de la historia de México, Porfirio Díaz, ahora más bien en regreso pendular, acercándose a la reinterpretación una vez que la retórica priísta, y su apropiación de la aún llamada Revolución Mexicana, ha dado paso a la corrección ciudadana de los panistas, siempre lejanos de la visión histórica. El Porfirio Díaz que Palou nos entrega es un patriota destronado, pendiente del destino del país, listo al regreso, aunque las condiciones históricas y personales le son adversas.
La otra fuerza tiene que ver con los mejores logros literarios en el terreno de lo referencial de mediano y largo alcance, la historia sancionada. Allí he sostenido que las cimas están en el Hidalgo de Ibargüengoitia y en el Juárez de Del Paso, quizás también en el Santa Anna de Serna. La ventaja de estos escritores ha sido el de darle la vuelta a la historia, el de sujetar la referencialidad dentro de la novela y dejar fluir a través de las palabras a esos personajes que primero se deben sostenerse, de tal manera que sujeten a las leyes de la historia o de la tan cuestionada fidelidad a los acontecimientos.
A la broncínea presencia de Hidalgo, Ibargüengoitia la golpea con el humor y desde allí lo rescata; Del Paso deja crecer a Maximiliano y a Carlota y desde allí traza en rasgos difusos a Juárez, lo que también lo pone en consonancia con el discurso, no con los lugares comunes de la historia y a la vez parece inquirirnos el por qué negarle el lugar en la historia al Emperador.
El Porfirio Díaz de Pedro Ángel Palou se sostiene sobre su propia voz, es su rumiar en el exilio el que se impone, las noticias de México, su destierro en París, Egipto, España y su muerte sin poder regresar al país que dirigió durante más de 3 décadas. Acaso el valor radique en esa humildad de la voz que se pregunta por el pasado y no se explica el presente. Los datos del progreso asociados a sus administraciones avalan esa reflexión. Eso lo pone en contrapunto de lo que se ha dicho y reproducido sobre su actuar a lo largo de los años. A Juárez se le satanizaba por comecuras, a Díaz por su mátalos en caliente. A Juárez se le ha limpiado la imagen conforme el estado laico se afianza, pero ¿cómo limpiarle la cara al que dio órdenes para matar campesinos, obreros, ciudadanos fieles, adversarios políticos y maniató las libertades.
A ese nivel la novela de Palou también cumple un papel de arbitraje, de calma, de entrada a un ser que parece responder a los dictados de su tiempo:

Aquí sigo, deambulando, atado a la memoria, como un lastre que no me deja ir, escapar del todo. Soy prisionero de mis recuerdos (p. 177)

El problema está en si esa conciliación de historia e imagen todavía condiciona y provoca convenciones de lecturas. Aún el lector pide un sanguinario que pueda ser transformado, que su derrota vaya más allá del exilio, finalmente el dictador durmió en su cama, dicen los hambrientos de sangre. Creo que esa es la ausencia en la novela de Palou, faltó la vuelta de tuerca, el elemento que le dé vuelta a la historia, que nos obligue a olvidarla para regresar a ella con la certeza de que el personaje nos ha vencido como tal.
En la portada del libro se ve el rostro de Porfirio Díaz desde las fosas nasales, su oreja derecha, el bigote blanquísimo y la barbilla sombreada. Después la camisa blanca, el saco y la corbata negros. La novela de Palou es buena, se deja leer, nos lleva a la historia, pero temo que apenas ha dado un acercamiento a un personaje que no se encuentra totalmente dentro del cuadro, que falta meterlo y someterlo. Porfirio Díaz aún pertenece a la historia.

Leonora: moldear la locura

]Efemérides y saldos[


Leonora: moldear a la locura
Alejandro García

—Creo, André [Breton] —dice Leonora—, que nadie aquí se parece a mi mundo. A veces me alegro pero otras me da miedo perder la cabeza.
Elena Poniatowska



Leonora de Elena Poniatowska (México, 2011, Seix Barral, 510 pp.) ha ganado el Premio Biblioteca Breve y muy pronto se ha convertido en un fenómeno editorial. Al margen de la mercadotecnia, he aquí una novela venturosa, en donde el vértigo se impone en el lector. Es uno de esos libros que uno no quiere dejar de leer, a pesar de su más de medio millar de páginas. Aquí aparece el peligro de que tal vértigo agote y ya no permita el regreso a la relectura. Es además una novela donde la protagonista es una mujer excepcional, y no se trata de un lugar común, aquí el adjetivo es exacto. Leonora Carrington, aún con vida, aún entre nosotros. Es además una historia del siglo XX, con mayor énfasis en lo cultural y con punto de partida en las vanguardias artísticas.
Leonora Carrington, hija de un rico empresario textil quien al final de sus días la deshereda (—¿Qué hacen mis hermanos con el dinero que les dejó mi padre? —Beben. P. 359); compañera de aventuras de Max Ernest, quien es recluido en un campo de concentración y Leonora en su propio cautiverio; habitante de un hospital psiquiátrico en Santander, España, entre convulsiones y delirios que hablan de arreglar el mundo; integrante de un grupo de artistas que huye de Europa y llega a New York de la mano de Peggy Guggenheim, heredera de un imperio; esposa de Renato Leduc, que pasa de diplomático mundano y cosmopolita a periodista subdesarrollado y de hábitos excluyentes de la intimidad de pareja; extraña en un México a caballo entre el cardenismo y su negación exquisita que después se llamará Milagro Mexicano; amiga de Remedios Varo, pintoras siempre; madre ejemplar, será testigo de los vaivenes de un país como México en donde finalmente se queda a vivir con estancias en Estados Unidos y en un territorio que ha hecho suyo y ajeno a las fronteras y desde donde contempla la marcha de los acontecimientos,
Leonora es el personaje que Elena Poniatowska arranca a la historia y a las artes plásticas y se convierte en cuerpo de palabras, potro verbal que cocea contra el orden, se enamora y se vuelve loco de amor; esencia víctima de Cardiazol que la convierte en estertores y convulsiones, amor que nunca es llenado, energía que se proyecta en el lienzo y en la narrativa. La rebeldía frente a las fuerzas ciegas de la historia: la dictadura paternal: el nazismo, el franquismo y las tímidas democracias; el arte cautivo, perseguido por castración y ablación; la lucha de los jóvenes en los ojos de los hijos, en el deseo que nunca se ha cumplido de la libertad ante todo.
La gran virtud de Poniatowska está en acercar a esta brillante artista a círculos lectores amplios, porque uno puede encontrar en los libros de Carrington pasajes idénticos, y de similar factura verbal y estética, que la novelista birla a la manera de la urraca ladrona de que habló Michel Tournier, pero es de reconocer que sólo a través de la pluma de Poniatowska es que nosotros regresamos a Carrington y con ellos a la lucha de la mujeres y con ellos al esplendente desarrollo de las artes y de sus protagonistas, como es el caso de los surrealistas y a los infortunios de la humanidad durante la locura de entreguerras, la guerra civil española y la segunda guerra mundial..
He ido a Carrington por Leonora y eso es importante, a través de esta novela he conocido al borde del abismo a un personaje inolvidable, no a la manera de Selecciones de Readers Digest sino a la manera de la pulpa y la entraña del ser humano. Leonora es rebelde, se resiste a la autoridad de su padre, a la visión arcaica del arte, a la restricción de la mujer como hacedora de hijos y a la misma visión machista que desde las vanguardias se ejerce. Siempre está a la defensiva, pero siempre la saca adelante su lado creativo, su persistencia. Tan bien cocea y con tanto garbo que es capaz de moldear a la locura.
También la novela de Poniatowska es la reseña de un país que es atracción y repulsión para los extranjeros que encuentran en él, bien el acceso al paraíso que les es negado, bien el infierno en que habrán de purgar sus pasos (Lawrence, Lowry, Traven, Varo). O quizás tan sólo el espacio en que se revolverán en busca de sí mismos: Leonora regresa a México: “Durante todo ese tiempo traté de alejarme; nunca pude, algún embrujo me retiene como una mosca pegada a la miel” (P. 470).


miércoles, 15 de febrero de 2012

¿Qué hacemos con el desamor maternal?

]Efemérides y saldos[


¿Qué hacemos con el desamor maternal?
Alejandro García

Beatrix le dijo a su hija que era estúpida, que era la niña más estúpida que había conocido nunca.
Jonathan Coe


