miércoles, 15 de febrero de 2012

Era Moro, tenía que cambiar

]Efemérides y saldos[


Era Moro, tenía que cambiar
Alejandro García

“Cambiar todo para que no cambie nada” que el príncipe de Lampedusa adopta como lema de la historia siciliana y que hoy podemos adoptar por lema de la historia italiana.
Leonardo Sciascia



El caso Moro (México, 2011, Tusquets, 186 pp) vuelve al mercado editorial. El secuestro, que estuvo en las primeras planas de los periódicos del mundo en 1978 (entre el 16 de marzo, día del secuestro a manos de las Brigadas Rojas; el 9 de mayo, día en que hallan su cadáver en la cajuela de un auto y el 13 de mayo, día de la misa presidida por el papa Pablo VI y todo el aparato político italiano) y que culminó con la muerte de Aldo Moro Primer Ministro de Italia en dos ocasiones y Presidente del partido gobernante Democracia Cristiana vuelve a nosotros en la pluma de Leonardo Sciascia y su célebre libro publicado en Argos Vergara en 1979.
La buena prosa del autor siciliano, en su origen informe parlamentario, nos permite asistir a este texto híbrido entre el ensayo y la ficción, en donde el hecho histórico deviene en pesadilla y la claridad de ideas se trastoca en errático actuar de los hombres públicos y en donde la materia prima son las cartas del prisionero Aldo Moro y reflexiones sobre sus mensajes y la actuación del Estado durante esos meses en que se pedía a cambio de su vida la libertad de 13 presos. De algo sirven también los comunicados de las Brigadas Rojas y las declaraciones de los correligionarios de Moro durante el suceso. Todo lo funde Sciascia en un documento demoledor.
El libro y el caso se pueden resumir en algo muy simple: no se puede negociar con el enemigo, así sea Aldo Moro la presa, o quizás precisamente porque es él. Además, el cautiverio ha operado un cambio en su conducta, los terroristas han vulnerado su actuar y su pensar. Ya no es hombre de fiar.
Sciascia pone en cuestión todos los elementos que aunados a la torpeza, a la ineficiencia, a la corrupción contribuyeron al sacrificio de una pieza importantísima del aparato estatal (y a una forma de hacer política), lo que, ganancias del perverso juego político, abonó a la fortaleza del Estado frente a la amenaza del terrorismo y, con esto como escudo, avanzar en la misión democrática de los que gobiernan con el cristianismo por delante (otro escudo).
En buena medida el caso de Moro es el del Rey Lear, sólo que él no renunció a sus atribuciones, pero quién como Moro supo de la maquinaria de Estado, del boomerang de los principios y de las traiciones de herederos cuando se trata de dar una lección “al menos implicado”.
Afirman solemnemente que el hombre que escribe esas cartas a Zaccagnini, que pide que lo liberen de la “cárcel del pueblo”, no es el mismo hombre del que fueron tanto tiempo amigos, del hombre al que “por comunión de creencias cristianas, formación cultural e ideales políticos” tuvieron por colega. “No es el hombre que conocemos y que, con su visión espiritual, política y jurídica, contribuyó a redactar la constitución republicana”. (p. 100)
Sciascia habla de ese “adorable” mundo que tanto alabó Pasolini y que lo llevó a la muerte, en donde la mezcla de bandidaje, mafia, inserciones en los órganos gubernamentales cobran caro. Y lo mismo lo hacen en el activismo homosexual de Pasolini que en el del gran propiciador de la integración de los comunistas al gobierno encabezado por la Democracia Cristiana.
De pronto la ética campea y los débiles, los dudosos, los eclécticos se muestran inflexibles, no pueden pactar con el enemigo, así se sacrifique a la pieza que en buena medida nos ha llevado allá. Es la reificación de la decencia. Hacemos lo que se nos enseñó. Moro estaba por destino condenado a muerte, no tenía opciones y las mismas torpezas impidieron que se le encontrara en momentos de su cautiverio:
“El menos implicado de todos”, en efecto. El último y solo él, que había creído ser un guía. El último y solo, precisamente por ser “el menos implicado de todos. Y por eso, por ser “el menos implicado, destinado a más enigmáticas y trágicas correlaciones. (p. 16)
La gran ventaja de la vitalidad de las instituciones es que esos golpes de billar a menudo favorecen. Aldo Moro está en el momento y en el lugar propicio para dar una gran muestra a la sociedad. Los mismos Estados Unidos parecen complacidos con el fatal destino del negociador que había dado cobertura a los comunistas. Era el momento de Chile y la guerra sucia. Era el momento de la Guerra Fría. Era y es el la hora del sacrificio y de los chivos expiatorios.
Moro había cambiado en el cautiverio: era ya un moro.

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