jueves, 15 de noviembre de 2007

Lectura y escritura

La situación en la que nos encontramos actualmente parece, pues, que se caracteriza por fuertes síntomas de disolución del “orden de la lectura” propio de la cultura escrita occidental, tanto en lo concerniente al repertorio como en lo que se refiere a los hábitos de utilización y de conservación. A ello contribuye intensamente un sistema productivo que se comporta de un modo irracional, que tiende a recoger el máximo provecho en el mínimo tiempo, sin prestar atención a las perspectivas futuras; mientras que la coexistencia de los libros (y otros materiales editados) con los elementos audiovisuales margina a los primeros, que se debilitan por su sustancial incapacidad de adaptación a los nuevos tiempos y a los hábitos de utilización, y los métodos de aprendizaje cada vez tienden más a prescindir del escrito tradicional.
Armando Petrucci, Historia de la lectura en el mundo occidental, p. 547


1. Agradecimientos y filiaciones
Quisiera en primer término agradecer la generosidad del director de esta Escuela Normal “Manuel Ávila Camacho”, Maestro David Adolfo Aguilar Dávila, entrañable amigo, ambicioso lector y escritor de magna pluma, por considerar que alguna idea puedo aportar en torno a estas dos palabras tan inmersas en la polémica y tan cercanas a mi educación sentimental: lectura y escritura.
Puedo hoy contarles que hace 33 años, justo la edad de Cristo, una excelente profesora pensó que yo podía interesarme en la lectura y en la escritura y a la manera de los héroes de Charles Dickens acaso imaginó su destino en el mío y visualizó las cosas que soñaba para ella y juzgaba imposibles vistas las jugadas de dados que había echado en su vida.
Me refiero en concreto a la novela del autor inglés titulada Grandes esperanzas. En ella, el pequeño Pip se da cuenta a determinada altura de su vida de que no es lo que ha querido, sino el proyecto de otros, la voluntad de otros, lo que otros quisieron que fuera y entonces se enfrenta al dilema de ser él o un simple clavito en la pared o, lo que es peor (lo ha señalado el escritor zacatecano Juan Gerardo Sampedro), el clavito de una de las esquinas de su propio ataúd.
Pues bien, como Pip, me di cuenta no sólo de que mi maestra tenía esa proyección sin tomarme del todo mi parecer, sino que la empresa familiar había hecho en mi personalidad tales estropicios que era una especie de Frankestein en donde se cruzaban voluntades y carismas, caprichos y adefesios. Era tiempo de buscar por primera vez el sentido de aquel conjunto de significados y asumir la empresa individual con un cierto sentido. Había que ir en busca de mis huellas y reconstruirme bajo mi propio riesgo.
El proceso fue largo y venturoso, al menos eso creo. Decidí que realmente la literatura, mediante la escritura, era mi camino y descubrí una vocación que me ha acompañado a lo largo de los años y que me ha hecho fiel practicante de lectura y escritura y un bibliófilo empedernido. A tiempo estuve de contribuir a no hacer más el juego a la disonancia cognitiva, esto que se llama decir o pensar algo y hacer otro, lo que a la larga nos convierte de nueva cuenta en Frankestein. De allí que la labor de análisis y reconstrucción sea casi permanente.
Quizás el gran riesgo ha sido el que me haya convertido en una especie de hombre de papel, distante de la vida, viviendo en mundos librescos y universos imaginarios. Pero cuando he sentido que eso amenaza mi autocontrol regreso a la calle y a los acontecimientos cotidianos.
Aún así, hice la Licenciatura en Letras, la Maestría en Historia Regional con investigación en historia literaria regional y el doctorado en lingüística mediante análisis de narradores mexicanos y todo esto mientras escribía novelas, cuentos y ensayos literarios. De cualquier manera, cuando se me quiere fastidiar los académicos me tildan de creador y los creadores de académico, pero creo que este esquema es más manejable.