Montada en su mayor parte sobre descripciones de fotografías (veinte) y sobre las vidas de los personajes que en ellas aparecen, La lluvia antes de caer (Barcelona, 2009, Anagrama, 248 pp.) de Jonathan Coe (Birmingham, 1961) nos envuelve en una historia de múltiples pliegues con un eje central, la búsqueda de Imogen por parte de Rosemond. En realidad se trata de la herencia que ella ha dejado, pues ha muerto después de ingerir barbitúricos y ocultar sus huellas para que todo aparezca como muerte natural a sus 73 años. Ha repartido sus bienes entre sus sobrinos Gill y David (hermanos) e Imogen.
La novela ancla sus orígenes en los años de la guerra, cuando Rosemond conoce a su prima Beatrix y se convierte en su hermana de sangre y emprenden juntas el escape de la casa de ésta. Desde allí se perfila una línea de mujeres-hijas hechas a un lado por sus madres, más preocupadas por los hijos varones, por los maridos e incluso por los perros. Familias en donde, como en México, no es raro que la hermana en realidad sea la hija de la hermana de la madre, pero que todo quede en familia y en la sana intención de que la afectada, la madre desde luego, alcance la vida convencional.
Beatrix reproducirá su maltrato en su hija Thea y ésta en Imogen. Rosemond, como la testigo de Cumbres borrascosas, contemplará el ir y venir de esas mujeres de energías desatadas en persecución de sus hombres. Beatrix se escapa con un carpintero a Irlanda, deja a su marido y después de cuatro años regresa sólo para avisar a Rosemond, quien ha establecido una relación de pareja con Rebecca, que no puede llevar a la niña y se las deja durante cerca de dos años.
Un buen día se lleva a Thea, pero siempre será más un obstáculo y aunque va a Canadá con la madre, terminará regresando a Inglaterra donde irá tras los pasos y los desamores de un músico a quien lo único que le interesa es una carrera sin futuro. De esa unión nacerá Imogen, en quien se perpetuarán la violencia y el desamor. Y hasta allí irá Rosemond, la madre imposible, en una especie de deuda que considera impagable.
Con el tiempo, Rebecca abandonará a Rosemond, la tía solterona, la criada que saca del apuro a Beatrix o a sus hijos, pero que encuentra una relación estable con Ruth y en su vida laboral como editora. Pero esa cadena de desamores la obsesiona, desde el momento en que su hermana de sangre, Beatrix no ha podido salir adelante en su vida, desde el momento que recuerda aquella historia del perro más tonto que se pueda uno imaginar “Napoleón”, quien a punto estuvo de ahogarse con un hueso y que luego salió corriendo sin volver jamás y de ello fue responsabilizada Beatrix. El perro era más importante que ella. Esa marca la fastidiará siempre y también a Rosemond.
La novela trata de frente un tabú, el de la naturalidad del amor materno, todo lo contrario será detestado por la especie y castigado por la ley y por el grupo. Sin embargo, Jonathan Coe nos presenta toda una línea de continuidad en que el instinto maternal está herido, muy herido e imposiblitado para cumplirse y no habrá que echarla toda la al culpa a esas mujeres que se reproducen y se pierden en el maltrato de que son objeto.
La lluvia antes de caer juega con dos elementos: el del perro que huye bien para no volver, bien para provocar la muerte, lo que además se refleja en un pájaro que muere en el parabrisas del carro de Gill y en ese no ser y ser al mismo tiempo. Antes de caer la lluvia no es, pero Imogen es esa lluvia que no cae, pero que existe, es esa vida que corrió ajena a Gill y que allí estaba desenlazándose en alguna parte, sujeta a un oscuro designio:

“¿Entiendes entonces que no existe la lluvia antes de caer? Tiene que caer para que sea lluvia.” (…) “Ya sé que no existe”, dijo. “Por eso es mi favorita. Porque no hace falta que algo sea de verdad para hacerte feliz, ¿no?

Recientemente he leído dos novelas que me han dejado pasmado y que ya desde la enunciación me hostigaron con dureza. Tratan temas brutales: el asesinato serial de un joven, incluyendo a compañeros, hermana y padre (Tenemos que hablar de Kevin de Lionel Shriver) y esta novela de Coe que habla de la imposibilidad de las madres para amar (¿también para ser amadas?), debido a las cicatrices que cargan en el alma.




La independencia que vio Ibargüengoitia ¿Festejos?

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La independencia que vio Ibargüengoitia. ¿Festejos?
Alejandro García

—Al paso que vamos —le dije— nunca tendremos un ejército en forma. Siempre será un gentío.
Jorge Ibargüengoitia


Los pasos de López (1982, Océano, desde 1987 Joaquín Mortiz, 171 pp), cuenta la llegada de Matías Chandón a La Cañada a disputar una plaza de “comandante de la batería y jefe de artificieros”. Se da cuenta de que el lugar está lleno de conspiradores y que él está dentro del complot. Avanzará en él y con él una vez que se entere de que las oposiciones son un juego de dados cargados en contra del hijo del Intendente, Pablito Berreteaga. No estamos en la historia broncínea, estamos en el teatro de los acontecimientos, la vida apacible de provincia se convierte en campo de energías donde es difícil tener una amplia perspectiva o grandes ideales, aunque éstos existen. Ese infierno chico será el caldo de cultivo en donde aparecerá el gentío, rebasando los pleitos de vecinos, los espionajes de patios y corrales.
Existe el entrono que rebasa y permea: el aire independentista que sopla del norte, la invasión napoleónica y la acefalia del imperio, el sueño de la razón y de las luces, la partición de la sociedad en peninsulares y criollos y los demás, desde mestizos hasta castas. El mundo cambiará. Jorge Ibargüengoitia logra apresar el acontecimiento, el tiempo del ciclo y el largo aliento.
Chandón será cultivado por los Corregidores, Carmen y Diego, seducido por la figura de Periñón, Ontananza y Aldaco, los militares, Adarviles, el eslabón débil, por el bando de los inconformes, y resistirá las advertencias del licenciado Manubrio, quien se convierte en el testimonio del orden junto con el alcalde, el coronel y el intendente, y del resentimiento, pues se entera que no ha sido aceptado en la tertulia.
Aparecen los actores de esta múltiple representación: la de personajes históricos en la memoria colectiva o en el altar de la patria, la de personajes en una novela, la de actores en una comedia que escenifican dentro de la tertulia que es la máscara de la conspiración. Sólo allí existe López, en los enredos de La precaución inútil: “Carmelita hacía el papel de Rosina, una muchacha tonta, bella. huérfana, heredera y rica, el presbítero Concha era don Baldomero, el villano, un viejo tramposo, avaro y libidinoso, que quería casarse con ella, —sin que ella se diera cuenta—, Ontananaza era Lindoro, el galán, un noble que para cortejar a Rosina se disfrazaba de aldeano. Periñón era López, criado de Lindoro y el personaje más interesante de la comedia, él enredaba y desenredaba la acción, resolvía todos los problemas y al final recibía todos los castigos. El señor Borunda, el doctor Acevedo y el capitán Adarviles representaban personajes secundarios —e infames. Cecilia era Cerlina, la criada de Rosina, y Diego se empeñó en que yo leyera un papelito breve, de Bromudio, un criado, de quien Cerlina está enamorada” (pp. 40-41). López es también el que al final firma su arrepentimiento, como si el autor o el narrador le dieran así el paso, desde la comedia, a la gloria, una vez que lo han hecho personaje cercano a nosotros.
Chandón recuerda como sobreviviente de los hechos (“a la luz de los treinta años pasados, me asombra la variedad de suertes que el destino nos reservaba a los que estábamos allí. La mayoría están muertos, pero mientras unos descansan en el altar de la Patria, los huesos de otros yacen en tierra bruta”, p. 40), y bien casado con Cecilia Parada también conspiradora. Él mismo explica, hubo muchos comportamientos en esos hechos circunscritos a pequeños territorios, a acciones medibles y en mucho risibles, pasados por los rencores y las riñas de todos los días: “Cumplí mal ese juramento, pero otros lo cumplieron peor” (p. 53). También en él ganó la comedia.
Sobresale el papel cohesionador y seductor de Carmen, mujer íntegra que no pasa de ser besada en la mano y que contiene el furor de los futuros integrantes del panteón patrio, mientras el marido purga en sudor y malabares el papel de bisagra entre orden y desorden.
Está también Periñón, el carismático, el sensual (tres misteriosas sobrinas y una entusiasta recepción en el burdel lo rubrican), el hiperactivo, el sacerdote, el pícaro (iba para doctor y se jugó el futuro a las cartas), quien con un pie en el orden y en la institucionalidad eclesiástica es la otra bisagra, la que se une a la gente, la que llama a combatir e integra un ejército que a más del descontento va bajo su palabra embriagadora y su figura paternal. Multitud que no duda en desertar una vez que las derrotas llegan: —Se fue la mitad del ejército. No entendí lo que me decía. —¿A dónde? —Desertaron. (p. 157). Sería que habían empezado a festejar.

Y después se dieron duro

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Y después se dieron duro
Alejandro García

