lunes, 6 de febrero de 2012

El precio del juego

]Efemérides y saldos[


El precio del juego
Alejandro García


La historia es desconfiada, primero se percata de que efectivamente el autor está en paz y parece haber perdido el interés por seguir jugando.
Es el momento, aparece tratando de alcanzar la meta. El autor, atento, la atrapa justo a tiempo.
Alberto Ortiz



En el mundo que habitamos y que a veces nos prestan para vivir, lo breve suele ser exclusivo del ocio y de la comodidad. Acostumbrados a ser nuevos ricos, en el mundo de lo práctico, transitamos por lo grande, más que por lo grandioso. A costa del mercado tenemos que ofrecer o aceptar la cantidad necesaria para el consumo, no tanto la calidad para la fuga o para el escape, temible palabra, ahora que el mundo de los principios se tambalea.
Me explico: sólo después de satisfacer las necesidades elementales y otras de nivel intermedio, es que el hombre se da el lujo de entrar a otros mundos por él mismo creados. Para ello ha sido necesario recorrer un largo camino no sólo en el mundo de las necesidades, sino en lo que al lenguaje, al pensamiento, a la literatura, a la estética y los gustos, se refiere. Desde esta selva de signos se retorna a los múltiples pliegues de la realidad.
En unos cuantos versos o en un pequeño texto es posible concentrar la energía necesaria para que el hombre descargue su vivencia y la confronte (el universo en un grano de arena, dijo el sabio). Es difícil que haya una empatía total, es más factible una buena dosis de traición, pero el momento del encuentro es lo importante y el viaje que se da a continuación, bien a partir de un seguimiento del texto, bien a partir de una caída o un ascenso libres.
Fantasmagorías de Alberto Ortiz (México, 2009, Terracota, 95 pp) se inscribe en este sendero de las provocaciones: a la productividad y al canon que triunfa por cansancio. Entrar a sus líneas es ya de por sí una provocación, pues si se acepta el reto debe uno optar por el viaje codificado a partir del texto o por la codificación que del texto hace la vida del lector. No hay muchos asideros. sea el ritmo, sea el lenguaje o alguna referencia, la calidez o la nostalgia, en todas las lecturas es necesario recurrir a la desocupación, al ocio, a la aventura. No es necesario el dato que provoque la catarsis o la certeza tranquilizadora.
La primera instrucción no escrita para leer este libro gravita sobre el juego, sobre sus diversas texturas. Se puede establecer un juego sadomasoquista, cooperativo o beligerante, alcahuete o dinamitero, culto o inculto, lo importante es correr ese riesgo.
Son 75 piezas en donde es difícil encontrar una columna vertebral. Si esto se hace desde el principio, los posibles placeres se sacrifican en pos de una conquista que suele lograrse con mal humor. Es mucho mejor tornarse pieza de rompecabezas, eslabón de una cadena que esconde su después y su antes. Así podrá tenerse un pequeño refugio para la epifanía o para la decepción para los amantes de respuestas que matan la curiosidad.
Después de este inacabable laberinto que van estableciendo los textos afines o no afines, después de este zambullirse en tiros de minas que van a la búsqueda de metales preciosos, puede uno establecer líneas que van por la escatología, los orígenes de un universo que está allí a la vista; el humor, la palabra que esconde y golpea, la referencia culta, la pregunta capciosa o el requerimiento ingenuo. Podrá decidir uno si va por la vía de la totalidad o se queda en el universo de las agujas, de los pequeños piques.
He preferido dejarme llevar por el lenguaje, por esa posibilidad que vivimos algunos y que nos permite alejarnos de una realidad brutal. No escapamos de esta manera a ella, como se pudo pensar en años recientes, pero reivindicamos que ha sido posible a través de este universo de lenguaje y de mundo posibles mantener la duda y la crítica de los horrores humanos. E incluyo aquí lo mismo la soledad a que parece condenarnos la era y el ataque constante en teléfonos, oficinas, calles de nuestras ciudades.
Quisiera recomendar tres de las piezas: “Una visita”, “Velando” y “Estudiante en vacaciones” (pp. 13, 38 y 22). Frente al mundo de la ternura, pesada en el primer caso, refrescante en el segundo, podemos ver la tragedia de la fantasmagoría que ha sido superada por la realidad de los últimos días.
Y me digo, podría llamarse Fantasmagonías, Fantasmogonías, Fanrasmaporías, Fantasmoagonías. Cualquier título sería insuficiente y es inútil pues en la nave va ya Fastasmagorías. Sólo me queda invitar al lector aventurero de estas breves piezas que podrán convertirse en mapa de su vida, en experiencia de lectura, en acertijo de la existencia.


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