domingo, 12 de febrero de 2012

Capas de cebolla

]Efemérides y saldos[

Capas de cebolla
Alejandro García

Como un buitre, mi padre podía encontrar de un vistazo los puntos débiles del contrincante, los vacíos de su retórica o las inseguridades de su persona, y lanzarse sobre ella.
Juan Gabriel Vásquez



En los últimos meses han aparecido en nuestra lengua novelas que a través de un alto tono literario se acercan a las traicioneras aguas mansas de la historia y revelan pliegues de versiones sancionadas. Los informantes de Juan Gabriel Vásquez (México, 2010, Alfaguara, 338 pp), mediante una técnica de capas de cebolla que el lector va retirando (con lágrimas incluidas) se acerca desde los años 90 a la Colombia de antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial. No es una historia total, es un hecho, da a conocer el trato que tuvieron los alemanes cuando el conflicto estalló y cómo fueron confinados en hoteles, donde transitaron del vacacioneo a la expulsión, de la tranquilidad a la desaparición, del logro en la vida a la pérdida o el extravío. O quizás sea más exacto decir que se trata del triste papel que entonces jugó un personaje.
Vásquez da una serie de rondas para llegar a la entraña del drama. Parte de una llamada del padre del narrador, Gabriel Santoro (así se llaman padre e hijo), donde le comunica la urgencia de una operación que le destape una arteria cuando él esperaba que fuera una nueva entrevista de reclamo para prolongar el conflicto por la publicación de un reportaje sobre una emigrada judía, Sara Guterman, y las vicisitudes de los emigrados teutones. La reacción del padre había sido despiadada e inexplicable, había hecho una reseña demoledora del libro, aprovechándose no tanto de su peso como crítico, sino de su fama como formador de oradores en la Corte Suprema. Durante el restablecimiento se da un proceso de cercanía padre, hijo y Sara hasta que el viejo anuncia que hará un viaje a Medellín con su amante Angelina, su fisioterapeuta.
La muerte del viejo Santoro no será por enfermedad, será a causa de un accidente automovilístico al salir de Medellín, dejando a su amante abandonada. La primera capa pues es la entrevista y la noticia de la cirugía. La segunda está conformada por la muerte del padre y por la coincidencia en las exequias con la amante. Allí aparecerá el siguiente enigma: la amante, confidente de las culpas de Santoro, ha hecho revelaciones a algún medio acerca de la verdadera personalidad del hombre íntegro, de allí que la judía emigrada habrá de confesarle a Gabriel la verdadera versión de algunos recovecos que de otra manera no tendrían significación relevante. Sara también tiene dos capas, la versión a la hora del reportaje y la versión cuando está a punto de labrarse la desgracia del difunto, quien había sido elegido para ser el orador en el 450 aniversario de Bogotá en donde se salió del libreto al llamar a una reconstrucción de la ciudad. Póstumamente se le retirarán algunos reconocimientos.
Colombia tenía una comunidad de extranjeros, en ella confluían familias de varias generaciones y exiliados durante los años previos a la guerra, convivían lo mismo la simpatía por el nazismo que las secuelas de la persecución judía, la indiferencia política y la simpatía de cariz norteamericano. Colombia era una fiesta.
Gabriel crece con Sara y con Enrique, éste vástago de vidrieros; ella, hija del dueño del hotel. Los alemanes sufrirán el agobio de las listas negras de los norteamericanos y lucharán por salir de ella con todos los medios a su alcance. No será raro que quienes salgan de ellas sean los verdaderos amigos del nazismo. El padre de Enrique, Konrad Dresser, si bien convive con gente de clara filiación nazi, es un hombre bueno y tolerante (soporta que su hijo exprese su opinión sobre sus amigos), pero cae en las listas y terminará en un hotel de captación, donde permanecerá hasta el final de la guerra y cuando sale, pobre, sin mujer (ella se ha ido) y sin hijo (Enrique ha desaparecido), terminará suicidándose, conociéndose sus últimos pasos en la versión de su amante Josefina.
El soplón fue Gabriel, traicionó la confianza, entregó informes que hundieron a Dresser. Enrique atacó, a pesar de su escape, le envió a un par de macheteros, quienes le cortaron cuatro dedos de la mano derecha. La historia dirá que fueron sicarios en busca de un pariente. Si atendemos al artificio del libro, el informe sobre su padre será el libro que escribe Gabriel y agrega una Posdata de 1995, donde narra la visita que hace a Enrique, quien ha sido capaz de escapar al determinismo histórico. Por fin nos enteraremos de que Gabriel no fue a Medellín a refocilarse con su amante, sino a entrevistarse con Enrique. Después se desbarrancó.


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