Si Marx hubiera conocido a la niña habría hecho una excepción.
Eduardo Mendoza



Galardonada con el Premio Planeta 2010 Riña de gatos. Madrid 1936 (México, 2010, Planeta, 427 pp.) nos lleva nuevamente desde la novela a la Guerra civil Española, que este 2011 cumplirá 75 años de haberse iniciado. El medio centenario sorprendió a los españoles en plena transformación y logro de acuerdos, tal vez sea tiempo de regresar a la fuente de las grandes causas y cuestionarla. La acción se ubica en el Madrid de marzo de 1936, meses antes del levantamiento de Franco, fecha de apresamiento de José Antonio Primo de Rivera, Marqués de Estella y fundador de la Falange.
La novela no es novedosa ni en su tema ni en su estructura, aunque goza de la sabia mano de Eduardo Mendoza, novelísta de demostrada capacidad (El misterio de la cripta embrujada, La verdad sobre el caso Savolta, La aventura del tocador de señoras). El inglés Anthony Whitelands es llamado a Madrid a valuar una colección pictórica de Álvaro del Valle y Salamero, duque de la Igualada, a fin de obtener dinero para escapar a la grave situación de España.
Whitelands, especialista en Velázquez y quien viene saliendo de una relación con una mujer casada, habrá de enterarse de que es pretexto para las intrigas de la época e instrumento de las fuerzas en pugna en vísperas del enfrentamiento. En el palacio de su contratante encuentra una copia de “La muerte de Acteón” de Tiziano, la famosa recreación del mito en que los perros se tragan a su propio dueño convertido en ciervo por la diosa Diana una vez que la ha visto desnuda.
El duque de la Igualada guarda un secreto que es la verdadera misión para Anthony, tiene que ver con los secretos de Velázquez y con una posible liquidez que vaya a otro destino que no es la huida de la familia. A la vez, el duque tiene una mujer discretísima que casi al final de la novela resulta antigua conocida de Niceto Alcalá Zamora y le pide que ponga a resguardo a Primo de Rivera, lo que Alcalá (y la historia) cumple.
Tiene además dos encantadoras hijas, una casi prometida del fundador de la Falange, la otra apenas abierta al mundo, pero dispuesta a comprometerse en la aventura. Whitelands saboreará las mieles de Paquita y los cotilleos de la pequeña Lilí. Sus dos retoños masculinos son menores en presencia, pero afines a él y uno de ellos será herido y con ello propiciará el reagrupamiento de la familia en torno a sí misma.
Desde el principio el personaje se encuentra con presencias que tomarán cuerpo en el futuro. Lo mismo saluda en la estación de ferrocarril a un policía cortés que después se convertirá en su vigilante que es guiado a un prostíbulo por Higinio Zamorano y al salir resulta que se ha llevado su dinero y sus documentos de identificación. Después los recuperará y le ofrecerá en charola de plata a la prostituta Toñita para que se le lleve a Londres, donde seguramente vivirá mejor que en España. Y claro, Higinio tendrá nexos con el comunismo y con Kolia, este terrible espía del enemigo que viene a ajustarle cuentas a Whitelands y que puede ser lo mismo Higinio que el mismo Primo de Rivera y que se desdibuja sin necesidad de justificar su altanera no presencia.
Whitelands se emborrachará con Primo de Rivera, conversará con él, conocerá sus dotes carismáticas en corto y su escaso impacto en los electores. A él sólo le importa el secreto del Velázquez, pero todo atenta contra él, hasta que un misterioso incendio de palacio regresa el relato al punto cero.
Novela de incisión sobre el lector, Riña de gatos. Madrid 1936, también muestra a Manuel Azaña. Whitelands lo pone al tanto de esa potencial vitamina en pro de la rebelión. A Azaña le interesan más Velázquez y Tiziano, aunque lo hace sin desvincularlo de presente y futuro: Muchos piensan que estamos justamente en esta situación. La falta irreparable ya ha sido cometida, la flecha dejó atrás el arco; sólo nos queda esperar a que nuestros perros nos hagan pedazos (p. 337).
Después vino la guerra, se dieron hasta con la cubeta, Primo de Rivera se convirtió en héroe, era más molesto como líder vivo y nada cercano a Francisco Franco.
El Premio Planeta se ha convertido en un estímulo económico importante para los autores ganadores. Quizás lo único comentable es que las últimas versiones las han ganado destacados escritores del catálogo de Planeta o de algunas de sus casas subsidiarias, como el caso de Bryce Echenique, Skarmeta, Savater, lo que no quiere ir en desdoro de los galardonados, sólo intenta aludir al juego de fuerzas de la literatura hispanoamericana.

Era Moro, tenía que cambiar

]Efemérides y saldos[


Era Moro, tenía que cambiar
Alejandro García

“Cambiar todo para que no cambie nada” que el príncipe de Lampedusa adopta como lema de la historia siciliana y que hoy podemos adoptar por lema de la historia italiana.
Leonardo Sciascia



El caso Moro (México, 2011, Tusquets, 186 pp) vuelve al mercado editorial. El secuestro, que estuvo en las primeras planas de los periódicos del mundo en 1978 (entre el 16 de marzo, día del secuestro a manos de las Brigadas Rojas; el 9 de mayo, día en que hallan su cadáver en la cajuela de un auto y el 13 de mayo, día de la misa presidida por el papa Pablo VI y todo el aparato político italiano) y que culminó con la muerte de Aldo Moro Primer Ministro de Italia en dos ocasiones y Presidente del partido gobernante Democracia Cristiana vuelve a nosotros en la pluma de Leonardo Sciascia y su célebre libro publicado en Argos Vergara en 1979.
La buena prosa del autor siciliano, en su origen informe parlamentario, nos permite asistir a este texto híbrido entre el ensayo y la ficción, en donde el hecho histórico deviene en pesadilla y la claridad de ideas se trastoca en errático actuar de los hombres públicos y en donde la materia prima son las cartas del prisionero Aldo Moro y reflexiones sobre sus mensajes y la actuación del Estado durante esos meses en que se pedía a cambio de su vida la libertad de 13 presos. De algo sirven también los comunicados de las Brigadas Rojas y las declaraciones de los correligionarios de Moro durante el suceso. Todo lo funde Sciascia en un documento demoledor.
El libro y el caso se pueden resumir en algo muy simple: no se puede negociar con el enemigo, así sea Aldo Moro la presa, o quizás precisamente porque es él. Además, el cautiverio ha operado un cambio en su conducta, los terroristas han vulnerado su actuar y su pensar. Ya no es hombre de fiar.
Sciascia pone en cuestión todos los elementos que aunados a la torpeza, a la ineficiencia, a la corrupción contribuyeron al sacrificio de una pieza importantísima del aparato estatal (y a una forma de hacer política), lo que, ganancias del perverso juego político, abonó a la fortaleza del Estado frente a la amenaza del terrorismo y, con esto como escudo, avanzar en la misión democrática de los que gobiernan con el cristianismo por delante (otro escudo).
En buena medida el caso de Moro es el del Rey Lear, sólo que él no renunció a sus atribuciones, pero quién como Moro supo de la maquinaria de Estado, del boomerang de los principios y de las traiciones de herederos cuando se trata de dar una lección “al menos implicado”.
Afirman solemnemente que el hombre que escribe esas cartas a Zaccagnini, que pide que lo liberen de la “cárcel del pueblo”, no es el mismo hombre del que fueron tanto tiempo amigos, del hombre al que “por comunión de creencias cristianas, formación cultural e ideales políticos” tuvieron por colega. “No es el hombre que conocemos y que, con su visión espiritual, política y jurídica, contribuyó a redactar la constitución republicana”. (p. 100)
Sciascia habla de ese “adorable” mundo que tanto alabó Pasolini y que lo llevó a la muerte, en donde la mezcla de bandidaje, mafia, inserciones en los órganos gubernamentales cobran caro. Y lo mismo lo hacen en el activismo homosexual de Pasolini que en el del gran propiciador de la integración de los comunistas al gobierno encabezado por la Democracia Cristiana.
De pronto la ética campea y los débiles, los dudosos, los eclécticos se muestran inflexibles, no pueden pactar con el enemigo, así se sacrifique a la pieza que en buena medida nos ha llevado allá. Es la reificación de la decencia. Hacemos lo que se nos enseñó. Moro estaba por destino condenado a muerte, no tenía opciones y las mismas torpezas impidieron que se le encontrara en momentos de su cautiverio:
“El menos implicado de todos”, en efecto. El último y solo él, que había creído ser un guía. El último y solo, precisamente por ser “el menos implicado de todos. Y por eso, por ser “el menos implicado, destinado a más enigmáticas y trágicas correlaciones. (p. 16)
La gran ventaja de la vitalidad de las instituciones es que esos golpes de billar a menudo favorecen. Aldo Moro está en el momento y en el lugar propicio para dar una gran muestra a la sociedad. Los mismos Estados Unidos parecen complacidos con el fatal destino del negociador que había dado cobertura a los comunistas. Era el momento de Chile y la guerra sucia. Era el momento de la Guerra Fría. Era y es el la hora del sacrificio y de los chivos expiatorios.
Moro había cambiado en el cautiverio: era ya un moro.

domingo, 12 de febrero de 2012

Soñar en gaélico

]Efemérides y saldos[

Soñar en gaélico
Alejandro García

El sueño de gentes como el profesor Eoin MacNeill y el poeta y pedagogo Patrick Pearse, creer que se podía resucitar la lengua que el colonizador persiguió y volvió clandestina, minoritaria y casi extinguió y convertirla de nuevo en la lengua materna de los irlandeses.
Mario Vargas Llosa



Rogert Casement es el protagonista de la novela de Mario Vargas Llosa El sueño del celta (Alfaguara, 2010, 455 pp). Ha empezado a circular un mes antes de que le sea entregado el Premio Nobel y uno después del anuncio de la Academia Sueca. En apariencia, la novela pertenece al ciclo del escritor peruano hispano distante de la realidad latinoamericana, pues Casement es un irlandés que ganó fama internacional a principios del siglo XX por publicar un informe sobre el Congo, echando por tierra la imagen bondadosa construida en torno a Leopoldo II. Pero después de esto, Casement hará lo mismo en la Amazonía peruana, entre Iquitos y el Putumayo, lo que nos regresa a algunos escenarios de La casa verde, principalmente.
Tanto belgas como peruanos y británicos llenaron el mundo de caucho, vía llantas de automóvil y lo hicieron a costa de una verdadera carnicería, la lucha de la civilización contra la barbarie mostró aquí su peor cara: cortaban manos y testículos de los indígenas que no cumplían con la cuota de caucho, les tatuaban en las nalgas las siglas de la compañía, los sometían a torturas. Todo esto además del despojo de las tierras. Sus valientes denuncias le valieron el reconocimiento de la Corona Británica, honor que desairó por su condición de irlandés secesionista.
Si Casement jugó con fortuna su visión del otro, lo que no fue ingrato a los ojos imperiales, no fue afortunado en su militancia irlandesa. Después de ir a los Estados Unidos en busca de fondos, se traslada a Alemania en vísperas de la Primera Guerra Mundial. Roger estaba convencido de que sólo con un ataque de Alemania a Inglaterra podría Irlanda tener éxito en su insurrección. Allí prepara un pobre milicia que le ayudaría en caso de tomar las armas.
La rebelión de Pascua o de Semana Santa lo obliga a urgir a los alemanes a apoyar a la insurgencia con armas y con fuerzas militares. Consigue lo primero, pero no lo segundo. El levantamiento es ahogado en sangre, las armas nunca se recogen y él es atrapado y sentenciado a muerte por traidor al imperio. La novela se desarrolla en buena parte en ese vaivén leguleyo en que se ha pedido clemencia por el antiguo héroe devenido en traidor.
El otro guardadito de Casement es su condición homosexual y la existencia de unos diarios en que consigna sus gustos y excesos. Vargas Llosa los señala de salida, pero queda claro que ha habido un largo debate en torno a si dichos diarios son de su autoría o si son una perversa creación de la inteligencia británica. En todo caso, para el escritor de la novela son excesos soñados más que vividos y no dejan de ser el arma con que el poder imperial destruyó a Casement en la memoria histórica, tal fue el impacto que sus mismos camaradas llegaron a tragarse la infamia.

