viernes, 10 de febrero de 2012

Grandiosidad de lo leve


]Efemérides y saldos[


Grandiosidad de lo leve
Alejandro García

En México, fuera de los vestigios y de la cultura popular, se acabó la cultura católica. Se quedó al margen, en uno de los siglos más notables de la cultura mexicana: el siglo XX.

Gabriel Zaid

La Poesía, la más inocente de las ocupaciones, es un bien peligroso; devela ocultando.
Irma Guadalupe Villasana Mercado


Joaquín Antonio Peñalosa trabajó en el desierto de una cultura católica mexicana en ruinas (dixit Gabriel Zaid), caminó los senderos de la literatura, cargada hacia la izquierda y sus violentas escisiones. Para colmo de retos, Peñalosa trabaja los pequeños temas, se asocia al optimismo, a la bondad, a la levedad.
La publicación de Hálito poético: la poesía evangélica de Joaquín Antonio Peñalosa de Irma Gaudalupe Villasana Mercado (México, 2009. H. Ayuntamiento de San Luis Potosí, 170 pp.) se instaura en un momento de reacomodo de esas “condiciones”.
El siglo pasado no sólo vio el momento de brillo de la barbarie justo cuando se suponía el tiempo de las felicidades y de realización de las utopías había llegado. Al parecer la razón se extravío. La tortura se hizo en la derecha, en el centro y en la izquierda, en esta tierra y en el más allá.
Al ver los escombros de los paraísos artificiales, también se han visto las carencias sostenidas del mundo liberal y ha sido necesario deslastrar la mente, desocuparla, volver a lo que la rutina arrebató, lo que la politización enajenó en nombre de la conciencia y de la libertad.
Al ejercicio poético del mundo al revés que desde la levedad nos adentra en los misterios del peso para retornarnos al alivio de la levedad reforzada, Peñalosa agrega su condición de sacerdote. Milita en la iglesia y lo hace para remediar problemas concretos: la orfandad, la crisis de la fe, la falta de sentido de la vida en los fieles con que establece contacto. En sus obras y en sus homilías no se encuentra un discurso de choque, se adivina una cultura que es conciente de las pérdidas que ha sufrido la institución por alejarse de la doctrina. Se alinea así con los orígenes, con sus valores y establece así el papel pleno de acompañante entre el creyente y la divinidad.
Desde el ministerio sacerdotal y el oficio poético Peñalosa construye un mundo de versos. Heterodoxo, ahora sí, rompe con la poesía y con la liturgia de su tiempo. No es el afán religioso convencional el que mueve a los poemas ni el que divide partes de sus poemarios en los rituales de la liturgia. Desafía a la poesía, parece someterla a la liturgia. Desafía a la religión, parece someterla a la poesía. El poeta se apodera de algo que pertenece a otro mundo y lo hace propio. Con la frescura y la innovación de los primeros cristianos, con su fuerza vital, con el lenguaje como aliado y deslastrado de prejuicios y dogmas, tiende la pluma y nos introduce a un nuevo universo.
Peñalosa juega, se divierte, nos baja las tensiones, nos pone a prueba, ve si somos capaces de reírnos o si somos meros gruñones sin cabeza:

ir por la calle con unos pies sismógrafos
registrando la ternura de la tierra
pasar de largo bancos, estatuas, cuarteles
pararse donde estalle un silencio o un quejido
dar cuerda al corazón para que marche aprisa
decir adiós, el último
como decir los buenos días.

El poema se convierte en un instrumento de la vida y que permite y prolonga la vida. Además, nos permite acercarnos a la creación, nos hace poetas, intermediarios entre la divinidad y los demás. A la vez, nos regresa al don original de la liturgia: el contacto con la divinidad. Por instantes, somos grandiosos, plenos.
En este libro, la autora, trabajadora incansable, comenzó a corporizarnos el mundo de Peñalosa y comenzó a demostrarnos que el mundo había cambiado, que las lecturas se habían enriquecido y que el quiebre de las izquierdas propiciaba una justicia más plural. Entró a bibliotecas, a archivos particulares, invadió las posesiones del difunto, valoró sus altas y sus bajas, suspendió sus prejuicios de investigadora e imaginó las fidelidades y traiciones detrás de una nota de periódico, de un comentario, de un chisme.
No sólo siguió sus pasos, cuestionó sus orígenes y encontró datos que confirmaron o negaron sus dudas y, entonces, insatisfecha, pero mujer práctica al fin, imaginó en Roman Ingarden la llave, el pretexto, para develar algunas de las lecturas y de las realidades que esas palabras escondían. Encontró además que Peñalosa había encontrado en David Ojeda a un justo crítico y a un admirable lector que estableció los puentes intergeneracionales:
El libro corre ahora su propia suerte y habrá de jugarse la vida en numerosas batallas, siempre y cuando tenga un lector dispuesto a la refriega.

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