]Efemérides y
saldos[
Recobrando tiempos
Alejandro
García
Desapareció el viejo barrio, como diría José Emilio.
Se murieron o se fueron sus habitantes; se borraron para siempre de San Pedro
de los Pinos.
Vicente Leñero
La
Modernidad nos hizo conscientes, nos tornó críticos, de allí provienen la
construcción de las nacionalidades y las ideas de progreso y de la diferencia,
la pasión por la historia y el culto al tiempo evolutivo. Traía aparejadas sus
contradicciones y esto se hizo notorio cuando los lemas se tornaron realidades
de poder, manchas envolventes de viejos y nuevos imperios y sobrevino la
esclerotización de la razón en dogma de fe. O bien era el enemigo enquistado,
el Antiguo Régimen, el que impedía el cambio integral o bien era cuestión de tiempo
que exigía el sacrificio del presente en aras del futuro. Claro que todo esto
sucedería en la tierra.
Ante el silencio y el ruido institucional: callar lo no
conveniente, generar una algarabía que distraiga y atonte, la actividad
intelectual ha optado por el registro y la denuncia, la expresión del
pensamiento de los marginados, el registro de las injusticias y los excesos. La
resistencia. Si Proust (por ejemplo) nos enseñó la brillantez del monólogo, del
silencio y de la discreción, el periodismo ha tenido que escapar de los cercos
del poder, entre el mimo y la represión, para dejar constancia de hechos y
sucedidos que los contemporáneos reconocen como vividos y que las generaciones
futuras encuentran como causas e indicios de una realidad que tienen que
desentrañar de acuerdo a las armas que les brinde su época.
Periodismo de
emergencia. Crónicas, entrevistas, reportajes (México,
2007, Debate, 390 pp.) reúne 30 piezas periodísticas en 7 secciones que van
desde los tiempos políticos del atentado a Excelsior
por el régimen agónico de Luis Echeverría, pasando por las muescas dejadas al
periodismo objetivo (cuida a tus hijas, dice un amenazante Zorrilla al autor),
hasta el acercamiento a la figura del Subcomandante Marcos (los hechos), desde
los escenarios de las figuras de la farándula de los años 60, la plenitud de
María Félix, el fenómeno de masas de Raphael, la noche triste de Raquel Welch,
la maestría de Juan José Arreola ante un tablero de ajedrez y la emergencia señera
de Sergio Méndez Arceo (rojo, comunista, decían en los hogares de mi rumbo),
Paquita la Guerrillera, el gran estratega José María Morelos y Pavón y de nueva
cuenta Marcos (los personajes). Nos lleva a Pátzcuaro y a Cuba, cartografía de
turistas y sueños rotos, a los territorios de la capital: la Zona Rosa (el
universo a nuestro alcance), la estatua de Miguel Alemán en CU, la Diana
Cazadora, el Castillo de Chapultepec, el Metro, el nuevo Colegio Militar y el
ombligo del corazón del autor, Vicente Leñero, el ombligo del mundo, San Pedro
de los Pinos (el territorio, el mapa). El libro casi cierra con tres crónicas
sobre el sentir colectivo, el trabajo de los afectos y de la canalización de
los fracasos: El derecho de nacer, la
Señorita México y la función sabatina de box en la Coliseo (algo sobre el
espíritu de la época). Finalmente, está el catolicismo en sus retos: la
teología de la liberación, y el caso de Ivan Ilich (los rumbos de la teleología
a través de una renovada teología).
El libro se puede leer como una serie de piezas sueltas en
donde el lector encuentra sus puntos de referencia e interés. Para un lector
como el que esto escribe el orden del libro es el adecuado, porque coincide con
un mundo que se nos fue (a mí, que a veces olvido y que aparece con causales tan
justas y con apuntalamientos tan castos cuando en realidad sus orígenes son tan
turbios y canallas). Se nos fue el Milagro Mexicano, la primera riqueza
petrolera, el cinturón hasta los huesos del neoliberalismo, el cambio
democrático sin líderes, “por qué yo”. Llega el regreso del viejo partido, el
inicio de la nueva pesadilla.
El libro de Leñero también está pensado como un edificio
donde se habla de acontecimientos, de personajes, de territorios, de ideas y de
sueños o búsquedas más allá del horizonte, justo lo que se supone caracteriza a
la Modernidad y a sus secuelas. ¿Cuál es nuestra labor aquí? ¿Defender un
proyecto de país? ¿Escribirlo? ¿Coser y cantar?
¿Bajar la cabeza y olvidar la crítica? Después de la lectura, sólo queda
preguntarse por el rumbo de este país que desde luego tiene larga cola que le
pisen.
Hay también el sabio ejercicio de un viejo lobo de mar de
la escritura. Vicente Leñero cumple 80 años este 2013. No sólo podemos
encontrar aquí agudas entrevistas, retratos tras retratos, narraciones de
personajes ante la realidad que viven, encontramos, sobre todo, el ejercicio de
un hombre de teatro y periodista que es ante todo un magnífico prosista. La
literatura mexicana le debe a Leñero por lo menos tres libros esenciales: Los albañiles (1963), Los periodistas (1978) y Martirio de Morelos (1981), obras que
seguro estoy superarán la barrera del ruido y del silencio que también en la
literatura imperan.
Por lo pronto podemos disfrutar de y padecer este libro que
se consigue por allí en los centros comerciales (Ley) a un buen precio y que me ha permitido acercarme a ese mundo
que se nos fue, más allá del barrio añorado, para quedarse a través de plumas
como las del autor de Pueblo rechazado.
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