Entonces, no pretendo engañarlos, soy un profesional de lectura y escritura. He vivido de ellas digna y felizmente. Me han permitido acumular unos miles de libros en una modesta biblioteca, viajar, gozar de premios y becas, editar mis 9 libros y colaborar en revistas literarias y culturales. Lectura y escritura conforman un profesional propio, con actividades específicas y remuneración económica.

2. La lectura
Tenemos ya más de tres años con el enunciado problema de la lectura a nivel escolar en México y en Zacatecas, ahora que se usan los parámetros internacionales y las comparaciones entre entidades federativas. El problema es real, pero desde luego involucra a los sectores docentes y a los estudiosos del lenguaje y de la literatura. Creo que no es para sentirnos culpables. El problema es de planificación general. No hay una política clara de enseñanza en nuestro país, por lo menos en lo que a lenguaje y literatura se refiere. Se sigue planificando sobre las rodillas, contra reloj y a complacencia de amigos, enfoques de moda o en atención a agencias de mercadotecnia.
Y digo que no es para sentirnos culpables, porque de pronto parece que los políticos mandan la pelota al otro lado de la cancha e involucran responsabilidades que si bien compartidas no tienen el mismo grado de responsabilidad, porque no han estado en nosotros ni la toma de decisiones, ni las evaluaciones, ni los cambios.
Creo que los diversos sectores han realizado sus tareas en la medida de sus posibilidades y ha faltado una verdadera concertación nacional, regional, local, en donde el problema a resolver se torne cruzada y no en mera cantaleta que se convierte en cuestionamiento contra nuestra voluntad de cambiar las cosas, porque a tres años de los primeros focos rojos ya tendríamos que tener resultados que al menos detengan el problema o que nos dijeran de los intentos por revertirlo.
La lectura es una competencia y se trata de una competencia compleja. Cuando las sociedades se desarrollan aterrizan el lenguaje oral en la escritura y con esto no sólo se da un cambio de hábitos que tienen que ver con la memoria y la nemotécnica, sino que también nos proporciona la conservación de esa memoria más allá de la caja craneana. Vivimos un momento similar ahora cuando ya no memorizamos números de teléfono porque los tenemos en el directorio escrito o lo que es más expedito el directorio en el teléfono celular, que nos torna inútiles cuando se descarga, porque nuestro almacén ha sido sustituido. Ahora bien, la lectura presupone la escritura, sea en cualesquiera de sus manifestaciones (esto es escrita en palabras o en sus antecedente o en sus variables en otros lenguajes).
La lectura es pues la recuperación de lo escrito o de lo cifrado. Las palabras sustituyen a los objetos y se funden en el pensamiento. La abstracción impera y se puede llegar a los mundos imaginarios de la literatura.
Quisiera poner énfasis en las diversas formas de la lectura, porque a menudo se obvia o se ignora el que proporciona el sentido común. El hombre lee por naturaleza, interpreta, da a conocer las urgencias de las necesidades y los llamados de los sentidos. El hombre siempre lee, siempre interpreta. Busca las señales de confiabilidad o de extrañeza, de peligro o de confianza. Como diría un personaje de Kurt Vonnegut, si quieres saber si una mujer te quiere, mírala a los ojos, allí encontrarás sin duda la respuesta. La lectura de lo escrito sólo afina esto.
No es casual que las sociedades hayan evolucionado parcializando el conocimiento y el acceso a documentos. Ustedes saben que hay sectores que corresponden a la seguridad nacional y se ejercen por Razones de Estado. De tal manera que no es posible acceder al conocimiento de punta de la fisión nuclear y mucho menos a sus realizaciones materiales, pues esto puede provocar severos cambios en la geopolítica del poder.
Que nadie me venga a decir ahora que Estados Unidos quiere salvaguardar a la humanidad del fanatismo musulmán de los iraníes cuando los amenaza con invadirlos y despojarlos de la infraestructura nuclear. Está, además de prevenir cualquier sorpresa a su seguridad, el petróleo iraní. Ya supimos que las tales bombas de Irak no existían, pero sí su petróleo y el salirse de la alianza con el tío Sam por parte de Saddam Hussein, hoy bien difunto. Todo esto se puede armar como rompecabezas con base en la lectura y en la investigación másdivertida y al alcance de la mano como puede ser internet.
