]Efemérides y
saldos[
Maltrecho, el realismo mató toda esperanza en el
futuro
Alejandro
García
Todavía no ha quedado claro cómo logró Huguenau salir
de Bélgica sin tropiezos; quizá haya que
atribuirlo a la seguridad de sonámbulo con la que fue alejándose de zona tan
peligrosa: caminaba siempre hacia delante en el aire diáfano de la temprana primaveras, marchaba como
sumergido bajo un fanal de despreocupación, aislado del mundo y al mismo tiempo
dentro de él.
Hermann Broch
Llegamos por fin a Huguenau o el
realismo (Barcelona, 2006, Deboslillo, 422 pp), tercera entrega de Los sonámbulos. Se desarrolla durante
1918 y pone especial atención en los sucesos de los días 3, 4 y 5 de noviembre
en el Electorado de Tréveris. La novela reúne a los dos protagonistas
anteriores: Von Pasenow es ahora el Comandante de la plaza y Esch es el dueño
de un periódico.
El año anterior, Huguenau, a pesar de su
miopía, es llamado a filas y llevado a combatir a Bélgica. Durante un
enfrentamiento que parece eternizarse en las trincheras, nuestro héroe huye. Se
convierte en desertor. Pero es hábil, un práctico comerciante, un hombre que
sabe vivir de acuerdo a las condiciones y sabe lograr una buena posición a
donde llegue. De modo que ve la posibilidad de hacer negocios y apoderarse del
periódico de Esch, involucrar a lo mejor de la población y manejar el periódico
sin invertir con dinero a la vista. Es una actividad dentro del sonambulismo
total en que se mueven los otros personajes, defoliados totalmente de cualquier
principio, desvanecidos por la guerra y seguramente muy cerca del estigma por
la segura derrota.
Broch teje la aventura de Huguenau con
otros dos bloques: “Historia de la muchacha salutista de Berlin” y “degradación
de los valores”. Se trata de tres discursividades: la anecdótica, que narra la paulatina
caída de los alemanes; la religiosa, la imagen de una joven vista desde sus
esfuerzos religiosos; y la filosófica, el desvanecimiento de los valores y del
soporte de la humanidad en la ética para pasar a los vaivenes y desaguisados de
la religión, incluyendo las propuestas enmendadoras del tipo del Ejército de
Salvación.
Broch recurre a un alter ego, Bertrand
Müller, quien lleva la voz cantante en lo referente a la disolución de la
cultura europea como consecuencia de la guerra: ha puesto al desnudo el fracaso
del hombre. A lo largo de la novela se habla de un “estilo”, se cuestiona si
eso es posible aún en un periodo en que la conducta humana se ha extraviado.
Hegel
auguró a la historia “el camino hacia la liberación de la sustancia
espiritual”, el camino hacia la autoliberación de lo espiritual… camino que se
ha convertido en la ruta hacia el descuartizamiento de todos los valores.
Frente al calculador Huguenau se
contrastan Hanna Wending, la mujer que ha quedado viuda a pesar de que su
marido viene del frente y hacen el amor y lo despide con cierta esperanza de
que pueda regresar de nuevo. El problema es que el daño ya está hecho, la
insensibilidad se ha apoderado de esa mujer para quien el sonambulismo tal vez
no tenga nombre, pero que está segura de que ella ya no es la que era y de que
cualquier evolución es imposible. También se encuentra el soldado Ludwig
Gödicke, manco, quien trata de sacar a
flote su frustración, su derrota, mediante la caricatura, el ridículo, el
manejo de la palabra hiriente.
Alemania se precipita a su derrota y el
conocedor del anarquismo, Esch, podrá dedicarse a la predicación, cautivar a
Pasenow con la consiguiente alarma de Huguenau. Es en este periodo de
aniquilamiento que se sabe de la deserción de Huguenau, pero Pasenow mantiene
la sangre fría y juega con esa realidad que sólo presagia males mayores para
todos.
Huguenau se involucra en los movimientos
de rebelión de noviembre. Su salvación está a la mano, pero tendrá aún que ir
sobre las carnes de la señora Esch y sobre la vida del marido. Aún tendrá la
frialdad de rescatar a Pasenow después de las jornadas de motines y lo llevará
al hospital después de recoger los dineros que lo mantendrán con vida y lo
sacarán de la zona de desastre.
Huguenau se adapta a la nueva realidad,
como lo hizo durante la última etapa de la guerra. Ha tapado los hoyos
suficientes para salvaguardarse y ha logrado que el periódico que consiguió con
trampas y dinero sólo nombrado le rinda nuevos frutos. La derrota le ha dotado
de lo suficiente para vivir.
En Huguenau
o el realismo Broch cuestiona la historia, la ética, la religión y en
general la marcha de la humanidad. Primero ajusta a las cuentas a los
románticos, después a los anarquistas, finalmente a los realistas que hablaban
de una historia hegeliana que había encontrado su perfección en Alemania.
También cuestiona la ética kantiana, la razón ha enloquecido y destruido a
buena parte de los hombres de su tiempo. Y por último, la religión ha mostrado
su papel conservador, su cercanía con el poder, su incapacidad para señalar
rumbos y para dar respuestas a los hombres. El hombre ha hecho de la realidad
una caricatura macabra en que los hombres de carne y son sonámbulos y los lemas
de la Modernidad son viles cascarones.
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