]Efemérides
y saldos[
Preferiría no hacerlo
Alejandro García
Que un pálido joven llamado Bartleby tenía ahí un
escritorio, que copiaba al precio corriente de cuatro céntimos la hoja (cien
palabras), pero que estaba exento, permanentemente, de examinar su trabajo, y
que ese deber era transferido a Turkey y a Nippers, sin duda en gracia de su
mayor agudeza; más aún, el susodicho Bartleby no sería llamado a evacuar el más
trivial encargo; y si le pedía que lo hiciera, se entendería que preferiría no hacerlo…
Herman Melville
Publicada
originalmente en 1853 (dos años después de Moby
Dick) Bartleby el escribiente se
puede leer ahora en la bella edición de Siruela (Madrid, 2009, 86 pp.). Son
interesantes los años que acompañan a la mitad del siglo XIX. En 1847 Cumbres borrascosas, en 1849 la muerte
de Edgar Alan Poe, en 1856 y 1857 la publicación de Madame Bovary y Las flores
del mal. En Poe y en Melville recae la responsabilidad de fundar una
literatura americana, ya no inglesa, labor que completarán Whitman y Dickinson.
Con respecto a la alineación con los franceses, encontramos
un cierto paralelismo, entre Francia y Estados Unidos en lo que se refiere a la
instauración del campo literario como territorio de posiciones y disposiciones,
un arte sometido a sus propias reglas y referencias; pero además, Melville,
desde un punto de vista literario, se ubica en la ruptura y en la novedad, lo
mismo en el capitán Ahab que va a buscar al mal a los océanos, sin percatarse de
que su propia vida se ha tornado maldita, que en ese otro personaje gris que
ante cualquier propuesta contesta: preferiría
no hacerlo.
Melville coincide no sólo con el ennui de que habla Steiner, característico del periodo que va de la
derrota napoleónica a la Primera Guerra Mundial y que derrumba muy pronto el
mito victorioso de la Modernidad. Coincide así con el tedio de Emma Bovary y
con el enigma de ese hombre rencoroso (¿dónde quedó el héroe?), revanchista, de
la novela de Emily Brontë, mostrado ya desde la perspectiva y el punto de vista
lejano de la omnisciencia.
Bartleby llega a Wall Street, al despacho de un abogado que prefiere un
litigio tranquilo, lejano de las grandes reyertas. Allí se dedicará a copiar
documentos, pero muy pronto mostrará que prefiere hacer nada: ni copiar, ni
cotejar, ni hacer mandados. Su alejamiento de la comunidad se hará cada vez más
radical así como su empecinamiento en desplazarse lo menos posible.
Qué mayor obstáculo para un mundo que se mueve en el conflicto, en el
movimiento, en la energía y el trabajo de los demás. El abogado, en algo
simpatizante de Bartleby, preferirá (él también se hace conciente del verbo)
abandonar ese edificio y rentar otras oficinas con tal de no llevar el pleito
contra la negativa de Barleby a abandonar el terreno. Y no dudará en echarles
la mano a los que tienen que lidiar con ese hombre que no está dispuesto a
abandonar el piso.
¿Cuál es la razón para ir contra la corriente, contra la naturaleza que
se da por evidente e incuestionable? Ninguna. ¡Y cuál es la razón para ir con
la corriente? Ninguna. El narrador esboza al final una teoría que más es una
fuga: Bartleby fue despedido del Servicio Postal en donde de por sí ya se
encargaba de las cartas muertas, aquellas que no encuentran destinatario y son
condenadas a las llamas.
Si por momentos en Cumbres
borrascosas nos gana la intensidad de la contención de los personajes y
cierta solidaridad con lo que cada uno siente; si en Madame Bovary llega uno a imprecar a Charles por la ceguera que
empuja a su mujer seguir soñando, en Barleby,
el escribiente no sucede nada, porque eso es lo preferible, hacer la nada,
atravesarse en el mundo de las imposiciones que llevan al mundo del dinero,
como si esto fuera algo, cuando en realidad es nada. Bartleby, sin embargo, no
empuja ese argumento, no le interesa, simplemente opone su resistencia a los
dictados del deber y de la buena ciudadanía.
Como en las grandes obras, donde el mundo de la razón y la sinrazón (el
Quijote) o el Ser y No ser (Hamlet) llegan a invertirse, en Barleby, el escribiente el mundo de la
actividad termina por convertirse en nada y el preferiría no hacerlo que es la nada en el origen se impone como
algo importante, como un poder de detención, como un cuestionamiento que no
llega a pregunta, pero que nos dice de la arbitrariedad y el sinsentido de los
grandes principios de la vida. Hemos heredados valores y lenguaje que no se han
sometido a verificación alguna, que habitan la región del prejuicio. Es en ese
ámbito que lo más valiente es preferir no
hacerlo.
A Bartleby no le interesa ir más allá, sólo muestra esa indiferencia por
ese orden que nos somete, que nos atraviesa y que alegre o renuentemente
aceptamos. Melville le da valor a la diferencia y salva al individuo que se
resiste a ir a festejos o ceremonias que ni le van ni le vienen. ¿ Es eso la
vida?
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