domingo, 12 de agosto de 2012

"La novela del yo"


]Efemérides y saldos[


“La novela del yo
Alejandro García

Esto no significa por fuerza que nada exista fuera de mi cerebro, sino que sólo conozco el mundo exterior tal como se representa en mi cerebro.
Jorge Volpi


Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción (México, 2011, Alfaguara, 165 pp.) enmienda una carencia dentro de las visiones de la literatura, por lo menos en nuestro país: la de las ciencias cognitivas y la que incorpora por ende, el basamento cerebral de todas las actividades humanas y su evolución, sobre todo las correspondientes al llamado mundo del alma o del espíritu o de la conciencia, que no tiene una base de actividades a la vista y que curiosamente son las primeras que escapan a lo que parece de Pero Grullo: si el hombre es capaz de producir arte, ciencia, filosofía (ideas o sistemas de interpretación expresadas mediante lenguaje), es porque el hombre tiene algo en su interior que lo hace posible. Ni hablar, el corazón habrá de quedarse en metáfora y entronizar al cerebro y su red articulada, su sistema de espionaje, por todo el cuerpo (casi simultáneamente a este libro de Jorge Volpi ha aparecido La mente el escritor de Bruno Estañol, a quien ya tendremos tiempo de revisar, pero que a ojo de buen cubero lleva más la meditación a la escritura desde fuentes —que no entrega siempre al lector— menos relacionadas con el cerebro).
Steven Pinker ha mostrado la polémica entre la tabla rasa y su negación, entre el buen salvaje que gracias a la civilización puede cambiar su vida instintiva con sólo la imitación y la enseñanza, como si se le pudiera cambiar el cassette de acuerdo a las intenciones de los hombres. El lenguaje entraría en esa naturaleza rústica, encontrada, paradójica, para mejorarla y llevarla a la práctica del bien y de la mejora de la especie.
La otra visión habla de una estructura evolucionada sin la cual no es posible el mundo actual y el hombre mismo. Hace un lado la bondad y la maldad. Desde el cerebro y sus diversos módulos se ve, se interpreta y se transforma el mundo, en una labor individual y colectiva y en donde Dios habrá de contentarse con la enunciación de su nombre o su innombrabilidad. Hay en este enfoque una evolución del cerebro (la  unión de los dos hemisferios, por ejemplo) ligada a la facultad del lenguaje que a su vez influye en la estructura biológica.
El libro de Jorge Volpi sintetiza las teorías de Daniel Dennett (conciencia), de Richard Dawkins (memes), de Giacomo Rizzolatti (neuronas espejo): La magia singular de las neuronas espejo radica, sin embargo, en su capacidad para activarse sin depender de un acontecimiento real —pensar en alguien equivale a observarlo—. En otras palabras: para ponerme en tu sitio, para serpor un instante, lo único que tengo que hacer es imaginarte. Al hacerlo, te copio, te arremedo, y mi cerebro intenta adentrarse así, de pronto, en tu impenetrable magma interior (p. 119).  
Luego aborda el libro de Hofstadter (Gödel, Escher, Bach un eterno y grácil bubcle) en donde amalgama ciencia y arte, mundo y representación, regularidades e irregularidades y en donde el mundo de la relatividad se impone. Todo dentro del bastidor de la disputa entre Descartes y Crick: pienso, luego existo o existo como hombre gracias al cerebro y sus evoluciones.
Volpi lleva la discusión a la literatura y particularmente a la ficción. La examina desde diversos puntos de vista. Esto es importante, porque además de incidir en un territorio novedoso, abre la cancha en cuanto reflexión literaria, su función y su utilidad, lo que se agradece en un país donde la polémica es cada vez más ausente y donde el protagonismo suele cancelar cualquier aire fresco o idea innovadora.
Volpi se pone inteligentemente militante y argumenta que la ficción es parte de nuestra vida, que la visión de mundo y el mundo de las ideas están en el cerebro, que desde allí se aprecia el universo entero y que la literatura es ese espejo que conforma otro mundo y lo matiza y lo corrige y lo proyecta al pasado y al futuro.
El hombre mueve sus ideas al leer, mueve sus apreciaciones al entrar a mundos imaginarios, no es casual que Hamlet, Quijano, Bovary, Karenina, Bloom, Páramo, están entre nosotros y contribuyen a comprobar: “El yo es una novela que escribimos muy lentamente, en colaboración con los demás” (p. 73).
Lloramos porque nos duele, lloramos porque vemos llorar, lloramos porque recordamos ver a otros llorar, lloramos porque nos recordamos llorando, lloramos porque alguna vez no lloramos, lloramos porque vemos llorar a seres imaginarios, lloramos porque nos recordamos vernos llorar frente a seres inexistentes que lloran e incluso somos capaces de llorar en lo imposible, en el futuro y en la misma eternidad: el cerebro trabaja.

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