domingo, 12 de agosto de 2012

Ida y vuelta del abismo: Postales a casa


]Efemérides y saldos[


Ida y vuelta del abismo: Postales a casa
Alejandro García

Porque en mi diario empeño no he podido lograr
hacerme abismo y que la estrella amada,
al asomarme a mí, pierda pisada.
Ramón López Velarde

Creemos que el viaje es un acto mágico que supone la distancia o el final de nuestros cuerpos. Partimos para morir y renacer en la extensión de nube y cielo asignada a nuestra ventanilla.
Yolanda Alonso


Primer viaje
Soñaba con ser piloto y viajar, pero sin jamás dejar caer la novedad y la extrañeza. El piloto ya sabía de las caídas del entusiasmo, Ella sólo las evitaba. Ir a otra ciudad, vivir la soledad y la plenitud del pensamiento, la intrusión y la inculcación-incorporación de la escritura, viajar desde una casa, pendiente de un balcón, avanzando en el dominio de la territorialidad de otros, sujeta a la ventanilla y ansiosa por los ruidos de la vida: los encuentros amistosos, amorosos e iniciáticos.
Volver. Llegó la llamada de emergencia: enfrentarse al pasado, probar la calidad de la fragua interna, la realidad del presente, las casas y la ciudad que la habitaron calladas durante el viaje o bien se incorporaron apenas su pie tocó el terruño, a las tres Yolandas, tres generaciones, a las dos Yolandas, la madre enferma y la hija protectora, a la Yolanda única, acercándose a la madre, descifrando a la abuela, matizando al padre, a la familia, a la diáspora. La heroína contemporánea ha triunfado. Ella es. Y colorín colorado…

Segundo viaje
En Postales a casa (México, 2012, Texere, 134 pp) de Yolanda Alonso (Zacatecas, 1986) el viaje completa, el entusiasmo y la apertura de la primera fase, su mayor prolongación, cede respetuosa su experiencia al dolor al dejar ir a la Yolanda madre, pero una vez que se ha tocado, entendido y reconciliado con la hija. Hay un cambio cualitativo porque se sospecha que entre en la abuela y la madre no hubo tal fortuna. La primera etapa ha servido de impulso, de catapulta para crecer y soportar el regreso a la muerte de una y la obligación de vivir de la otra.
En “De ida” habita otra ciudad, establece nexos, se aleja de sus raíces y funda un territorio, maleable, escurridizo, ajeno, pero territorio al fin, en avance frente a otras presencias, sintetizando la compañía que sólo se alude o que bien se siente fluir más que estancarse.
Después viene “De vuelta”, la más intensa, al encuentro de las tres Yolandas, de las dos Yolandas, de una Yolanda, la heredera, la amortajadora, la madre siendo hija. La última paga la cuenta, carga la herencia, prolonga la estirpe.
La postal cambia, se interioriza, o más bien encarna cerca de Yolanda, vuelta del viaje a encontrar a la madre enferma y después incontrovertiblemente muerta. El viaje gira en torno a la superación del desencuentro, de la distancia.
Cuando la madre muere el viaje se completa, para Yolanda madre como polvo y ceniza, para Yolanda hija como superación de lo antes incomprensible:

[Quisiera] llorar porque nunca estuviste tan presente y tan cerca como ahora.

El viaje es iniciático, siempre imprevisto, siempre maravilloso.

Tercer viaje
Alonso se mueve en la paradoja y en la ambigüedad. El viaje de la lectura nunca está sujeto a la causalidad y a la consecuencia y los referentes son insuficientes. Su soporte está en la aventura, en la búsqueda, en la construcción no pesada, leve, de lo definitivo, sino en las posibilidades y en el juego, en el tendido de puentes. Una postal es un atisbo, un momento, un chisporroteo, una imagen y varios mensajes. Importa la travesía que está detrás de la estampa, pero importa también la ruta del lector, sus desencuentros, sus relaciones con la ventana que permiten sus nexos con el mundo.
Impera la inasibilidad. ¿A quién van dirigidas las postales? ¿Cuál es la casa? Cuando sale de la entraña territorial renuncia a ella y funda otra y entonces ¿qué sentido tiene mandar una postal a la casa deshecha o a la casa que habito? Cuando se han entendido, la madre muere, la historia feliz se esfuma y golpea con brutalidad.
De modo que la lectura del libro no es sencilla, pero puede tener un asidero en la respiración, en la intensidad, en las palpitaciones. Se viaja desprotegido, como Ella, pero con el  afán de  “conocer y disfrutar”, propósitos del viaje.
Se anda y se desanda por el abismo no con la visión de caída y elevación, sino a la manera de los cuadros de Escher, donde la sima puede ser tobogán y la cima un callejón sin salida.
Voy y vengo, decían los abuelos de mi generación. Rica expresión que lo mismo incluye la sucesión de ir y regresar, que la simultaneidad de salir y ya estar de vuelta. Esto es posible, porque mientras se camina la mente cubre su propio viaje. Así también en Postales a casa predominan los múltiples viajes simultáneos. Desde aquí saludo su venturosa aparición.



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