sábado, 8 de diciembre de 2012

Esclerotizado, el sentimiento no salvó al mundo



]Efemérides y saldos[


Esclerotizado, el sentimiento no salvó al mundo
Alejandro García

¡Cuán presos tienen que estar ambos del convencionalismo del sentimiento, y cuánto tenemos que estarlo nosotros para poder aceptarlo! El sentimiento es apático y por eso es incomprensiblemente cruel. El mundo está dominado por la apatía del sentimiento.
Hermann Broch


Pasenow o el romanticismo (Barcelona, 2009, Deboslillo, 205 pp) es el primer tomo de la trilogía Los sonámbulos, publicada entre 1931 y 1932, en pleno ascenso del nazismo. Como bien ha señalado George Steiner, contrariamente a lo que se ha dicho, después de la derrota de Napoleón, el ennui se había apoderado de Europa y de sus lemas, conquistas y valores. El tedio era dueño de los hombres y no se daban cuenta, atrapados por el mundo de la competencia, la propaganda y los procesos de modernización que los llevaron a la Primera Guerra Mundial. La trilogía concluye en 1918, año de muerte e inicio de un nuevo proceso agónico que acaso caracterizará a todo el siglo XX.
La novela arranca en 1888 (el año de nacimiento de Fernando Pessoa, Ramón López Velarde y de publicación de Azul de Rubén Darío). Narra la vida del recién ingresado al ejército Joachim von Pasenow. El primogénito ha tenido que quedarse, por decisiones de época, al frente de la hacienda familiar. En Berlín, curiosamente junto con su padre, conocerá a Ruzema, bella bohemia o checa, según los vaivenes de los mapas, pero no de las claras delimitaciones regionales, con quien llega a establecer una relación íntima.
Muy pronto su hermano Helmuth muere en un duelo. Curioso destino del civil, cuando eso debería esperarse del militar. El futuro se avisora, Joachim deberá ocupar su lugar tarde o temprano. Frente al mutismo del hermano, está Bertrand, el amigo, amante de la vida civil, exitoso empresario, agudo crítico de la vida en que se está engarzando Pasenow. Él es quien critica a los sentimientos y por ende al romanticismo: El sentimiento que tenemos de la vida va siempre rezagado, respecto a la vida real. Medio siglo o un siglo. El sentimiento es siempre de hecho menos humano que la vida que vivimos. De allí que la división de Joachim entre una vida civil y militar esté atravesada por el romanticismo, pero como los sentimientos se han esclerotizado, la vida ha escapado a su plena condición y se le niega de la manera más absurda. De allí que el mundo se vea invadido de sonámbulos.
Joachim quiere la vida ordenada, pero vive una vida dulce y fuera del orden con Ruzema; le desagrada su padre, pero sigue la orientación que él le indica no sólo cuando se fija en Ruzema, sino al saber que heredará la hacienda. Le tienta la vida junto a Elisabeth, pero tarda en decidirse y tiene gran atracción por Bertrand, pero sabe que nunca se atrevería a ser cómo él. Es un heredero de los aires de la época:

Siempre es romántico elevar lo terrenal a lo absoluto, he aquí que el romanticismo estricto y verdadero de esta época es el romanticismo del uniforme, igual que si existiera una idea ultraterrestre y ultratemporal del uniforme.

Bertrand tiene un sentido práctico de la vida y eso lo convierte en una especie de ángel de la guarda. Siempre y cuando esto convenga a lo establecido. Ruzema lo acusará de haberla separado de su amante y disparará contra él. Lo hiere y eso la convertirá en una especie de zombi que vaga por los tugurios de Berlín y no quiere saber nada más de Joachim.
El mismo papel juega Bertrand frente a Elisabeth, pero en este caso ella duda, a pesar de su condición de hija noble y tranquila, entiende la escasa densidad humana de Joachim y sospecha que por lo menos con Bertrand habrá alguna otra posibilidad. Pero éste duda, deja siempre el camino despejado para el amigo. Bertrand no muestra algún deseo de ir contra la corriente o de subvertir el orden, sólo lo conoce y aprende a moverse en él. Esto le da una condición incómoda e inaprensible que el orden agradece cuando sale de escena.
El final no puede ser más telegrafiado, Joachim pide en matrimonio a Elisabeth y los padres acceden, pero ella duda, sabe de la condición general negada del amor y sólo accede cuando Bertrand se retira de su campo de posibilidades.
Después de la boda, nada de la visión del amor enfebrecido se da. Joachim no quiere que ella duerma bajo el mismo techo que su padre, quien ahora es un vegetal, pero tampoco quiere acostarse con ella, iniciar una nueva vida. Su futuro está perdido, aunque dieciocho meses después tengan hijo.
Pasenow no irá a lo propio del uniforme, la guerra, pero el culto romántico seguirá y tendrá su gran desmentido al terminar la conflagración. En esta extraordinaria e inagotable novela Broch da dos expresiones proféticas que recupero por lo pronto: Su desprecio por los emigrantes en aquellos años y su juicio sobre la raza alemana:

America… América había sido siempre para Joachim el país de los hijos depravados, repudiados, viciosos;

Bertrand sonrió e hizo un ligero gesto despectivo con la mano: “Bueno, nosotros… nosotros somos una raza que no tiene remedio”, pero no dio ninguna explicación más.

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