sábado, 8 de diciembre de 2012

La rubia de Playboy y la negra de National Geographic


]Efemérides y saldos[


La  rubia de Playboy y la negra de National Geographic
Alejandro García

El cronista requiere no tener demasiada noción del peligro y requiere, además, presencia de ánimo, sangre fría, en fin —el cronista como héroe, la cronista como heroína—, valor para investigar su tema, para exponerlo, para asumir las consecuencias de lo que dice.
Darío Jaramillo Agudelo


La crónica periodística goza de buena salud. Dos generaciones han mantenido en alto la calidad del género y lo han depurado y, sobre todo, lo han llevado a otros ámbitos. Lo han hecho sin renunciar al “yo” enunciador, sin escudarse en la impersonalidad o la falsa objetividad.
Nunca en América el periodismo ha sido ajeno a los proyectos de nación y ha sobrevivido a las escisiones cuando la política se impone sobre el ideal de un hombre más libre y una sociedad más justa. A partir de ello también el periodismo se ha dividido y la crónica parece haberse pasado a la oposición y en ese proceso se ha acercado a la literatura, al testimonio de las realidades olvidadas, de los individuos y grupos sin voz y de las realidades que irrumpen en la sociedad y generan desconcierto y, a veces, abuso por parte de los poderosos.
Después de la generación de la que Monsiváis y Ponitaowska son ejemplo, se pasa a los nacidos a partir de la década de los 50. Antología de crónica latinoamericana actual editada y prologada por Darío Jaramillo Agudelo (Alfaguara, México, 2012, 650 pp.) incluye 53 crónicas publicadas entre 1991 (1) y 2010 (6) y una que no proporciona la fecha. El grueso de los trabajos se ubica en la primera década de este siglo. Son escritores nacidos entre los años 50 y 70. También incluye 9 textos sobre la  teoría, práctica e implicaciones de la crónica y un fichero de los participantes.
Para el lector ávido lo más interesante serán las crónicas. De Argentina, Perú, Chile, México, El Salvador, Uruguay, Colombia, Venezuela. Todas cumplen una función develadora de personajes sombríos como Pinochet, a través de los libros y una joyas para salvar a la patria; controvertidos, como Chávez, mediante su mamita y algunos de los usufructuarios del poder popular; abatidos, como el cardenal Romero, vía las vicisitudes del juez de la causa; Pablo Escobar, inventor de mundos, el bandido prodigioso.
Vienen también los creadores: Lavand, ilusionista manco, Guillermo Kuitca, artista universal desde niño, siempre Borges, Picasso en claroscuro con un esteta, Arias, del corte de pelo; Sabines contra una boxeadora, Monsiváis que intenta huir de la entrevista, aprehender a Pavese en su pueblo con Neruda como fondo.
Acerca a los marginales, a veces en el centro: portadores de Hitler en el nombre, el chileno más pequeño, boxeadores y ciclistas perdedores.
Podemos alucinar en historias del ron, de la droga y de Inca Kola que derrota a la trasnacional Coke. O visitar territorios swingers, muxes en Oaxaca, carnaval en Río, la vida de los costureros bolivianos en Argentina, la pederastia en Acapulco, la supervivencia en un barrio colombiano con un salario mínimo, o el merodeo sobre uno salvadoreño lleno de mara, el mundo de la piratería en Lima
También hay lugar para figuras como Gardel, otro infaltable, ahora como educador sentimental, Lucho Gatica crepuscular abrazado por la puesta en escena de Almodóvar, la dura verdad en el aislamiento y en la cruda de Gloria Trevi. Las experiencias en concierto: Bob Dylan, Rolling Stones.
Hablar de brillantez de la crónica no quiere decir que todo vaya bien. El carácter develador de la crónica y la oposición a la injusticia provocan que no tenga un lugar muy amplio dentro de los periódicos y que a menudo las revistas limiten su extensión. Sin embargo, está allí. Esta antología no sólo es una muestra, es llevar a otros lectores esta nutrida suma de ejemplos y posturas frente a la crónica.
Llama la atención que la mayoría de los autores son periodistas reconocidos, pero a la vez tienen obra literaria publicada.
La crónica registra, deforma y conforma. ¿Cómo llegar a la brutalidad de un barrio bravo, con las heridas de la violencia cotidiana y del narcotráfico? ¿Viviendo, como los naturalistas de principios del siglo XX? No, tomando el ritmo de la gente, el ritmo de la propia vida, el pulso normal que se impone desde abajo. En esas fuerzas se mece un yo que es aleccionado en las durezas de las compañías y en las amarguras de la soledad. La crónica se acerca por momento a la novela, al cuento, a un mundo que es vivificado, magnificado, casi  tanto como negado en la realidad y en los discursos de los políticos, de los amantes del mundo del progreso y de los prejuiciosos moralinos de siempre.
Leila Guerriero dice:

Hay un chiste más o menos viejo que pregunta cuál es la diferencia entre una hermosa mujer rubia desnuda y una hermosa mujer negra desnuda; la respuesta es que la rubia sale en Playboy y la negra sale en National Geographic.

La crónica se ocupa del margen, de la violencia, del silencio, de los miembros faltantes, de las debilidades y excesos de los poderosos, de las caídas y alucinaciones de los ídolos. Al hacerlo, nos muestra un mundo como es, con desigualdades y ruindades, con sus grandezas y cortedades, un mundo donde cualquiera puede asumir la parte arrebatada.


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