lunes, 6 de febrero de 2012

La violencia del poder

]Efemérides y saldos[


La violencia del poder
Alejandro García

La inconformidad social no inicia la violencia; por el contrario, surge para que esa violencia cese.
Carlos Montemayor


Carlos Montemayor murió la madrugada del 28 de febrero, el mismo mes que apareció su libro La violencia del Estado en México. Antes y después de 1968 (México, 2010. Debate, 272 pp). La pérdida de un intelectual tan completo es verdaderamente lamentable. Fue clasicista, medievalista (trajo a nuestro entorno algunos de los poemas de goliardos), crítico de la realidad social y de la represión estatal a los movimientos de rebeldía y novelista con temas políticos, lo cual no es usual en un siglo de novelas que disfrazaron la política o la pusieron al servicio de la composición. Lo hizo además en un momento en que el mundo se orientaba hacia la unipolaridad.
Coincidente en algunos renglones de la realidad nacional a la que criticó con Carlos Monsiváis, desde lo que aún llamamos la izquierda, y que se hizo más evidente a partir del alzamiento del EZLN. Podría decirse que Monsiváis tiene un lugar en la aportación al ensayo. Su estilo es de ruptura y de instauración. Curiosamente también es una personalidad que se presta mucho más al juego de los medios de comunicación sin entregarse a sus intereses, de allí esa especie de fiebre a la hora de su muerte. Montemayor es seco en sus planteamientos críticos y creo que será en la novela, en esta peculiar forma de narrar los acontecimientos de guerrilla y movimientos clandestinos y de la violencia que se levanta para aplastarla, donde estará su mayor y mejor aportación a las letras.
Este libro de Carlos Montemayor consta de una breve nota “Sobre el presente volumen” y de tres ensayos. En “Antes y después de 1968”, el más largo, sostiene la hipótesis de que el movimiento estudiantil de 1968 no estuvo infiltrado por agentes soviéticos y cubanos. Montemayor recurre a una gran cantidad de fuentes y demuestra cómo el movimiento fue agredido por fuerzas del Estado. Había grupos sostenidos por recursos públicos que se encargaban de avivar los conflictos. El mejor punto de demostración es el hecho de que el general herido el 2 de octubre fue a consecuencia de un disparo hecho por un agente del Estado Mator Presidencial desde el templo de Santiago Tlatelolco, lo que se agrega a lo ya sabido del batallón Olimpia.
Además de la dinámica interna de los estudiantes señala la existencia de estos grupos que obedecen a las luchas por el poder. La violencia así sería un proceso no sólo contra los grupos críticos sino contra cualquier grupo que pueda garantizas que se manifieste para ajustar cuentas en el ascenso y caída de grupos.
Un dato interesante también se centra en el interés de Luis Echeverría por liderear a los países latinoamericanos, desbancando a Fidel Castro en su lucha por el tercer mundo. Echeverría lo pensó en función de una buena relación con Nixon, de allí la postura de disonancia cognitiva en donde nuestro país defiende a Cuba, pero a la vez acusa en el interior de injerencia extranjera, defiende las causas de los países pobres, pero actúa como esquirol del imperio. Ese camuflaje de grupos de choque nos enfrenta a un juego de poderosos donde toda reivindicación de justicia es apropiada por los grupos de poder.
“La violencia de Estado en los movimientos sociales mexicanos del siglo XX. Notas preliminares” aborda la actitud del Estado de no reconocer las manifestaciones contrarias a su idea y de no vincular la existencia de estas manifestaciones con la realidad social. Se les descalifica, se les persigue, se les encarcela y nunca ha reconocido la autoridad la esencia de su reclamo. Es más, se pretende hacer creer que esa violencia es resultado de una ley natural o de una exigencia de la mayoría.
“Los movimientos guerrilleros y los servicios de inteligencia. Notas reiteradas y nuevas conclusiones” habla de esa persistencia de la inteligencia y la autoridad en no reconocer las condiciones sociales que obligan a rebelarse y da ejemplos claros de cómo la resistencia aparece después del exceso de violencia. Esto se da en el caso de Lucio Cabañas, de Genaro Vázquez. Pero está también la represión posterior a las elecciones en el 52, el acoso de las fuerzas policíacas y del ejército sobre la multitud henriquista, la matanza, o en la impunidad de los grupos paramilitares en Chiapas, en particular en Acteal.
A partir de la presidencia de Salinas de Gortari, al gobierno en turno le ha importado más la construcción de una percepción, más que la realidad social. De allí que se empiecen a ver los fracasos de las encuestas, la gente se oculta porque detrás de esa percepción de decencia, de aliviane, está la mano que golpea y que avienta al río revuelto.


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