sábado, 13 de julio de 2013

¿Cómo llegar al futuro?

]Efemérides y saldos[


¿Cómo llegar al futuro?
Alejandro García

—Mi querido Rick  —dijo—, las nubes se han disipado y ahora todo está claro. Ahora podemos ver. Todos estábamos enajenados, Rick, en mayor o menor medida. ¡Pero qué importa ya! ¿Cómo estás, muchacho?
—Estoy muy débil, señor, pero tengo la esperanza de recuperar mis fuerzas. Tengo que comenzar una nueva vida.
Charles Dickens


Dickens (1812-1870) cumple dos siglos y una de sus mejores novelas (junto con Grandes esperanzas, creo, sostengo), Casa desolada (Madrid, 2008, Valdemar, 1087 pp) llega a la edad de 160 años de empezar a publicarse por entregas (entre marzo de 1852 y noviembre de 1853). Nuestro autor carga en su obra tanto el ascenso de  la novela y de su óptica en su fase optimista en el siglo XIX, como la sombría etapa crítica en que novela y discurso se compenentran del escepticismo con respecto a la realidad social y al abuso del poder.
En Casa desolada encontramos a ese Charles Dickens híbrido entre el melodrama y la mayor impersonalidad posible: la dulzura y el optimismo de Ester, narradora de algunos capítulos, que a veces llega a exasperarnos (Ni trabajé ni pensé más esa noche. Abrí mi corazón a los cielos en agradecimiento a su Providencia y a su protección, y mee quedé dormida), y la frialdad de un narrador omnisciente que se refiere sobre todo al mundo del sistema judicial, obsoleto, ciego, lento, con procesos que atraviesan generaciones enteras sin resolverse, las causas sin solución posible que genera a un grupo de hombres que viven de esas rencillas (Hay otro litigio bien conocido en la Cancillería que aún no se ha decidido, que se inició antes de que terminara el siglo pasado y que se ha tragado en costas más de ciento cincuenta mil libras).
Y ese mismo contraste se da entre la atmósfera de una vida diferente que quiere proporcionar el tutor a Richard y a Ada y a la misma Ester y una realidad en donde la pobreza, la suciedad, la ley del más rápido es la que predomina. La buena voluntad del tutor se enturbiará cuando Rick se disponga a pelear contra su benefactor, Jarndyce, en el incomprensible caso Jarndyce v. Jardndyce. En el desenlace afortunado de este caso imposible, los costos serán más altos que la fortuna en litigio. No habrá reales triunfadores.
Es justamente esa combinación la que da al relato su originalidad y su vaciado en pieza única. Separadas, sin duda, las voces serían excesivas, sin equilibrio posible. Charles Dickens se acerca aquí a los huérfanos, a las víctimas del sistema social que se levanta sobre la explotación y la miseria. La misma casa desolada tiene dos vistas: la de la primera parte, donde el fantasma recorre el puente y hace sonar sus pasos y la nueva casa desolada, donde el tutor propicia que la vida de Ester sea plena, encuentre la felicidad. Aquí está esa tendencia a construir el futuro de los otros, pero también la posibilidad de construir oasis en un mundo que se ha torcido, que ha sacrificado a sus hijos.
El relato es lento, aunque no de lectura difícil. Ciertamente a veces parecen escaparse las articulaciones de algunas de las historias, pero más o menos por la última cuarta parte, la historia corre, se desata y lo que había sido tejido de personajes, intrigas en torno a herencias que parecen perdidas y dispuestas a perder a los involucrados en ellas, empiezan a resolverse por la magia y la presteza del autor. Se trata de conocer el desenlace de la madre de Ester, mujer de alta vida social que había tenido que renunciar a su hija. Se casa y el encumbramiento social no impedirá que el pasado retorne y se apreste a destruirla. El destino de la hija poco importa, pues ya está en buenas manos con el tutor.
Aquí tenemos ya al Dickens que parece preguntarse ¿cuál es el futuro?, ¿por qué los individuos se empeñan en forjar copias o  personalidades que se les parezcan? De modo que es una novela de transición en el proceso creativo del autor, pero también la gran anunciadora de la novela de la sospecha y del absurdo: imposible dejar de pensar en Crimen y castigo o en El proceso y con respecto a la condensación de la historia, esa lentitud no deja de recordarme a la posterior Regenta de Clarín). Sólo que Casa desolada es un fresco de personajes en donde sólo al final se puede hablar de un cierto protagonismo de Ester, pero también del sistema judicial y de las intrigas que desata. En esta novela se ve a una institución que arruina a los hombres y los sacrifica sin importarle en lo más mínimo lo que destruye.
Pero la novela tiene también algo que ha hecho autor de polémica a Dickens. Ese tono de felicidad, de ternura, de amor, que pasa por encima de cualquier desgracia, que se mantiene dispuesta a reiniciar la vida. Eso parece ser lo único a que podemos aspirar: reiniciar, renovar, aunque el camino haya quedado plagado de víctimas y de victimarios. Entre llantos e hipos, entre suspiros e inmunidad a una realidad que lacera, la prosa de Dickens reconstituye, llama a levantarse; es más, a no caerse nunca y estos tiempos de fin de año y de profecías de destrucción bien merecen pasar por la prosa de ese joven bicentenario, Charles Dickens.


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