La lectura nos puede proporcionar satisfacción de necesidades materiales como en el momento de pedir un platillo en un restaurante, marcar en una lista cotidiana, desde mi oficina o trabajo de albañil, cuántas gorditas de lengua, de las de doña Julia, encargo, o señalar un modelo para armar, previa compra, en una página de internet. Aun cuando no deja de ser abstracto, algunos logos mercadotécnicos se empiezan a asociar a nuestra conducta como en su momento lo fue el limón, el asado de boda o el tequila con sal. Empezamos a sentir con las marcas.
Más allá de las necesidades materiales, el hombre utiliza la lectura para satisfacer necesidades espirituales. Buenas y malas o castas e impuras, según se quiera y se vea. Es a través de la lectura que accedemos al conocimiento. Es a través de la lectura que nos explicamos un problema o el armado de un aparato mecánico, eléctrico o electrónico. Es a través de la lectura que polemizamos y nos damos cuenta de que hay un caníbal en la ciudad de México que cocinaba partes del cuerpo de sus novias y víctimas o que la llanura tabasqueña llega a estar por debajo del nivel del mar y por ende es inundable, como lo fue en el pasado en que no había casas y habitantes y que no se han realizado las obras que descarguen el caudal de los ríos y encaucen el que baja de la sierra de Chiapas. En esa planicie corren los dos ríos más caudalosos de México.
Es a través de la lectura que puedo enterarme de becas, de apoyos, de ubicación de plazas y concursos dentro de lo que será mi profesión. Y es a través de la lectura que convivimos en clase, sea como alumno, sea como maestro. Cuántas de las veces hemos entrado aterrorizados al salón en espera de que se nos diga, a ver qué leíste.
Decía al principio que la lectura está en una especie de ojo de huracán. Saquemos ventaja de esto. Más que sentirnos culpables, debemos tener claro lo que hacemos por ella y la utilidad que al enseñar a leer o al provocar a que otros lean genera a los individuos y al grupo social.
En primer lugar, la lectura debe servir para leer el mundo inmediato, debe resolvernos problemas que nos ayuden a la mejora de nuestro nivel de vida. Comienza por la propia lectura de nuestra interioridad, por el ajuste o desajuste con el mundo, por el grado de felicidad o infelicidad que nuestra existencia y la convivencia nos genera. Conocer los obstáculos nos proporciona un primer acuerdo y una serie de metas.
En segundo lugar la lectura nos inserta en el mundo, nos informa de lo que sucede y nos proporciona el conocimiento histórico y actual. Qué sería de este mundo sin la divulgación científica, sin la difusión del arte y sin las instrucciones necesarias para vivir. Qué sería de este mundo sin el conocimiento de la obra de Aristóteles, de Hegel, de Marx, de Habermas, sin el conocimiento de Arquímedes, de Pascal, de Einstein.
Y desde luego, la lectura de obras literarias nos permite recrear la realidad, acercarnos al ser que somos, al mundo que vivimos e imaginamos el ser que podemos ser y el mundo que podremos habitar y legar a las generaciones posteriores. La lectura ha sacado del papel a personajes como Don Quijote, Hamlet, Luzbel, Fausto, Ana Karenina, Ulises, Pedro Páramo, Artemio Cruz. La lectura ha permitido el rescate de ladimensión humana de personajes históricos odiosos como Maximiliano y Carlota o Antonio López de Santa Anna.
En cualquiera de sus niveles la lectura contribuye al desarrollo del cerebro humano, a la claridad del pensamiento, a la mejora de la expresión lingüística. Una sociedad que lee, que incluye un mayor número de lectores, además de estar informada, contribuye a la mejora de la especie.
