jueves, 23 de febrero de 2012

El cuadro sin sosiego

]Efemérides y saldos[


El cuadro sin retrato
Alejandro García

El político que no se levanta solo no es digno de respeto
Pedro Ángel Palou



Pobre patria mía. La novela de Porfirio Díaz (México, 2010, Planeta, 185 pp) ha alcanzado 5 ediciones tan sólo entre mayo y septiembre del año pasado. El autor, de amplia trayectoria, muy joven él (Puebla, 1966), Pedro Ángel Palou, lo mismo premiado en ambientes académicos que en el ámbito literario, cada vez se desprende más de sus orígenes crackeros y entra a la lucha de los discursos y al campo de los grupos que luchan por la hegemonía.
Esta novela se mueve entre dos fuerzas, las mismas que le proporcionan un terreno sumamente movedizo: el primero es el mercado abierto por el centenario y bicentenario de las gestas nacionales, tan propicio para la novela histórica con el riesgo que implica el adjetivo, ya que lo supedita a la coyuntura. Sin duda, esta novela cumple con amplitud los requerimientos de ese mercado, al acercarnos a la figura del gran ogro de la historia de México, Porfirio Díaz, ahora más bien en regreso pendular, acercándose a la reinterpretación una vez que la retórica priísta, y su apropiación de la aún llamada Revolución Mexicana, ha dado paso a la corrección ciudadana de los panistas, siempre lejanos de la visión histórica. El Porfirio Díaz que Palou nos entrega es un patriota destronado, pendiente del destino del país, listo al regreso, aunque las condiciones históricas y personales le son adversas.
La otra fuerza tiene que ver con los mejores logros literarios en el terreno de lo referencial de mediano y largo alcance, la historia sancionada. Allí he sostenido que las cimas están en el Hidalgo de Ibargüengoitia y en el Juárez de Del Paso, quizás también en el Santa Anna de Serna. La ventaja de estos escritores ha sido el de darle la vuelta a la historia, el de sujetar la referencialidad dentro de la novela y dejar fluir a través de las palabras a esos personajes que primero se deben sostenerse, de tal manera que sujeten a las leyes de la historia o de la tan cuestionada fidelidad a los acontecimientos.
A la broncínea presencia de Hidalgo, Ibargüengoitia la golpea con el humor y desde allí lo rescata; Del Paso deja crecer a Maximiliano y a Carlota y desde allí traza en rasgos difusos a Juárez, lo que también lo pone en consonancia con el discurso, no con los lugares comunes de la historia y a la vez parece inquirirnos el por qué negarle el lugar en la historia al Emperador.
El Porfirio Díaz de Pedro Ángel Palou se sostiene sobre su propia voz, es su rumiar en el exilio el que se impone, las noticias de México, su destierro en París, Egipto, España y su muerte sin poder regresar al país que dirigió durante más de 3 décadas. Acaso el valor radique en esa humildad de la voz que se pregunta por el pasado y no se explica el presente. Los datos del progreso asociados a sus administraciones avalan esa reflexión. Eso lo pone en contrapunto de lo que se ha dicho y reproducido sobre su actuar a lo largo de los años. A Juárez se le satanizaba por comecuras, a Díaz por su mátalos en caliente. A Juárez se le ha limpiado la imagen conforme el estado laico se afianza, pero ¿cómo limpiarle la cara al que dio órdenes para matar campesinos, obreros, ciudadanos fieles, adversarios políticos y maniató las libertades.
A ese nivel la novela de Palou también cumple un papel de arbitraje, de calma, de entrada a un ser que parece responder a los dictados de su tiempo:

Aquí sigo, deambulando, atado a la memoria, como un lastre que no me deja ir, escapar del todo. Soy prisionero de mis recuerdos (p. 177)

El problema está en si esa conciliación de historia e imagen todavía condiciona y provoca convenciones de lecturas. Aún el lector pide un sanguinario que pueda ser transformado, que su derrota vaya más allá del exilio, finalmente el dictador durmió en su cama, dicen los hambrientos de sangre. Creo que esa es la ausencia en la novela de Palou, faltó la vuelta de tuerca, el elemento que le dé vuelta a la historia, que nos obligue a olvidarla para regresar a ella con la certeza de que el personaje nos ha vencido como tal.
En la portada del libro se ve el rostro de Porfirio Díaz desde las fosas nasales, su oreja derecha, el bigote blanquísimo y la barbilla sombreada. Después la camisa blanca, el saco y la corbata negros. La novela de Palou es buena, se deja leer, nos lleva a la historia, pero temo que apenas ha dado un acercamiento a un personaje que no se encuentra totalmente dentro del cuadro, que falta meterlo y someterlo. Porfirio Díaz aún pertenece a la historia.

No hay comentarios: