domingo, 12 de agosto de 2012

Alemania, las oscuras trompetas de la memoria


]Efemérides y saldos[


Alemania, las oscuras trompetas de la memoria
Alejandro García

No es la nostalgia de Alemania lo que conmueve a Sebald: es la vergüenza que siempre padeció por una nación hundida en la amnesia del exterminio y consumida en la miseria cultural después de la guerra. “Quizá todos ustedes tengan una idea del exilio geográfico —escribió Heinrich Heine en 1849—, pero sólo un escritor alemán tiene una idea del verdadero exilio, el que realmente acaba y asesina”.
José María Pérez Gay


La profecía de la memoria. Ensayos alemanes (México, 2011, Cal y arena, 269 pp.) reúne 5 brillantes ensayos sobre cultura alemana del siglo XX. Es uno de esos libros que reconcilia con la buena lectura y con el ensayo (de raigambre de Michel Montaigne, aunque también la tradición política del posterior ensayo francés, la densidad filosófica del alemán y la ironía del inglés) y su labor de construcción de realidades en donde predominan las ideas a través de un excelso pulso narrativo: incorpora a nosotros áreas de conocimiento lejanas u oscuras.
Es el caso de Alemania, hoy clara y palpable en su unificación, pero que es en realidad un nudo de problemas que viene desde la delimitación geográfica. Señala bien Pérez Gay que ahora estudia a los alemanes del norte, ya lo había hecho con los del sur en El imperio perdido.
Walter Benjamin, Martin Heidegger y Hannah Arendt, Jürgen Habermas y Peter Sloterdijk, W. G. Sebald, Otto Gross y Herbert Silberer son las cabezas de playa de estos ensayos, pero esto es empobrecer el libro.
Se puede leer a Benjamin exiliado, convertida la frontera francesa en infame trampa que lo manda al suicidio, pero Pérez Gay nos lleva también a la labor unificadora de Bismarck. Si Goethe dio a las letras germánicas su siglo de Oro, el Canciller de hierro hizo posible el tinglado infraestructural que afirma el reinado el arte. En el caso de Alemania también habrá un notable desarrollo en la filosofía y en el marxismo y zonas de influencia.
El autor traza una línea entre realidad política, unificación, fortaleza y apetito desmedido de conquista para llegar a la derrota, a la partición y al proceso de levantamiento, por un lado. Por el otro está la fortaleza del pensamiento, así sea desde afuera en el caso de Benjamin, más parisino que berlinés y un ejemplo del exilio anticipado y en su momento; después el paralelismo entre Heidegger y Arendt, el pensador que se queda, que habrá de resistir la purga por el apoyo a Hitler, pero que a la vez sabrá poner su pensamiento en la cima de la ola del siglo, su ser-ahí, existencial, frente a la judía, amante, que habrá de salir como el zorro a merodear otros territorios, mientras el enorme erizo rumia su sapiencia.
Están también los emergentes después de la muerte de los filósofos de Frankfurt: Habermas, resumidor, concentrador, sintetizador, frente a Sloterfdijk, inteligente y esteta, burlón y cuestionador. La filosofía y el discurso entero han de escribirse con calidad expresiva o no será.
Y está la literatura, la gran literatura alemana de Goethe, de Mann, también la literatura que se niega a circunscribirse en la filosofía como en Benjamin, recuérdense si no las reflexiones sobre Baudelaire y Brecht. Después de la derrota aparece el agudo silencio de los escritores cuestionado por Sebald. Creo que el ensayo central es el dedicado a este escritor alemán que nos da las líneas de apoyo del epígrafe. Sebald, nacido en 1944, sale a vivir a Inglaterra, allá hará su literatura, pero en alemán y siempre se preguntará por qué el vacío en torno a los años del optimismo desmedido y el silencio en torno a la destrucción de las ciudades alemanes. Sebald habla de las escenas dantescas y del silencio en la literatura alemana de esos años, con honrosas excepciones: Sólo Heinrich Böll, Hans Erich Nossack y Alexander Kluge dieron cuenta del caos y la ruina. Ningún escritor daba noticia de los bombardeos que acabaron con Alemania; los últimos cálculos revelan un total de 300 mil muertos “Nuestra propia culpa –escribió Sebald- nos impidió darnos cuenta de la destrucción de nuestras ciudades; después del terror que sembramos en Europa era imposible levantar la vista y contemplar nuestra devastación”. Y está desde luego el silencio en torno a la matanza de los judíos.
La salida me parece una especie de fuga: Gross y Silberer, vacilantes entre el deslumbramiento y el sometimiento implacable, actores dentro de la trama del psicoanálisis y la novela de su creador, Sigmund Freud. Más que leerse como personas, se tiene la tentación de leerlos como personajes, seres de papel. Al fin de cuentas eso son para el lector, como los demás de este libro, pero llevan a una realidad que está afuera y que exige cuentas de los procesos del pasado y que exige también la libre fluidez de la memoria.

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