miércoles, 15 de febrero de 2012

La independencia que vio Ibargüengoitia ¿Festejos?

]Efemérides y saldos[


La independencia que vio Ibargüengoitia. ¿Festejos?
Alejandro García

—Al paso que vamos —le dije— nunca tendremos un ejército en forma. Siempre será un gentío.
Jorge Ibargüengoitia


Los pasos de López (1982, Océano, desde 1987 Joaquín Mortiz, 171 pp), cuenta la llegada de Matías Chandón a La Cañada a disputar una plaza de “comandante de la batería y jefe de artificieros”. Se da cuenta de que el lugar está lleno de conspiradores y que él está dentro del complot. Avanzará en él y con él una vez que se entere de que las oposiciones son un juego de dados cargados en contra del hijo del Intendente, Pablito Berreteaga. No estamos en la historia broncínea, estamos en el teatro de los acontecimientos, la vida apacible de provincia se convierte en campo de energías donde es difícil tener una amplia perspectiva o grandes ideales, aunque éstos existen. Ese infierno chico será el caldo de cultivo en donde aparecerá el gentío, rebasando los pleitos de vecinos, los espionajes de patios y corrales.
Existe el entrono que rebasa y permea: el aire independentista que sopla del norte, la invasión napoleónica y la acefalia del imperio, el sueño de la razón y de las luces, la partición de la sociedad en peninsulares y criollos y los demás, desde mestizos hasta castas. El mundo cambiará. Jorge Ibargüengoitia logra apresar el acontecimiento, el tiempo del ciclo y el largo aliento.
Chandón será cultivado por los Corregidores, Carmen y Diego, seducido por la figura de Periñón, Ontananza y Aldaco, los militares, Adarviles, el eslabón débil, por el bando de los inconformes, y resistirá las advertencias del licenciado Manubrio, quien se convierte en el testimonio del orden junto con el alcalde, el coronel y el intendente, y del resentimiento, pues se entera que no ha sido aceptado en la tertulia.
Aparecen los actores de esta múltiple representación: la de personajes históricos en la memoria colectiva o en el altar de la patria, la de personajes en una novela, la de actores en una comedia que escenifican dentro de la tertulia que es la máscara de la conspiración. Sólo allí existe López, en los enredos de La precaución inútil: “Carmelita hacía el papel de Rosina, una muchacha tonta, bella. huérfana, heredera y rica, el presbítero Concha era don Baldomero, el villano, un viejo tramposo, avaro y libidinoso, que quería casarse con ella, —sin que ella se diera cuenta—, Ontananaza era Lindoro, el galán, un noble que para cortejar a Rosina se disfrazaba de aldeano. Periñón era López, criado de Lindoro y el personaje más interesante de la comedia, él enredaba y desenredaba la acción, resolvía todos los problemas y al final recibía todos los castigos. El señor Borunda, el doctor Acevedo y el capitán Adarviles representaban personajes secundarios —e infames. Cecilia era Cerlina, la criada de Rosina, y Diego se empeñó en que yo leyera un papelito breve, de Bromudio, un criado, de quien Cerlina está enamorada” (pp. 40-41). López es también el que al final firma su arrepentimiento, como si el autor o el narrador le dieran así el paso, desde la comedia, a la gloria, una vez que lo han hecho personaje cercano a nosotros.
Chandón recuerda como sobreviviente de los hechos (“a la luz de los treinta años pasados, me asombra la variedad de suertes que el destino nos reservaba a los que estábamos allí. La mayoría están muertos, pero mientras unos descansan en el altar de la Patria, los huesos de otros yacen en tierra bruta”, p. 40), y bien casado con Cecilia Parada también conspiradora. Él mismo explica, hubo muchos comportamientos en esos hechos circunscritos a pequeños territorios, a acciones medibles y en mucho risibles, pasados por los rencores y las riñas de todos los días: “Cumplí mal ese juramento, pero otros lo cumplieron peor” (p. 53). También en él ganó la comedia.
Sobresale el papel cohesionador y seductor de Carmen, mujer íntegra que no pasa de ser besada en la mano y que contiene el furor de los futuros integrantes del panteón patrio, mientras el marido purga en sudor y malabares el papel de bisagra entre orden y desorden.
Está también Periñón, el carismático, el sensual (tres misteriosas sobrinas y una entusiasta recepción en el burdel lo rubrican), el hiperactivo, el sacerdote, el pícaro (iba para doctor y se jugó el futuro a las cartas), quien con un pie en el orden y en la institucionalidad eclesiástica es la otra bisagra, la que se une a la gente, la que llama a combatir e integra un ejército que a más del descontento va bajo su palabra embriagadora y su figura paternal. Multitud que no duda en desertar una vez que las derrotas llegan: —Se fue la mitad del ejército. No entendí lo que me decía. —¿A dónde? —Desertaron. (p. 157). Sería que habían empezado a festejar.

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