]Efemérides y
saldos[
Siete rayas de tigre o de pargo en la raya
Alejandro
García
Amador sintió que perdía su presa, y se le hizo fácil
sujetarse a un pilar. En lo que lo cuento, el pargo dio varias vueltas al
poste, como quien enrolla un trompo. Lo dejó allí amarrado. Al rato, como no
afloraba, se lanzaron los tres amigos
para buscarlo. Allí lo encontraron, liado e inmóvil contra el madero. Y el
monstruo, sujeto por la cuerda, boqueando a medio metro del muchacho.
David Martín del Campo
Las siete heridas del mar (México, 2011, Ediciones B, 519 pp.) es la historia de un aprendizaje,
el de Antonio y las 7 mujeres que se atraviesan en su vida. Novela de ascenso,
de prueba, no se agota allí. Es también una visita al Acapulco ruizcortinista,
la caja de resonancia del Milagro mexicano una vez que el alemanismo había
creado su casa y caja chica y se diagnosticaba nuestro jefatura en el concierto
de las naciones y la indetenible modernización del vetusto y aguerrido país.
Es también la obra de un escritor nacido
en 1952, David Martín del Campo, que muy joven (1976) publicó en la legendaria
editorial Joaquín Mortiz su novela Las
rojas son las carreteras y que se ha convertido en un visitante a diversas
zonas y ciudades de la república, en especial los puertos, entrada y salida de
nuestro país con su dualidad de paraísos e infiernos: Veracruz, Vallarta,
Mazatlán, la costa tamaulipeca. Es sin duda uno de los narradores más
prolíficos entre los nacidos en la década que va del segundo lustro de los 40
al primero de los 50: Guillermo Samperio, Alberto Huerta, Luis Arturo Ramos, Samuel
Walter Medina, Agustín Ramos, David Ojeda.
Antonio Camargo, hijo de un general cuya mayor orgullo fue
cortar cabezas durante la Cristiada e integrarse a la vida civil como
empresario, escapa de la rigidez paterna que no soporta la prolongación de su
linaje en dos hijos que quieren ser pianistas. El hermano se suicida y la trama
familiar oculta sus debilidades y Antonio decide partir a Acapulco a
administrar un barco que se convertirá en cantina de empresarios, diputados,
actores norteamericanos; refugio de hermosas mujeres, escenario de grupos
locales y de una pianista venida desde Rusia y en madriguera donde los grupos
criminales verán la forma de ganar dinero de manera más fácil.
Antonio nació en un tranvía y su madre es la primera
herida, mujer que soporta con estoicismo el maltrato del marido y los recovecos
de los hijos y que siempre tendrá la red lista para actuar en caso necesario. Antonio
es afortunado, perseguido por las mujeres, hábil narrador, presto a la
aventura, ajeno a la vida que representa su padre. Tendrá que gozar y padecer
los amores con Cindy y Sasha, exiliadas de sus infiernos norteamericano y
soviético, hermosas, joven una, madura la otra. Pero también están Karla y Melissa,
la victimaria y la víctima, la que le impide resolver su vida económica pues
huye con el botín, pero a la vez le permite conocer a su padre en situación
límite y haciendo uso de las cualidades castrenses en defensa propia, mientras
que Melissa reposa en el fondo del océano junto con su marido y se llevará con
ella al socio de Antonio, pues los pulmones no le aguantan ante la exigencia
policial de sacar la parte faltante del cadáver. Y están por último Kalyani, la
amiga íntima de Cindy, la hindú a quien el marido ha impedido cualquier
contacto con la norteamericana, que llegará a buscarla cuando la rubia se ha
desvanecido, ha muerto. Y Paulina, la mujer atmósfera, el huracán enfebrecido,
las formas de mujer sobre el puerto y sobre sus habitantes.
Hay además otras tentaciones, una prima de nalgas
monumentales, una nativa de lujuria presta con gonorrea incluida, una actriz
mexicana ansiosa de mostrar sus senos.
Buena parte de la novela se tiene la impresión de que
Antonio es un simple personaje por el que pasan los otros sin que él adquiera
densidad; pero a partir del contacto con el padre y del cruce entre la rusa y la
norteamericana, comienza a adquirir mayor densidad y los meandros de los
personajes femeninos nos lanzan a una novela en donde Acapulco empieza a
palidecer y se convierte el mismo puerto en punto de llegada de almas
atormentadas, de turistas al borde de la vida. Así Cindy irá siempre detrás de
la sombra de su padre, quien a su vez irá tras la sombra de la sombra, aunque
ésta pueda llamarse Jack London y se viva como simple bastardía.
De modo que en Las
siete heridas del mar conviven Antonio y su hermano, la plena carne y su
ausencia inclemente, la desaforada propaganda de un régimen corrupto y la misma
guerra fría que va tras sus víctimas, en el caso de los norteamericanos con la
pila puesta desde la partida, en el caso de los soviéticos con gentiles
panópticos que sólo esperan el momento oportuno para regresar al desobediente.
Antonio ve a los difuntos, allí se finca una más de sus
distancias con respecto a los hechos que parecen no hundirlo ni doblarlo:
Se me
aparecen… Voy nadando y surgen como momias, como fantasmas, descarnados. Me
llaman, que los acompañe. Luego me entero de que han muerto.
Sin embargo, las preguntas surgen: ¿Antonio es un tigre que
se prepara para el espectáculo o para ejercer su función depredadora y esas 7
heridas le recuerdan su misión? ¿O se trata del pargo que lo mismo enreda a su
victimario y empata el duelo que recibe los 7 cortes antes de entrar al asador
a convertirse en zarandeado?
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