]Efemérides y
saldos[
¿Cómo llegar al futuro?
Alejandro
García
—Mi querido Rick —dijo—, las nubes se han disipado y ahora todo
está claro. Ahora podemos ver. Todos estábamos enajenados, Rick, en mayor o
menor medida. ¡Pero qué importa ya! ¿Cómo estás, muchacho?
—Estoy muy débil, señor, pero tengo la esperanza de
recuperar mis fuerzas. Tengo que comenzar una nueva vida.
Charles Dickens
Dickens (1812-1870) cumple dos siglos y una de sus mejores novelas (junto
con Grandes esperanzas, creo,
sostengo), Casa desolada (Madrid,
2008, Valdemar, 1087 pp) llega a la edad de 160 años de empezar a publicarse
por entregas (entre marzo de 1852 y noviembre de 1853). Nuestro autor carga en
su obra tanto el ascenso de la novela y
de su óptica en su fase optimista en el siglo XIX, como la sombría etapa
crítica en que novela y discurso se compenentran del escepticismo con respecto
a la realidad social y al abuso del poder.
En Casa
desolada encontramos a ese Charles Dickens híbrido entre el melodrama y la
mayor impersonalidad posible: la dulzura y el optimismo de Ester, narradora de
algunos capítulos, que a veces llega a exasperarnos (Ni trabajé ni pensé más esa noche. Abrí mi corazón a los cielos en
agradecimiento a su Providencia y a su protección, y mee quedé dormida), y
la frialdad de un narrador omnisciente que se refiere sobre todo al mundo del
sistema judicial, obsoleto, ciego, lento, con procesos que atraviesan
generaciones enteras sin resolverse, las causas sin solución posible que genera
a un grupo de hombres que viven de esas rencillas (Hay otro litigio bien conocido en la Cancillería que aún no se ha
decidido, que se inició antes de que terminara el siglo pasado y que se ha
tragado en costas más de ciento cincuenta mil libras).
Y ese mismo contraste se da entre la
atmósfera de una vida diferente que quiere proporcionar el tutor a Richard y a
Ada y a la misma Ester y una realidad en donde la pobreza, la suciedad, la ley
del más rápido es la que predomina. La buena voluntad del tutor se enturbiará
cuando Rick se disponga a pelear contra su benefactor, Jarndyce, en el
incomprensible caso Jarndyce v. Jardndyce. En el desenlace afortunado de este
caso imposible, los costos serán más altos que la fortuna en litigio. No habrá
reales triunfadores.
Es justamente esa combinación la que da
al relato su originalidad y su vaciado en pieza única. Separadas, sin duda, las
voces serían excesivas, sin equilibrio posible. Charles Dickens se acerca aquí
a los huérfanos, a las víctimas del sistema social que se levanta sobre la
explotación y la miseria. La misma casa desolada tiene dos vistas: la de la
primera parte, donde el fantasma recorre el puente y hace sonar sus pasos y la
nueva casa desolada, donde el tutor propicia que la vida de Ester sea plena,
encuentre la felicidad. Aquí está esa tendencia a construir el futuro de los
otros, pero también la posibilidad de construir oasis en un mundo que se ha
torcido, que ha sacrificado a sus hijos.
El relato es lento, aunque no de lectura
difícil. Ciertamente a veces parecen escaparse las articulaciones de algunas de
las historias, pero más o menos por la última cuarta parte, la historia corre,
se desata y lo que había sido tejido de personajes, intrigas en torno a
herencias que parecen perdidas y dispuestas a perder a los involucrados en ellas,
empiezan a resolverse por la magia y la presteza del autor. Se trata de conocer
el desenlace de la madre de Ester, mujer de alta vida social que había tenido
que renunciar a su hija. Se casa y el encumbramiento social no impedirá que el
pasado retorne y se apreste a destruirla. El destino de la hija poco importa,
pues ya está en buenas manos con el tutor.
Aquí tenemos ya al Dickens que parece
preguntarse ¿cuál es el futuro?, ¿por qué los individuos se empeñan en forjar
copias o personalidades que se les
parezcan? De modo que es una novela de transición en el proceso creativo del
autor, pero también la gran anunciadora de la novela de la sospecha y del
absurdo: imposible dejar de pensar en Crimen
y castigo o en El proceso y con respecto a la condensación de la historia,
esa lentitud no deja de recordarme a la posterior Regenta de Clarín). Sólo que Casa
desolada es un fresco de personajes en donde sólo al final se puede hablar
de un cierto protagonismo de Ester, pero también del sistema judicial y de las intrigas
que desata. En esta novela se ve a una institución que arruina a los hombres y
los sacrifica sin importarle en lo más mínimo lo que destruye.
Pero la novela tiene también algo que ha
hecho autor de polémica a Dickens. Ese tono de felicidad, de ternura, de amor,
que pasa por encima de cualquier desgracia, que se mantiene dispuesta a
reiniciar la vida. Eso parece ser lo único a que podemos aspirar: reiniciar,
renovar, aunque el camino haya quedado plagado de víctimas y de victimarios.
Entre llantos e hipos, entre suspiros e inmunidad a una realidad que lacera, la
prosa de Dickens reconstituye, llama a levantarse; es más, a no caerse nunca y
estos tiempos de fin de año y de profecías de destrucción bien merecen pasar
por la prosa de ese joven bicentenario, Charles Dickens.
No hay comentarios:
Publicar un comentario