miércoles, 15 de febrero de 2012

¿Qué hacemos con el desamor maternal?

]Efemérides y saldos[


¿Qué hacemos con el desamor maternal?
Alejandro García

Beatrix le dijo a su hija que era estúpida, que era la niña más estúpida que había conocido nunca.
Jonathan Coe


Montada en su mayor parte sobre descripciones de fotografías (veinte) y sobre las vidas de los personajes que en ellas aparecen, La lluvia antes de caer (Barcelona, 2009, Anagrama, 248 pp.) de Jonathan Coe (Birmingham, 1961) nos envuelve en una historia de múltiples pliegues con un eje central, la búsqueda de Imogen por parte de Rosemond. En realidad se trata de la herencia que ella ha dejado, pues ha muerto después de ingerir barbitúricos y ocultar sus huellas para que todo aparezca como muerte natural a sus 73 años. Ha repartido sus bienes entre sus sobrinos Gill y David (hermanos) e Imogen.
La novela ancla sus orígenes en los años de la guerra, cuando Rosemond conoce a su prima Beatrix y se convierte en su hermana de sangre y emprenden juntas el escape de la casa de ésta. Desde allí se perfila una línea de mujeres-hijas hechas a un lado por sus madres, más preocupadas por los hijos varones, por los maridos e incluso por los perros. Familias en donde, como en México, no es raro que la hermana en realidad sea la hija de la hermana de la madre, pero que todo quede en familia y en la sana intención de que la afectada, la madre desde luego, alcance la vida convencional.
Beatrix reproducirá su maltrato en su hija Thea y ésta en Imogen. Rosemond, como la testigo de Cumbres borrascosas, contemplará el ir y venir de esas mujeres de energías desatadas en persecución de sus hombres. Beatrix se escapa con un carpintero a Irlanda, deja a su marido y después de cuatro años regresa sólo para avisar a Rosemond, quien ha establecido una relación de pareja con Rebecca, que no puede llevar a la niña y se las deja durante cerca de dos años.
Un buen día se lleva a Thea, pero siempre será más un obstáculo y aunque va a Canadá con la madre, terminará regresando a Inglaterra donde irá tras los pasos y los desamores de un músico a quien lo único que le interesa es una carrera sin futuro. De esa unión nacerá Imogen, en quien se perpetuarán la violencia y el desamor. Y hasta allí irá Rosemond, la madre imposible, en una especie de deuda que considera impagable.
Con el tiempo, Rebecca abandonará a Rosemond, la tía solterona, la criada que saca del apuro a Beatrix o a sus hijos, pero que encuentra una relación estable con Ruth y en su vida laboral como editora. Pero esa cadena de desamores la obsesiona, desde el momento en que su hermana de sangre, Beatrix no ha podido salir adelante en su vida, desde el momento que recuerda aquella historia del perro más tonto que se pueda uno imaginar “Napoleón”, quien a punto estuvo de ahogarse con un hueso y que luego salió corriendo sin volver jamás y de ello fue responsabilizada Beatrix. El perro era más importante que ella. Esa marca la fastidiará siempre y también a Rosemond.
La novela trata de frente un tabú, el de la naturalidad del amor materno, todo lo contrario será detestado por la especie y castigado por la ley y por el grupo. Sin embargo, Jonathan Coe nos presenta toda una línea de continuidad en que el instinto maternal está herido, muy herido e imposiblitado para cumplirse y no habrá que echarla toda la al culpa a esas mujeres que se reproducen y se pierden en el maltrato de que son objeto.
La lluvia antes de caer juega con dos elementos: el del perro que huye bien para no volver, bien para provocar la muerte, lo que además se refleja en un pájaro que muere en el parabrisas del carro de Gill y en ese no ser y ser al mismo tiempo. Antes de caer la lluvia no es, pero Imogen es esa lluvia que no cae, pero que existe, es esa vida que corrió ajena a Gill y que allí estaba desenlazándose en alguna parte, sujeta a un oscuro designio:

“¿Entiendes entonces que no existe la lluvia antes de caer? Tiene que caer para que sea lluvia.” (…) “Ya sé que no existe”, dijo. “Por eso es mi favorita. Porque no hace falta que algo sea de verdad para hacerte feliz, ¿no?

Recientemente he leído dos novelas que me han dejado pasmado y que ya desde la enunciación me hostigaron con dureza. Tratan temas brutales: el asesinato serial de un joven, incluyendo a compañeros, hermana y padre (Tenemos que hablar de Kevin de Lionel Shriver) y esta novela de Coe que habla de la imposibilidad de las madres para amar (¿también para ser amadas?), debido a las cicatrices que cargan en el alma.




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