domingo, 12 de agosto de 2012

Palabras de la especie que son refugio o tumba


]Efemérides y saldos[


Palabras de la especie que son refugio o tumba
Alejandro García

Auschwitz  representa, en esta perspectiva, un punto de derrumbamiento histórico de esos procesos, la experiencia devastadora en que se hace que lo imposible se introduzca a la fuerza en lo real. Es la existencia de lo imposible, la negación más radical de la contingencia; la necesidad pues, más absoluta. El musulmán, que Auschwitz produce, es la catástrofe del sujeto, su anulación como lugar de la contingencia y su mantenimiento como existencia de la imposible.
Giorgio Agamben


Lo que queda de Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo sacer III (Valencia, 2005, Pre-Textos, 191 pp) de Giorgio Agamben es el otro libro del desasosiego. Ubicado en los límites, el filósofo italiano afirma que acaso no haya un hecho histórico tan conocido como el de la matanza de judíos ordenados por los nazis. Hay responsables, conocimientos de los procesos y el orden instaurado, estadísticas de víctimas y recursos. Sin embargo, el significado ético y político está por conocerse, ¿qué hizo posible tamaño extravío de la especie? Han pasado los años del triunfo aliado y del mundo bipolar y diversas manifestaciones asoman su coleta de discriminación y genocidio.
Agamben contrapone o complementa al testigo y al musulmán. El testigo puede ser el tercero en un conflicto, pero también puede ser el personaje que vive el conflicto y da su versión. El testigo puede encontrar en ese llevar el testimonio la fuerza para sobrevivir. El musulmán, en cambio, es el que ha perdido el deseo de vivir, el derrotado. No se resiste, inerte se pasea por el campo de concentración, es un muerto en vida.
El testigo sólo lo es una vez que ha sobrevivido, una vez que ha pasado sobre la muerte y ha tenido que confrontar su mundo interior de derrota y mortandad con el mundo que no ha pasado por Auschwitz. El límite entre testigo y musulmán es ínfimo, los dos están a escasa distancia de la muerte, bajo su arbitrario embrujo.  El colmo: el musulmán puede tornarse testigo y basar en su vida reducida al mínimo su pasaporte a la sobrevivencia.
Primo Levi es un testigo, químico de formación, antifascista activo, llega al campo y sobrevive. Regresa al mundo, escribe lo que vio, mas al final de cuentas cae de su balcón (1987), una vez que la experiencia parece superada y el retorno a la vida amenaza con quedarse: la muerte lo ha alcanzado cerca de la meta, el sudario lo ha rodeado todo el tiempo. El testigo ha pagado el precio. La literatura de Levi permite asomarnos a ese acertijo del actuar humano en sus momentos de autoexterminio.
La víctima pasa por el horno, es revisado en su dentadura y en sus orificios para que no se lleve algo valioso, revisión que llevan a cabo los comandos judíos organizados por los nazis para tal labor. Los arios no se manchaban directamente las manos, construyeron las jerarquías necesarias dentro de los campos. El testigo deja el documento escrito o la voz, la intervención pública, pero siempre habrá de cargar con la vergüenza. ¿Qué hizo para merecer la vida? ¿Qué tuvo que sacrificar para mantenerse dentro del mundo de los vivos? Algo habrá de qué avergonzarse, alguna colaboración con el enemigo, algún exceso, algún olvido de los valores y de las lealtades al grupo.
Finalmente viene el asunto del significado profundo de esta escala testigo-musulmán-vergüenza. Tienen que regresar estas palabras al vocabulario que está a punto de perderse, de olvidarse, y enclavarse en las nuevas búsquedas humanas: su papel dentro de la enunciación y sus otros significados, su resemantización.
Entre la historia globalizada y la historia de la discontinuidades, entre las palabras y su metasemántica, es necesario volver a una teoría de la enunciación, no sólo en tanto el testigo es el autor, el muerto en el campo desplegado por la sobrevivencia, iluminado e iluminador a través de la palabra, sino porque en él está el sujeto y su suerte, sea testigo o musulmán, o ambas cosas a la vez. De esta manera  la palabra podrá estar en la lengua y en el habla, en la historia y en el acontecimiento y más allá.
El testimonio, el documento, el archivo, tienen que insertarse en esa historia que duda, que busca las discontinuidades, los extravíos que lanzan a los hombres, a las comunidades a los márgenes. Los judíos incinerados en los campos de concentración, la red de maldad que se desplegó para exterminarlos, la vida de condiciones extremas que los llevó a buscar la mejor manera para sobrevivir o el mejor estado de latencia para caminar sin rictus humano rumbo al matadero involucra a nazis y a judíos, pero también involucra al mundo entero, al mundo que buscó cambiar la imagen de Alemania y preferir el “aquí no ha pasado nada”, al Occidente siempre dispuesto a poner fotografías en busca de turistas, mientras las cenizas de hombres, sus átomos y moléculas, siempre transformadas en otro tipo de energía, se reacomodaban en el mapa del mundo.

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