sábado, 8 de diciembre de 2012

Claro que los hombres duros también lloran


]Efemérides y saldos[


Claro que los hombres duros también lloran
Alejandro García

Ese tiempo es nulo. Horas vacías. No hay acción. Sólo pensamiento. ¿Será ese el momento del no-ser del que hablaba Virginia Woolf?
Heraclio Castillo Velázquez



Recuerdo el relato de un amigo. Me decía que había perdido a un gran amor y que muchas noches había ido a la central camionera porque tenía la certeza de que ella volvería. Nunca se le hizo realidad, pero aún hace tiempo lo vi deslizarse por los andenes tratando de escapar a mi mirada. Será mejor que no la encuentre, pensé. Ante la derrota en la batalla amorosa, el hombre suele transitar por numerosas sendas a fin de recuperar el objeto perdido o salvarse de su influjo.
Las horas fortuitas (Texere editores, 2011, 94 pp.) de Heraclio Castillo Velázquez  es un relato o novela corta en donde el tiempo se fundamental. En torno a él se atan las certezas e incertidumbres del narrador. Comienza con una puntualidad implacable: las siete de la mañana, las ocho y media, nueve cincuenta. Después se distancia “Poco antes de las once”, “Ya casi es mediodía”. A partir de la visita de Claudia el tiempo se complica, como si indiciara que las mujeres han sido fundamentales, catalíticas, en su estado actual.
Por principio de cuentas hemos empezado a sospechar que la multitemporalidad habita y posee a Andrés. No es sólo una mañana de domingo de octubre. Es el pórtico de una soledad y de un rumiar intenso, permanente, crónico, de una obsesión, una cicatriz que no cierra y se hace lenguaje, a veces transparente, a veces casi en la histeria o en la perplejidad, a veces en el rasgar poético que da luz.
De pronto el relato se revuelve y se combinan las temporalidades como si estuvieran presentes, pero nunca llegan a desenvolverse. Siempre es un tiempo presente el que domina, el que pivotea y decide. El que castiga también. De modo que la certeza de salir el domingo a comprar el mandado, tejer, recibir visitas y preparar la comida, se convierte unas horas después en la llegada a la mesa del café donde 10 años antes se despidió del amado, Iván. De modo que los 7 años de relación permanecen y permanecerán en la bruma. Nosotros no sabremos qué pasó sino en sus ribetes, en sus lindes.
¿Por qué Laura se convierte en la tejedora de la otra historia, la que sólo se sabe la probable noche de un domingo de octubre, cuando diez años se convierten en una carga muy pesada por volver a querer, a pesar de que todo ese tiempo se ha querido, se ha anhelado. La realidad es terrible, el proceso mismo se ha convertido en guía, en dominio y lo que creíamos fluiría con sólo aparecer el ser amado, se convierte en losa muy pesada, en nuevo obstáculo, ¿en dónde quedó el amor? Laura cobra lo que le han hecho y con eso se lleva por delante a Iván y a Andrés. Sólo después sabrán que han sido víctimas del juego sucio y que aunque esto destrabe las imágenes, tendrán que reconocer que han sido incapaces de buscarse, de decirse, de reclamarse y se han conformado con vivir las horas fortuitas, las horas de la no existencia, a merced de la furia y los rencores del pensamiento. La felicidad no será. ¿Algún día fue posible?
Y entonces ya no importa si la culpable de la separación es Laura o el cretinismo/ingenuidad de Iván o la dureza de Andrés quien se templa en la ausencia y en el recuerdo. Todo parece perfecto para la infelicidad más absoluta, para que el fetichismo impere. Pero si lo quería tanto, pero si lo quiero tanto. Claro, la imagen es de hace 10 años y sólo el contacto con el hoy permite entender que el monstruo que la mente ha trabajado nos ha retirado del venerado objeto de amor. Y nos hemos convertido en hombres o mujeres o Andrés de actuar curtido, duro, hombre que sí llora y baila, por lo menos en las palabras que nos permiten acompañarlo e inventarlo en la obra de Heraclio Castillo.
Así que si lo primero es certeza, lo segundo es duda para el lector. ¿Cómo es posible que se dé tal encuentro? Quizás la realidad se imponga en la lectura y no asistamos, pero lo más probables es que la verosimilitud nos lance a contemplar el encuentro dentro de la desolación y la nada. Claro, es la palabra del narrador la que nos ha implicado en la historia.
 Heraclio Castillo Velázquez cuenta y des-cuenta esta historia de amor y desengaño, pero cuando está a punto de caer en el lamento, nos damos cuenta de que no da detalles, de que vive el golpe de la realidad, de su realidad y la purga durante diez años y muchos más. Con Las horas fortuitas se planta en la narrativa mexicana más reciente, con vigor y desenfado, con energía y nervio, con sensibilidad y crudeza.


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