lunes, 22 de junio de 2015

Buen lector mata carita




Miguel Ángel Asturias se alegraba de que un libro mío y uno de él estuvieran a la cabeza de los best sellers en Buenos Aires. Se alegraba pensando que se hacía justicia a dos escritores latinoamericanos. Yo le dije que eso estaba bien, pero que había algo mucho más importante: la presencia, por primera vez, de un público lector que distinguía a sus propios autores en vez de relegarlos y dejarse llevar por la manía de las traducciones y el snobismo del escritor europeo o yanqui de moda.
Julio Cortázar a Roberto Fernández Retamar, 17 de agosto de 1964


Julio Cortázar empieza a escribir Rayuela (nombre inicial Mandala) en 1958. La publica en 1963 Sudamericana. El primer año es el de la aparición de La región más transparente y, creo, señala la apertura de una década que mostrará en plenitud a la generación del llamado Boom latinoamericano: Fuentes, Cortázar, Mario Vargas Llosa, Guillermo Cabrera Infante y José Donoso. La región más transparente, Rayuela, La ciudad y los perros, Tres tristes tigres y Coronación (publicada en 1957, pero de lenta fermentación editorial).
De todos ellos el mayor éxito fue para Cien años de soledad y poco se debe a los grupos críticos, se forjó en las calles, en los kioscos argentinos, después de que la novela había sido rechazada por varias editoriales. El paso de Vargas Llosa fue de sorpresa en sorpresa, es difícil encontrar su mejor obra: La casa verde, Conversación en la catedral, La guerra del fin del mundo, la fiesta del chivo, El sueño del Celta. Y sin duda el atento lector estará disponiendo otro orden en franco desacuerdo. 
Rayuela apareció en junio de 1963, después de 5 años de trabajos intensos. Cumple ahora 50 años de vida. Al contrario de la novela de García Márquez que parece apoderarse de nosotros los lectores y ocultar su complejidad tras el torbellino, Rayuela implica un amplio, sostenido y azaroso ejercicio de lectura. Pide mucho del lector. Para empezar dos lecturas, una convencional y otra donde se va saltando de acuerdo a un itinerario señalado en una tabla inicial (y marcando su continuación al final del capítulo leído). En Cortázar y, en particular en Rayuela, se cumple el precepto (que, por cierto, no sé si tiene dueño) de que no hay que bajar a la literatura al pueblo, hay que subir al pueblo a la literatura. Y en esto Cortázar se une tanto a Borges, a quien no le interesaba el tema así planteado.
Era un Cortázar, el de 1963, diferente al de los cuentos y al de Los premios (1960). Rayuela fue definida como una anti-novela, como una obra abierta y ciertamente no se escapó de la incomprensión o el conservadurismo de ciertos lectores, pero encontró siempre quien supiera ver en la obra la ruptura, el desafío, los diversos niveles argumentales y la discusión que en torno a la escritura se suscita.
Alfaguara (México, 2013, 627 pp.) acaba de lanzar al marcado la edición conmemorativa de este medio siglo. Además del texto, nos entrega un conjunto de fragmentos de cartas de Cortázar a amigos, editores, lectores, entre el 17 de septiembre de 1958 y el 29 de octubre de 1972. Aquí podemos encontrar una primera mención a la novela y la conciencia del escritor frente a lo que iba a hacer.
En Rayuela mínimamente nos podemos enamorar de la Maga o ejercer la acción contraria, y supongo que las mujeres podrán hacer lo mismo con Oliveira y asistir a esas reuniones de migrantes en París, incapaces de entender la profundidad del drama de un niño que se muere y la aparente simplicidad de una madre sencilla que en realidad es paradigma de complejidad, mientras ellos sólo parecen saber discutir y en donde el sentimiento o el impacto de la tragedia se da en zonas impredecibles y no siempre en el corazón.
Decía que en Rayuela está una novedosa teoría y práctica de la escritura emparentada con la obra abierta de Eco, los ejercicios lúdicos del grupo Oulipo, Perec, Calvino y aportó una nomotesis actualizada a la literatura latinoamericana. Ciertamente pone nuevas cartas sobre la mesa de nuestra literatura, rompe con los dogmas de la militancia, a no ser que sea en la escritura, en el lenguaje y por la vida, pero a la vez se inserta en una discursividad de por sí explosiva: 1963 es el año de aparición de Raymond Roussell de Michel Foucault y es plena época de artículos de Sartre sobre el marxismo (su recopilación inicial aparecerá en 1964), de Queneau sobre la búsqueda de nuevas estructuras literarias y la nouveau roman sigue su lucha contra el sufrimiento existencial. Se podría decir que es el caldo de cultivo del 68, pero es sobre todo la existencia de un público lector que es exigente y que polemiza con la lectura y espera nuevas aventuras. Cortázar se convierte en encrucijada. Tanto de América, como de Europa, donde la literatura latinoamericana está iniciando un venturoso abordaje.
Esto me lleva a la importancia de que esta novela peleonera haya subsistido este medio siglo y que Cortázar siempre refiriera su lectura entre los jóvenes. La empresa editorial ha sufrido cambios impresionantes. André Schiffrin ha mostrado la paulatina pérdida de editores preocupados por la conservación de obras 1. Olvidadas y 2. de jóvenes escritores o de una propuesta diferente a la convencional. En los dos casos hay un riesgo de mercado y la empresa debe cubrir la casi segura pérdida de dinero. Para Schiffrin el colmo es la entrada a la industria editorial de empresas ajenas al libro y a las que sólo interesa la ganancia y para nada la conservación de un patrimonio cultural que permite la consolidación de un público lector de altas exigencias.

En este mundo de tiburones se ha movido Rayuela, durante 50 años, quizá como la piedrita que va de tiro en tiro hasta llegar al cielo, como Oliveira que vuela hacia la casilla desde su cuarto hospitalario o desde la combinación interminable que hace posible esto y no, sin que sea causa de frustración, sino de regocijo.

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