Miguel Ángel Asturias se alegraba de que un libro mío
y uno de él estuvieran a la cabeza de los
best sellers en Buenos Aires. Se alegraba pensando que se hacía justicia a
dos escritores latinoamericanos. Yo le dije que eso estaba bien, pero que había
algo mucho más importante: la presencia, por primera vez, de un público lector
que distinguía a sus propios autores en vez de relegarlos y dejarse llevar por
la manía de las traducciones y el snobismo del escritor europeo o yanqui de
moda.
Julio Cortázar a Roberto Fernández Retamar, 17 de
agosto de 1964
Julio
Cortázar empieza a escribir Rayuela (nombre
inicial Mandala) en 1958. La publica
en 1963 Sudamericana. El primer año es el de la aparición de La región más transparente y, creo,
señala la apertura de una década que mostrará en plenitud a la generación del
llamado Boom latinoamericano: Fuentes, Cortázar, Mario Vargas Llosa, Guillermo
Cabrera Infante y José Donoso. La región
más transparente, Rayuela, La ciudad y los perros, Tres tristes tigres y Coronación (publicada en 1957, pero de
lenta fermentación editorial).
De todos ellos el mayor éxito fue para Cien años de soledad y poco se debe a los grupos críticos, se forjó
en las calles, en los kioscos argentinos, después de que la novela había sido
rechazada por varias editoriales. El paso de Vargas Llosa fue de sorpresa en
sorpresa, es difícil encontrar su mejor obra: La casa verde, Conversación
en la catedral, La guerra del fin del
mundo, la fiesta del chivo, El sueño del Celta. Y sin duda el atento
lector estará disponiendo otro orden en franco desacuerdo.
Rayuela apareció en junio de 1963, después de 5 años de trabajos intensos.
Cumple ahora 50 años de vida. Al contrario de la novela de García Márquez que
parece apoderarse de nosotros los lectores y ocultar su complejidad tras el
torbellino, Rayuela implica un
amplio, sostenido y azaroso ejercicio de lectura. Pide mucho del lector. Para
empezar dos lecturas, una convencional y otra donde se va saltando de acuerdo a
un itinerario señalado en una tabla inicial (y marcando su continuación al
final del capítulo leído). En Cortázar y, en particular en Rayuela, se cumple el precepto (que, por cierto, no sé si tiene
dueño) de que no hay que bajar a la literatura al pueblo, hay que subir al
pueblo a la literatura. Y en esto Cortázar se une tanto a Borges, a quien no le
interesaba el tema así planteado.
Era un Cortázar, el de 1963, diferente al de los cuentos y al de Los premios (1960). Rayuela fue definida como una anti-novela, como una obra abierta y
ciertamente no se escapó de la incomprensión o el conservadurismo de ciertos
lectores, pero encontró siempre quien supiera ver en la obra la ruptura, el
desafío, los diversos niveles argumentales y la discusión que en torno a la
escritura se suscita.
Alfaguara (México, 2013, 627 pp.) acaba de lanzar al marcado la edición
conmemorativa de este medio siglo. Además del texto, nos entrega un conjunto de
fragmentos de cartas de Cortázar a amigos, editores, lectores, entre el 17 de
septiembre de 1958 y el 29 de octubre de 1972. Aquí podemos encontrar una
primera mención a la novela y la conciencia del escritor frente a lo que iba a
hacer.
En Rayuela mínimamente nos
podemos enamorar de la Maga o ejercer la acción contraria, y supongo que las
mujeres podrán hacer lo mismo con Oliveira y asistir a esas reuniones de
migrantes en París, incapaces de entender la profundidad del drama de un niño
que se muere y la aparente simplicidad de una madre sencilla que en realidad es
paradigma de complejidad, mientras ellos sólo parecen saber discutir y en donde
el sentimiento o el impacto de la tragedia se da en zonas impredecibles y no
siempre en el corazón.
Decía que en Rayuela está una
novedosa teoría y práctica de la escritura emparentada con la obra abierta de
Eco, los ejercicios lúdicos del grupo Oulipo, Perec, Calvino y aportó una
nomotesis actualizada a la literatura latinoamericana. Ciertamente pone nuevas
cartas sobre la mesa de nuestra literatura, rompe con los dogmas de la
militancia, a no ser que sea en la escritura, en el lenguaje y por la vida,
pero a la vez se inserta en una discursividad de por sí explosiva: 1963 es el
año de aparición de Raymond Roussell de Michel Foucault y es plena época de
artículos de Sartre sobre el marxismo (su recopilación inicial aparecerá en
1964), de Queneau sobre la búsqueda de nuevas estructuras literarias y la nouveau roman sigue su lucha contra el
sufrimiento existencial. Se podría decir que es el caldo de cultivo del 68,
pero es sobre todo la existencia de un público lector que es exigente y que
polemiza con la lectura y espera nuevas aventuras. Cortázar se convierte en
encrucijada. Tanto de América, como de Europa, donde la literatura
latinoamericana está iniciando un venturoso abordaje.
Esto me lleva a la importancia de que esta novela peleonera haya
subsistido este medio siglo y que Cortázar siempre refiriera su lectura entre
los jóvenes. La empresa editorial ha sufrido cambios impresionantes. André
Schiffrin ha mostrado la paulatina pérdida de editores preocupados por la
conservación de obras 1. Olvidadas y 2. de jóvenes escritores o de una
propuesta diferente a la convencional. En los dos casos hay un riesgo de
mercado y la empresa debe cubrir la casi segura pérdida de dinero. Para
Schiffrin el colmo es la entrada a la industria editorial de empresas ajenas al
libro y a las que sólo interesa la ganancia y para nada la conservación de un
patrimonio cultural que permite la consolidación de un público lector de altas
exigencias.
En este mundo de
tiburones se ha movido Rayuela,
durante 50 años, quizá como la piedrita que va de tiro en tiro hasta llegar al
cielo, como Oliveira que vuela hacia la casilla desde su cuarto hospitalario o
desde la combinación interminable que hace posible esto y no, sin que sea causa
de frustración, sino de regocijo.
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