lunes, 6 de febrero de 2012

Resurrecciones en Atacama

]Efemérides y saldos[


Resurrecciones en Atacama
Alejandro García

El Cristo de Elqui sintió su corazón dar un vuelco. Sin dejar de orar, abrió un ojo y miró de soslayo las manos del difunto entrelazadas a la altura del pecho. Fue como si lo hubiesen alzado del suelo halándolo de sus largas greñas nazarenas. ¡Era verdad! ¡El muerto estaba moviendo las manos! Había sucedido lo que soñó en todos esos años de predicar el evangelio en honor a su idolatrada madrecita.
¡Había resucitado a un muerto!
Hernán Rivera Letelier


El desierto de Atacama ha sido célebre por sus muestras de resistencia social y por sus aportaciones al arte. Zona de vida extrema donde se conjuga la miseria y la riqueza, la opresión y la rebeldía, la naturaleza que exige instinto e inteligencia para aguantarla y el hombre que da muestra de sagacidad para construir allí vida y afrontar las contradicciones sociales.
Ejemplo reciente es el de los mineros de la mina San José en Copiapó, ejemplo distante es el de la masacre de la Escuela de la Santa María de Iquique (1907). La película Actas de Marusia y la Cantata Popular Santa María Iquique hablan de la grandeza de la aventura humana en estas tierras desérticas. Lo dijo Neruda: “ATACAMA// Voz insufrible, diseminada/ sal, substituida/ cenizas, ramo negro/ en cuyo extremo aljófar, aparece la luna/ ciega, por corredores enlutados de cobre”.
El arte de la resurrección de Hernán Rivera Letelier (México, 2010, Alfaguara, 254 pp) obtuvo el premio de esta casa editora, sin duda uno de los más importantes en la actualidad. No deja de ser catalítico que haya sido justo cuando este territorio se puso a la cabeza de las cadenas noticiosas de buena parte del mundo. Detrás de la hazaña por la sobrevivencia y el manejo mass media, con tajada política de por medio, se encuentra la protesta por los mineros que se quedaron fuera de la pantalla y que están sin salario y sin patrón al que reclamarle el pago después del derrumbe.
Domingo Zárate Vega, el Cristo de Elqui, anda y desanda los caminos del desierto (1942), en la zona cercana a la frontera con Bolivia. Allí mantiene un papel mediador con Dios, encarnando la figura del Mesías, uno que no ha podido operar el milagro de la Resurrección, y que cuando cree lo ha logrado se trata de una simple celada de unos bromistas, pero que es capaz de hablar lenguas y remediar pequeños desaguisados cotidianos.
Además de la profecía infantil sobre su destino y de la revelación, con el interín de un amplio trabajo de preparación, al Cristo lo mueve la búsqueda de su Magdalena, a quien encuentra en la Estación Piojo, lugar en donde los mineros se encuentran en huelga. Allí, efectivamente, habita Magdalena Mercado “—Una puta que, además de ser la mejor de todas en su oficio, paisitas —dijo con un brillo lascivo en sus ojos de pájaro—, era poco menos que una santa” (p. 27), mujer de reconcetrada conciencia social, pues ha implementado programas remediativos en donde se conjuga el crédito y la satisfacción sexual de esos obreros que luchan por sus derechos. Aun cuando atiende al patrón, vive solidaria el paro laboral.
La huelga entre en etapa de definiciones y la parte patronal quiere asilar el movimiento, de allí que tanto la prostituta como el Mesías sean expulsados. La presión social tiene éxito y la mujer puede regresar al pueblo, no así el Cristo, quien tendrá que seguir su camino.
La novela se desarrolla en un lenguaje que no por regional pierde su universalidad, allí radica una de sus aportaciones, la de ofrecernos una forma de vida particular que va adquiriendo importancia mucho mayor a la situación narrada. El Cristo de Elqui es uno más de esos iluminados que recorren los caminos y los pueblos exponiendo su palabra, que es divina, que es la del hijo que regresa a salvarnos del pecado, a redimirnos de la pobreza, porque se suelen asomar a la vida de miseria de esos territorios en el límite.
Enfrentados al poder, a la religión que los expulsa de su regazo, a las buenas costumbres que los marginan por prejuicio, esos mesías terminan asociados a la picaresca, a los milagrillos cotidianos, a la satisfacción del cuerpo y a la fiesta del oprimido.
El arte de la resurrección no ha logrado conseguir el portento en su personaje, pero ha permitido ver a trasluz estas sorpresas en que el hombre se impone a la naturaleza y sale en 33 ocasiones más victorioso que Lázaro. Y Rivera Letelier, además de juegos y corridos mexicanos logra mantener vivos a esos personajes que le roban la muerte al desierto y esos seres que cruzan el terrenal negándose a morir, negándose a dejar la creencia en una vida mejor y que con eso logran su resurrección.

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