lunes, 6 de febrero de 2012

Otra realidad

]Efemérides y saldos[


Otra realidad
Alejandro García

La evasión es un camino hacia ninguna parte… pero no hay que sufrir ni atormentarse, iniciemos el juego; el ambiente es propicio, sólo la magia perdura,
Amparo Dávila


Amparo Dávila es tejedora grandiosa que ve en la normalidad el apagamiento de la vida interior y en el roce con lo desconocido el riesgo que mata o que revive. A veces la irrupción es de golpe, otras la realidad pasa frente a nosotros y no se tuerce sino avanzados los acontecimientos. No es extraño el final que nos sume en el laberinto, en el desasosiego, en la reconciliación con la vida o en la renuncia a ella.
Hay cuentos en que la palabra no se nombra, el peligro se siente circular en torno a los personajes, pero no se sabe de su naturaleza. Hay las historias donde el yo se contempla en dos momentos y ajusticia su presente en función del hubiera que se plasma. Hay el que ve llegar al personaje del pasado y no es el mismo.
Sus cuentos son fantásticos, pero los pliegues son muchos: sentidos atrofiados o perturbados, cerebros sanos o enfermos, actitudes sanas o patológicas, cuerpos robustos o vencidos. Podemos hablar de un elemento de perturbación en el ambiente o de un encuentro o desencuentro que cambia el rumbo. Está la noche que declara su existencia y sus pulsos y están las ventanas del ser humano que descubren ese murmurar intenso, ese universo que se despliega varias horas para volverse a replegar con las primeras luces. A menudo llega algo que exige ser explicado y en su confusión el hombre comete el error y se hunde.
Este vasto mundo es una simple contracara de cada uno de nuestros actos y deseos. No nos preocupemos, todo es un juego. Es literatura. A contrapelo de las lecturas politizadas, de las interpretaciones didácticas, habrá que decir que la narrativa de la autora de Cuentos reunidos (México, 2009, Fondo de Cultura Económica, 298 pp.) apostó por rescatar la primera función imperecedera de la literatura: divertir. Después encontramos otras: conocer nuestros límites, acariciar nuestros medio, arrinconarnos antes nuestras fobias, torear nuestras peores pulsiones, contemplar nuestra ataúd como se mira a Dios, a veces con un gran temor, otras con rabia y a veces simplemente como tirar sobre el catafalco los dados.
Se pueden trazar rutas, uso de recursos, alineaciones o reniegos de las reglas del género, finuras temáticas, pero al fin de cuentas, con los relatos, casi siempre breves, de Dávila, sucede lo que con lo que afirmó Borges de El Quijote, habría que repetirlos letra a letra, sílaba a sílaba, palabra a palabra, y así desde el principio hasta el final para hacerles justicia.
Cada cuento nos sorprende. En “Tina Reyes” la chica es seguida por un desconocido. Escapa. Se mete a la casa de la amiga a quien ha ido a visitar. Prolonga la estancia. Sale. Allí está el desconocido. Trepa al camión. Se cree a salvo. Ahora está a su lado. Baja y acepta tomar un refresco. Urde la manera de escapar. Es tarde y no podrá regresar en camión. El victimario paga un taxi, la entrega en su casa y le pide verla al día siguiente. El final esparce las dudas: “Había cruzado el umbral de su destino había traspuesto la puerta de un sórdido cuarto de hotel y se precipitaba corriendo calle abajo en frenética carrera desesperada chocando con las gentes tropezando con todos como cuerpos a solas a oscuras que se encuentran se entrecruzan se juntan se separan se vuelven a juntar jadeantes voraces insaciables poseyendo y poseídos bajando y subiendo cabalgando en carrera ciega hasta el final con un desplome un caer de golpe en la nada fuera del tiempo y del espacio” (p. 160)
En “Tina Reyes” asistimos a la resistencia del pensamiento, al alargue de la elucubración. El otro no habla, no hace algo censurable, quiere comunicarse. Cierto, hay el riesgo, el caer en el peligro, pero Tina lo lleva a la punta de los nervios, se deja arrastrar y su acto final concuerda con un mundo interior que explota.
Así se vive a lo largo de estas 37 piezas que conforman un enorme fresco: aquí salta un gato o un par de ojos de fiera, allí se esconde un grito. Dávila reúne en este libro tan necesario y tan fundamental para la literatura mexicana, su compromiso con el lenguaje, con la literatura. Entrega el caudal de su magisterio. No es poco hablar de grandes misterios, de grandes miedos, de lo inexplicable en la vida y no es poco hacerlo a través de personajes al alcance de la mano, de misterios detrás de los visillos o traumas tras un par de hermosos ojos. Es la parte del ser humano que se sigue olvidando, las necesidades del alma, la soledad, la ruina interior.

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