“Nunca cesó ni probablemente cesará la controversia sobre los llamados Black Diaries. ¿Existieron de verdad y Roger Casement los escribió de puño y letra, con todas sus obscenidades pestilentes, o fueron falsificados por los servicios británicos para ejecutar también moral y políticamente a su antiguo diplomático…?” (p. 449)

La parte más vital de Roger Casement, su corazón de alcachofa, está en la reconstrucción del pasado celta, de allí su poema El sueño del celta, para él sólo será posible la independencia cuando Irlanda vuelva a hablar gaélico, por eso cuando son derrotados durante la Semana Santa, no sólo se pierde una oportunidad histórica, también se pierde una generación que estaba entrando al contacto con el idioma, con la posibilidad de una expresión arrebatada por el conquistador, esto es, conseguir el regreso a un instrumento de expresión y de pensamiento propios.
Vargas Llosa nos entrega a un personaje que desde la anécdota nos va enterando de su idea del mundo, de su disposición para confrontar los excesos del colonialismo, de su disposición del cuerpo para amar la carne del mismo género y la reacción del poder, su destructiva pericia, su recurrencia a cualquier debilidad para descalificar.
Quizá no se trata de una novela arrebatadora como Conversación en la Catedral o La guerra del fin del mundo, hay resistencias a que el personaje rompa ciertas amarras contextuales, vuele novelescamente. No desaparece como El Consejero, muere y le sobreviene la muerte civil, pero el daño del novelista está hecho, el canto al respeto a la diferencia. Vargas Llosa nos entrega un personaje que soporta su grandeza en las contradicciones, en los vaivenes.

Perdió la presidencia ganó el Nobel de literatura

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Perdió la presidencia, ganó el Nobel de literatura
Alejandro García

La literatura es una hija tardía de ese quehacer primitivo, inventar y contar historias, que humanizó a la especie, la refinó, convirtió el acto instintivo de la reproducción en fuente de placer.
Mario Vargas Llosa

El 7 de octubre se ha dado a conocer que Mario Vargas Llosa ha ganado el Premio Nobel de Literatura 2010. Esto sucede 20 y 28 años después de que se le concedió al mexicano Octavio Paz y al colombiano Gabriel García Márquez, otrora compañero de ruta del autor de Los cachorros. Es el décimo primer escritor de lengua hispana en recibirlo (José Echegaray y Eizaguirre, 1904; Jacinto Benavente, 1922; Gabriela Mistral, 1945; Juan Ramón Jiménez, 1956, Miguel Ángel Asturias, 1967; Pablo Neruda, 1971; Vicente Aleixandre, 1977; Camilo José Cela, 1989 completan la honorable lista)
Autor precoz, nacido en 1936, a los 27 años obtiene el Premio Biblioteca Breve por La ciudad y los perros. En 1967 obtiene el Premio Rómulo Gallegos por La casa verde. Es el año de la aparición de cien años de soledad y curiosamente el que algunos autores encuentran el punto más alto de la novelística del boom. Conversación en la Catedral es una crítica despiadada a la dictadura de Odría, en donde la técnica faulkneriana alcanza un refinamiento verdaderamente notable.
En la década de los 70 Vargas Llosa tiene su primera etapa de relajamiento, aunque sin dejar de aportar a la estructura narrativa. Son de este periodo Pantaleón y las visitadoras y La tía Julia y el escribidor. En la primera hace una cáustica crítica a las fuerzas armadas y en la segunda revitaliza la historia de amor, incorporando el informe burocrático y el radiodrama a la mejor novela.
En los 80 regresa a la temática social con La guerra del fin del mundo, memorable novela sobre Antonio Conselheiro, el iluminado de Canudos. Con ella no sólo dialoga con la novela del siglo XIX sino que actualiza el fenómeno social del mesianismo. Se incluyen aquí polémicas novelas como La historia de Mayta, ¿Quién mató a Palomino Molero? Lituma en los Andes y cierra con ese portento dedicado al dictador Trujillo en La fiesta del chivo (2000).
De nueva cuenta encontramos un periodo de aparente descanso en novelas como Elogio de la madrastra, Los cuadernos de don Rigoberto y Travesuras de la niña mala. También en este periodo se puede percibir un Vargas Llosa alejado de la realidad latinoamericana. Se sabe que ahora prepara una novela sobre el Congo.
En el ensayo el escritor peruano, nacionalizado español, ha ejercido una constante labor de revelación de otros escritores: La orgía perpetua ha sido reconocida por los europeos como una obra que descubre rasgos esenciales de la prosa de Flaubert en Madame Bovary. Su ensayo sobre García Márquez, Historia de un deicidio, contribuyó a fraguar la fama y las claves de lectura del autor de Macondo. En los últimos años publicó El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti, en donde nos acerca uno de los escritores más incómodos de Latinoamérica. Su labor de diálogo con la obra de Arguedas es no sólo notable, también es generosa. Podría agregar además sus palabras a favor de un mal ciudadano pero extraordinario escritor como Celine.
Decía líneas atrás que la vida de Vargas Llosa ha sido exitosa, ha recibido los premios Cervantes y Príncipe de Asturias, y en días pasados le fue otorgado el Doctorado Honoris Causa de la UNAM, grado que ha recibido de alrededor de 20 universidades del mundo.
Vargas Llosa ha sido un radical en lo más importante para él, la literatura. Él ha reconocido lo que representó en su formación la polémica entre Sartre y Camus, y partiendo del primero terminó en franca coincidencia con el segundo. Lo esencial es la libertad. Ni siquiera la historia merece el sacrificio de la libertad y de la dignidad del individuo, mucho menos las estructuras de poder o una felicidad que se promete y que en la práctica cada vez se sacrifica más.
Cerca de los existencialistas y de los escritores de la generación perdida, ha sabido combinar esto con la realidad que ha vivido y analizado y ha construido mundos que nos permiten ver nuestra realidad más allá de las propias opiniones de Mario Vargas Llosa, quien en sus novelas es rebasado por la congruencia de esos universos imaginarios fraguados con la plasticidad del mejor español, un español que tiene la base peninsular, pero que ha incorporado el mundo del mestizo y del indígena.
Vargas Llosa perdió la presidencia del Perú ante Fujimori. Había ganado la primera ronda y su rival arrancó de un 10 por ciento de aceptación. Su vida política no ha sido tan afortunada como la literaria. La pragmática lo derrotó, será que no se lleva con la ética. Perdió la presidencia, ganó el Nobel.

Temblor, tsunami y golem

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Temblor, tsunami y golem
Alejandro García

“Cada tecnología inventa su accidente”[…]. La prevención automática en los artefactos, ajena a los designios del usuario, protege de daños menores, pero también industrializa los accidentes.
Juan Villoro


Muchas cosas aprendimos los mexicanos después del terremoto de 1985. La más importante, que nunca deberá de olvidarse y expresarse, fue la organización de la sociedad civil frente al pavor e ineficiencia de la estructura gubernamental.
La violencia de la naturaleza se ha expresado en un movimiento doble: en el temblor terrestre y en la invasión de tierra por las aguas convertidas en ola que destruye, arrebata y vuelve al mar. El terremoto-tsunami ha venido acompañado del Golem: la energía nuclear propiciada por el hombre, totalmente fuera de control. Es curioso, pero el proceso informativo y el proceso de los hechos ha sido el mismo en Japón que en otras partes del mundo donde la veracidad ha caído a manos del ocultamiento. Si no se puede creer ni en los japoneses, en quiénes vamos a creer, ha dicho la voz popular.
8.8: El miedo en el espejo (México, 2010, Almadía, 176 pp.) de Juan Villoro es una excelente crónica a propósito del terremoto de Chile. El centro del libro es la asistencia de Villoro a un Congreso de Literatura infantil en Santiago. A las 3:34 del sábado 27 de febrero el país andino fue sacudido por un temblor de 8.8 de la escala de Richter. El autor se encontraba en el 7° piso de un hotel y, gracias a la experiencia, que por otro lado nunca es suficiente pero que se aloja también en el instinto, esperó los 7 minutos del evento telúrico, se vistió, se abrochó los zapatos y bajó a encontrarse con los huéspedes, dándose cuenta de que a pesar de la intensidad, Santiago no había corrido la suerte de la ciudad de México. Estaba en pie.
Villoro realiza una serie de roces a lo largo del libro y no le falta cierta dosis de profetización. En su libro hay redes y espejos (8:8). Después de un epígrafe de Neruda parte de su costumbre de no usar piyama y de su vida frente a los temblores. Al congreso mencionado asiste Francisco Hinojosa, con quien le tocó vivir el terremoto de 1979. En el 85 realiza labores de rescate. Después cuenta que tuvo que hablar de sus relaciones con Chile una semana antes y que produjo un decálogo.
Da paso a las premoniciones. Presenta a algunos personajes y leves indicios de lo que naturaleza cocinaba: mucho calor y una luna grande y amarilla, por momentos en tono naranja. Villoro también habla de las distintas conductas frente al temblor: desde los calculadores hasta los indiferentes, pasando por los activos que van en busca de pantuflas una vez que la sociedad se organiza o por los que tienen sentido del humor y escriben mensajes de teléfono a Internet o el que en pleno temblor habla a su familia para contar en vivo.
Adereza los acontecimientos con dos relatos: uno que se hace literatura: una mujer se va del país y de su pareja y en el exilio autoimpuesto enferma, entra en coma, su esposo va por ella y la retorna al país natal, vigila su sueño. El otro es sobre literatura: el relato de Von Kleist “El terremoto de Chile”, donde se da una historia de pasión y muerte y donde el destino da una buena revolcada a los personajes en una terca persecución.
Finalmente quedan las burocracias y las lentitudes, de nueva cuenta, de un aparato gubernamental mexicano que tarda más que el resto de los países para recuperar a sus ciudadanos. Los personajes que han coincido en este suceso extraordinario sobre su ya conocida coincidencia en la creencia en la literatura infantil emprenden la diáspora, regresan a sus ciudades.
He dicho antes que Villoro roza y profetiza. De los primero es muestra lo siguiente: Desde la Estación Espacial Internacional, el astronauta japonés Soichi Noguchi fotografió el cataclismo y mandó un mensaje: “Rezamos por ustedes” (p. 56). La cita se convierte en una especie de enunciado que atrapa la suerte y el destinatario del siguiente gran temblor.
Con respecto a la profecía, a la escalada de tsunami sobre temblor, se agrega el peligro de una catástrofe nuclear. El 11 de abril se empataron Chernobyl y Fukushima y aún no sabemos si la escala se agrandará a 8 o si la tragedia se conocerá sólo por su efectos.
Villoro nos deja la tarea de averiguar si, contrario a lo aceptado, la muerte es cíclica y a veces nos tocan las grandes muertes históricas y a veces nos tocan las muertes que arañan el alma: El mundo se acabó en St. Jago en 1647. Se acabó en Postdam en 1811. Se acabó en Santiago en 2010. ¿Se acabó en 2011 en Japón?