El problema de la lectura tiene que ser atacado por todos sus flancos. Desde luego que es necesario decirlo y aplicar técnicas que permitan que esa competencia se desarrolle y optimice. Con esto damosal individuo armas para sobrevivir y para aportar beneficios a la sociedad.
La presentación de escritores o de científicos es sólo la punta del iceberg, el más lucidor. Tenemos que darle la vuelta a la pobreza, causa importante de la falta de lectura al poner el libro a precios fuera de nuestro alcance. Hacen falta campañas masivas que pongan el objeto libro o revista o periódico o folleto o pasquín al alcance de la mano. Es notorio que en algunas casas no hay un solo libro más allá de los de texto gratuitos. El entorno benéfico a libro es primordial para su difusión y su aprecio.
Hacen falta sesiones colectivas de lectura en voz alta donde todos lean, donde todos opinen, donde todos den su interpretación y es necesario poner la literatura y la ciencia al alcance no sólo del consumo, sino como algo que nosotros mismos podemos producir y escribir.

3. La escritura
La escritura también tiene diversos niveles. Lo mismo se utiliza para enviar recados, para dejar instrucciones, para llamar la atención de alguien, que para enviar un mensaje sentido en una carta, una advertencia de peligro o un mensaje cariñoso en un correo electrónico o en un diario, para tomar apuntes o para recabar la información que viene de una entrevista o de un diario o de un conjunto de libros.
La escritura literaria es la más difícil, la más compleja, porque se trata de un lenguaje secundario. Esto es, sobre el lenguaje cotidiano se ha construido una nueva realidad que es lingüística pero que nosotros tendemos a hacerla nuestra. Han sido los escritores lo que han consolidado las lenguas que han mantenido los hablantes. El escritor hace de la lengua un sistema plástico, estético. Los aedos llevaron las hazañas de Aquiles y Odiseo por los pueblos de la antigua Grecia, pero fue Homero (o quienes se escondan detrás de este nombre) el que lo llevó a la escritura y al verso. Los juglares y trovadores cantaron y contaron las hazañas de Arturo y de Carlo Magno o el Cid, pero fueron Dante, Cervantes y Shakespeare los que llevaron el toscano, el castellano y el inglés a la altura del arte, como dijo nuestro poeta. La literatura es la mayor y mejor expresión de un pueblo y de una civilización. Es un camino de siglos.
A estas alturas del desarrollo humano nos encontramos con junto con lenguas de reciente incorporación al congreso de las naciones, las lenguas romances y las nacidas en el medievo, que ya vivieron su Siglo de Oro, encuentran un nuevo impulso en los pueblos que tomaron esos idiomas. Es el caso de la literatura latinoamericana que parece haber tomado la estafeta de Cervantes, Quevedo, Góngora, Lope, Ruiz, Tirso, Calderón de la Barca, Garcilaso, Santa Teresa, Fray Luis de León y Fray Luis de Granada, en las plumas de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Julio Cortázar, Guillermo Cabrera Infante, Octavio Paz, Carlos Fuentes, Miguel Ángel Asturias, Pablo Neruda, Gabriela Mistral, Jorge Luis Borges, Ernesto Sabato, Juan Rulfo, Fernando del Paso.
La enseñanza del siglo XX de activar las periferias y las zonas marginales se cumple en América y aún está por conocer las aportaciones de las regiones, tal como se ve en Europa con las inserciones de Rumania, Bulgaria, Albania, Bosnia, Lituania y con las aportaciones de regiones como la India o el sureste asiático.
El escritor debe ser un hombre culto, lector de todos los temas y de todos los discursos. La banalización del escritor como genio ha obscurecido su gran necesidad de formarse. Ante el escritor complaciente que sólo se lee a sí mismo o ni siquiera eso, se tiene que levantar la obligación inevitable de actualizarse, de conocer los antecedentes lingüísticos, los estilos, los temas, los interese del público. Es falso que la palabra se instaure como por arte de magia. Detrás de o junto a un escritor paradigmático está su generación, está la historia de su lengua y sus hablantes. Sólo de esta manera es posible que se lleven a cabo las grandes transformaciones, pero no es producto de la voluntad de un solo hombre.
