domingo, 12 de agosto de 2012

La diferencia y el conflicto


]Efemérides y saldos[


La diferencia y el conflicto
Alejandro García


No basta con decir “las cosas andan mal pero no importa, yo sigo adelante”. Es necesario aceptar que están mal y analizarlas con el intelecto. Y sobre la base de este análisis construir un movimiento basado en el optimismo, la capacidad y el deseo de cambiar las cosas
Edward W. Said


La pluma y la espada (México, 2005, 2ª edición. Siglo XXI, 169 pp.) es un libro de conversaciones de David Basarmian con el intelectual palestino Edward W. Said. Incluye entrevistas que van de 1987 a 1994 y una introducción de Eqbal Ahmad. Said ha sido una voz importantísima para comprender la situación de Palestina a lo largo del siglo XX, en particular a partir de 1948 con la división del territorio bajo dominio inglés y la posterior disputa entre árabes  e israelíes. Disputa en la que no suelen aparecer los palestinos en el lugar que les corresponde.
Said nació en Jerusalén (1935) y tuvo que irse a vivir a Egipto y a Líbano. Estudió en las universidades de Princeton y Harvard. Murió en 2003 en Nueva York tras una larga lucha con la leucemia. Fue miembro del Consejo Nacional Palestino, con el cual rompió después de los Acuerdos de Oslo. Consideraba que un mejor acuerdo podría haberse conseguido desde la época Carter y que Arafat lo había logrado en un momento en que su debilidad era evidente y la parcialidad hacia Israel abrumadora: nunca se habló del retiro de Israel ni del reconocimiento a los palestinos.
En cambio si se reconocía a Israel y a la OLP  (no a Palestina y mucho menos el derecho a formar un Estado palestino) en un triunfo pírrico para la organización que sacrificaba lo más por lo menos. Otra vez en condiciones de igualdad, las desigualdades eran abrumadoras y la formalidad de la ley triunfaba sobre la informalidad de las injusticias humanas.
Said ha planteado la comprensión y el reconocimiento del Otro en toda su complejidad y ha luchado por erradicar los lugares comunes que estigmatizan la diferencia, las luchas propias. Mientras el mundo salía del colonialismo y los imperios se retiraban de los territorios e incluso en Sudáfrica se lograba la defenestración del apartheid, en Palestina se vivía una lucha constante en donde los malos y los pendencieros eran los árabes y los buenos y constructores eran los israelíes:

“Se presta muy poca atención a las otras formas de fundamentalismo. Por ejemplo, existe el fundamentalismo judío: Israel es un país fundamentalista, en muchos sentidos tan aterrador, un no judío, como lo es Irán.  Esto jamás se discute” (p. 81)

Se daba la curiosa situación de que el pueblo de víctimas victimizaba a nuevas víctimas y en defensa de su espacio lo aumentaba y lo mostraba como defensa propia. A la mitologización del Holocausto se agregaba la mitologización del progreso y de la productividad.
Said ha señalado esa construcción de la percepción ante el mundo occidental. Se trata de legítima defensa, es un acto más contra la barbarie. La diferencia radica en las condiciones de vida entre uno y otro grupo y en los intereses económicos que son prioritarios para los judíos y para los intereses norteamericanos. Los palestinos son un estorbo para el libre comercio con los otros pueblos árabes.
Se muestra así un escenario complejo en donde lo mismo los israelíes crecen estratégicamente cobijados por los Estados Unidos que los palestinos se arropan en una clase terrateniente que existe detrás de la mala cara y de las armas rebeldes.
Said critica a la resistencia palestina, se autocritica, separa árabes de musulmanes, militantes de población civil y nos hace ver que hay millones de palestinos refugiados en países vecinos o sometidos a condiciones de supervivencia extrema dentro de los territorios ocupados. Pero palestinos también hay en Israel: adscritos al establishment, parte de una inteligencia de soporte al orden israelí, ciudadanos sumidos en el estupor y jalonados por la disonancia cognitiva, y desde luego como encubiertos aspirantes a detonar el sistema de dominación.
Israel se ha establecido mezclando la diplomacia y las armas, la convicción y la fuerza. Ha derrotado a los árabes y en esto los palestinos siempre han sido los débiles, no sólo los ocupantes del territorio objeto sino los que se quedan una vez que los aliados han sido vencidos. Queda una resistencia caótica, callejera, de cuerpo a cuerpo, en donde la propaganda construye los mejores escenarios para la reivindicación del mundo occidental.
Said ha luchado, primero, por contrarrestar esos lugares comunes, por dar pasos firmes para dar a conocer una lucha legítima e influir para que las decisiones no sean producto de una falsa percepción, de un interés ciego:

Por eso la cita de Cesaire es tan importante: una visión en la que hay cabida para todos. ¡Por qué tiene que estar el uno sobre el otro? ¡Por qué alguien tiene que llegar primero y empujar al resto en la reunión de la victoria? (p. 59)

La estigmatización encubre el valor de la diferencia y con su piel de buena moral, a la larga, sólo aviva el conflicto.

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