Error y terror en la historia

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Error y terror en la historia
Alejandro García


Crónica misma del envilecimiento de un sueño y el testimonio de uno de los crímenes más abyectos que se hubieran cometido, porque no sólo atañía al destino de Trotski, al fin y al cabo contendiente de aquel juego por el poder y protagonista de varios horrores históricos, sino al de muchos millones de personas arrastradas –sin ellas pedirlo, muchas veces sin que nadie les preguntara jamás sus deseos- por la resaca de la historia y por la furia de sus patrones –disfrazados de benefactores, de mesías, de elegidos, de hijos de la necesidad histórica y de la dialéctica insoslayable de la lucha de clases…
Leonardo Padura


El hombre que amaba a los perros de Leonardo Padura (México, 2009, Tusquets, 573 pp.) es un conjunto de novelas todas sabiamente integradas en una sola de notable factura.
Está la de León Trotski, el primer hombre que amaba a los perros, en su largo camino hacia el cadalso, su paso por la Unión Soviética, Turquía, Francia, Noruega y México. Su asesinato con un piolet empuñado por Ramón Mercader en Coyoacán. Es una novela terrible, debe ser leída por las generaciones actuales, que las del pasado siglo ya supimos de esas amarguras y algo sabíamos del entuerto. Hay momentos en que todo el proyecto de la modernidad parece reducido a un pleito de callejuela, a una venganza de la peor especie. Stalin proyecta su mano hasta nuestro país e involucra a los muralistas, los emancipadores del arte plástico mexicano, Siqueiros, Rivera, Kahlo, en un ajuste de cuentas. El proyecto utópico estaba herido de muerte.
Está la novela de Mercader, de su hermosa madre, de su elusivo amor, África, de su desconocida hija, del destronado sueño republicano y revolucionario de la España de Cain y Abel. Habrá tiempo para separar las piezas, las que se queden en la Península Ibérica a beber la derrota, las que vengan a cobrarle la cuenta a Trotski. Mercader llevará la mano, mordida por el héroe caído, vendada, que saldrá indemne después del golpe mortal, aunque no en el momento inmediato (el mismo Trotski le salvó la vida al mantenerse en vigilia y decir a sus guardianes que era importante que declarara). El gran héroe no tendría reconocimiento sino en el silencio y en el anonimato, habrá escapado al escrupuloso cálculo de que no sobreviviría al atentado. Morirá en Cuba, colmado de los mediocres auxilios revolucionarios de la era Brezhnev.
Está la novela del cubano Iván Cárdenas Maturell que encuentra a un viejo con dos borzois en la isla y se convierte en su interlocutor. Paso a paso entrará a los pliegues de la historia. Trozo a trozo se le entregará el rompecabezas. Es el Mercader que ejecutó al gran traidor y ha tenido que purgar una pena de 20 años de cárcel. El mismo que ha salido relativamente joven a convertirse en un herido de guerra molesto, una máquina de matar obsoleta. Además, Iván es el escritor que conocerá el miedo, la sospecha del régimen cubano, la prescripción de escribir lo conveniente. Perderá la gran historia por el peso del terror: “No entendía cómo era posible que yo, precisamente yo, no hubiese escrito un libro con aquella historia que Dios había puesto en mi camino… -No lo escribí por miedo” (p. 24).
Está la novela de Daniel, quien rescata el manuscrito del interlocutor del hombre que amaba a los perros, el hombre que había asesinado a otro hombre que los amaba. Total, una estructura laberíntica, de múltiples caminos y destinos.
Está la novela del lector, el que asiste al final del ejercicio como a la provocación de La sociedad de los poetas muertos, después de que se abandona el terreno con un muerto y con la reacción engallada y mortífera. ¿Dónde está el sueño que apoyó la URSS? ¿Dónde está la defensa de Stalin y de los intereses de los más (la cara izquierdista de las Razones de Estado) por sobre los prejuicios burgueses o pequeño burgueses?: “Aquéllas fueron las revelaciones que nos ayudaron a enfocar los bultos imprecisos que, durante años, apenas habíamos entrevisto en las penumbras y a darles un perfil definitivo, tan espantoso como ya es fácil saber. Aquéllos fueron los tiempos en que se concretó el gran desencanto” (p. 321).
La novela de Padura enlaza las diversas novelas: la del líder que huye y es asesinado una vez que ni siquiera sirve para sparring; la del revolucionario que cae atrapado por las consignas y se queda solo, perdido, anónimo; la del escritor que en la sociedad cubana sobrevive cerca de la veterinaria en tiempos en que el furor revolucionario entra en jaque; la del individuo que observa cómo cae el sueño revolucionario mientras la injusticia y la desigualdad dan paso al monoteísmo del capital.




El descanso de la ambigüedad

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El descanso de la ambigüedad
Alejandro García

El hilo argumental es muy débil. En rigor, la novela es un conjunto de escenas, cuyo único lazo de unión son los protagonistas, y éstos muy débilmente dibujados por el autor. Es, pues, una novela escrita con un estilo confuso y desvaído.

Informes de la censura



Si te dicen que caí es una de las novelas más importantes del siglo XX en España. Muy a la par de Tiempo de silencio de Luis Martín-Santos. Comparte con ella la estructura compleja y ambigua, la necesidad de un lector activo, y es la respuesta cifrada a un régimen dictatorial que se metió a todos los renglones de la actividad humana (quizá habrá que decir en descargo de la censura que el fragmento del dictamen denegatorio que encabeza estas líneas es exacto para la novela). Comparte también cierta identidad entre Amador y Sarnita, personajes testigo del devenir de la comunidad, escindidos entre la admiración y el arraigo, entre la experiencia rescatada y la vida que se fugó sin éxito ni destino.
Marsé ya había explicado el proceso del libro en la edición de 1988, lo que sucede es que esta obra, premiada por editorial Novaro en 1973, ha tenido una intensa vida que contradice su dificultad de lectura, aunque la mayoría de los seguidores de Marsé ha de reiniciar constantemente (me incluyo) un ejercicio que no era pleno en su resultado porque dominaba la ambigüedad. A algunos seducía la crítica al totalitarismo, a otros la vida de ese barrio de nunca jamás o la misma estructura ambigua y ambiciosa de la novela. Esther Seligson publica un comentario muy lúcido (publicado originalmente en Diorama de la cultura en diciembre de 1973) en su libro A campo traviesa.
Esta edición de Si te dicen que caí (Madrid, 2009. Fondo de Cultura Económica/ Universidad de Alcalá de Henares, Biblioteca Premios Cervantes, 331 pp) agrega a las correcciones señaladas y a la nota de 1988, una sección de apéndices con los dictámenes de la censura, algunos textos del autor y una entrevista que primero aclara y luego vuelve a tender el manto de la ambigüedad.
El cambio más relevante y palpable es la fundición de los 3 primeros capítulos en uno solo. Es claro también que salió para siempre el epígrafe del himno falangista (Si ye dicen que caí,/ me fui/ al puesto que tengo allí./ Volverán banderas victoriosas/ al paso alegre de la paz…) de la primera edición y la sobrecubierta de Novaro con “Saturno devorando a un hijo” de Goya da paso a una composición de fachadas de barrio en tonos sepia.
Además de la coincidencia con Martín-Santos, esta edición remite de manera ineludible a William Faulkner. Hoy en día, el apéndice agregado por el autor sureño a El sonido y la furia es de suma utilidad en el proceso de combate del lector para entrar al mundo de los Compson.
Los cambios operados en la novela son buenos. Favorecen la comprensión del lector, le dan a ganar claridad para tener fuerzas para enfrentarse a otros renglones ambiguos. Así, la personalidad de Java, el trapero queda clara desde el principio y podemos seguir su evolución como semental para voyeurs y perseguidor de mujeres a quienes entrega sin conmiseración o melodramáticas identidades de clase.
Hay una mujer que es buscada y que tiene al menos dos realizaciones: prostituta de lujo o de medio pelo, perseguida por el orden franquista o por los jirones de la resistencia asumidos más como pillaje común. Pero Java, el líder, ahora en la plancha del forense y bajo la mirada de Ñito/Sarnita no sólo se aleja del barrio y de los aventis que sus compañeros de infancia inventan, sino que traiciona al hermano, aquel ser escondido bajo una montaña de pajaritas de papel en la trapería.
Esas mujeres que se convierten es aspiración de los hombres desde niños, que lo mismo aparecen en representaciones teatrales o en aventis contados sobre todo por Sarnita o que escapan a la vida conventual o de la beneficencia pública y que en verdad huyen del voyeurismo o de la desviación de los baldados de guerra y que lo mismo escapan y se prostituyen, arrebatan los secretos de los señoritos, que se quedan a cargar la silla de ruedas del patrón.
Si te dicen que caí es un rescate de la infancia, de un grupo de amigos unidos por historias que cuentan su verdad, de una sociedad feroz que restaña sus heridas así sea haciéndolas más dolorosas. Marsé ha bajado el grado de ambigüedad de la novela, pero en su entrevista no hace sino abrir el foco de Carmen, una historia que lo he perseguido y que en Si te dicen que caí es un jirón, una parte de un todo escurridizo más que una certeza plena.

Capas de cebolla

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Capas de cebolla
Alejandro García

Como un buitre, mi padre podía encontrar de un vistazo los puntos débiles del contrincante, los vacíos de su retórica o las inseguridades de su persona, y lanzarse sobre ella.
Juan Gabriel Vásquez



En los últimos meses han aparecido en nuestra lengua novelas que a través de un alto tono literario se acercan a las traicioneras aguas mansas de la historia y revelan pliegues de versiones sancionadas. Los informantes de Juan Gabriel Vásquez (México, 2010, Alfaguara, 338 pp), mediante una técnica de capas de cebolla que el lector va retirando (con lágrimas incluidas) se acerca desde los años 90 a la Colombia de antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. No es una historia total, es un hecho, da a conocer el trato que tuvieron los alemanes cuando el conflicto estalló y cómo fueron confinados en hoteles, donde transitaron del vacacioneo a la expulsión, de la tranquilidad a la desaparición, del logro en la vida a la pérdida o el extravío. O quizás sea más exacto decir que se trata del triste papel que entonces jugó un personaje.
Vásquez da una serie de rondas para llegar a la entraña del drama. Parte de una llamada del padre del narrador, Gabriel Santoro (así se llaman padre e hijo), donde le comunica la urgencia de una operación que le destape una arteria cuando él esperaba que fuera una nueva entrevista de reclamo para prolongar el conflicto por la publicación de un reportaje sobre una emigrada judía, Sara Guterman, y las vicisitudes de los emigrados teutones. La reacción del padre había sido despiadada e inexplicable, había hecho una reseña demoledora del libro, aprovechándose no tanto de su peso como crítico, sino de su fama como formador de oradores en la Corte Suprema. Durante el restablecimiento se da un proceso de cercanía padre, hijo y Sara hasta que el viejo anuncia que hará un viaje a Medellín con su amante Angelina, su fisioterapeuta.
La muerte del viejo Santoro no será por enfermedad, será a causa de un accidente automovilístico al salir de Medellín, dejando a su amante abandonada. La primera capa pues es la entrevista y la noticia de la cirugía. La segunda está conformada por la muerte del padre y por la coincidencia en las exequias con la amante. Allí aparecerá el siguiente enigma: la amante, confidente de las culpas de Santoro, ha hecho revelaciones a algún medio acerca de la verdadera personalidad del hombre íntegro, de allí que la judía emigrada habrá de confesarle a Gabriel la verdadera versión de algunos recovecos que de otra manera no tendrían significación relevante. Sara también tiene dos capas, la versión a la hora del reportaje y la versión cuando está a punto de labrarse la desgracia del difunto, quien había sido elegido para ser el orador en el 450 aniversario de Bogotá en donde se salió del libreto al llamar a una reconstrucción de la ciudad. Póstumamente se le retirarán algunos reconocimientos.
Colombia tenía una comunidad de extranjeros, en ella confluían familias de varias generaciones y exiliados durante los años previos a la guerra, convivían lo mismo la simpatía por el nazismo que las secuelas de la persecución judía, la indiferencia política y la simpatía de cariz norteamericano. Colombia era una fiesta.
Gabriel crece con Sara y con Enrique, éste vástago de vidrieros; ella, hija del dueño del hotel. Los alemanes sufrirán el agobio de las listas negras de los norteamericanos y lucharán por salir de ella con todos los medios a su alcance. No será raro que quienes salgan de ellas sean los verdaderos amigos del nazismo. El padre de Enrique, Konrad Dresser, si bien convive con gente de clara filiación nazi, es un hombre bueno y tolerante (soporta que su hijo exprese su opinión sobre sus amigos), pero cae en las listas y terminará en un hotel de captación, donde permanecerá hasta el final de la guerra y cuando sale, pobre, sin mujer (ella se ha ido) y sin hijo (Enrique ha desaparecido), terminará suicidándose, conociéndose sus últimos pasos en la versión de su amante Josefina.
El soplón fue Gabriel, traicionó la confianza, entregó informes que hundieron a Dresser. Enrique atacó, a pesar de su escape, le envió a un par de macheteros, quienes le cortaron cuatro dedos de la mano derecha. La historia dirá que fueron sicarios en busca de un pariente. Si atendemos al artificio del libro, el informe sobre su padre será el libro que escribe Gabriel y agrega una Posdata de 1995, donde narra la visita que hace a Enrique, quien ha sido capaz de escapar al determinismo histórico. Por fin nos enteraremos de que Gabriel no fue a Medellín a refocilarse con su amante, sino a entrevistarse con Enrique. Después se desbarrancó.


viernes, 10 de febrero de 2012

Historias de frontera

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Historias de frontera
Alejandro García

Confirmaba que Oriol había cruzado la línea, había perdido las amarras que lo unían con su vida anterior, se había deshecho de la lealtad, ese valor imprescindible que respetan incluso los criminales.
Jordi Soler



Jordi Soler se ha dedicado a darnos a conocer la vida de los republicanos de frontera. En su obra siempre está presente el límite. Para no totalizar, porque siempre quedarán obras o rasgos que no pueden incluirse en lo afirmado, esto sucede en La última hora del último día, donde se nos da a conocer la vida de una comunidad, La Portuguesa, de exiliados españoles. Sobrevivirán en Veracruz no sólo al destierro sino a las agresiones de los lugareños de las tierras que los acogieron y a la retórica de los regímenes priístas en torno a la repartición de la tierra. Así conocemos la obra constructora transterrada de Arcadi y la contradictoria, cotidiana, obra de un grupo, alejada del sentimentalismo revolucionario y de los lugares comunes sobre la generosidad al recibir a los derrotados del 36-39. Los personajes de esta novela están en la frontera, son marginales no corresponden a los españoles de gran imagen que labraron la épica de la República, aunque con su obra hicieron posible lo que los errores de los políticos y militantes acaso dinamitaron.
En La fiesta del oso (México, 2009. Mondadori, 157 pp.) la frontera es más clara: España-Francia. Allí se perdió en 1939 Oriol, el hermano de Arcadi, abuelo de Jordi Soler, narrador e investigador. Un viaje a un pueblo francés en 2007 le permite a Jordi romper la estampa: el hermano del abuelo, desaparecido, en El Pirineo, después de auxiliar a unos enfermos. En La Portuguesa se pensaba que algún día aparecería como célebre pianista. No había sido así. Al final del evento el personaje recibe una nota: lo que lo que ha dicho en su libro es mentira.
La novela entonces se convierte en una serie de pasos en donde el conocimiento se convierte en peso y en condena. Una mujer de aspecto miserable lleva el mensaje mediante el cual conocerá a Noviembre, un gigante que en 1939 rescata a un joven republicano herido en una pierna, le lleva una curandera que le amputa la pierna y lo cuida durante su convalecencia. Oriol no muere, pero su destino ha conocido del descenso a los infiernos o el retroceso del género.
Noviembre es un gigante fronterizo con la idiotez, le da algunos informes sobre su tío abuelo, pero nada que sirva, si acaso la noticia de que ha muerto en Perpignan. Una vez más es la mujer, ángel anunciador, el que lo lleva a Isolda (¿la de las blancas y sanadoras manos?), quien en 1939 le salva la vida a un joven al amputarle la pierna, pero que entra en shock cuando le dice que él es de la familia de Oriol. Hasta aquí, el inquiriente sabe que el gigante se dedicará a rescatar a los españoles que huyen y permitirles descansar y hacer acopio de fuerzas antes de encontrarse en otros países o con los campos franceses.
Investigando, se entera de que Oriol no sólo no murió, sino que una vez que la frontera se convirtió en un espacio de locos: republicanos huyendo del franquismo, resistentes huyendo de los nazis, guerrilleros tratando de sembrar la semilla de la justicia, se dedica a asaltar a mujeres solitarias o familias que buscan el escape. El gigante nunca lo supo, bien por su deficiencia, bien por su afecto por Oriol. Quedarán las actas de los asaltos y la certeza de que también hubo una frontera que Oriol atravesó al mismo tiempo que pasaba a territorio francés: la de hombre devenido en bestia.
Noviembre será apresado por los españoles (cruzan la frontera y se lo llevan sin que los franceses levanten el orgullo), le dirán que ha sido denunciado por alguien que estuvo con él y asumirá que fue uno de los guerrilleros. Oriol permanecerá en sus posesiones y cometerá el acto que lo llevará a la cima: perseguirá a una niña, hija de Isolda, hará lo mismo con la hermana y después de jugar al cojo y a la gacela, una de ellas caerá y se pegará en la cabeza mientras la otra huye. Oriol se llevará el cadáver y lo ocultará en una cueva. Sólo rescatarán los huesos.
¿Por qué este hombre sensible, pre-pianista de talento, llega a estos niveles? Imposible saberlo. El investigador habrá de buscar los últimos cabos y encontrará que en 2008 (?), Oriol purga cadena perpetua, si bien ha negociado a lo largo del camino algunos indultos al denunciar a un gigante que “servía” a los enemigos de los fascistas. En la “Fiesta del oso”, el carnaval, servirá de plantígrado que recibe golpes y ejecuta tareas para humanizarse.