Dado mi papel multifuncional de profesor de literatura y de lenguaje, de lector obligatorio y degustador y de escritor de ficciones y ensayos, puedo decir que la escritura es una construcción permanente, un reto. Tengo claro que la literatura es un sistema lingüístico y estructurado según reglas específicas de los géneros, pero también es un sistema social y ocupa un lugar o campo. La literatura genera grupos, generaciones, movimientos y todos tienen una historicidad.
Quienes alguna vez pensamos que el Premio Nobel o cualquier premio era un simple reconocimiento, puro y sin intereses, hemos tenido que aceptar que en todos lados se cuecen habas. Sea por coherencia o por afinidad o por simple deseo de poder, los escritores luchan por ocupar una posición. Es la posición del lenguaje y de las aportaciones estructurales la que a la larga se impone, pero muchos escritores gozan de una gloria efímera producto de sus relaciones o de sus dotes carismáticas inmediatas.
Lo anterior hace humano el fenómeno, lo iguala con otras áreas de la actividad. Sin embargo, la literatura, la escritura, siempre se torna crítica de su momento y de las grandes injusticias y dice argumentos de verdad aunque sus situaciones puedan ser imaginarias. Por ejemplo, un oscuro médico de pueblo, Mariano Azuela, supo decir ya en 1914 que la Revolución Mexicana era en realidad una bola donde los ideales estaban lejanos y el espíritu de transformación ausente y donde los intereses de cambio en parte se explicaban por la angustiosa situación y en parte por las ambiciones de los desplazados.
Ha sido necesario más de medio siglo para que el término Revolución Mexicana pierda el carácter de santidad y de movimiento diferente entre todos los que se produjeron en la tierra. Podríamos decir que esto se debió al culto a la personalidad de los triunfadores y más que nada de los usufructuarios del régimen posrevolucionario, pero lo que no podemos ignorar es la oportunidad e implacabilidad de la novela Los de abajo en un momento en que la lucha apenas entraba a los inicios del Constitucionalismo. La muerte de los caudillos, el arribismo de los intelectuales, la disputa por los botines, la inmediatez de los luchadores y sus carreras meteóricas sólo constatarán lo dicho en la novela de Mariano Azuela, sólo que fueron necesario muchos años para que la gran mentira decantara.
La literatura muerde en los renglones donde los sistemas olvidan al hombre. Buena parte del siglo pasado vivimos la resistencia de izquierda como una justificación de los medios por los fines. Con esto no niego los excesos de la derecha o del capitalismo que hoy más que nunca saltan a la vista, lo que afirmo es que buena parte de la intelectualidad mundial llegó a justificar la segregación, la muerte, la persecución por Razones de Estado -lo que por otra parte criticaban con brillantez en el otro bando- amparados en el edén socialista que se produciría al final de la historia, cuando el enemigo fuera aniquilado. Tal cosa no llegó. La polémica entre Jean-Paul Sartre y Albert Camus, ambos escépticos de la vida y de la libertad marcó la puta: ¿los campos de concentración soviéticos eran justificados en vista de las maniobras del enemigo? Sartre los justificaba en función de una vida futura. Para Camus era más importante la libertad.
Por fortuna lo que los escritores hacían condicionados por las circunstancias era rebasado en las obras literarias. Las obras de Kundera, de Solzhenitzin son dos ejemplos de cómo la literatura fue más allá de las disputas de escritorio o de periódico y siguió recreando las ruindades de la condición humana. El mismo Sartre nos llevó a las miserias de la posguerra, al toque de fondo después de la gran matanza y nos hizo ver que la solución estaba más allá –o a pesar- de los sistemas.
