martes, 7 de febrero de 2012

Infancia, soledad y destino


]Efemérides y saldos[


Infancia, soledad y destino
Alejandro García

Nadie sufre tanto y tan solo como un niño.
Héctor Manjarrez



Yo te conozco. (México, 2009. Era/UNAM, 175 pp.) transcurre en la década de los 50, para mayor precisión por el 57, año en que murió Pedro Infante, tembló en la ciudad de México y el Ángel de la Independencia terminó en el suelo y los soviéticos mandaron un perrita, llamada Laika, al espacio.
Es la década de la modernización de México, años duros de la institucionalización revolucionaria. Aún faltaban años para el fin de El Milagro que no se iba ni con melón ni con sandía en la retórica. La Guerra Fría campeaba ya y la lucha por el espacio y la duda sobre la presencia de seres extraterrestres entre nosotros, los marcianos, todavía no favoritos, estaba latente y era el bastidor del reparto del mundo. La ciudad dejaba oír mambos y chachachás a manera de ambiente tranquilizador o electrizante llamado al optimismo.
Julio y Marco, los Romanitos, no sólo por la herencia onomástica imperial, sino porque son habitantes de la Colonia Roma, el ombligo de la ciudad, el término medio, el trampolín hacia las alturas o hacia la sima de la escala social. Viven bajo el cobijo de la madre, presencia portentosa y cálida, ante la ausencia del padre que ha tomado su papel de dilplomático en serio y ha emprendido las de Villadiego. También la gran ciudad fue territorio de mujeres enlutadas, guapas, eso sí, ¿Sigue tan guapa tu mami? Ahí me la saludas, no se te vaya a olvidar (p. 168), parece enseñarnos Manjarrez, y ya lo había señalado antes Pächeco. Al igual que el Imperio, la casa de Julio y Marco se ha fracturado: Ellos no lo notaban porque, cono los ojos cerrados, buscaban algo que no sabía qué era dentro de sí mismos (p. 175).
En este territorio acosado, salvaguardado por la madre, por un regente de hierro, un país viento en popa, los niños habrán de iniciarse en los umbrales de un mundo duro. La novela abre con un conflicto departamental porque María, un verdadero monumento al cuerpo, es despedida porque ha metido a un hombre a su cuarto y ha sido sorprendida por el casero, un español soplón y ardiente por las formas de la mujer: rendido admirador de las redondeces de María, y de su manera tan ceñida de vestirlas (p. 14). Mala manera de emprender el vuelo para los personajes, siempre la estética de la carne es mejor acompañante para las pruebas de la vida.
Mientras Marco, el pequeño, siente el golpe contra la sensualidad y sufre los embates de la hepatitis, Julio, conquistador al fin, se indigna por las miradas y piropos sobre Marío, pero ante todo vigila la posible presencia de marcianos en el entorno, V277. Marco habrá de recibir un regaño porque en los capítulos finales deja entrar a María a la casa, previa noticia de que por allí se paseaba la dama e incluso se llega a especular de una posible relación con el gachupín delator. Julio tendrá su prueba de fuego cuando es perseguido por unos jóvenes que quieren su bicicleta y se estrella en un poste, su relación marciana aterriza de mala manera, mientras los soviéticos aprovechan la propaganda para elevar a una perrita a la altura del heroísmo.
Es interesante esta novela de Héctor Manjarrez, un escritor que inició su trayectoria muy cerca de la etiqueta de ondero, ya que fue incluido en Onda y escritura en México de Margo Glantz. Eso pudo haber influido para que sus libros Acto propiciatorio y Lapsus (1970 y 1971, Joaquín Mortiz) no tuvieran la relevancia que merecen. Después vino una época de silencio o discreción, sin explicaciones a la vista, por lo menos yo no las conozco, y después otra en donde los conflictos existenciales eran la fibra de sus relatos: No todos los hombres son románticos (1983), Canciones para los que se han separado (1985), Pasaban en silencio nuestros dioses (1987). La más reciente tendencia se refiere a otra dimensión del rescate de la experiencia: El amor de su vida. México (1999), La maldita pintura (2004), El bosque en la ciudad (2007).
Yo te conozco pertenece a esa línea narrativa en donde la ciudad es importante como recuperación de la memoria. El mejor ejemplo de esta serie es Batallas en el desierto (1981). Pero la novela de Manjarrez va más allá, no sólo se acerca a dos niños que pueden ser uno solo, escindido entre la preocupación por la justicia, sobre todo si se acompaña de un grandioso cuerpo, y los peligros eternos al país, peligros que ponen en vilo la libertad humana. Yo te conozco habla de la infancia, de su inevitable final en soledad, de los sufrimientos que fraguan para siempre y ayudan a desafiar al destino.





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