Grandiosidad de lo leve


]Efemérides y saldos[


Grandiosidad de lo leve
Alejandro García

En México, fuera de los vestigios y de la cultura popular, se acabó la cultura católica. Se quedó al margen, en uno de los siglos más notables de la cultura mexicana: el siglo XX.

Gabriel Zaid

La Poesía, la más inocente de las ocupaciones, es un bien peligroso; devela ocultando.
Irma Guadalupe Villasana Mercado


Joaquín Antonio Peñalosa trabajó en el desierto de una cultura católica mexicana en ruinas (dixit Gabriel Zaid), caminó los senderos de la literatura, cargada hacia la izquierda y sus violentas escisiones. Para colmo de retos, Peñalosa trabaja los pequeños temas, se asocia al optimismo, a la bondad, a la levedad.
La publicación de Hálito poético: la poesía evangélica de Joaquín Antonio Peñalosa de Irma Gaudalupe Villasana Mercado (México, 2009. H. Ayuntamiento de San Luis Potosí, 170 pp.) se instaura en un momento de reacomodo de esas “condiciones”.
El siglo pasado no sólo vio el momento de brillo de la barbarie justo cuando se suponía el tiempo de las felicidades y de realización de las utopías había llegado. Al parecer la razón se extravío. La tortura se hizo en la derecha, en el centro y en la izquierda, en esta tierra y en el más allá.
Al ver los escombros de los paraísos artificiales, también se han visto las carencias sostenidas del mundo liberal y ha sido necesario deslastrar la mente, desocuparla, volver a lo que la rutina arrebató, lo que la politización enajenó en nombre de la conciencia y de la libertad.
Al ejercicio poético del mundo al revés que desde la levedad nos adentra en los misterios del peso para retornarnos al alivio de la levedad reforzada, Peñalosa agrega su condición de sacerdote. Milita en la iglesia y lo hace para remediar problemas concretos: la orfandad, la crisis de la fe, la falta de sentido de la vida en los fieles con que establece contacto. En sus obras y en sus homilías no se encuentra un discurso de choque, se adivina una cultura que es conciente de las pérdidas que ha sufrido la institución por alejarse de la doctrina. Se alinea así con los orígenes, con sus valores y establece así el papel pleno de acompañante entre el creyente y la divinidad.
Desde el ministerio sacerdotal y el oficio poético Peñalosa construye un mundo de versos. Heterodoxo, ahora sí, rompe con la poesía y con la liturgia de su tiempo. No es el afán religioso convencional el que mueve a los poemas ni el que divide partes de sus poemarios en los rituales de la liturgia. Desafía a la poesía, parece someterla a la liturgia. Desafía a la religión, parece someterla a la poesía. El poeta se apodera de algo que pertenece a otro mundo y lo hace propio. Con la frescura y la innovación de los primeros cristianos, con su fuerza vital, con el lenguaje como aliado y deslastrado de prejuicios y dogmas, tiende la pluma y nos introduce a un nuevo universo.
Peñalosa juega, se divierte, nos baja las tensiones, nos pone a prueba, ve si somos capaces de reírnos o si somos meros gruñones sin cabeza:

ir por la calle con unos pies sismógrafos
registrando la ternura de la tierra
pasar de largo bancos, estatuas, cuarteles
pararse donde estalle un silencio o un quejido
dar cuerda al corazón para que marche aprisa
decir adiós, el último
como decir los buenos días.

El poema se convierte en un instrumento de la vida y que permite y prolonga la vida. Además, nos permite acercarnos a la creación, nos hace poetas, intermediarios entre la divinidad y los demás. A la vez, nos regresa al don original de la liturgia: el contacto con la divinidad. Por instantes, somos grandiosos, plenos.
En este libro, la autora, trabajadora incansable, comenzó a corporizarnos el mundo de Peñalosa y comenzó a demostrarnos que el mundo había cambiado, que las lecturas se habían enriquecido y que el quiebre de las izquierdas propiciaba una justicia más plural. Entró a bibliotecas, a archivos particulares, invadió las posesiones del difunto, valoró sus altas y sus bajas, suspendió sus prejuicios de investigadora e imaginó las fidelidades y traiciones detrás de una nota de periódico, de un comentario, de un chisme.
No sólo siguió sus pasos, cuestionó sus orígenes y encontró datos que confirmaron o negaron sus dudas y, entonces, insatisfecha, pero mujer práctica al fin, imaginó en Roman Ingarden la llave, el pretexto, para develar algunas de las lecturas y de las realidades que esas palabras escondían. Encontró además que Peñalosa había encontrado en David Ojeda a un justo crítico y a un admirable lector que estableció los puentes intergeneracionales:
El libro corre ahora su propia suerte y habrá de jugarse la vida en numerosas batallas, siempre y cuando tenga un lector dispuesto a la refriega.

En este diccionario puede estar usted

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En este diccionario puede estar usted
Alejandro García


Faltan muchos protagonistas, es cierto, sobrarán algunos que otros, también es verdad, pero no hay que angustiarse por eso ni comerse las uñas; a fin de cuentas, no se trataba de lograr una obra totalizadora y completa, sino, en todo caso, un trabajo meramente enunciativo.

José Enciso Contreras



El brillante y tesonero historiador José Enciso Contreras ha publicado (con la colaboración de Rocío del Consuelo Delgado Rodríguez y José Juan Espinosa Zúñiga) el Diccionario biográfico universitario de Zacatecas (siglos XVIII-XXI) (Zacatecas, 2010, UAZ/ COZCYT/ CONACYT, 381 pp.).
El trabajo es importante y sumamente útil, por un lado, e infinito, por el otro. El Diccionario Biográfico Porrúa durante mucho tiempo dio por muerto a Efraín Huerta, lo que solía regocijar al ya asumido cocodrilo guanajuatense hasta que el último sueño lo alcanzó y entonces lo falso pasó a ser inexacto. De allí que siempre habrá cosas que falten o sobren en una obra que tiene tantas aristas.
El mismo título presenta dificultades que el historiador explica en la “Presentación”, eso que si no se explica como generación de blasones corre el riesgo de tornarse en histórica disonancia cognitiva: la existencia de múltiples instituciones educativas que a lo largo del tiempo cumplen una función más o menos similar en formación y en alcance social, pero que en estricto sentido corresponden a entidades diferentes, de allí que nuestras autonomías tan jacobinas hayan de buscar sus orígenes en las andanzas jesuíticas.
Quisiera dedicar algunos números a tan valioso esfuerzo: incluye las fichas de vida de 507 universitarios de Zacatecas. La mayor cantidad corresponde a la letra C con 55 personajes, siguiéndole R (54), M (51), G (47) y D (41). La menor cantidad se encuentra en la K y la Q con 1 personaje cada una, siguiéndoles N y J con 2 y U con 4. (48.91 % vs. 1.97 %).
Abarca a 14 (2.76 %) personajes del siglo XVII, 34 (6.7 %) del XVIII, 83 (16.37 %) del XIX y 258 (50.88 %) del XX. 118 (23.27 %) personajes no datan su año de nacimiento por lo que no siempre es posible ubicarlos, aunque la mayoría corresponda a personajes del XX. Corriendo el riesgo quedan: 3 del siglo XVIII, 26 del XIX y 89 del XX. Sólo 20 corresponden a mujeres en este rubro.
El libro consta de 25,006 líneas en las fichas biográficas, lo que da un promedio de 49.32. De los 507, 212 constan de 50 líneas o más (41.84 %), mientras que 295 (58.18 %) tienen 49 o menos.
Las fichas más abundantes corresponden en orden descendente a Moreno García, María Alejandra, 1957, 209 líneas; Basurto-Minchaca Flores, Félix, 1932, 202; Rodríguez Valadez, Juan Manuel, 1959, 201; Correa, José Joaquín, 1953, 195; Gómez Serrano, Jesús, 1958, 194; Ramos Dávila, Yrene, ?, 191; Valerio Quintero, Juan Francisco, 1949, 173; Enciso Contreras, José, 1962, 157; García González, Irma Gloria, 1951, 155; Morales Muela, Juana María Guadalupe, 1964, 150; Arauz Mercado, Diana, 1966, 147; Terán Fuentes, Mariana, 1964, 139; Hernández Delgadillo, José, 1928, 138; Cuevas Murillo, Óscar, 1960, 135; Valdez Cepeda, Ricardo David, 1960, 135.
Las más breves corresponden en orden ascendente a Tobler, Juan, ?, 3 líneas; Del Corral, Hernando, 1618, 4; Noyola, Elvira, ?, 4; Montañés, Jesús, ?, 4; Ruiseco, Juan, ?, 5; Ortiz Santos, Gabriel, ?, 5; Guerrero, Teodoro R., ?, 5; De Calera, Juan, ?, 5; Soria, Fernando, ?, 6; Reyes Robledo, Arturo, ?, 6; Córdova, Luis G., ?, 6; Castro R., José, ?, 6.
Las aportaciones son más abudantes en las décadas de los años 50 (89), 40 (42) y 60 (37), lo que representa un 33.13 % del total. Los años de nacimiento que más aparecen son 1951 y 1959 con 13 cada uno. El personaje más antiguo es Cobián, Andrés, 1615 y el más reciente a Gómez Jorge, Luis Lázaro, 1995.
Para los amantes de las precisiones atómicas sería necesario un diccionario por esfuerzo y por etapa de acuerdo con nombres y épocas históricas, los soñadores de totalidades habrán de recurrir a Borges para plantear que hay tantas oscuridades en una institución cuyo mejor mapa tendrá el tamaño y la exactitud del modelo, de allí que se necesitará la labor detectivesca de los que están, de los que estuvieron, de los que pasaron, de los que no se dejaron ver.
Es muy recomendable adquirir este diccionario que seguramente conocerá nuevas ediciones corregidas y aumentadas y no estará de más esperar que los famosos caínes de la política aparezcan en el diccionario, es la única manera de poner en la tela de las discusiones ciertas conductas humanas y es también la única manera de escapar al agobio de la historia de facciones.
El libro tiene envidiables cualidades, a pesar de los asedios: es una obra que muchos, yo, quisieran haber escrito, porque representa un reconocimiento el paso trascendente del hombre por una o varias instituciones durante la Modernidad.