En México la escritura ha jugado ese papel ambiguo entre productor y mensaje. Juan Rulfo era una persona callada y parca para escribir –sólo dos libros-, pero supo ver el problema del campo y del hombre después de la Revolución y el grado de deshumanización y muerte que padecían. El mismo Carlos Fuentes, tan premiado, tan internacional, tan responsable de que la literatura latinoamericana se conozca en el mundo entero, tan coqueto con los regímenes, en sus novelas hace una despiadada crítica a lo que se llamó revolución mexicana.
Mi papel como escritor se inserta en esta búsqueda. Por una parte me considero heredero de esa gran tradición crítica, pero estoy sabido de que en primer lugar es necesario formarse como escritor, informarse, manejar el lenguaje primero con decoro y luego con estilo, dialogar con las formas literarias heredadas y después tratar de aportar algo a la literatura a través de la escritura. Por otro lado me sé heredero de un México que vivió ese baño de autenticidad llamado Revolución Mexicana, cuando se trataba más de un velo que de una originalidad.
En mis obras he tratado de acercarme a personajes marginales, a expresiones marginales y a situaciones no muy gratas al poder. He considerado, por ejemplo, que la vida de una costurera es digna de literaturizarse y he considerado que al escribir sobre ella doy un lugar en la literatura a personajes que de otra manera se perderían en la desmemoria.
La escritura es mi lectura de mí mismo y de la sociedad en que vivo. Me ha permitido alejarme del papel de Pip, alejarme también del bonapartismo, el héroe inmortal que todos llevamos dentro, y asumir que nuestra sociedad presenta problemas que tenemos que plantearnos, que tenemos que leer, pues sólo de esta manera podrán atenderse y resolverse. No es mi papel la solución de marginalidad o de abandono. Mi papel termina cuando un lector reconoce el problema como suyo o del grupo y está de acuerdo en que merece solucionarse y desde su posición incide en el cambio. Cuando se cumple esto, he hecho las cosas bien.

4. Las realizaciones y compromisos
La lectura y la escritura son parte de nuestra actividad cotidiana, tanto por ser alumnos o profesores o porque somos parte de un segmento de la población que vive de ellas. Todos los días hacemos uso de ellas sea en voz alta o en voz baja, sea en el papel, en el pizarrón o en la computadora.
Desde nuestra posición podemos formar lectores, escritores, estudiosos. En realidad el primer rasgo es la curiosidad y el afecto. Curiosidad porque vamos tras una presa que se nos escabulle, como se le escapa al detective el criminal. Curiosidad por saber, a partir de las novelas de Orhan Pamuk, Premio Nobel 2006, dónde queda Estambul, qué cosa es el Bósforo, qué sucede con Turquía. La simple noticia del otorgamiento de tal distinción a un turco suena rudo. Y allí voy, a saber que Estambul es lo que fue Constantinopla y que está dividido en dos y que una parte corresponde a Europa y otra a Asia. Y entonces me aclaro que para mí turco siempre ha sido sinónimo de violencia y de cierta arbitrariedad a la hora de aplicar las layes y más cuando hace cosa de 25 años vi una película que se llama “Expresso de medianoche” donde asistimos a la vida carcelaria turca o la no menos vieja “La pasión turca” donde el amante turco es misterioso y se mete con lo que se le ponga enfrente. Pero además el imperio turco siempre estuvo presente en Europa y lo mismo avanzaba hasta las goteras de Viena que se replegaba a sus posiciones, llevándose de por medio a todos los pueblos de los Balcanes. Estambul aparece aquí en Pamuk como una ciudad entrañable, con sus misterios y sus evidencias, con sus ruindades y grandezas, como cualquier ciudad nuestra.
