domingo, 12 de agosto de 2012

Reconstrucciones


]Efemérides y saldos[


Reconstrucciones
Alejandro García

A pesar de los denodados esfuerzos por la llamada superación del  pasado, me parece como si los alemanes fuéramos hoy un pueblo sorprendentemente ciego a la historia y sin tradiciones.
W. G. Sebald


Para la imagen del capitalismo fue una victoria de triple banda la reconstrucción alemana (bastante le costó) después de la Segunda Guerra Mundial.
Levantó a un socio en donde tenía un enemigo y lo afirmó frente al otro gran adversario: Hitler y Stalin, nazismo y comunismo.
Se mostró vigorosa, moderna, singular y a la vez contrastó con la parte oriental en las mejores condiciones de vida de tal manera que terminó por apabullar a los críticos y después del muro pudo renegociar la propaganda relacionada con la libertad.
Por último triunfó a la caída de la vergonzosa pared y nuevamente asombró al mundo y ahora, incluso, al territorio de las ideologías de izquierda. Su éxito llegó a sofisticadas ramas de la vida social y cultural de Occidente.
La responsabilidad alemana durante la Segunda Guerra Mundial es clara y ha sido fijada en cantidad y en documentos. El juicio de Nuremberg castigó a los agresores y puso al descubierto el genocidio de alrededor de 6 millones de judíos en Auschwitz y otros campos de concentración.
El derrotado, en lugar de convertirse en siervo o en colonia de los vencedores se transformó en émulo de ellos y lo hizo en momentos en que la estrella de Gran Bretaña y Francia palidecía. ¿Serían ellos los verdaderos derrotados?
En la literatura Primo Levi da testimonio de la vida dentro de los campos de exterminio, de sus jerarquías, de la utilización de los propios judíos para el castigo y para la intriga y nos habló de los “musulmanes”, los preparados para la muerte, los vencidos, los abatidos por el poder y el terror. Dio además noticia de aquellos judíos que transportaron desde otros países, como era su caso, el norte de Italia, o desde Salónica.
Sobre la historia natural de la destrucción (Barcelona, 2010, Anagrama, Quinteto, 159 pp) de W. G. Sebald reúne en esencia las conferencias de Zurich, dictadas durante el otoño de 1997. Sebald se refiere a la literatura de la postguerra y el extraño silencio de la derrota. A este silencio fúnebre se impuso la pluma de Heinrich Böll (El ángel callaba, sólo publicada en 1992, casi 40 años después de ser escrita) y, con él, Hermann Kasack, Hans Erich Nossack y Peter de Mendelssohn.
¿Cómo era posible que después del bombardeo inmisericorde de 131 ciudades y pueblos alemanes y de la muerte de seiscientos mil civiles se diera paso de inmediato a la limpieza, y luego a la reconstrucción? ¿A dónde se ha ido esa energía de derrota, de impotencia, de muerte? ¿Qué pasó con los alemanes en los primeros días del bombardeo, durante el inmisericorde estallido de las bombas, en el momento de la llegada de soviéticos y americanos, y en los días en que la derrota imperó?
En la zona de muerte, declarada ya en los días siguientes zona prohibida, cuando a mediados de agosto, después de enfriarse las ruinas, brigadas de castigo y prisioneros de campos de concentración comenzaron a despejar el terreno, encontraron personas que, sorprendidas por el monóxido de carbono, estaban sentadas aún a la mesa y apoyadas en la pared, y en otras partes, pedazos de carne y huesos, o montañas enteras de cuerpos cocidos por el agua hirviente que había brotado de las calderas (p. 37).
La población alemana sufre el shock entre el bombardeo y la propaganda nazi que afirma que se trata de bandidos; durante la derrota se traga su culpa y se adhiere a los lemas del vencedor, en la postguerra vive la reconstrucción y no se da tiempo de destapar la cloaca o la herida del alma.
Afirma Sebald que hubo zonas de Alemania que no conocieron esos horrores de guerra. Es el caso de la región donde él nació, cercana a la frontera con Suiza. De allí que ese desigualdad en el tamaño de la derrota y el manejo de la información de victimarios, nuevos jefes y víctimas, contribuyeran a cerrar ese periodo de la vida y a torcer el camino cuando se trataba de la memoria. Pero Sebald también habla de la curiosidad, del gesto de los cuerpos, del ocultar intencional que se convierte en rutina y se olvida como elisión.
Sebald termina su libro con un recorrido por la vida y la obra de Alfred Andersch, un escritor que ambiciona ser un Thomas Mann y hacia allí encamina sus esfuerzos. Tendrá que enfrentarse a los obstáculos de la época: el nazismo y la reconstrucción. No logrará la alta fama anhelada y su intención estética en gran parte será opacada por sus zigzagueos. Terminará exiliado en Suiza.
Sebald (1944-2001) se va de joven a Suiza y después vive en Inglaterra. Allí fallece en un accidente automovilístico, quizás el mejor mensaje de su obra, pese a los problemas de traducción, sea uno de sus títulos: Pútrida patria.

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