lunes, 6 de febrero de 2012

La revolución que vio Azuela ¿Festejos?




]Efemérides y saldos[


La revolución que vio Azuela. ¿Festejos?
Alejandro García

Creyó haber descubierto un símbolo de la revolución en aquellas nubes de humo y en aquellas nubes de polvo que fraternalmente ascendían, se abrazaban, se confundían y se borraban en la nada.
Mariano Azuela


En este momento de euforia editorial por novelas históricas que lleven al lector a los caminos de la independencia, de la revolución, de la reforma y al periodo prehispánico, se puede ver que la novela histórica de mejor factura está en Ibargüengoitia para la independencia, en Fernando del Paso para la reforma y en Mariano Azuela y Martín Luis Guzmán para la revolución inmediata y en el Carlos Fuentes de La muerte de Artemio Cruz para una visión más decantada, pero que mucho se nutre de los novelistas-testigo.
De la efervescencia editorial poco se salvará, pues se ha anclado a la elegía y al momento de festejo, a la historia de bronce, de allí que salvo momentos estilísticos de buenos escritores (Aguirre, Molina, Del Palacio, Parra, Trueba, Palou), las grandes obras brillen por su ausencia. Seguimos esperando la gran novela de la conquista y de su antes. Desde luego, siempre es posible que nos ocurra lo que a Azuela, que la gran novela esté pasando desapercibida.
Los de abajo cuenta la historia de Demetrio Macías entre un poco antes de la batalla de Zacatecas y un poco después de la derrota de Villa en Celaya (julio de 1914-abril de 1915), cerca de dos años, pues festejan el primer aniversario del triunfo en Zacatecas. Las tres partes de la versión definitiva de la novela se ubican en la Toma de Zacatecas, en la Convención de Aguascalientes y en la Batalla de Celaya.
En la primera parte Demetrio Macías huye de su casa, el Limón, a causa de desavenencias con el cacique del pueblo. Se le unen algunos hombres y entran en batalla en la zona de los cañones y después bajo las órdenes del general Pánfilo Natera. Es el momento de gloria de Macías y el momento en que su consejero, su intelectual, Luis Cervantes, contempla la batalla a buen resguardo. Atrás ha quedado la huida de Demetrio de Juchipila. El consejero empieza el proceso de discursivización de la guerra civil, lo que devendría en la historia de facciones y en la sepultura de Díaz por varias décadas:

“No comprende todavía su verdadera, su alta y nobilísima misión. Usted, hombre modesto y sin ambiciones, no quiere ver el importantísimo papel que le toca en esta revolución. Mentira que usted ande por ahí por don Mónico, el cacique; usted se ha levantado contra el caciquismo que asola toda la nación. Somos elementos de un gran movimiento social que tiene que concluir por el engrandecimiento de nuestra patria. Somos instrumentos del destino para la reivindicación de los sagrados derechos del pueblo” (p. 45).

En la segunda parte los personajes viven la revolución en medio de una partición entre villistas-zapatistas y carrancistas que los supera. Triunfan, avanzan, pero hay el llamado a ir más allá. Demetrio Macías permanece en el escenario donde el Güero Margarito y la Pintada ponen el tinte festivo y macabro de la época. Son arrebatados, ambiciosos, pero cierto humor los cobija y les brinda apoyo entre la tropa. Macías se pierde en este proceso de incipiente institucionalización que está lejos de imponerse. Cervantes pasa la frontera y allá se queda, otra vez a buen resguardo.
En la tercera parte Demetrio regresa a Juchipila, aparece un personaje Valderrama, que comparte con Cervantes o con Solís el don de la reflexión, pero en este caso más parece la profecía del fin, la cual se da cuando los hombres de Macías y su líder son muertos en el cañón del que salieron a la revolución y al cual vuelven a morir.
Los de abajo se publicó por entregas en El Paso, Texas, en 1915 (en 1916 como libro). En 1920 tuvo su edición corregida y aumentada, sin nota editorial que lo indicara. Fue redescubierta por Francisco Monterde al suscitarse una polémica en la que el mismo Azuela participó entre 1924 y 1925. Su edición definitiva fue fijada después de la muerte del autor (Obras completas, 1958). En 1983 el FCE había vendido un millón de ejemplares en su colección popular.
Desde hace tiempo se ha convertido en rico testimonio de una revolución que se fue construyendo a sí misma sobre la marcha y sobre los triunfadores en turno. A la agonía de un régimen, la muerte colectiva, el caos que sobrevino, se agrega la capacidad de operar liderazgos y “avances” (botines) propios del triunfador:

“—Los curros son como la humedad, por dondequiera se filtran. Por los curros se ha perdido el fruto de las revoluciones” (p. 359).

Después de cada batalla ganada, los combatientes festejaban. Hoy no. Hoy están muertos, hoy los festejan, hoy la revolución parece muerta.

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