Veamos ahora cómo Pamuk consigue que mi curiosidad se troque en afecto y admiración:
Por fin se cumplieron mis deseos y poco después volví al edificio Pamuk. Pero la idea de que en otra casa de Estambul vivía otro Orhan nunca me abandonó. Aquella fascinante idea siempre estuvo a punto para cualquier eventualidad en un rincón de mi mente fácilmente accesible durante toda mi infancia y mi primera juventud. Las noches de invierno, mientras caminaba por las calles de Estambul, se me pasaba de repente por la cabeza con un escalofrío que el otro Orhan vivía en alguna de las casas cuya luz anaranjada podía ver, en las que me imaginaba que una gente feliz y contenta llevaba una existencia tranquila, y cuyo interior intentaba vislumbrar. Según crecía, aquella idea se fue convirtiendo en una fantasía, y la fantasía en la escena de un sueño. En alguna de las pesadillas de las que me despertaba gritando me encontraba con aquel otro Orhan —siempre en otra casa— o los dos Orhan nos mirábamos en silencio con una sangre fía sorprendente y despiadada. Entonces, entre dormido y despierto, me abrazaba con más fuerza a mi almohada, a mi casa, a mi calle, al lugar en que vivía. Pero cuando me sentía desdichado, comenzaba a imaginar que iría a otra casa, a otra vida, al lugar donde vivía el otro Orhan y, de repente, empezaba a creerme un poco que yo era ese otro Orhan y me entretenía con los sueños de la felicidad. Esos sueños me hacían tan feliz que ya no sentía la necesidad de irme a otra casa.
Y llegamos a la cuestión fundamental. Desde el día en que nací, nunca he dejado las casas, las calles y los barrios en que he vivido. Sé que el hecho de que cincuenta años después siga viviendo en el edificio Pamuk (a pesar de haber resididio entretanto en otros lugares de Estambul), el mismo lugar en que mi madre me cogió en brazos y me mostró el mundo por primera vez y donde me hicieron las primeras fotos, tiene que ver con la idea del otro Orhan en otra parte de Estambul, con ese consuelo. Y también percibo que mi historia es la que me hace especial, y, por lo tanto, también a Estambul: el haber permanecido cincuenta años en el mismo lugar, incluso en la misma casa, en una época condicionada por la multitud de migraciones y por la creatividad de los emigrantes. “Sal un poco a la calle, ve a otro sitio, viaja”, me decía siempre mi madre, abatida.

Afecto que se manifiesta en el deseo por saber de los nuestros. Y entro a la página de internet de un periódico leonés, mi tierra es León, Guanajuato, y veo que la ciudad está alarmada por una enfermedad misteriosa que los aletarga y se habla de un muerto y el presidente municipal afirma simplón que no se trata de fantasmas, mientras que yo más bien pienso en esa enfermedad que se ha detectado en los hospitales leoneses donde los niños nacen con el cerebro fuera de la caja craneana y resulta que a la larga el problema es de dengue, enfermedad que yo considero de los trópicos y lugares calientes donde habita el mosquito y ojalá que mis seres queridos no sufran el piquete del mosquito y que el dengue no llegue a ser hemorrágico, porque ese si es mortal y bueno busco causas de la enfermedad, pero mejor ya no le sigo.
La tarea en torno a la lectura y la escritura deben partir de ese par donde la curiosidad, el placer y el afecto se mezclan. Seguramente podemos levantar nuestros trofeos y decir yo influí para que fulano de tal fuera escritor y ahora es premio nacional y publica libros, o zutana es ahora una científica de respeto y me recordó el otro día que odiaba la literatura, pero eso le confirmó su amor por la divulgación científica, o aquel personaje que me encontré una vez en un camión y me dijo usted me dio un premio por escribir un cuento, no he vuelto a escribir, pero el recuerdo todavía me resulta agradable. O en fin aquellos anónimos alumnos que no tienen que pedir que les lean una dirección en un pedazo de papel o solicitar angustiosa ayuda para que manejen por ellos el cajero automático.
Todo lo que se pueda hacer por lectura y escritura estará bien. Todo lo que se hace por lectura y escritura está bien. Creo que falta echar el último esfuerzo organizado y partir de un diagnóstico real y con un plan de metas.