martes, 7 de febrero de 2012

Infancia, soledad y destino


]Efemérides y saldos[


Infancia, soledad y destino
Alejandro García

Nadie sufre tanto y tan solo como un niño.
Héctor Manjarrez



Yo te conozco. (México, 2009. Era/UNAM, 175 pp.) transcurre en la década de los 50, para mayor precisión por el 57, año en que murió Pedro Infante, tembló en la ciudad de México y el Ángel de la Independencia terminó en el suelo y los soviéticos mandaron un perrita, llamada Laika, al espacio.
Es la década de la modernización de México, años duros de la institucionalización revolucionaria. Aún faltaban años para el fin de El Milagro que no se iba ni con melón ni con sandía en la retórica. La Guerra Fría campeaba ya y la lucha por el espacio y la duda sobre la presencia de seres extraterrestres entre nosotros, los marcianos, todavía no favoritos, estaba latente y era el bastidor del reparto del mundo. La ciudad dejaba oír mambos y chachachás a manera de ambiente tranquilizador o electrizante llamado al optimismo.
Julio y Marco, los Romanitos, no sólo por la herencia onomástica imperial, sino porque son habitantes de la Colonia Roma, el ombligo de la ciudad, el término medio, el trampolín hacia las alturas o hacia la sima de la escala social. Viven bajo el cobijo de la madre, presencia portentosa y cálida, ante la ausencia del padre que ha tomado su papel de dilplomático en serio y ha emprendido las de Villadiego. También la gran ciudad fue territorio de mujeres enlutadas, guapas, eso sí, ¿Sigue tan guapa tu mami? Ahí me la saludas, no se te vaya a olvidar (p. 168), parece enseñarnos Manjarrez, y ya lo había señalado antes Pächeco. Al igual que el Imperio, la casa de Julio y Marco se ha fracturado: Ellos no lo notaban porque, cono los ojos cerrados, buscaban algo que no sabía qué era dentro de sí mismos (p. 175).
En este territorio acosado, salvaguardado por la madre, por un regente de hierro, un país viento en popa, los niños habrán de iniciarse en los umbrales de un mundo duro. La novela abre con un conflicto departamental porque María, un verdadero monumento al cuerpo, es despedida porque ha metido a un hombre a su cuarto y ha sido sorprendida por el casero, un español soplón y ardiente por las formas de la mujer: rendido admirador de las redondeces de María, y de su manera tan ceñida de vestirlas (p. 14). Mala manera de emprender el vuelo para los personajes, siempre la estética de la carne es mejor acompañante para las pruebas de la vida.
Mientras Marco, el pequeño, siente el golpe contra la sensualidad y sufre los embates de la hepatitis, Julio, conquistador al fin, se indigna por las miradas y piropos sobre Marío, pero ante todo vigila la posible presencia de marcianos en el entorno, V277. Marco habrá de recibir un regaño porque en los capítulos finales deja entrar a María a la casa, previa noticia de que por allí se paseaba la dama e incluso se llega a especular de una posible relación con el gachupín delator. Julio tendrá su prueba de fuego cuando es perseguido por unos jóvenes que quieren su bicicleta y se estrella en un poste, su relación marciana aterriza de mala manera, mientras los soviéticos aprovechan la propaganda para elevar a una perrita a la altura del heroísmo.
Es interesante esta novela de Héctor Manjarrez, un escritor que inició su trayectoria muy cerca de la etiqueta de ondero, ya que fue incluido en Onda y escritura en México de Margo Glantz. Eso pudo haber influido para que sus libros Acto propiciatorio y Lapsus (1970 y 1971, Joaquín Mortiz) no tuvieran la relevancia que merecen. Después vino una época de silencio o discreción, sin explicaciones a la vista, por lo menos yo no las conozco, y después otra en donde los conflictos existenciales eran la fibra de sus relatos: No todos los hombres son románticos (1983), Canciones para los que se han separado (1985), Pasaban en silencio nuestros dioses (1987). La más reciente tendencia se refiere a otra dimensión del rescate de la experiencia: El amor de su vida. México (1999), La maldita pintura (2004), El bosque en la ciudad (2007).
Yo te conozco pertenece a esa línea narrativa en donde la ciudad es importante como recuperación de la memoria. El mejor ejemplo de esta serie es Batallas en el desierto (1981). Pero la novela de Manjarrez va más allá, no sólo se acerca a dos niños que pueden ser uno solo, escindido entre la preocupación por la justicia, sobre todo si se acompaña de un grandioso cuerpo, y los peligros eternos al país, peligros que ponen en vilo la libertad humana. Yo te conozco habla de la infancia, de su inevitable final en soledad, de los sufrimientos que fraguan para siempre y ayudan a desafiar al destino.





lunes, 6 de febrero de 2012

Envejecer de juventud

]Efemérides y saldos[


Envejecer de juventud
Alejandro García

No quiero convertirme en un nine to five, no quiero un juego de plumas Mont Blanc en la solapa de mi saco Hugo Boss, no quiero ir a bares de franquicia a verme engordar comiendo fajitas y dejando malas propinas. Me niego a ser yuppie aunque me tienta el dinero para rentar un lugar acogedor donde llevar a cuanta vieja se me antoje y drogarme sin problemas.
Jorge E. González Ayala


Más noche que ayer en la noche de Jorge E. González Ayala (México, 2010, Plaza y Janés, 195 pp.) es una novela provocadora, ágil. Desenfadada, desinhibida, muestra ese paso de la juventud a la madurez en donde uno se cuestiona si hubo un rito de paso o simple y sencillamente fue la preparación para la muerte.
Ligada temáticamente a novelas como El guardián entre el centeno de J. D. Salinger o La Tumba o De perfil, entre nosotros, de José Agustín o, más recientemente, a El búfalo de la noche de Guillermo Arriaga, narra las peripecias de un estudiante (Iberoamericana, Comunicaciones, en receso), inmerso en la vida agitada propia de su grupo, caracterizada por una vida sexual a la medida, el consumo de droga, la asistencia a centros nocturnos, la presencia en ciertas de una clase social alta.
Su vida es un aburrimiento, su rebeldía con el entorno se manifiesta en paréntesis antes de seguir la vida de adulto, como el mismo Caulfield de Salinger. Es cierto que dentro de la aventura se corre el riesgo de la pérdida total, pero es sólo un titubeo, un nuevo paréntesis, antes de que entren en funcionamiento los mecanismos de sobrevivencia.
El contexto ha cambiado, la presencia de la muchachada en el podium de las provocaciones ha dado paso a su desaparición de los escenarios y a la marginalidad, en espera de la nueva explosión que arrebate lo que les pertenece o que desatore lo que impide su inserción en un mundo de oportunidades.
Rodrigo tiene su vida resuelta, no presenta los titubeos propios de los personajes de Salinger o los iniciales de Agustín (no les interesa mayormente el sexo): lo dice de entrada: “Jessica viene todos los martes y jueves a las diez en punto a coger conmigo. No somos novios ni muy amigos, pero desde hace años nos profesamos un placentero culto carnal... está buenísima” (p. 9). Lo demás puede esperar su tiempo, el destino parece dibujado.
Pero el personaje va por más, se enreda con una chica de un table dance, Nancy/Pamela, vive su affaire, violenta el sexo con la que pudo ser su novia de manita sudada, Lorena, y con la hermana de ésta, se embarca en el consumo y en la venta al menudeo de droga, se coloca en el margen del reto y tiene que recurrir a sus mejores alianzas para salir adelante.
Nunca podrá dar un salto que lo lleve a otra estado o a otra condición, el orden le permite una oportunidad de desafiarlo, sea militancia, sea puro desmadre o como se le quiera llamar. Después vendrá lo que no quería, la chica de los martes y jueves, Jessica, se convierte en su pareja, el medio lo apapacha, no ha pasado nada, es cosa de jóvenes, lo bueno es que la taza que se rompió ni siquiera era de la casa.
Destinados a ser carne de cañon, buenos emuladores de los movimientos de la era, el cuerpo aprende, esperanza de los padres en reproducir los sueños de desencanto y ruina moral, los jóvenes se hunden en el camino de iniciación en que todo acto se convierte en uno más de una vulgar monotonía que los avasalla y los condena a ser pieza de relojería. No hay novedad, ni inventiva, las opciones traumáticas están listas para arrojar buenos ciudadanos.
Nos movemos entre una visión ideal de los jóvenes en que son el porvenir, los injustos herederos de una mundo que hemos sida incapaces de transformar para bien y otra donde sospechamos de ellos cuando atraviesan la cortina de humo y estallan y rompen el cerco. Eso, desde luego no pasa en la novela, pero es la tentación para los jóvenes que ven que a pesar del fin de los maniqueísmos de bloques en el mundo, el mundo no es bueno para ellos. Rodrigo regresa de la picardía a más aburrimiento:
Volví con Jessi a la universidad. Trabajo en una agencia donde mi amigo Leonardo es director general. Entro a trabajar a las nueve, salgo a las cinco y media, no uso traje ni plumas Mont Blanc; pero, güey, no me puedo quejar, me va bastante bien; soy director creativo, tengo una futura esposa de cuerpo escultural que va martes y jueves a las diez en punto a los aerobics” (p. 195).
Que siga el sueño de los jóvenes.