5. Los peligros contra lectura y escritura
Se habla de pronto de la inminente desaparición del libro, de la entrada a nuevos métodos donde la tradición tendrá que buscarse su lugar en la mera historia. En realidad los medios electrónicos, los procesadores o computadoras, los nuevos lenguajes, lo único que hacen es recordarnos lo necesario que es leer. Es curioso, pero podemos hablar de un regreso a las cartas, intercambio casi perdido en décadas pasadas, a través del correo electrónico y el chateo. Es cierto que no se respeta la ortografía, que se inventan mil abreviaturas y caminos cortos, pero la expresión escrita está allí, a una velocidad insospechada.
Cuando afirmo lo anterior no pretendo tapar el sol con un dedo. Desde luego que la cultura audiovisual resulta atractiva y ha recibido un apoyo impresionante durante el siglo pasado, pero no podemos olvidar que además de que la lectura descansa en primer término en los sentidos y que estos proporcionan el primer contacto, hay informaciones que no pueden ser expresadas por la visión, sino que tienen que ser explicadas por el lenguaje, por las palabras. De la misma manera, la lectura no es una operación en donde el intelecto opera de manera independiente, puesto que está procesando con base en gusto, tacto, olfato, oído, visión. La literatura tiene esa ventaja, de proporcionarnos un universo que vamos visualizando como si fuera cine o como si fuera pantalla de televisión.
Ya pasaron los tiempos de los apocalípticos en que todo lo que pertenecía a la cultura de masas o lo no tradicional se convertían en mecanismos del poder o del diablo. Ahora estamos frente a una cultura, que como señala Armando Petrucci en el epígrafe ha sufrido modificaciones en sus medios y en sus percepciones, de tal manera que no es la mejor solución el regresar a lo tradicional, puesto que esto se empapa de lo reciente y si se presenta de manera dictatorial sólo genera el abandono y el odio. Lectura y escritura sobrevivirán, porque no son simples medios o satisfactores momentáneos, representan parte de la especie. Podría decir que buen aparte de la diferencia específica de la especie. Por otra parte, resulta paradójico hablar de crisis de los libros cuando vemos las librerías rebosantes de nuevos títulos de esoterismo, superación personal, literatura, divulgación científica y variantes que van desde libros para niños hasta tradicionales mamotretos. Después de asistir a las librerías lo único que queda es la profunda pena por la vaciedad de nuestros bolsillos, por el hecho de que un libro se compra con el salario de una semana de sueldo o de plano no alcanza a comprarse ni con los ahorros de la cooperativa.
Inalcanzables o no, lectura y escritura son instrumentos de esta comunidad que hoy me escucha y a la cual me sumo. Lectura y escritura son en apariencia inalcanzable o inabarcables en su totalidad, pero en ellas se encuentran buena parte de las soluciones a nuestros problemas y del acceso a una vida comprendida y asumida.

6. La predominancia del placer
En nuestra vida realizamos una serie de actos que no presentan utilidad, al menos en apariencia, pero que en realidad tienen la noble misión de darnos diversión, descanso, información, temor, satisfacción. Se trata del complejo mundo de nuestras necesidades espirituales. Allí incluimos desde la diversión en la casa de los espantos hasta a la asistencia a un programa musical, desde la asistencia a misa o a ceremonias religiosas hasta el masoquismo de asistir a una goliza en un partido de futbol, desde una revisión médica de rutina hasta una exposición de frascos de plásticos o productos de belleza.
Lectura y escritura solución necesidades de este tipo. Cuando tenemos un padecimiento y no queremos que se sepa, recurrimos a la lectura. Cuando tenemos algo que nos carga y nos lo explicamos nos asomamos a un texto de terror y sentimos como cuando salimos de la lucha libre. Cierta plenitud nos ha alcanzado. La escritura cumple también una función catártica, limpiadora, terapéutica. Pero más que nada, lectura y escritura representan una dimensión lúdica que nunca se debe perder. Rozamos nuestros límites allí, nos ponemos a prueba y es entonces que damos o no el salto.

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